32

Aquella noche regrese al piso de la plaza Real que habia jurado no volver a pisar anos atras. Un par de parroquianos que habian presenciado la paliza desde la puerta del Xampanet se ofrecieron a ayudarme a llevar a Fermin hasta una parada de taxis en la calle Princesa mientras un camarero del local llamaba al numero que le habia dado advirtiendo de nuestra llegada. La carrera en el taxi se me hizo infinita. Fermin habia perdido el conocimiento antes de arrancar. Yo le sostenia en mis brazos, aferrandole contra el pecho e intentando darle calor. Podia sentir su sangre tibia empapandome la ropa. Yo le murmuraba al oido, diciendole que ya llegabamos, que no iba a ser nada. La voz me temblaba. El conductor me lanzaba miradas furtivas desde el espejo.

- Oiga, yo no quiero lios, ?eh? Si ese se muere, se bajan.

- Usted acelere y calle.

Cuando llegamos a la calle Fernando, Gustavo Barcelo y la Bernarda ya esperaban a la puerta del edificio en compania del doctor Soldevila. Al vernos cubiertos de sangre y mugre, la Bernarda se echo a gritar en un lance de panico. El doctor tomo rapidamente el pulso a Fermin y aseguro que el paciente estaba vivo. Entre los cuatro conseguimos subir a Fermin escaleras arriba y llevarlo hasta la habitacion de la Bernarda, donde una enfermera que habia traido el doctor ya estaba preparandolo todo. Una vez el paciente estuvo dispuesto sobre la cama, la enfermera empezo a desnudarlo. El doctor Soldevila insistio en que saliesemos todos de la habitacion y les dejasemos hacer. Nos cerro la puerta en las narices con un sucinto "vivira".

En el pasillo, la Bernarda lloraba desconsoladamente, gimiendo que por una vez que encontraba a un hombre bueno, venia Dios y se lo arrancaba a punetazos. Don Gustavo Barcelo la tomo en sus brazos y se la llevo a la cocina, donde procedio a empapuzarla de brandy hasta que la pobre apenas se tuvo en pie. Una vez las palabras de la criada empezaron a ser ininteligibles, el librero se sirvio una copa para el y la apuro de un trago.

- Lo siento. No sabia adonde ir... -empece.

- Tranquilo. Has hecho bien. Soldevila es el mejor traumatologo de Barcelona -dijo, sin dirigirse a nadie en particular.

- Gracias -murmure.

Barcelo suspiro y me sirvio un buen trago de brandy en un vaso. Decline su ofrecimiento, que paso a las manos de la Bernarda en cuyos labios desaparecio por ensalmo.

- Haz el favor de darte una ducha y ponerte algo de ropa limpia -indico Barcelo-. Si vuelves a tu casa con esas pintas, mataras a tu padre del susto.

- No hace falta... estoy bien -dije.

- Pues entonces deja de temblar. Anda, ve, puedes usar mi bano, que tiene termo. Ya sabes el camino. Yo entretanto voy a llamar a tu padre y le dire que, bueno, no se que le dire. Algo se me ocurrira.

Asenti.

- Esta sigue siendo tu casa, Daniel -dijo Barcelo mientras me alejaba por el pasillo-. Se te ha echado de menos.

Fui capaz de encontrar el bano de Gustavo Barcelo, pero no el interruptor de la luz. Pensandolo bien, me dije, prefiero ducharme en la penumbra. Me despoje de mi ropa manchada de sangre y mugre y me aupe a la banera imperial de Gustavo Barcelo. Una tiniebla perlada se filtraba por el ventanal que daba al patio interno de la finca, sugiriendo los perfiles de la estancia y el juego de baldosas esmaltadas del suelo y las paredes. El agua salia ardiendo y con una presion que, comparada con la modestia de nuestro bano en la calle Santa Ana, me parecio digna de hoteles de lujo en los que nunca habia puesto los pies. Permaneci varios minutos bajo los haces de vapor de la ducha, inmovil.

El eco de los golpes cayendo sobre Fermin seguia martilleandome en los oidos. No podia quitarme de la cabeza las palabras de Fumero, ni el rostro de aquel policia que me habia sujetado, probablemente para protegerme. Al rato adverti que el agua empezaba a enfriarse y supuse que estaba agotando la reserva del termo de mi anfitrion. Apure hasta la ultima gota de agua tibia y cerre el paso. El vapor ascendia de mi piel como hilos de seda. A traves de la cortina de la ducha adivine una silueta inmovil frente a la puerta. Su mirada vacia brillaba como la de un gato.

