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Extingui las velas con los dedos y le hice una sena a Bea para que guardase silencio. Me asio la mano y me miro inquisitivamente. Los pasos lentos de Fumero se escuchaban a nuestros pies. Conduje a Bea de nuevo al interior de la habitacion y le indique que permaneciese alli, oculta tras la puerta.

- No salgas de aqui, pase lo que pase -susurre.

- No me dejes ahora, Daniel. Por favor.

- Tengo que advertir a Carax.

Bea me imploro con la mirada, pero me retire al corredor antes de rendirme. Me deslice hasta el umbral de la escalinata principal. No habia rastro de la sombra de Fumero, ni de sus pasos. Se habia detenido en algun punto de la oscuridad, inmovil. Paciente. Me retire de nuevo al corredor y rodee la galeria de habitaciones hasta la fachada principal del caseron. Un ventanal empanado de hielo destilaba cuatro haces azules, turbios como agua estanca. Me acerque a la ventana y pude ver un coche negro apostado frente a la verja principal. Reconoci el automovil del teniente Palacios. Una brasa de cigarrillo en la oscuridad delataba su presencia tras el volante. Regrese lentamente hasta la escalinata y descendi peldano a peldano, posando los pies con infinita cautela. Me detuve a medio trayecto y escrute la tiniebla que inundaba la planta baja.

Fumero habia dejado el porton principal abierto a su paso. El viento habia apagado las velas y escupia remolinos de nieve. La hojarasca helada danzaba en la boveda, flotando en un tunel de claridad polvorienta que insinuaba las ruinas del caseron. Descendi cuatro peldanos mas, apoyandome contra la pared. Vislumbre un atisbo de la cristalera de la biblioteca. Seguia sin detectar a Fumero. Me pregunte si habria descendido al sotano o a la cripta. El polvo de nieve que penetraba desde el exterior estaba borrando sus huellas. Me deslice hasta el pie de la escalinata y eche un vistazo hacia el corredor que conducia a la entrada. El viento helado me escupio en la cara. La garra del angel sumergido en la fuente se entreveia en la tiniebla. Mire en la otra direccion. La entrada a la biblioteca quedaba a una decena de metros del pie de la escalinata. La antecamara que conducia hasta alli quedaba velada de oscuridad. Comprendi que Fumero podia estar observandome a apenas unos metros del punto en el que me encontraba, sin que yo pudiera verle. Escrute la sombra, impenetrable como las aguas de un pozo. Respire hondo y, casi arrastrando los pies, cruce la distancia que me separaba de la entrada de la biblioteca a ciegas.

El gran salon oval quedaba sumergido en una penuria de luz vaporosa, acribillada de puntos de sombra proyectados por la nieve desplomandose gelatinosamente tras los ventanales. Deslice la mirada por los muros desnudos en busca de Fumero, quiza apostado junto a la entrada. Un objeto emergia del muro a apenas dos metros a mi derecha. Por un instante me parecio que se desplazaba, pero era solo el reflejo de la luna sobre el filo. Un cuchillo, quiza una navaja de doble filo, estaba clavado en la pared. Ensartaba un rectangulo de carton o papel. Me aproxime hasta alli y reconoci la imagen apunalada sobre el muro. Era una copia identica de la fotografia medio quemada que un extrano habia abandonado en el mostrador de la libreria. En el retrato, Julian y Penelope, apenas unos adolescentes, sonreian a una vida que se les habia escapado sin saberlo. El filo de la navaja atravesaba el pecho de Julian. Comprendi entonces que no habia sido Lain Coubert, o Julian Carax, quien habia dejado aquella fotografia como una invitacion. Habia sido Fumero. La fotografia habia sido un cebo envenenado. Alce la mano para arrebatarsela al cuchillo, pero el contacto helado del revolver de Fumero en la nuca me detuvo.

- Una imagen vale mas que mil palabras, Daniel. Si tu padre no hubiera sido un librero de mierda, ya te lo habria ensenado.

Me volvi lentamente y enfrente el canon del arma. Apestaba a polvora reciente. El rostro cadaverico de Fumero sonreia en una mueca crispada de terror.

- ?Donde esta Carax?

- Lejos de aqui. Sabia que usted vendria a por el. Se ha marchado.

Fumero me observaba sin pestanear.

- Te voy a volar la cara en pedazos, chaval.

- De poco le servira. Carax no esta aqui.

- Abre la boca -ordeno Fumero.

- ?Para que?

- Abre la boca o te la abro yo de un tiro.

Desplegue los labios. Fumero me introdujo el revolver en la boca. Senti una arcada trepandome por la garganta. El pulgar de Fumero tenso el percutor.

- Ahora, desgraciado, piensa si tienes alguna razon para seguir viviendo. ?Que dices?

Asenti lentamente.

