30

Un porton de madera podrida nos condujo al interior de un patio custodiado por lamparas de gas que salpicaban gargolas y angeles cuyas facciones se deshacian en la piedra envejecida. Una escalinata ascendia al primer piso, donde un rectangulo de claridad vaporosa dibujaba la entrada principal del asilo. La luz de gas que emanaba de esta abertura tenia de ocre la neblina de miasmas que exhalaba del interior. Una silueta angulosa y rapaz nos observaba desde el arco de la puerta. En la penumbra se podia distinguir su mirada acerada, del mismo color que el habito. Sostenia un cubo de madera que humeaba y desprendia un hedor indescriptible.

- AveMariaPurisimaSinPecadoConcebida -ofrecio Fermin de corrido y con entusiasmo.

- ?Y la caja? -replico la voz en lo alto, grave y reticente.

- ?Caja? -preguntamos Fermin y yo al unisono.

- ?No vienen ustedes de la funeraria? -pregunto la monja con voz cansina.

Me pregunte si aquello era un comentario sobre nuestro aspecto o una pregunta genuina. A Fermin se le ilumino el rostro ante tan providencial oportunidad.

- La caja esta en la furgoneta. Primero quisieramos reconocer al cliente. Puro tecnicismo.

Senti que se me comia la nausea.

- Crei que iba a venir el senor Collbato en persona -dijo la monja.

- El senor Collbato le ruega le disculpe, pero le ha salido un embalsamamiento de ultima hora muy complicado. Un forzudo de circo.

- ?Trabajan ustedes con el senor Collbato en la funeraria?

- Somos sus manos derecha e izquierda, respectivamente. Wilfredo Velludo para servirla, y aqui a mi vera mi aprendiz, el bachiller Sanson Carrasco.

- Tanto gusto -complete.

La monja nos dio un repaso sumario y asintio, indiferente al par de espantapajaros que se reflejaban en su mirada.

- Bien venidos a Santa Lucia. Yo soy sor Hortensia, la que les llamo. Siganme.

Seguimos a sor Hortensia sin despegar los labios a traves de un corredor cavernoso cuyo olor me recordo al de los tuneles del metro. El corredor estaba flanqueado por marcos sin puertas tras los cuales se adivinaban salas iluminadas con velas, ocupadas por hileras de lechos apilados contra la pared y cubiertos por mosquiteras que ondeaban como sudarios. Se escuchaban lamentos y se adivinaban siluetas entre la rejilla de los cortinajes.

- Por aqui -indico sor Hortensia, que llevaba la avanzadilla unos metros al frente.

Nos adentramos en una boveda amplia en la que no me costo gran esfuerzo situar el escenario del Tenebrarium que me habia descrito Fermin. La penumbra velaba lo que a primera vista me parecio una coleccion de figuras de cera, sentadas o abandonadas en los rincones, con ojos muertos y vidriosos que brillaban como monedas de laton a la lumbre de las velas. Pense que tal vez eran munecos o restos del viejo museo. Luego comprobe que se movian, aunque muy lentamente y con sigilo. No tenian edad o sexo discernible. Los harapos que los cubrian tenian el color de la ceniza.

- El senor Collbato dijo que no tocasemos ni limpiasemos nada -dijo sor Hortensia con cierto tono de disculpa-. Nos limitamos a poner al pobre en una de las cajas que habia por aqui, porque empezaba a gotear, pero ya esta.

- Han hecho ustedes bien. Toda precaucion es poca -convino Fermin.

Le lance una mirada desesperada. El nego serenamente, dandome a entender que le dejase a cargo de la situacion. Sor Hortensia nos condujo hasta lo que parecia una celda sin ventilacion ni luz al fin de un pasillo angosto. Tomo una de las lamparas de gas que pendian de la pared y nos la tendio.

- ?Tardaran ustedes mucho? Tengo que hacer.

- Por nosotros no se entretenga. A lo suyo, que nosotros ya nos lo llevamos. Pierda cuidado.

- Bueno, si necesitan algo estare en el sotano, en la galeria de encamados. Si no es mucho pedir, saquenlo por la parte de atras. Que no le vean los demas. Es malo para la moral de los internos.

- Nos hacemos cargo -dije, con la voz quebrada.

Sor Hortensia me contemplo con vaga curiosidad por un instante. Al observarla de cerca me di cuenta de que era una mujer mayor, casi anciana. Pocos anos la separaban del resto de inquilinos de la casa.

- Oiga, ?el aprendiz no es un poco joven para este oficio?

- Las verdades de la vida no conocen edad, hermana -ofrecio Fermin.

