No tuvimos noticias de Fermin en todo el dia. Mi padre insistio en abrir la libreria como cualquier otro dia y ofrecer una fachada de normalidad e inocencia. La policia habia apostado un agente frente a la escalera y un segundo vigilaba la plaza de Santa Ana, cobijado en el portal de la iglesia como santo de ultima hora. Los veiamos tiritar de frio bajo la intensa lluvia que habia llegado con el alba, el aliento de vapor cada vez mas diafano, las manos hundidas en los bolsillos de la gabardina. Mas de un vecino pasaba de largo, mirando de soslayo a traves del escaparate, pero ni un solo comprador se aventuro a entrar.
- Ya debe de haber corrido la voz -dije.
Mi padre se limito a asentir. Habia pasado la manana sin dirigirme la palabra y expresandose con gestos. La pagina con la noticia del asesinato de Nuria Monfort yacia sobre el mostrador. Cada veinte minutos se acercaba y la releia con expresion impenetrable. Llevaba acumulando ira en su interior todo el dia, hermetico.
- Por mucho que leas la noticia una y otra vez no va a ser verdad -dije.
Mi padre alzo la vista y me miro con severidad.
- ?Conocias tu a esta persona? ?Nuria Monfort?
- Habia hablado con ella un par de veces -dije.
El rostro de Nuria Monfort me robo el pensamiento. Mi falta de sinceridad tenia sabor a nausea. Me perseguia todavia su olor y el roce de sus labios, la imagen de aquel escritorio pulcramente ordenado y su mirada triste y sabia. "Un par de veces."
- ?Por que tuviste que hablar con ella? ?Que tenia que ver contigo?
- Era una vieja amiga de Julian Carax. La fui a visitar para preguntarle que recordaba de Carax. Eso es todo. Era la hija de Isaac, el guardian. El me dio sus senas.
- ?La conocia Fermin?
- No.
- ?Como puedes estar seguro?
- ?Como puedes tu dudar de el y dar credito a esas patranas? Lo unico que Fermin sabia de esa mujer es lo que yo le conte.
- ?Y por eso la estaba siguiendo?
- Si.
- Porque tu se lo habias pedido.
Guarde silencio. Mi padre suspiro.
- No lo entiendes, papa.
- Desde luego que no. No te entiendo a ti, ni a Fermin, ni...
- Papa, por lo que sabemos de Fermin, lo que pone ahi es imposible.
- ?Y que sabemos de Fermin, eh? Para empezar resulta que no sabiamos ni su verdadero nombre.
- Te equivocas con el.
- No, Daniel. Eres tu el que se equivoca, y en muchas cosas. ?Quien te manda a ti hurgar en la vida de la gente?
- Soy libre de hablar con quien quiera.
- Supongo que tambien te sientes libre de las consecuencias.
- ?Insinuas que soy responsable de la muerte de esa mujer?
- Esa mujer, como tu la llamas, tenia nombre y apellidos, y la conocias.
- No hace falta que me lo recuerdes -replique con lagrimas en los ojos.
Mi padre me contemplo con tristeza, negando.
- Dios santo, no quiero ni pensar como estara el pobre Isaac -murmuro mi padre para si mismo.
- Yo no tengo la culpa de que este muerta -dije con un hilo de voz, pensando que tal vez si lo repetia suficientes veces empezaria a creermelo.
Mi padre se retiro a la trastienda, negando por lo bajo.
- Tu sabras de lo que eres responsable o no, Daniel. A veces, ya no se quien eres.
Cogi mi gabardina y escape hacia la calle y la lluvia, donde nadie me conocia ni me podia leer el alma.
Me entregue a la lluvia helada sin rumbo fijo. Caminaba con la mirada caida, arrastrando la imagen de Nuria Monfort, sin vida, tendida en una fria losa de marmol, el cuerpo sembrado de punaladas. A cada paso, la ciudad se desvanecia a mi alrededor. Al enfilar un cruce en la calle Fontanella no me detuve ni a mirar el semaforo. Cuando senti el golpe de viento en la cara me volvi hacia una pared de metal y luz que se abalanzaba sobre mi a toda velocidad. En el ultimo instante, un transeunte a mi espalda tiro de mi hacia atras y me aparto de la trayectoria del autobus. Contemple el fuselaje centelleando a apenas unos centimetros de mi rostro, una muerte segura desfilando a una decima de segundo. Cuando tuve conciencia de lo que habia sucedido, el transeunte que me habia salvado la vida se alejaba por el paso de peatones, apenas una silueta en una gabardina gris. Me quede alli clavado, sin aliento. En el espejismo de la lluvia pude advertir que mi salvador se habia detenido al otro lado de la calle y me observaba bajo la lluvia. Era el tercer policia, Palacios. Una muralla de trafico de deslizo entre nosotros, y cuando volvi a mirar, el agente Palacios ya no estaba alli.
