GENIO Y FIGURA 1953

11

Aquel ano, el otono cubrio Barcelona con un manto de hojarasca que revoloteaba en las calles como piel de serpiente. La memoria de aquella lejana noche de cumpleanos me habia enfriado los animos, o quiza fue la vida que habia decidido concederme un ano sabatico de mis penas de sainete para que empezase a madurar. Me sorprendi a mi mismo apenas pensando en Clara Barcelo, o en Julian Carax, o en aquel fantoche sin rostro que olia a papel quemado y se declaraba personaje escapado de las paginas de un libro. Para noviembre habia cumplido un mes de sobriedad, sin acercarme una sola vez a la plaza Real a mendigar un atisbo de Clara en la ventana. El merito, debo confesar, no fue del todo mio. Las cosas en la libreria se estaban animando y mi padre y yo teniamos mas trabajo del que podiamos quitarnos de encima.

- A este paso vamos a tener que coger a otra persona para que nos ayude en la busqueda de los pedidos -comentaba mi padre-. Lo que nos haria falta seria alguien muy especial, medio detective, medio poeta, que cobre barato y al que no le asusten las misiones imposibles.

- Creo que tengo al candidato adecuado -dije.

Encontre a Fermin Romero de Torres en su lugar habitual bajo los arcos de la calle Fernando. El mendigo estaba recomponiendo la primera pagina de la Hoja del Lunes a partir de trozos rescatados de una papelera. La estampa del dia iba de obras publicas y desarrollo.

- ?Redios! ?Otro pantano? -le oi exclamar-. Esta gente del fascio acabara por convertirnos a todos en una raza de beatas y batracios.

- Buenas -dije suavemente-. ?Se acuerda de mi?

El mendigo alzo la vista, y su rostro se ilumino de pronto con una sonrisa de bandera.

- ?Alabados sean los ojos! ?Que se cuenta usted, amigo mio? Me aceptara un traguito de tinto, ?verdad?

- Hoy invito yo -dije-. ?Tiene apetito?

- Hombre, no le diria que no a una buena mariscada, pero yo me apunto a un bombardeo.

De camino a la libreria, Fermin Romero de Torres me relato toda suerte de correrias que habia vivido aquellas semanas a fin y efecto de eludir a las fuerzas de seguridad del Estado, y mas particularmente a su nemesis, un tal inspector Fumero con el que al parecer llevaba un largo historial de conflictos.

- ?Fumero? -pregunte, recordando que aquel era el nombre del soldado que habia asesinado al padre de Clara Barcelo en el castillo de Montjuic a los inicios de la guerra.

El hombrecillo asintio, palido y aterrado. Se le veia famelico, sucio y hedia a meses de vida en la calle. El pobre no tenia ni idea de adonde le conducia, y adverti en su mirada cierto susto y una creciente angustia que se esforzaba en vestir de verborrea incesante. Cuando llegamos a la tienda, el mendigo me lanzo una mirada de preocupacion.

- Ande, pase usted. Esta es la libreria de mi padre, al que quiero presentarle.

El mendigo se encogio en un manojo de rona y nervios.

- No, no, de ninguna manera, que yo no estoy presentable y este es un establecimiento de categoria; le voy a avergonzar a usted...

Mi padre se asomo a la puerta, le hizo un repaso rapido al mendigo y luego me miro de reojo.

- Papa, este es Fermin Romero de Torres.

- Para servirle a usted -dijo el mendigo casi temblando.

Mi padre le sonrio serenamente y le tendio la mano. El mendigo no se atrevia a estrecharla, avergonzado por su aspecto y la mugre que le cubria la piel.

- Oiga, mejor que me vaya y les deje a ustedes -tartamudeo.

Mi padre le asio suavemente por el brazo.

- Nada de eso, que mi hijo me ha dicho que se viene usted a comer con nosotros.

El mendigo nos miro, atonito, aterrado.

- ?Por que no sube a casa y se da un buen bano caliente? -dijo mi padre-. Luego, si le parece, nos bajamos andando hasta Can Sole.

Fermin Romero de Torres balbuceo algo ininteligible. Mi padre, sin bajar la sonrisa, le guio rumbo al portal y practicamente tuvo que arrastrarlo escalera arriba hasta el piso mientras yo cerraba la tienda. Con mucha oratoria y tacticas subrepticias conseguimos meterlo en la banera y despojarlo de sus andrajos. Desnudo parecia una foto de guerra y temblaba como un pollo desplumado. Tenia marcas profundas en las munecas y los tobillos, y su torso y espalda estaban cubiertos de terribles cicatrices que dolian a la vista. Mi padre y yo intercambiamos una mirada de horror, pero no dijimos nada.

