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La tormenta no espero al anochecer para asomar los dientes. Los primeros relampagos me sorprendieron al poco de tomar un autobus de la linea 22. Al rodear la plaza Molina y ascender Balmes arriba, la ciudad ya se desdibujaba bajo telones de terciopelo liquido, recordandome que apenas habia tomado la precaucion de coger un misero paraguas.

- Hay que tener valor -murmuro el conductor cuando solicite parada.

Pasaban ya diez minutos de las cuatro cuando el autobus me dejo en un eslabon perdido al final de la calle Balmes a merced de la tormenta. Al frente, la avenida del Tibidabo se desvanecia en un espejismo acuoso bajo cielo de plomo. Conte hasta tres y eche a correr bajo la lluvia. Minutos mas tarde, empapado hasta la medula y tiritando de frio, me detuve al amparo de un portal para recuperar el aliento. Ausculte el resto del trayecto. El aliento helado de la tormenta arrastraba un velo gris que enmascaraba el contorno espectral de palacetes y caserones enterrados en la niebla. Entre ellos se alzaba el torreon oscuro y solitario del palacete Aldaya, varado entre la arboleda ondulante. Me retire el pelo empapado que me caia sobre los ojos y eche a correr hacia alli, cruzando la avenida desierta.

La portezuela de la verja se balanceaba al viento. Mas alla se abria un sendero ondulante que ascendia hasta el caseron. Me cole por la portezuela y me adentre en la finca. Entre la maleza se adivinaban pedestales de estatuas derrocadas sin piedad. Al aproximarme hacia el caseron adverti que una de las estatuas, la efigie de un angel purificador, habia sido abandonada en el interior de una fuente que coronaba el jardin. La silueta de marmol ennegrecido brillaba como un espectro bajo la lamina de agua que se desbordaba en el estanque. La mano del angel igneo emergia de las aguas; un dedo acusador, afilado como una bayoneta, senalaba la puerta principal de la casa. El porton de roble labrado se adivinaba entreabierto. Empuje la puerta y me aventure unos pasos en un recibidor cavernoso, los muros fluctuando bajo la caricia de una vela.

- Crei que no vendrias -dijo Bea.

Su silueta se perfilaba en un corredor clavado en la penumbra, recortada en la claridad mortecina de una galeria que se abria al fondo. Estaba sentada en una silla, contra la pared, con una vela a sus pies.

- Cierra la puerta -indico sin levantarse-. La llave esta puesta en la cerradura.

Obedeci. La cerradura crujio con un eco sepulcral. Escuche los pasos de Bea acercandose a mi espalda y senti su roce en la ropa empapada.

- Estas temblando. ?Es de miedo o de frio?

- Aun no lo he decidido. ?Por que estamos aqui?

Sonrio en la penumbra y me tomo de la mano.

- ?No lo sabes? Crei que lo habrias adivinado...

- Esta era la casa de los Aldaya, eso es todo lo que se. ?Como has conseguido entrar y como sabias...?

Ven, encenderemos un fuego para que entres en calor.

Me guio a traves del corredor hasta la galeria que presidia el patio interior de la casa. El salon se erguia en columnas de marmol y muros desnudos que reptaban hacia el artesonado de una techumbre caida a trozos. Se adivinaban las marcas de cuadros y espejos que tiempo atras habian cubierto las paredes, al igual que los rastros de muebles sobre el piso de marmol. En un extremo del salon habia un hogar con unos troncos dispuestos. Una pila de diarios viejos descansaba junto al atizador. El aliento de la chimenea olia a fuego reciente y a carbonilla. Bea se arrodillo frente al hogar y empezo a disponer varias hojas de periodico entre los troncos. Extrajo un fosforo y las prendio, conjurando rapidamente una corona de llamas. Las manos de Bea agitaban los maderos con habilidad y experiencia. Imagine que me suponia muerto de curiosidad e impaciencia, pero decidi adoptar un aire flematico que dejase claro que si Bea queria jugar conmigo a los misterios llevaba las de perder. Ella se relamia en una sonrisa triunfante. Mi tembleque de manos, quiza, no ayudaba a mi representacion.

- ?Vienes mucho por aqui? -pregunte.

- Hoy es la primera vez. ?Intrigado?

- Vagamente.

Se arrodillo frente al fuego y dispuso una manta limpia que saco de una bolsa de lona. Olia a lavanda.

- Anda, sientate aqui, junto al fuego, no vayas a pillar una pulmonia por mi culpa.

El calor de la hoguera me devolvio a la vida. Bea contemplaba las llamas en silencio, hechizada.

- ?Vas a contarme el secreto? -pregunte finalmente.

Bea suspiro y se sento en una de las sillas. Yo permaneci pegado al fuego, observando el vapor ascender de mi ropa como anima en fuga.

- Lo que tu llamas el palacete Aldaya, en realidad tiene nombre propio. La casa se llama "El angel de bruma", pero casi nadie lo sabe. El despacho de mi padre lleva quince anos intentando vender esta propiedad sin conseguirlo. El otro dia, mientras me explicabas la historia de Julian Carax y de Penelope Aldaya, no repare en ello. Luego, por la noche en casa, ate cabos y recorde que habia oido hablar a mi padre de la familia Aldaya alguna vez, y de esta casa en particular. Ayer acudi al despacho de mi padre y su secretario, Casasus, me conto la historia de la casa. ?Sabias que en realidad esta no era su residencia oficial, sino una de sus casas de veraneo?

Negue.

- La casa principal de los Aldaya era un palacio que fue derribado en 1925 para levantar un bloque de pisos, en lo que hoy es el cruce de las calles Bruch y Mallorca, disenado por Puig i Cadafalch por encargo del abuelo de Penelope y Jorge, Simon Aldaya, en 1896, cuando aquello no eran mas que campos y acequias. El hijo mayor del patriarca Simon, don Ricardo Aldaya, la habia comprado alla en los ultimos anos del siglo XIX a un personaje muy pintoresco por un precio irrisorio, porque la casa tenia mala fama. Casasus me dijo que estaba maldita y que ni los vendedores se atrevian a venir a ensenarla y escurrian el bulto con cualquier pretexto...

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