- Entonces dime donde esta Carax.

Intente balbucear. Fumero retiro el revolver lentamente.

- ?Donde esta?

- Abajo. En la cripta.

- Tu me guias. Quiero que estes presente cuando le cuente a ese hijo de puta como gemia Nuria Monfort cuando le hundi el cuchillo en...

La silueta se abrio camino de la nada. Atisbando por encima del hombro de Fumero crei ver como la oscuridad se removia en cortinajes de bruma y una figura sin rostro, de mirada incandescente, se deslizaba hacia nosotros en silencio absoluto, como si apenas rozase el suelo. Fumero leyo el reflejo en mis pupilas empanadas de lagrimas y su rostro se descompuso lentamente.

Cuando se volvio y disparo al manto de negrura que le envolvia, dos garras de cuero, sin lineas ni relieve, le habian atenazado la garganta. Eran las manos de Julian Carax, crecidas de las llamas. Carax me aparto de un empujon y aplasto a Fumero contra la pared. El inspector aferro el revolver e intento situarlo bajo la barbilla de Carax. Antes de que pudiese accionar el gatillo, Carax le asio de la muneca y la martilleo con fuerza contra la pared una v otra vez, sin conseguir que Fumero soltase el revolver. Un segundo disparo estallo en la oscuridad y se estrello contra el muro, abriendo un boquete en el panel de madera. Lagrimas de polvora encendida v astillas en brasa salpicaron el rostro del inspector. El hedor a carne chamuscada inundo la sala.

De una sacudida, Fumero trato de zafarse de aquellas manos que le mantenian el cuello inmovilizado y la mano que sostenia el revolver contra la pared. Carax no aflojaba la presa. Fumero rugio de rabia y ladeo la cabeza hasta morder el puno de Carax. Le poseia una furia animal. Escuche el chasquido de sus dientes desgarrando la piel muerta y vi los labios de Fumero rezumando sangre. Carax, ignorando el dolor, o quiza incapaz de sentirlo, asio entonces el punal. Lo desclavo de la pared de un tiron y, ante la mirada aterrada de Fumero, ensarto la muneca derecha del inspector contra la pared con un golpe brutal que hundio el filo en el panel de madera casi hasta la empunadura. Fumero dejo escapar un terrible alarido de agonia. Su mano se desplego en un espasmo y el revolver cayo a sus pies. Carax lo escupio hacia las sombras de un puntapie.

El horror de aquella escena habia desfilado ante mis ojos en apenas unos segundos. Me sentia paralizado, incapaz de actuar o de articular un solo pensamiento. Carax se volvio hacia mi y me clavo la mirada. Contemplandole, acerte a reconstruir sus facciones perdidas que habia imaginado tantas veces, contemplando retratos y escuchando viejas historias.

- Llevate a Beatriz de aqui, Daniel. Ella sabe lo que debeis hacer. No te separes de ella. No dejes que te la arrebaten. Nada ni nadie. Cuidala. Mas que a tu vida.

Quise asentir, pero los ojos se me fueron a Fumero, que estaba forcejeando con el cuchillo que le atravesaba la muneca. Lo arranco de una sacudida y se desplomo de rodillas, sosteniendose el brazo herido que le sangraba sobre el costado.

- Marchate -musito Carax.

Fumero nos contemplaba cegado de odio desde el suelo, sosteniendo el cuchillo ensangrentado en su mano izquierda. Carax se dirigio hacia el. Escuche unos pasos apresurados acercandose y comprendi que Palacios habia acudido en auxilio de su jefe alertado por los disparos. Antes de que Carax pudiese arrebatarle el cuchillo a Fumero, Palacios penetro en la biblioteca con el arma en alto.

- Atras -advirtio.

Lanzo una rapida mirada a Fumero, que se incorporaba con dificultad, y luego nos observo, primero a mi y luego a Carax. Percibi el horror y la duda en aquella mirada.

- He dicho atras.

Carax se detuvo y retrocedio. Palacios nos observaba friamente, tratando de dilucidar como resolver la situacion. Sus ojos se posaron sobre mi.

- Tu, largate. Esto no va contigo. Venga.

Dude un instante. Carax asintio.

- De aqui no se va nadie -corto Fumero-. Palacios, entregueme su revolver.

Palacios permanecio en silencio.

- Palacios -repitio Fumero, alargando la mano totalmente velada de sangre en demanda del arma.

- No -murmuro Palacios, apretando los dientes.

Los ojos enloquecidos de Fumero se llenaron de desprecio y de furia. Aferro el arma de Palacios y lo empujo de un manotazo. Cruce una mirada con Palacios y supe lo que iba a suceder. Fumero alzo el arma lentamente. Le temblaba la mano y el revolver brillaba, reluciente de sangre. Carax retrocedio paso a paso, buscando la sombra, pero no habia escapatoria. El canon del revolver le seguia. Senti que los musculos del cuerpo se me incendiaban de rabia. La mueca de muerte de Fumero, que se relamia de locura y rencor, me desperto de una bofetada. Palacios me miraba, negando en silencio. Le ignore. Carax se habia abandonado ya, inmovil en el centro de la sala, esperando la bala.