El mendigo se dejo lavar como un nino, asustado y temblando. Mientras yo buscaba ropa limpia en el arcon para vestirlo, escuchaba la voz de mi padre hablandole sin pausa. Encontre un traje que mi padre ya no se ponia nunca, una camisa vieja y algo de ropa interior. De la muda que traia el mendigo no podian aprovecharse ni los zapatos. Le escogi unos que mi padre casi no se calzaba porque le quedaban pequenos. Envolvi los andrajos en papel de periodico, incluidos unos calzones que exhibian el color y la consistencia del jamon serrano, y los meti en el cubo de la basura. Cuando volvi al bano, mi padre estaba afeitando a Fermin Romero de Torres en la banera. Palido y oliendo a jabon, parecia un hombre veinte anos mas joven. Por lo que vi, ya se habian hecho amigos. Fermin Romero de Torres, quiza bajo los efectos de las sales de bano, se habia embalado.

- Mire lo que le digo, senor Sempere, de no haber querido la vida que la mia fuese una carrera en el mundo de la intriga internacional, lo mio, de corazon, eran las humanidades. De nino senti la llamada del verso y quise ser Sofocles o Virgilio, porque a mi la tragedia y las lenguas muertas me ponen la piel de gallina, pero mi padre, que en gloria este, era un cazurro de poca vision y siempre quiso que uno de sus hijos ingresara en la Guardia Civil, y a ninguna de mis siete hermanas las hubiesen admitido en la Benemerita, pese al problema de vello facial que siempre caracterizo a las mujeres de mi familia por parte de madre. En su lecho de muerte, mi progenitor me hizo jurar que si no llegaba a calzar el tricornio, al menos me haria funcionario y abandonaria toda pretension de seguir mi vocacion por la lirica. Yo soy de los de antes, y a un padre, aunque sea un burro, hay que obedecerle, ya me entiende usted. Aun asi, no se crea usted que he desdenado el cultivo del intelecto en mis anos de aventura. He leido lo mio y le podria recitar de memoria fragmentos selectos de La vida es sueno.

- Ande, jefe, pongase esta ropa, si me hace el favor, que aqui su erudicion esta fuera de toda duda -dije yo, acudiendo al rescate de mi padre.

A Fermin Romero de Torres se le deshacia la mirada de gratitud. Salio de la banera, reluciente. Mi padre lo envolvio en una toalla. El mendigo se reia de puro placer al sentir el tejido limpio sobre la piel. Le ayude a enfundarse la muda, que le venia unas diez tallas grande. Mi padre se desprendio del cinturon y me lo tendio para que se lo cinese al mendigo.

- Esta usted hecho un pincel -decia mi padre-. ?Verdad, Daniel?

- Cualquiera lo tomaria por un artista de cine.

- Quite, que uno ya no es el que era. Perdi mi musculatura herculea en la carcel y desde entonces...

- Pues a mi, me parece usted Charles Boyer, por la percha -objeto mi padre-. Lo cual me recuerda que queria proponerle a usted algo.

- Yo por usted, senor Sempere, si hace falta, mato. Solo tiene que decirme el nombre y yo liquido al tipo sin dolor.

- No hara falta tanto. Yo lo que queria ofrecerle es un trabajo en la libreria. Se trata de buscar libros raros para nuestros clientes. Es casi un puesto de arqueologia literaria, para el que hace tanta falta conocer los clasicos como las tecnicas basicas del estraperlo. No puedo pagarle mucho, de momento, pero comera usted en nuestra mesa y, hasta que le encontremos una buena pension, se hospedara usted aqui en casa, si le parece bien.

El mendigo nos miro a ambos, mudo.

- ?Que me dice? -pregunto mi padre-. ?Se une al equipo?

Me parecio que iba a decir algo, pero justo entonces Fermin Romero de Torres se nos echo a llorar.


