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Julian Carax cruzo la frontera francesa pocos dias antes de que estallase la guerra civil. La primera y unica edicion de La Sombra del Viento habia salido un par de semanas antes de la imprenta rumbo al gris anonimato y la invisibilidad de sus predecesoras. Por entonces Miquel apenas podia ya trabajar y aunque se sentaba frente a la maquina de escribir dos o tres horas cada dia, la debilidad y la fiebre le impedian arrancarle palabras al papel. Habia perdido varias de las colaboraciones a causa de los retrasos en las entregas. Otros periodicos temian publicar sus articulos tras haber recibido varias amenazas anonimas. Solo le quedaba una columna diaria en el Diario de Barcelona que firmaba como Adrian Maltes. El fantasma de la guerra se sentia ya en el aire. El pais hedia a miedo. Sin ocupacion y demasiado debil hasta para lamentarse, Miquel solia bajar a la plaza o acercarse hasta la avenida de la Catedral, llevando siempre consigo uno de los libros de Julian como si fuese un amuleto. La ultima vez que el medico le habia pesado no llegaba a los sesenta kilos. Escuchamos la noticia del alzamiento en Marruecos por la radio y pocas horas despues un companero del periodico de Miquel vino a vernos para decirnos que Cansinos, el jefe de redaccion, habia sido asesinado de un tiro en la nuca frente al cafe Canaletas dos horas antes. Nadie se atrevia a llevarse el cuerpo, que seguia alli, tinendo una telarana de sangre sobre la acera.

Los breves pero intensos dias del terror inicial no se hicieron esperar. Las tropas del general Goded enfilaron la Diagonal y el paseo de Gracia en direccion al centro, donde empezo el fuego. Era un domingo y muchos barceloneses aun habian salido a la calle creyendo que iban a pasar el dia en un merendero en la carretera de Las Planas. Los dias mas negros de la guerra en Barcelona, sin embargo, estaban todavia a dos anos vista. Al poco de iniciarse la refriega, las tropas del general Goded se rindieron, por un milagro o por mala informacion entre los mandos. El gobierno de Lluis Companys parecia haber recobrado el control, pero lo que habia sucedido realmente tenia mucho mas alcance y empezaria a ser evidente en las semanas siguientes.

Barcelona habia pasado a estar en poder de los sindicatos anarquistas. Tras dias de disturbios y luchas callejeras, corrio finalmente el rumor de que los cuatro genera les rebeldes habian sido ajusticiados en el castillo de Montjuic poco despues de la rendicion. Un amigo de Miquel, un periodista britanico que estuvo presente, dijo que el peloton de fusilamiento era de siete hombres, pero que en el ultimo momento docenas de milicianos se unieron al festin. Cuando se abrio fuego, los cuerpos recibieron tantos balazos que se desplomaron en pedazos irreconocibles, y hubo que meterlos en los ataudes en estado casi liquido. Algunos quisieron creer que aquel era el fin del conflicto, que las tropas fascistas nunca llegarian a Barcelona y que la rebelion se extinguiria por el camino. Era solo el aperitivo.

Supimos que Julian estaba en Barcelona el dia de la rendicion de Goded, al recibir una carta de Irene Marceau, en la que nos contaba que Julian habia matado a Jorge Aldaya en el curso de un duelo en el cementerio del Pere LaChaise. Incluso antes de que Aldaya expirase, una llamada anonima habia alertado a la policia de lo sucedido. Julian tuvo que huir de Paris de inmediato, perseguido por la policia que le buscaba por asesinato. No tuvimos ninguna duda de quien habia efectuado aquella llamada. Esperamos ansiosamente saber de Julian para advertirle del peligro que le acechaba y para protegerle de una trampa peor que la que le habia tendido Fumero: descubrir la verdad. Tres dias mas tarde, Julian seguia sin dar senales de vida. Miquel no queria compartir conmigo su preocupacion, pero yo sabia perfectamente lo que estaba pensando. Julian habia regresado por Penelope, no por nosotros.

- ?Que sucedera cuando averigue la verdad? -preguntaba yo.

- Nosotros nos encargaremos de que no sea asi -respondia Miquel.

Por lo pronto, lo primero que iba a comprobar es que la familia Aldaya habia desaparecido sin dejar rastro. No iba a encontrar muchos lugares donde empezar a buscar a Penelope. Hicimos una lista de esos lugares y empezamos nuestro periplo. El caseron de la avenida del Tibidabo no era mas que una propiedad desierta, vedada tras cadenas y velos de yedra. Un florista ambulante que vendia manojos de rosas y claveles en la esquina opuesta nos dijo que solo recordaba a una persona que se hubiese acercado a la casa recientemente, pero era un hombre mayor, casi anciano y algo cojo.