- Puedes salir sin miedo, Daniel. Pese a todas mis maldades, sigo sin poder verte.

- Hola, Clara.

Tendio una toalla limpia hacia mi. Alargue el brazo y la cogi. Me envolvi en ella con pudor de colegiala e incluso en la penumbra vaporosa pude ver que Clara sonreia, adivinando mis movimientos.

- No te he oido entrar.

- No he llamado. ?Por que te duchas a oscuras?

- ?Como sabes que la luz no esta encendida?

- El zumbido de la bombilla -dijo-. Nunca volviste a despedirte.

Si que volvi, pense, pero estabas muy ocupada. Las palabras se me murieron en los labios, su rencor y amargura lejanos, ridiculos de repente.

- Lo se. Perdona.

Sali de la ducha y me plante sobre la alfombrilla de felpa. El halo de vapor ardia en motas de plata, la claridad del tragaluz un velo blanco sobre el rostro de Clara. No habia cambiado un apice de como yo la recordaba. Cuatro anos de ausencia no me habian servido de casi nada.

- Te ha cambiado la voz -dijo-. ?Has cambiado tu tambien, Daniel?

- Sigo siendo tan bobo como antes, si es lo que te intriga.

Y mas cobarde, anadi para mis adentros. Ella conservaba aquella misma sonrisa rota que dolia incluso en la penumbra. Extendio la mano y, como aquella tarde ocho anos atras en la biblioteca del Ateneo, entendi al instante. Guie su mano hasta mi rostro humedo y senti sus dedos descubrirme de nuevo, sus labios dibujando palabras en silencio.

- Nunca quise hacerte dano, Daniel. Perdoname.

Le tome la mano y la bese en la oscuridad.

- Perdoname tu a mi.

Todo asomo de melodrama se astillo en pedazos al asomarse la Bernarda a la puerta y, pese a estar practicamente ebria, descubrirme desnudo, chorreando, sosteniendo la mano de Clara en los labios y con la luz apagada.

- Por el amor de Dios, senorito Daniel, que poca verguenza. Jesus, Maria y Jose. Es que hay quien no escarmienta...

La Bernarda se batio en retirada, azorada, y confie que cuando los efectos del brandy menguasen, el recuerdo de lo que habia visto se desvaneciese de su mente como un retazo de sueno. Clara se retiro unos pasos y me tendio la ropa que sostenia bajo el brazo izquierdo.

- Mi tio me ha dado este traje suyo para que te lo pongas. Es de cuando el era joven. Dice que has crecido un monton y que ya te vendra bien. Te dejo para que te vistas. No tenia que haber entrado sin llamar.

Tome la muda que me ofrecia y procedi a enfundarme la ropa interior, tibia y perfumada, la camisa de algodon rosada, los calcetines, el chaleco, los pantalones y la americana. El espejo mostraba un vendedor a domicilio, desarmado de sonrisa. Cuando regrese a la cocina, el doctor Soldevila habia salido un instante de la habitacion donde estaba atendiendo a Fermin para informar a la concurrencia de su estado.

- De momento, lo peor ha pasado -anuncio-. No hay que preocuparse. Estas cosas siempre parecen mas graves de lo que son. Su amigo ha sufrido una fractura en el brazo izquierdo y dos costillas rotas, ha perdido tres dientes y presenta magulladuras multiples, cortes y contusiones, pero afortunadamente no hay hemorragia interna ni sintomas de lesion cerebral. Los periodicos doblados que el paciente llevaba bajo la ropa a modo de abrigo y acento de corpulencia, como el dice, le han servido de armadura para amortiguar los golpes. Hace unos instantes, al recobrar la conciencia durante unos minutos, el paciente me ha pedido que les diga a ustedes que se encuentra como un chaval de veinte anos, que quiere un bocadillo de morcilla y ajos tiernos, una chocolatina y caramelos Sugus de limon. En principio no veo inconveniente, aunque creo que de momento es mejor empezar con unos zumos, yogur y quiza algo de arroz hervido. Ademas, y como fe de su lozania y presencia de animo, el paciente me ha indicado que les transmita a ustedes que, al ponerle la enfermera Amparito unos puntos en la pierna, ha experimentado una ereccion como un tempano.

- Es que el es muy hombre -murmuro la Bernarda, con tono de disculpa.

- ?Cuando podremos verle? -pregunte.

- Ahora mejor no. Quiza al alba. Le vendra bien algo de reposo y manana mismo me gustaria llevarle al hospital del Mar para hacerle un encefalograma, para quedarnos tranquilos, pero creo que vamos sobre seguro y que el senor Romero de Torres estara como nuevo en unos dias. A juzgar por las marcas y cicatrices que lleva en el cuerpo, este hombre ha salido de peores lances y es todo un superviviente. Si necesitan ustedes una copia del dictamen para presentar una denuncia en jefatura...