Con su primer sueldo, Fermin Romero de Torres se compro un sombrero peliculero, unos zapatos de lluvia y se empeno en invitarnos a mi padre y a mi a un plato de rabo de toro, que preparaban los lunes en un restaurante a un par de calles de la Plaza Monumental. Mi padre le habia encontrado una habitacion en una pension de la calle Joaquin Costa donde, merced a la amistad de nuestra vecina la Merceditas con la patrona, se pudo obviar el tramite de rellenar la hoja de informacion sobre el huesped para la policia y asi mantener a Fermin Romero de Torres lejos del olfato del inspector Fumero y sus secuaces. A veces me venia a la memoria la imagen de las tremendas cicatrices que le cubrian el cuerpo. Me sentia tentado de preguntarle por ellas, temiendo quiza que el inspector Fumero tuviese algo que ver con el asunto, pero habia algo en la mirada del pobre hombre que sugeria que era mejor no mentar el tema. Ya nos lo contaria el mismo algun dia, cuando le pareciese oportuno. Cada manana, a las siete en punto, Fermin nos esperaba en la puerta de la libreria, con presencia impecable y siempre con una sonrisa en los labios, dispuesto a trabajar una jornada de doce o mas horas sin pausa. Habia descubierto una pasion por el chocolate y los brazos de gitano que no desmerecia de su entusiasmo por los grandes de la tragedia griega, con lo cual habia ganado algo de peso. Gastaba un afeitado de senorito, se peinaba hacia atras con brillantina y se estaba dejando un bigotillo de lapiz para estar a la moda. Treinta dias despues de emerger de aquella banera, el ex mendigo estaba irreconocible. Pero, pese a lo espectacular de su transformacion, donde realmente Fermin Romero de Torres nos habia dejado boquiabiertos era en el campo de batalla. Sus instintos detectivescos, que yo habia atribuido a fabulaciones febriles, eran de precision quirurgica. En sus manos, los pedidos mas extranos se solucionaban en dias, cuando no en horas. No habia titulo que no conociese, ni argucia para conseguirlo que no se le ocurriese para adquirirlo a buen precio. Se colaba en las bibliotecas particulares de duquesas de la avenida Pearson y diletantes del circulo ecuestre a golpe de labia, siempre asumiendo identidades ficticias, y conseguia que le regalasen los libros o se los vendiesen por dos perras.

La transformacion del mendigo en ciudadano ejemplar parecia milagrosa, una de esas historias que se complacian en contar los curas de parroquia pobre para ilustrar la infinita misericordia del Senor, pero que siempre sonaban demasiado perfectas para ser ciertas, como los anuncios de crecepelo en las paredes de los tranvias. Tres meses y medio despues de que Fermin hubiera empezado a trabajar en la libreria, el telefono del piso de la calle Santa Ana nos desperto a las dos de la manana de un domingo. Era la duena de la pension donde se hospedaba Fermin Romero de Torres. Con la voz entrecortada nos explico que el senor Romero de Torres se habia encerrado en su cuarto por dentro, estaba gritando como un loco, golpeando las paredes y jurando que si alguien entraba, se mataria alli mismo cortandose el cuello con una botella rota.

- No llame a la policia, por favor. Ahora mismo vamos.

Salimos a escape rumbo a la calle Joaquin Costa. Era una noche fria, de viento que cortaba y cielos de alquitran. Pasamos corriendo frente a la Casa de la Misericordia y la Casa de la Piedad, desoyendo miradas y susurros que silbaban desde portales oscuros que olian a estiercol y carbon. Llegamos a la esquina de la calle Ferlandina. Joaquin Costa caia como una brecha de colmenas ennegrecidas fundiendose en las tinieblas del Raval. El hijo mayor de la duena de la pension nos esperaba en la calle.

- ?Han llamado a la policia? -pregunto mi padre.

- Todavia no -contesto el hijo.

Corrimos escaleras arriba. La pension estaba en el segundo piso, y la escalera era una espiral de mugre que apenas se adivinaba al reluz ocre de bombillas desnudas y cansadas que pendian de un cable pelado. Dona Encarna, viuda de un cabo, de la Guardia Civil y duena de la pension, nos recibio a la puerta del piso enfundada en una bata azul celeste y luciendo una cabeza de rulos a juego.

- Mire, senor Sempere, esta es una casa decente y de categoria. Me sobran las ofertas y estos retablos yo no tengo por que tolerarlos -dijo mientras nos guiaba a traves de un pasillo oscuro que olia a humedad y a amoniaco.

- Lo comprendo -murmuraba mi padre.

Los gritos de Fermin Romero de Torres se oian desgarrando las paredes al fondo del corredor. De las puertas entreabiertas se asomaban varias caras chupadas y asustadas, caras de pension y sopa aguada.

- Venga, y los demas a dormir, cono, que esto no es una revista del Molino -exclamo dona Encarna con furia.

Nos detuvimos frente a la puerta de la habitacion de Fermin. Mi padre golpeo suavemente con los nudillos.