La monja me sonrio dulcemente, asintiendo. No habia desconfianza en aquella mirada, solo tristeza.

- Aun asi -murmuro.

Se alejo en la tiniebla, portando su cubo y arrastrando su sombra como un velo nupcial. Fermin me empujo hacia el interior de la celda. Era un cubiculo miserable cortado entre muros de gruta supurantes de humedad, de cuyo techo pendian cadenas terminadas en garfios y cuyo suelo quebrado quedaba cuarteado por una rejilla de desague. En el centro, sobre una mesa de marmol grisaceo, reposaba una caja de madera de embalaje industrial. Fermin alzo la lampara y adivinamos la silueta del difunto asomando entre el relleno de paja. Rasgos de pergamino, imposibles, recortados y sin vida. La piel abotargada era de color purpura. Los ojos, blancos como cascaras de huevo rotas, estaban abiertos.

Se me revolvio el estomago y aparte la vista.

- Venga, manos a la obra -indico Fermin.

- ?Esta usted loco?

- Me refiero a que tenemos que encontrar a la tal Jacinta antes de que se descubra nuestro ardid.

- ?Como?

- ?Como va a ser? Preguntando.

Nos asomamos al corredor para asegurarnos de que sor Hortensia habia desaparecido. Luego, con sigilo, nos deslizamos hasta el salon por el que habiamos cruzado. Las figuras miserables seguian observandonos, con miradas que iban desde la curiosidad al temor, y en algun caso, la codicia.

- Vigile, que algunos de estos, si pudiesen chuparle la sangre para volver a ser jovenes, se le tiraban al cuello -dijo Fermin-. La edad hace que parezcan todos buenos como corderillos, pero aqui hay tanto hijo de puta como ahi fuera, o mas. Porque estos son de los que han durado y enterrado al resto. Que no le de pena. Ande, usted empiece por esos del rincon, que parece que no tienen dientes.

Si estas palabras tenian por objeto envalentonarme para la mision, fracasaron miserablemente. Observe aquel grupo de despojos humanos que languidecia en el rincon y les sonrei. Su mera presencia se me antojo una estratagema propagandistica en favor del vacio moral del universo y la brutalidad mecanica con que este destruia a las piezas que ya no le resultaban utiles. Fermin parecio leerme tan profundos pensamientos y asintio con gravedad.

- La madre naturaleza es una grandisima furcia, esa es la triste realidad -dijo-. Valor y al toro.

Mi primera ronda de interrogatorios no me granjeo mas que miradas vacias, gemidos, eructos y desvarios por parte de todos los sujetos a quienes cuestione sobre el paradero de Jacinta Coronado. Quince minutos mas tarde replegue velas y me reuni con Fermin para ver si el habia tenido mas suerte. El desaliento le desbordaba.

- ?Como vamos a encontrar a Jacinta Coronado en este agujero?

- No se. Esto es una olla de tarados. He intentado lo de los Sugus, pero los toman por supositorios.

- ?Y si preguntamos a sor Hortensia? Le decimos la verdad y ya esta.

- La verdad solo se dice como ultimo recurso, Daniel, y mas a una monja. Antes agotemos los cartuchos. Mire ese corrillo de ahi, que parece muy animado. Seguro que saben latin. Vaya e interroguelos.

- ?Y usted que piensa hacer?

- Yo vigilare la retaguardia por si vuelve el pinguino. Usted a lo suyo.

Con poca o ninguna esperanza de exito me aproxime a un grupo de internos que ocupaba una esquina del salon.

- Buenas noches -dije, comprendiendo en el acto lo absurdo de mi saludo, pues alli siempre era de noche-. Busco a la senora Jacinta Coronado. Co-ro-na-do. ?Alguno de ustedes la conoce o puede decirme donde encontrarla?

Enfrente, cuatro miradas envilecidas de avidez. Aqui hay un pulso, me dije. Quiza no todo esta perdido.

- ?Jacinta Coronado? -insisti.

Los cuatro internos intercambiaron miradas y asintieron entre si. Uno de ellos, orondo y sin un solo pelo visible en todo el cuerpo, parecia el cabecilla. Su semblante y su donaire a la luz de aquel terrario de escatologias me hizo pensar en un Neron feliz, pulsando su arpa mientras Roma se pudria a sus pies. Con ademan majestuoso, el Cesar Neron me sonrio, jugueton. Le devolvi el gesto, esperanzado.

El interfecto me indico que me acercase, como si quisiera susurrarme al oido. Dude, pero me avine a sus condiciones.

- ?Puede usted decirme donde encontrar a la senora Jacinta Coronado? -pregunte por ultima vez.