- No sera necesario -interrumpi.

- Joven, le advierto que esto hubiera podido Ser muy serio. Hay que dar parte a la policia inmediatamente.

Barcelo me observaba atentamente. Le devolvi la mirada y el asintio.

- Tiempo habra para esos tramites, doctor, no se preocupe usted -dijo Barcelo-. Ahora lo importante es asegurarse de que el paciente esta en buen estado. Yo mismo presentare la denuncia pertinente manana a primera hora. Incluso las autoridades tienen derecho a un poco de paz y sosiego nocturno.

Obviamente, el doctor no veia con buenos ojos mi sugerencia de ocultar el incidente a la policia, pero al comprobar que Barcelo se responsabilizaba del tema se encogio de hombros y regreso a la habitacion para proseguir con las curas. Tan pronto hubo desaparecido, Barcelo me indico que le siguiera a su estudio. La Bernarda suspiraba en su taburete, a merced del brandy y el susto.

- Bernarda, entretengase. Haga algo de cafe. Bien cargado.

- Si, senor. Ahora mismo.

Segui a Barcelo hasta su despacho, una cueva sumergida en nieblas de tabaco de pipa que se perfilaba entre columnas de libros y papeles. Los ecos del piano de Clara nos llegaban en efluvios a destiempo. Las lecciones del maestro Neri obviamente no habian servido de mucho, al menos en el terreno musical. El librero me indico que me sentara y procedio a prepararse una pipa.

- He llamado a tu padre y le he dicho que Fermin ha tenido un pequeno accidente y que tu lo habias traido aqui

- ?Se lo ha tragado?

- No creo.

- Ya.

El librero prendio su pipa y se recosto en el butacon del escritorio, deleitandose en su aspecto mefistofelico. En el otro extremo del piso, Clara humillaba a Debussy. Barcelo puso los ojos en blanco.

- ?Que se hizo del maestro de musica? -pregunte.

- Lo despedi. Abuso de catedra.

- Ya.

- ?Seguro que a ti no te han zurrado tambien? Le estas dando mucho a los monosilabos. De chavalin eras mas parlanchin.

La puerta del estudio se abrio y la Bernarda entro portando una bandeja con dos tazas humeantes y un azucarero. A la vista de sus andares temi interponerme en la trayectoria de una lluvia de cafe hirviente.

- Permiso. ?El senor lo tomara con un chorrito de brandy?

- Me parece que la botella de Lepanto se ha ganado un descanso esta noche, Bernarda. Y usted tambien. Venga, vayase a dormir. Daniel y yo nos quedamos despiertos por si hace falta algo. Ya que Fermin esta en su dormitorio, puede usted usar mi habitacion.

- Ay, senor, de ninguna manera.

- Es una orden. Y no me discuta. La quiero dormida en cinco minutos.

- Pero, senor...

- Bernarda, que se juega el aguinaldo.

- Lo que usted mande, senor Barcelo. Aunque yo duermo encima de la colcha. Faltaria mas.

Barcelo espero ceremoniosamente a que la Bernarda se hubiese retirado. Se sirvio siete terrones de azucar y procedio a remover la taza con la cucharilla, perfilando una sonrisa felina entre nubarrones de tabaco holandes.

- Ya lo ves. Tengo que llevar la casa con mano dura.

- Si, esta usted hecho un ogro, don Gustavo.

- Y tu un liante. Dime, Daniel, ahora que no nos oye nadie. ?Por que no es una buena idea que demos parte a la policia de lo que ha pasado?

- Porque ya lo saben.

- ?Quieres decir...?

Asenti.

- ?En que clase de lio estais metidos, si no es mucho preguntar?

Suspire.

- ?Algo en lo que yo pueda ayudar?

Alce la mirada. Barcelo me sonreia sin malicia, la fachada de ironia en rara tregua.

- ?No tendra todo esto, por una de aquellas cosas, que ver con aquel libro de Carax que no quisiste venderme cuando debias?

Me cazo la sorpresa al vuelo.

- Yo podria ayudaros -ofrecio-. Me sobra lo que a vosotros os falta: dinero y sentido comun.

- Creame, don Gustavo, ya he complicado a demasiada gente en este asunto.

- No vendra de uno, entonces. Venga, en confianza. Hazte a la idea de que soy tu confesor.

- Hace anos que no me confieso.

- Se te ve en la cara.

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