Un secreto vale lo que aquellos de quienes tenemos que guardarlo. Al despertar, mi primer impulso fue hacer participe de la existencia del Cementerio de los Libros Olvidados a mi mejor amigo. Tomas Aguilar era un companero de estudios que dedicaba su tiempo libre y su talento a la invencion de artilugios ingeniosisimos pero de escasa aplicacion practica, como el dardo aerostatico o la peonza dinamo. Nadie mejor que Tomas para compartir aquel secreto. Sonando despierto me imaginaba a mi amigo Tomas y a mi pertrechados ambos de linternas y brujula prestos a desvelar los secretos de aquella catacumba bibliografica. Luego, recordando mi promesa, decidi que las circunstancias aconsejaban lo que en las novelas de intriga policial se denominaba otro modus operandi. Al mediodia aborde a mi padre para cuestionarle acerca de aquel libro y de Julian Carax, que en mi entusiasmo habia imaginado celebres en todo el mundo. Mi plan era hacerme con todas sus obras y leermelas de cabo a rabo en menos de una semana. Cual fue mi sorpresa al descubrir que mi padre, librero de casta y buen conocedor de los catalogos editoriales, jamas habia oido hablar de La Sombra del Viento o de Julian Carax. Intrigado, mi padre inspecciono la pagina con los datos de la edicion.
- Segun esto, este ejemplar forma parte de una edicion de dos mil quinientos ejemplares impresa en Barcelona, por Cabestany Editores, en diciembre de 1935.
- ?Conoces esa editorial?
- Cerro hace anos. Pero la edicion original no es esta, sino otra de noviembre del mismo ano, pero impresa en Paris... La editorial es Galliano amp; Neuval. No me suena.
- Entonces, ?el libro es una traduccion? -pregunte, desconcertado.
- No menciona que lo sea. Por lo que aqui se ve, el texto es original.
- ?Un libro en castellano, editado primero en Francia?
- No sera la primera vez, con los tiempos que corren -adujo mi padre-. A lo mejor Barcelo nos puede ayudar...
Gustavo Barcelo era un viejo colega de mi padre, dueno de una libreria cavernosa en la calle Fernando que capitaneaba la flor y nata del gremio de libreros de viejo. Vivia perpetuamente adherido a una pipa apagada que desprendia efluvios de mercado persa y se describia a si mismo como el ultimo romantico. Barcelo sostenia que en su linaje habia un lejano parentesco con lord Byron, pese a que el era natural de la localidad de Caldas de Montbuy. Quiza con animo de evidenciar esta conexion, Barcelo vestia invariablemente al uso de un dandi decimononico, luciendo fular, zapatos de charol blanco y un monoculo sin graduacion que segun las malas lenguas no se quitaba ni en la intimidad del retrete. En realidad, el parentesco mas significativo en su haber era el de su progenitor, un industrial que se habia enriquecido por medios mas o menos turbios a finales del siglo XIX. Segun me explico mi padre, Gustavo Barcelo estaba, tecnicamente, forrado, y lo de la libreria era mas pasion que negocio. Amaba los libros sin reserva y, aunque el lo negaba rotundamente, si alguien entraba en su libreria y se enamoraba de un ejemplar cuyo precio no podia costearse, lo rebajaba hasta donde fuese necesario, o incluso lo regalaba si estimaba que el comprador era un lector de casta y no un diletante mariposon. Al margen de estas peculiaridades, Barcelo poseia una memoria de elefante y una pedanteria que no desmerecia en porte o sonoridad, pero si alguien sabia de libros extranos, era el. Aquella tarde, despues de cerrar la tienda, mi padre sugirio que nos acercasemos hasta el cafe de Els Quatre Gats en la calle Montsio, donde Barcelo y sus compinches mantenian una tertulia bibliofila sobre poetas malditos, lenguas muertas y obras maestras abandonadas a merced de la polilla.
Els Quatre Gats quedaba a tiro de piedra de casa y era uno de mis rincones predilectos de toda Barcelona. Alli se habian conocido mis padres en el ano 32, y yo atribuia en parte mi billete de ida por la vida al encanto de aquel viejo cafe. Dragones de piedra custodiaban la fachada enclavada en un cruce de sombras y sus farolas de gas congelaban el tiempo y los recuerdos. En el interior, las gentes se fundian con los ecos de otras epocas. Contables, sonadores y aprendices de genio compartian mesa con el espejismo de Pablo Picasso, Isaac Albeniz, Federico Garcia Lorca o Salvador Dali. Alli, cualquier pelagatos podia sentirse por unos instantes figura historica por el precio de un cortado.
- Hombre, Sempere -proclamo Barcelo al ver entrar a mi padre-, el hijo prodigo. ?A que se debe el honor?
- El honor se lo debe usted a mi hijo Daniel, don Gustavo, que acaba de hacer un descubrimiento.
- Pues vengan a sentarse con nosotros, que esta efemerides hay que celebrarla -proclamo Barcelo.
- ?Efemerides? -le susurre a mi padre.
- Barcelo se expresa solo en esdrujulas -respondio mi padre a media voz-. Tu no digas nada, que se envalentona.
Los contertulios nos hicieron sitio en su circulo y Barcelo, que gustaba de mostrarse esplendido en publico, insistio en invitarnos.