- Muy mala leche tenia, la verdad. Le quise vender un clavel para el ojal y me envio a la mierda, diciendo que habia una guerra y que no estaba el horno para flores.

No habia visto a nadie mas. Miquel le compro unas rosas mustias y, por si acaso, le dejo el telefono de la redaccion del Diario de Barcelona para que le dejase recado alli si por ventura alguien que encajase con la figura de Carax se dejaba ver. De alli, nuestra siguiente parada fue el colegio de San Gabriel, donde Miquel se reencontro con Fernando Ramos, su antiguo companero de estudios.

Fernando era ahora profesor de latin y griego y vestia el habito. Al ver a Miquel en tan precario estado de salud se le cayo el alma a los pies. Nos dijo que no habia recibido la visita de Julian, pero prometio ponerse en contacto con nosotros si lo hacia, e intentar retenerle. Fumero habia estado alli antes que nosotros, nos confeso con temor. Ahora se hacia llamar inspector Fumero y le habia dicho que, en tiempos de guerra, mas le valia andarse con ojo.

- Mucha gente iba a morir muy pronto, y los uniformes, de cura o de soldado, no paraban las balas...

Fernando Ramos nos confeso que no estaba claro a que cuerpo o grupo pertenecia Fumero, y que no fue el quien se atrevio a preguntarselo. Me es imposible describirte aquellos primeros dias de la guerra en Barcelona, Daniel. El aire parecia envenenado de miedo y de odio. Las miradas eran de recelo y las calles olian a un silencio que se sentia en el estomago. Cada dia, cada hora, corrian nuevos rumores y murmuraciones. Recuerdo una noche, volviendo a casa, en que Miquel y yo descendiamos por las Ramblas. Estaban desiertas, sin un alma a la vista. Miquel miraba las fachadas, los rostros ocultos entre los postigos escudrinando las sombras de la calle, y decia que podian sentirse los cuchillos afilandose tras los muros.

Al dia siguiente acudimos a la sombrereria Fortuny, sin grandes esperanzas de encontrar a Julian alli. Un vecino de la escalera nos dijo que el sombrerero estaba aterrado con los altercados de los ultimos dias y que se habian encerrado dentro de la tienda. Por mucho que llamamos no quiso abrirnos. Aquella tarde habia habido un tiroteo a apenas una manzana de alli y los charcos de sangre todavia estaban frescos en la ronda de San Antonio, donde el cadaver de un caballo seguia abatido en el empedrado a merced de los perros callejeros que empezaban a abrirle el buche acribillado a dentelladas mientras algunos ninos miraban de cerca y les tiraban piedras. Todo cuanto conseguimos fue verle el rostro espantado a traves de la rejilla de la puerta. Le dijimos que buscabamos a su hijo Julian. El sombrerero respondio que su hijo estaba muerto y que nos largasemos o llamaria a la policia. Nos fuimos de alli descorazonados.

Durante dias recorrimos cafes y comercios, preguntando por Julian. Indagamos en hoteles y pensiones, en estaciones de tren, en bancos en los que hubiera podido acudir a cambiar moneda... nadie recordaba a un hombre que encajase con la descripcion de Julian. Temimos que quiza hubiese caido en manos de Fumero, y Miquel se las arreglo para que uno de sus colegas del periodico, que tenia contactos en jefatura, indagase si Julian habia ingresado en prision. No habia indicio alguno de que asi fuese. Habian pasado dos semanas y parecia que a Julian se lo hubiese tragado la tierra.

Miquel apenas dormia, esperando tener noticias de su amigo. Un atardecer, Miquel regreso de su paseo de cada tarde con una botella de vino de Oporto, ni mas ni menos. Se la habian regalado en el diario, dijo, porque el subdirector le habia comunicado que ya no podrian publicar mas su columna.

- No quieren lios, y les entiendo.

- ?Y que vas a hacer?

- Emborracharme, por de pronto.

Miquel apenas se bebio medio vaso, pero yo me ventile casi la botella entera sin darme cuenta y con el estomago vacio. Era casi medianoche cuando me asalto un sopor imposible y me desplome sobre el sofa. Sone que Miquel me besaba en la frente y me tapaba con una estola. Al despertar senti terribles punzadas de dolor en la cabeza que reconoci como el preludio de una resaca feroz. Fui en busca de Miquel para maldecir la hora en la que se le habia ocurrido emborracharme pero me di cuenta de que estaba sola en el piso. Me acerque al escritorio y vi que habia una nota sobre la maquina de escribir en la que me pedia que no me alarmase y que le esperase alli. Habia ido en busca de Julian y pronto lo traeria a casa. Acababa diciendome que me queria. La nota se me cayo de las manos. Adverti entonces que, antes de salir, Miquel habia retirado sus cosas del escritorio, como si no pensara volver a utilizarlo, y supe que no volveria a verle jamas.

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