Me encamine hacia casa de Bea, incapaz de esperar mas. Necesitaba recordar lo poco de bueno que habia en mi, lo que ella me habia dado. Me lance escaleras arriba a toda prisa y me detuve frente a la puerta de los Aguilar, casi sin aliento. Tome el llamador y golpee tres veces con fuerza. Mientras esperaba, me arme de valor y adquiri conciencia de mi aspecto: empapado hasta los huesos. Me retire el pelo de la frente y me dije que ya estaba hecho. Si aparecia el senor Aguilar dispuesto a partirme las piernas y la cara, cuanto antes mejor. Llame de nuevo y al poco escuche unos pasos acercandose a la puerta. La mirilla se entreabrio. Una mirada oscura y recelosa me observaba.
- ?Quien va?
Reconoci la voz de Cecilia, una de las doncellas al servicio de la familia Aguilar.
- Soy Daniel Sempere, Cecilia.
La mirilla se cerro y en unos segundos se inicio el concierto de cerrojos y pasadores que blindaban la entrada al piso. El porton se abrio lentamente y me recibio Cecilia, encofrada y con uniforme, portando un cirio en un portavelas. Por su expresion de alarma intui que debia de ofrecerle un aspecto cadaverico.
- Buenas tardes, Cecilia. ?Esta Bea?
Me miro sin comprender. En el protocolo conocido de la casa, mi presencia, que en los ultimos tiempos era un accidente inusual, se asociaba unicamente a Tomas, mi antiguo companero de escuela.
- La senorita Beatriz no esta...
- ?Ha salido?
Cecilia, que apenas era un susto perpetuamente cosido a un delantal, asintio.
- ?Sabes cuando volvera?
La doncella se encogio de hombros.
- Marcho con los senores al medico hara unas dos horas.
- ?Al medico? ?Esta enferma?
- No lo se, senorito.
- ?A que doctor han ido?
- Yo eso no lo se, senorito.
Decidi no martirizar mas a la pobre doncella. La ausencia de los padres de Bea me abria otros caminos a explorar.
- ?Y Tomas, esta en casa?
- Si, senorito. Pase, que le aviso.
Me adentre en el recibidor y espere. En otros tiempos hubiera ido directamente a la habitacion de mi amigo, pero hacia ya tanto que no acudia a aquella casa que me sentia de nuevo un extrano. Cecilia desaparecio corredor abajo envuelta en el aura de luz, abandonandome a la oscuridad. Me parecio oir la voz de Tomas a lo lejos y luego unos pasos que se acercaban. Improvise una excusa con la que justificar ante mi amigo mi repentina visita. La figura que aparecio en el umbral del recibidor era de nuevo la de la doncella. Cecilia me dirigio una mirada compungida y se me deshizo la sonrisa de trapo.
- El senorito Tomas me dice que esta muy ocupado y no puede verle ahora.
- ?Le has dicho quien soy? Daniel Sempere.
- Si, senorito. Me ha dicho que le diga a usted que se marche.
Me nacio un frio en el estomago que me sego el aliento.
- Lo siento, senorito -dijo Cecilia.
Asenti, sin saber que decir. La doncella abrio la puerta de la que, no hacia tanto, habia considerado mi segunda casa.
- ?Quiere el senorito un paraguas?
- No, gracias, Cecilia.
- Lo siento, senorito Daniel -reitero la doncella.
Le sonrei sin fuerza.
- No te preocupes, Cecilia.
La puerta se cerro, sellandome en la sombra. Permaneci alli unos instantes y luego me arrastre escaleras abajo. La lluvia seguia arreciando, implacable. Me aleje calle abajo. Al doblar la esquina me detuve y me volvi un instante. Alce la mirada hacia el piso de los Aguilar. La silueta de mi viejo amigo Tomas se recortaba en la ventana de su habitacion. Me contemplaba inmovil. Le salude con la mano. No me devolvio el gesto. A los pocos segundos se retiro hacia el interior. Espere casi cinco minutos con la esperanza de verle reaparecer, pero fue en vano. La lluvia me arranco las lagrimas y parti en su compania.