Acerque el oido a los labios del interno, tanto que pude sentir su aliento fetido y tibio en la piel. Temi que me mordiese, pero inesperadamente procedio a dispensar una ventosidad de formidable contundencia. Sus companeros echaron a reir y a dar palmas. Me retire unos pasos, pero el efluvio flatulento ya me habia prendido sin remedio. Fue entonces cuando adverti junto a mi a un anciano encogido sobre si mismo, armado con barbas de profeta, pelo ralo y ojos de fuego, que se sostenia con un baston y les contemplaba con desprecio.

- Pierde usted el tiempo, joven. Juanito solo sabe tirarse pedos y esos lo unico que saben es reirselos y aspirarlos. Como ve, aqui la estructura social no es muy diferente a la del mundo exterior.

El anciano filosofo hablaba con voz grave y diccion perfecta. Me miro de arriba abajo, calibrandome.

- ?Busca usted a la Jacinta, me parecio oir?

Asenti, atonito ante la aparicion de vida inteligente en aquel antro de horrores.

- ?Y por que?

- Soy su nieto.

- Y yo el marques de Matoimel. Una birria de mentiroso es lo que es usted. Digame para que la busca o me hago el loco. Aqui es facil. Y si piensa ir preguntando a estos desgraciados de uno en uno, no tardara usted en comprender el porque.

Juanito y su camarilla de inhaladores seguian riendose de lo lindo. El solista emitio entonces un bis, mas amortiguado y prolongado que el primero, en forma de siseo, que emulaba un pinchazo en un neumatico y dejaba claro que Juanito poseia un control del esfinter rayano en el virtuosismo. Me rendi a la evidencia.

- Tiene usted razon. No soy familiar de la senora Coronado, pero necesito hablar con ella. Es un asunto de suma importancia.

El anciano se me acerco. Tenia la sonrisa picara y felina, de nino gastado, y le ardia la mirada de astucia.

- ?Puede usted ayudarme? -suplique.

- Eso depende de en lo que pueda usted ayudarme a mi.

- Si esta en mi mano, estare encantado de ayudarle. ?Quiere que le haga llegar un mensaje a su familia?

El anciano se echo a reir amargamente.

- Mi familia es la que me ha confinado a este pozo. Menuda jauria de sanguijuelas, capaces de robarle a uno hasta los calzoncillos mientras aun estan tibios. A esos se los puede quedar el infierno o el ayuntamiento. Ya los he aguantado y mantenido suficientes anos. Lo que quiero es una mujer.

- ?Perdon?

El anciano me miro con impaciencia.

- Los pocos anos no le disculpan la opacidad de luces, chaval. Le digo que quiero una mujer. Una hembra, famula o potranca de buena raza. Joven, esto es, menor de cincuenta y cinco anos, y sana, sin llagas ni fracturas.

- No estoy seguro de entender...

- Me entiende usted divinamente. Quiero beneficiarme a una mujer que tenga dientes y no se mee encima antes de irme al otro mundo. No me importa si es muy guapa o no; yo estoy medio ciego, y a mi edad cualquier chavala que tenga donde agarrarse es una Venus. ?Me explico?

- Como un libro abierto. Pero no veo como le voy a encontrar yo una mujer...

- Cuando yo tenia la edad de usted, habia algo en el sector servicios llamado damas de virtud facil. Ya se que el mundo cambia, pero nunca en lo esencial. Consigame una, llenita y cachonda, y haremos negocios. Y si se esta usted preguntando acerca de mi capacidad para gozar de una dama, piense que me contento con pellizcarle el trasero y sospesarle las beldades. Ventajas de la experiencia.

- Los tecnicismos son cosa suya, pero ahora no puedo traerle a una mujer aqui.

- Sere un viejo calentorro, pero no imbecil. Eso ya lo se. Me basta con que me lo prometa.

- ?Y como sabe que no le dire que si solo para que me diga donde esta Jacinta Coronado?

El viejecillo me sonrio, ladino.

- Usted deme su palabra, y deje los problemas de conciencia para mi.

Mire a mi alrededor. Juanito enfilaba la segunda parte de su recital. La vida se apagaba por momentos.

La peticion de aquel abuelete picanton era lo unico que me parecio tener sentido en aquel purgatorio.

- Le doy mi palabra. Hare lo que pueda.

El anciano sonrio de oreja a oreja. Conte tres dientes.

- Rubia, aunque sea oxigenada. Con un par de buenas peras y con voz de guarra, a ser posible, que de todos los sentidos, el que mejor conservo es el del oido.

- Vere lo que puedo hacer. Ahora digame donde encontrar a Jacinta Coronado.

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