Fumero nunca llego a verme. Para el solo existia Carax y aquella mano ensangrentada unida a un revolver. Me abalance sobre el de un salto. Senti que mis pies se levantaban del suelo, pero nunca llegue a recobrar el contacto. El mundo se habia congelado en el aire. El estruendo del disparo me llego lejano, como eco de tormenta que se aleja. No hubo dolor. El impacto del disparo me atraveso las costillas. La primera llamarada fue ciega, como si una barra de metal me hubiese golpeado con furia indecible y me hubiese propulsado en el vacio un par de metros, hasta derribarme al suelo. No senti la caida, aunque me parecio que las paredes convergian y el techo descendia a toda velocidad como si ansiara aplastarme. Una mano me sostuvo la nuca y vi el rostro de Julian Carax inclinandose sobre mi. En mi vision, Carax aparecia exactamente como yo le habia imaginado, como si las llamas nunca le hubiesen arrancado el semblante. Adverti el horror en su mirada, sin comprender. Vi como posaba su mano sobre mi pecho y me pregunte que era aquel liquido humeante que brotaba entre sus dedos. Fue entonces cuando senti aquel fuego terrible, como aliento de brasas devorandome las entranas. Un grito quiso escapar de mis labios, pero afloro ahogado en sangre tibia. Reconoci el rostro de Palacios a mi lado, derrotado de remordimiento. Alce la mirada y entonces la vi. Bea avanzaba lentamente desde la puerta de la biblioteca, el rostro ungido de horror y las manos temblorosas sobre los labios. Negaba en silencio. Quise advertirla, pero un frio mordiente me recorria los brazos y las piernas, abriendose camino en mi cuerpo a cuchilladas.

Fumero acechaba oculto tras la puerta. Bea no reparo en su presencia. Cuando Carax se incorporo de un salto y Bea se volvio, alertada, el revolver del inspector ya le rozaba la frente. Palacios se lanzo a detenerle. Llego tarde. Carax se cernia ya sobre el. Escuche su grito, lejano, llevando el nombre de Bea. La sala se prendio en el resplandor del disparo. La bala atraveso la mano derecha de Carax. Un instante mas tarde, el hombre sin rostro caia sobre Fumero. Me incline para ver como Bea corria a mi lado, intacta. Busque a Carax con una mirada que se me apagaba, pero no le encontre. Otra figura habia ocupado su lugar. Era Lain Coubert, tal y como habia aprendido a temerle leyendo las paginas de un libro tantos anos atras. Esta vez, las garras de Coubert se hundieron en los ojos de Fumero y lo arrastraron como garfios. Acerte a ver como las piernas del inspector se arrastraban por la puerta de la biblioteca, como su cuerpo se debatia en sacudidas mientras Coubert lo arrastraba sin piedad hacia el porton, como sus rodillas golpeaban los escalones de marmol y la nieve le escupia en el rostro, como el hombre sin rostro le aferraba del cuello y, alzandolo como un titere, lo lanzaba contra la fuente helada, como la mano del angel atravesaba su pecho y lo ensartaba y como el alma maldita se le derramaba en vapor y aliento negro que caia en lagrimas heladas sobre el espejo mientras sus parpados se agitaban hasta morir y sus ojos parecian astillarse con aranazos de escarcha.

Me desplome entonces, incapaz de sostener la mirada un segundo mas. La oscuridad se tenia de luz blanca y el rostro de Bea se alejaba en un tunel de niebla. Cerre los ojos y senti las manos de Bea sobre mi rostro y el soplo de su voz suplicandole a Dios que no me llevase, susurrandome que me queria y que no me dejaria ir, que no me dejaria ir. Solo recuerdo que me desprendi en aquel espejismo de luz y frio, que una rara paz me envolvio y se llevo el dolor y el fuego lento de mis entranas. Me vi a mi mismo caminando por las calles de aquella Barcelona embrujada de la mano de Bea, casi ancianos. Vi a mi padre y a Nuria Monfort posando rosas blancas sobre mi tumba. Vi a Fermin llorando en brazos de la Bernarda, y a mi viejo amigo Tomas, que habia enmudecido para siempre. Les vi como se ve a los extranos desde un tren que se aleja demasiado de prisa. Fue entonces, casi sin darme cuenta, cuando recorde el rostro de mi madre que habia perdido tantos anos atras como si un recorte extraviado se hubiese deslizado de entre las paginas de un libro. Su luz fue cuanto me acompano en mi descenso.

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