- ?Fermin? ?Esta usted ahi? Soy Sempere.

El aullido que atraveso la pared me helo el corazon. Incluso dona Encarna perdio la compostura de gobernanta y se llevo las manos al corazon, oculto bajo los pliegues abundantes de su frondosa pechuga.

Mi padre llamo de nuevo.

- ?Fermin? Ande, abrame.

Fermin aullo de nuevo, lanzandose contra las paredes, gritando obscenidades hasta desganitarse. Mi padre suspiro.

- ?Tiene usted llave de esta habitacion?

- Pues claro.

- Demela.

Dona Encarna dudo. Los demas inquilinos se habian vuelto a asomar al pasillo, blancos de terror. Aquellos gritos se tenian que oir desde Capitania.

- Y tu, Daniel, corre a buscar al doctor Baro, que esta aqui al lado, en el 12 de Riera Alta.

- Oiga, ?no seria mejor llamar a un cura?, porque a mi este me suena a endemoniado -ofrecio dona Encarna.

- No. Con un medico va que se mata. Venga, Daniel. Corre. Y usted deme esa llave, haga el favor.


El doctor Baro era un solteron insomne que pasaba las noches leyendo a Zola y mirando estereogramas de senoritas en panos menores para combatir el tedio. Era cliente habitual en la tienda de mi padre y el mismo se autocalificaba de matasanos de segunda fila, pero tenia mas ojo para acertar diagnosticos que la mitad de los doctores de postin con consulta en la calle Muntaner. Gran parte de su clientela la componian furcias viejas del barrio y desgraciados que apenas podian pagarle, pero a los que atendia igualmente. Yo le habia escuchado decir mas de una vez que el mundo era un orinal y que estaba esperando a que el Barcelona ganase la liga de una punetera vez para morirse en paz. Me abrio la puerta en bata, oliendo a vino y con un pitillo apagado en los labios.

- ?Daniel?

- Me manda mi padre. Es una emergencia.

Cuando regresamos a la pension nos encontramos a dona Encarna sollozando de puro susto, al resto de los inquilinos con color de cirio gastado y a mi padre sosteniendo en sus brazos a Fermin Romero de Torres en un rincon de la habitacion. Fermin estaba desnudo, llorando y temblando de terror. La habitacion estaba destrozada, las paredes manchadas con lo que no sabria decir si era sangre o excremento. El doctor Baro echo un rapido vistazo a la situacion y, con un gesto, le indico a mi padre que tenian que tender a Fermin en la cama. Les ayudo el hijo de dona Encarna, que aspiraba a boxeador. Fermin gemia y se convulsionaba como si una alimana le estuviese devorando las entranas.

- Pero ?que tiene este pobre hombre, por Dios? ?Que tiene? -gemia dona Encarna desde la puerta, agitando la cabeza.

El doctor le tomo el pulso, le inspecciono las pupilas con una linterna y sin mediar palabra procedio a preparar una inyeccion de un frasco que llevaba en el maletin.

- Sujetenlo. Esto lo pondra a dormir. Daniel, ayudanos.

Entre los cuatro inmovilizamos a Fermin, que se sacudio violentamente cuando sintio la punzada de la aguja en el muslo. Se le tensaron los musculos como cables de acero, pero en unos segundos los ojos se le nublaron v su cuerpo cayo inerte.

- Oiga, vigile, que este hombre es muy poca cosa y segun lo que le de lo mata -dijo dona Encarna.

- No se preocupe. Solo esta dormido -dijo el doctor, examinando las cicatrices que cubrian el cuerpo famelico de Fermin.

Le vi negar en silencio.

- Fills de puta -murmuro.

- ?De que son esas cicatrices? -pregunte-. ?Cortes?

El doctor Baro nego, sin alzar la vista. Busco una manta entre los despojos y cubrio a su paciente.

- Quemaduras. A este hombre lo han torturado -explico-. Esas marcas las hace una lampara de soldar.

Fermin durmio durante dos dias. Al despertar no recordaba nada, excepto que creia haberse despertado en una celda oscura y luego nada mas. Se sintio tan avergonzado por su conducta que se puso de rodillas a pedirle perdon a dona Encarna. Le juro que le iba a pintar la pension y, como sabia que ella era muy devota, hacer decir diez misas por ella en la iglesia de Belen.

- Usted lo que tiene que hacer es ponerse bien, y no darme mas sustos asi, que yo estoy vieja para esto.