- ?Que edad tiene el mozalbete? -inquirio Barcelo, mirandome de reojo.
- Casi once anos -declare. Barcelo me sonrio, socarron.
- O sea, diez. No te pongas anos de mas, sabandijilla, que ya te los pondra la vida.
Varios de los contertulios murmuraron su asentimiento. Barcelo hizo senas a un camarero con aspecto inminente de ser declarado monumento historico para que se acercase a tomar nota.
- Un conac para mi amigo Sempere, del bueno, y para el retono una leche merengada, que tiene que crecer. Ah, y traiga unos taquitos de jamon, pero que no sean como los de antes, ?eh?, que para caucho ya esta la casa Pirelli -rugio el librero.
El camarero asintio y partio, arrastrando los pies y el alma.
- Lo que yo digo -comento el librero-. Como va a haber trabajo? Si en este pais no se jubila la gente ni despues de muerta. Mire usted al Cid. Si es que no hay remedio.
Barcelo saboreo su pipa apagada, su mirada aguilena escrutando con interes el libro que yo sostenia en las manos. Pese a su fachada farandulera y a tanta palabreria, Barcelo podia oler una buena presa como un lobo huele la sangre.
- A ver -dijo Barcelo, fingiendo desinteres-. ?Que me traen ustedes?
Le dirigi una mirada a mi padre. El asintio. Sin mas preambulo, le tendi el libro a Barcelo. El librero lo tomo con mano experta. Sus dedos de pianista rapidamente exploraron textura, consistencia y estado. Exhibiendo su sonrisa florentina, Barcelo localizo la pagina de edicion y la inspecciono con intensidad policial por espacio de un minuto. Los demas le observaban en silencio, como si esperasen un milagro o permiso para respirar de nuevo.
- Carax. Interesante -murmuro con tono impenetrable.
Tendi de nuevo mi mano para recuperar el libro. Barcelo arqueo las cejas, pero me lo devolvio con una sonrisa glacial.
- ?Donde lo has encontrado, chavalin?
- Es un secreto -replique, sabiendo que mi padre debia de estar sonriendo por dentro.
Barcelo fruncio el ceno y desvio la mirada hacia mi padre.
- Amigo Sempere, porque es usted y por todo el aprecio que le tengo y en honor a la larga y profunda amistad que nos une como a hermanos, dejemoslo en cuarenta duros y no se hable mas.
- Eso lo va a tener que discutir con mi hijo -adujo mi padre-. El libro es suyo.
Barcelo me ofrecio una sonrisa lobuna.
- ?Que me dices, muchachete? Cuarenta duros no esta mal para una primera venta... Sempere, este chico suyo hara carrera en este negocio.
Los contertulios le rieron la gracia. Barcelo me miro complacido, sacando su billetero de piel. Conto los cuarenta duros, que para aquel entonces eran toda una fortuna, y me los tendio. Yo me limite a negar en silencio. Barcelo fruncio el ceno.
- Mira que la codicia es pecado mortal de necesidad, ?eh? -adujo-. Venga, sesenta duros y te abres una cartilla de ahorro, que a tu edad ya hay que pensar en el futuro.
Negue de nuevo. Barcelo le lanzo una mirada airada a mi padre a traves de su monoculo.
- A mi no me mire -dijo mi padre-. Yo aqui solo vengo de acompanarte.
Barcelo suspiro y me observo detenidamente. A ver, nino, pero ?tu que es lo que quieres?
- Lo que quiero es saber quien es Julian Carax, y donde puedo encontrar otros libros que haya escrito.
Barcelo rio por lo bajo y enfundo de nuevo su billetera, reconsiderando a su adversario.
- Vaya, un academico. Sempere, pero ?que le da usted de comer a este crio? -bromeo.
El librero se inclino hacia mi con tono confidencial y, por un instante, me parecio entrever en su mirada un cierto respeto que no habia estado alli momentos atras.
- Haremos un trato -me dijo-. Manana domingo, por la tarde, te pasas por la biblioteca del Ateneo y preguntas por mi. Tu te traes tu libro para que lo pueda examinar bien, y yo te cuento lo que se de Julian Carax. Quid pro quo.
- ?Quid pro que?
- Latin, chaval. No hay lenguas muertas, sino cerebros aletargados. Parafraseando, significa que no hay duros a cuatro pesetas, pero que me has caido bien y te voy a hacer un favor.
Aquel hombre destilaba una oratoria capaz de aniquilar las moscas al vuelo, pero sospeche que si queria averiguar algo sobre Julian Carax, mas me valdria quedar en buenos terminos con el. Le sonrei beatificamente, mostrando mi deleite con los latinajos y su verbo facil.
- Recuerda, manana, en el Ateneo -sentencio el librero-. Pero trae el libro, o no hay trato.
- De acuerdo.
La conversacion se desvanecio lentamente en el murmullo de los demas contertulios, derivando hacia la discusion de unos documentos encontrados en los sotanos de El Escorial que sugerian la posibilidad de que don Miguel de Cervantes no habia sido sino el seudonimo literario de una velluda mujerona toledana. Barcelo, ausente, no participo en el debate bizantino y se limito a observarme desde su monoculo con una sonrisa velada. O quiza tan solo miraba el libro que yo sostenia en las manos.