Mi padre pago los desperfectos y rogo a dona Encarna que le diese otra oportunidad a Fermin. Ella asintio de buen grado. La mayoria de sus inquilinos eran desheredados y gente sola en el mundo, como ella. Pasado el susto, le cogio aun mas carino a Fermin y le hizo prometer que tomaria unas pastillas que el doctor Baro le habia recetado.

- Yo por usted, dona Encarna, me trago un ladrillo si es necesario.

Con el tiempo todos hicimos como que habiamos olvidado lo sucedido, pero nunca mas volvi a tomarme a broma las historias del inspector Fumero. Despues de aquel episodio, para no dejarlo solo, nos llevabamos a Fermin Romero de Torres casi todos los domingos a merendar al cafe Novedades. Luego subiamos andando hasta el cine Femina en la esquina de Diputacion y paseo de Gracia. Uno de los acomodadores era amigo de mi padre y nos dejaba colarnos por la salida de incendios de platea a medio No-Do, siempre en el momento en que el Generalisimo cortaba la cinta inaugural de algun nuevo pantano, lo cual a Fermin Romero de Torres le atacaba los nervios.

- Que verguenza -decia, indignado.

- ?No le gusta a usted el cine, Fermin?

- En confianza, a mi esto del septimo arte me la repampinfla. A mi entender no es mas que pabulo para atontar a la plebe embrutecida, peor que el futbol o los toros. El cinematografo nacio como invento para entretener a las masas analfabetas, y cincuenta anos mas tarde no ha cambiado mucho.

Toda aquella reticencia cambio radicalmente el dia que Fermin Romero de Torres descubrio a Carole Lombard.

- ?Que busto, Jesus, Maria y Jose, que busto! -exclamo en plena proyeccion, poseido-. ?Eso no son tetas, son dos carabelas!

- Callese, so guarro, o ahora mismo llamo al encargado -mascullo una voz de confesonario ubicada un par de filas a nuestras espaldas-. Habrase visto el poca verguenza. Que pais de cerdos.

- Mas vale que baje la voz, Fermin -aconseje.

Fermin Romero de Torres no me escuchaba. Andaba perdido en el suave vaiven de aquel escote milagroso, con la sonrisa robada y los ojos envenenados de tecnicolor. Mas tarde, caminando de vuelta por el paseo de Gracia, observe que nuestro detective bibliografico seguia en trance.

- Creo que vamos a tener que buscarle a usted una mujer -dije-. Una mujer le alegrara la vida, ya lo vera.

Fermin Romero de Torres suspiro, su mente rebobinando aun las delicias de la ley de la gravedad.

- ?Habla usted por experiencia, Daniel? -pregunto inocentemente.

Me limite a sonreir, sabiendo que mi padre me observaba de refilon.

Despues de aquel dia, Fermin Romero de Torres se aficiono a ir todos los domingos al cine. Mi padre preferia quedarse en casa leyendo, pero Fermin Romero de Torres no se perdia una sesion. Compraba un monton de chocolatinas y se sentaba en la fila diecisiete a devorarlas, esperando la aparicion estelar de la diva de turno. El argumento le traia al pairo, y no paraba de hablar hasta que una dama de considerables atributos llenaba la pantalla.

- He estado pensando en lo que dijo usted el otro dia sobre lo de buscarme una mujer -dijo Fermin Romero de Torres-. A lo mejor tiene usted razon. En la pension hay un nuevo inquilino, un ex seminarista sevillano muy salado que de vez en cuando se trae unas chavalas imponentes. Oiga, como ha mejorado la raza. No se como se lo hace, porque el muchacho es bien poca cosa, pero a lo mejor las atonta a padrenuestros. Como tiene la habitacion de al lado, yo lo oigo todo, y a juzgar por lo que se escucha, el fraile debe de ser un artista. Lo que hace un uniforme. ?A usted como le gustan las mujeres, Daniel?

- No se yo mucho de mujeres, la verdad.

- Saber no sabe nadie, ni Freud, ni ellas mismas, pero esto es como la electricidad, no hace falta saber como funciona para picarse los dedos. Hala, cuente. ?Como le gustan? A mi que me perdonen, pero una mujer tiene que tener forma de hembra y donde agarrarse, pero usted tiene pinta de que le gusten las flacas, que es un punto de vista que yo respeto muchisimo, ?eh?, no me malinterprete.

- Si he de serle sincero, no tengo mucha experiencia con las mujeres. Mas bien ninguna.

Fermin Romero de Torres me miro con detenimiento, intrigado ante esta manifestacion de ascetismo.

- Yo creia que lo de aquella noche, ya sabe, el porrazo...

- Si todo doliese como una bofetada...

Fermin parecio leerme el pensamiento, y sonrio solidariamente.

- Pues mire, que no le sepa mal, porque lo mejor de las mujeres es descubrirlas. Como la primera vez, nada de nada. Uno no sabe lo que es la vida hasta que desnuda por primera vez a una mujer. Boton a boton, como si pelase usted un boniato bien calentito en una noche de invierno. Ahhhhh...

En pocos segundos, Veronica Lake hacia su entrada en escena, y Fermin habia saltado de dimension. Aprovechando una secuencia en que Veronica Lake descansaba, Fermin anuncio que se iba a hacer una visita al puesto de chucherias del vestibulo para reponer existencias. Despues de pasar meses de hambre, mi amigo habia perdido el sentido de la medida, pero merced a su metabolismo de bombilla nunca llegaba a perder aquel aire hambriento y escualido de posguerra. Me quede solo, apenas siguiendo la accion en pantalla. Mentiria si dijese que pensaba en Clara. Pensaba solo en su cuerpo, temblando bajo las embestidas del profesor de musica, reluciente de sudor y de placer. Se me cayo la mirada de la pantalla y solo entonces repare en el espectador que acababa de entrar. Vi su silueta avanzar hasta el centro del patio de butacas, seis filas mas adelante, y tomar asiento. Los cines estaban llenos de gente sola, pense. Como yo.

Intente concentrarme en retomar el hilo de la accion. El galan, un detective cinico pero con buen corazon, le explicaba a un personaje secundario por que las mujeres como Veronica Lake eran la perdicion de todo macho cabal y, aun asi, no cabia sino amarlas con desesperacion y perecer traicionado por su perfidia. Fermin Romero de Torres, que se estaba convirtiendo en critico experto, denominaba a este genero de historias "el cuento de la mantis religiosa" . Segun el no eran sino fantasias misoginas para oficinistas con problemas de estrenimiento y beatas ajadas de aburrimiento que sonaban con echarse al vicio y llevar una vida de puton desorejado. Sonrei al imaginar los comentarios a pie de pagina que hubiese hecho mi amigo el critico de no haber acudido a su cita con el puesto de golosinas. La sonrisa se me helo en menos de un segundo. El espectador sentado seis filas al frente se habia vuelto y me estaba mirando fijamente. El haz nebuloso del proyector taladraba las tinieblas de la sala, un soplo de luz parpadeante que apenas dibujaba lineas y manchas de color. Reconoci al instante al hombre sin rostro, Coubert. Su mirada sin parpados brillaba, acerada. Su sonrisa sin labios se relamia en la oscuridad. Senti dedos frios cerrandose sobre mi corazon. Doscientos violines estallaron en la pantalla, hubo tiros, gritos y la escena fundio a negro. Por un instante, la platea se sumio en la oscuridad absoluta y solo pude oir los latidos que me martilleaban en las sienes. Lentamente, una nueva escena se ilumino en la pantalla, deshaciendo la oscuridad de la sala en vahos de penumbra azul y purpura. El hombre sin rostro habia desaparecido. Me volvi y pude ver una silueta alejandose por el pasillo de la platea y cruzarse con Fermin Romero de Torres, que volvia de su safari gastronomico. Se adentro en la fila y retomo su butaca. Me tendio una chocolatina de praline y me observo con cierta reserva.

- Daniel, esta usted blanco como nalga de monja. ?Se encuentra bien?

Un aliento invisible barria el patio de butacas.

- Huele raro -comento Fermin Romero de Torres-. Como a pedo rancio, de notario o procurador.

- No. Huele a papel quemado.

- Ande, tenga un Sugus de limon, que lo cura todo.

- No me apetece.

- Pues se lo guarda, que nunca se sabe cuando un Sugus le va a sacar a uno de un apuro.

Guarde el caramelo en el bolsillo de la chaqueta y navegue por el resto de la pelicula sin prestar atencion ni a Veronica Lake ni a las victimas de sus fatales encantos. Fermin Romero de Torres se habia perdido en el espectaculo y en sus chocolatinas. Cuando se encendieron las luces al termino de la sesion, me parecio haber despertado de un mal sueno y me senti tentado de tomar la presencia de aquel individuo en el patio de butacas como una ilusion, un truco de la memoria, pero su breve mirada en la oscuridad habia bastado para hacerme llegar el mensaje. No se habia olvidado de mi, ni de nuestro pacto.

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