El dia de mi dieciseis cumpleanos conjure la peor de cuantas ocurrencias funestas habia alumbrado a lo largo de mi corta existencia. Por mi cuenta y riesgo, habia decidido organizar una cena de cumpleanos e invitar a Barcelo, a la Bernarda y a Clara. Mi padre opinaba que aquello era un error.
- Es mi cumpleanos -replique cruelmente-. Trabajo para ti todos los demas dias del ano. Al menos por una vez, dame el gusto.
- Haz lo que quieras.
Los meses precedentes habian sido los mas confusos de mi extrana amistad con Clara. Ya casi nunca leia para ella. Clara rehuia sistematicamente cualquier ocasion que implicase quedarse a solas conmigo. Siempre que la visitaba, su tio estaba presente fingiendo leer el diario, o la Bernarda se materializaba trajinando por el foro y lanzandome miradas de soslayo. Otras veces, la compania venia en forma de una o varias de las amigas de Clara. Yo las llamaba las Hermanas Anisete, siempre tocadas de un recato y un semblante virginal, patrullando las proximidades de Clara con un misal en la mano y una mirada policial que mostraba sin tapujos que yo estaba de sobra, que mi presencia avergonzaba a Clara y al mundo. El peor de todos, sin embargo, era el maestro Neri, cuya infausta sinfonia seguia inconclusa. Era un tipo atildado, un ninato de San Gervasio que pese a darselas de Mozart, a mi, rezumando brillantina, me recordaba mas a Carlos Gardel. De genio yo solo le encontraba la mala baba. Le hacia la rosca a don Gustavo sin dignidad ni decoro, y flirteaba con la Bernarda en la cocina, haciendola reir con sus ridiculos regalos de bolsas de peladillas y pellizcos en el culo. Yo, en pocas palabras, le detestaba a muerte. La antipatia era mutua. Neri siempre aparecia por alli con sus partituras y su arrogante ademan, mirandome como si fuese un grumetillo indeseable y poniendo toda clase de reparos a mi presencia.
- Nino, ?tu no tienes que irte a hacer los deberes?
- ?Y usted, maestro, no tenia una sinfonia que acabar?
Al final, entre todos podian conmigo y yo me largaba cabizbajo y derrotado, deseando haber tenido la labia de don Gustavo para poner a aquel engreido en su sitio.
El dia de mi cumpleanos, mi padre bajo al horno de la esquina y compro el mejor pastel que encontro. Dispuso la mesa en silencio, colocando la plata y la vajilla buena. Encendio velas y preparo una cena con los platos que suponia mis favoritos. No cruzamos palabra en toda la tarde. Al anochecer, mi padre se retiro a su habitacion, se enfundo su mejor traje y regreso con un paquete envuelto en papel de celofan que coloco en la mesita del comedor. Mi regalo. Se sento a la mesa, se sirvio una copa de vino blanco, y espero. La invitacion decia que la cena era a las ocho y media. A las nueve y media todavia estabamos esperando. Mi padre me observaba con tristeza sin decir nada. A mi me ardia el alma de rabia.
- Estaras contento -dije-. ?Es esto lo que querias?
- No.
La Bernarda se presento media hora mas tarde. Traia una cara de funeral y un recado de la senorita Clara. Me deseaba muchas felicidades, pero sentia no poder asistir a mi cena de cumpleanos. El senor Barcelo se habia tenido que ausentar de la ciudad durante unos dias por asuntos de negocios y Clara se habia visto obligada a cambiar la hora de su clase de musica con el maestro Neri. Ella habia venido porque era su tarde libre.
- ?Clara no puede venir porque tiene una clase de musica? -pregunte, atonito.
La Bernarda bajo la vista. Estaba casi llorando cuando me tendio un pequeno paquete que contenia su regalo y me beso ambas mejillas.
- Si no le gusta, se puede cambiar -dijo.
Me quede a solas con. mi padre, contemplando la vajilla buena, la plata y las velas consumiendose en silencio.
- Lo siento, Daniel -dijo mi padre.
Asenti en silencio, encogiendome de hombros.
- ?No vas a abrir tu regalo? -pregunto.
Mi unica respuesta fue el portazo que di al salir. Baje las escaleras con furia, sintiendo los ojos rebosando lagrimas de ira al salir a la calle desolada, banada de luz azul y de frio. Llevaba el corazon envenenado y la mirada me temblaba. Eche a andar sin rumbo, ignorando al extrano que me observaba inmovil desde la Puerta del Angel. Vestia el mismo traje oscuro, su mano derecha enfundada en el bolsillo de la chaqueta. Sus ojos dibujaban briznas de luz a la lumbre de un cigarro. Cojeando levemente, empezo a seguirme.
Anduve callejeando sin rumbo durante mas de una hora hasta llegar a los pies del monumento a Colon. Cruce hasta los muelles y me sente en los peldanos que se hundian en las aguas tenebrosas junto al muelle de las golondrinas. Alguien habia fletado una excursion nocturna y se podian oir las risas y la musica flotando desde la procesion de luces y reflejos en la darsena del puerto. Recorde los dias en que mi padre y yo haciamos la travesia en las golondrinas hasta la punta del espigon. Desde alli podia verse la ladera del cementerio en la montana de Montjuic y la ciudad de los muertos, infinita. A veces yo saludaba con la mano, creyendo que mi madre seguia alli y nos veia pasar. Mi padre repetia mi saludo. Hacia ya anos que no embarcabamos en una golondrina, aunque yo sabia que el a veces iba solo.
- Una buena noche para el remordimiento, Daniel -dijo la voz desde las sombras-. ?Un cigarrillo?
Me incorpore de un brinco, con un frio subito en el cuerpo. Una mano me ofrecia un pitillo desde la oscuridad.
- ?Quien es usted?
El extrano se adelanto hasta el umbral de la oscuridad, dejando su rostro velado. Un halito de humo azul brotaba de su cigarrillo. Reconoci al instante el traje negro y aquella mano oculta en el bolsillo de la chaqueta. Los ojos le brillaban como cuentas de cristal.
- Un amigo -dijo-. O eso aspiro a ser. ?Cigarrillo?
- No fumo.
- Bien hecho. Lamentablemente, no tengo nada mas que ofrecerte, Daniel.
Su voz era arenosa, herida. Arrastraba las palabras y sonaba apagada y remota, como los discos de setenta y ocho revoluciones por minuto que coleccionaba Barcelo.
- ?Como sabe mi nombre?
- Se muchas cosas de ti. El nombre es lo de menos.
- ?Que mas sabe?
- Podria avergonzarte, pero no tengo ni el tiempo ni las ganas. Baste decir que se que tienes algo que me interesa. Y estoy dispuesto a pagarte bien por ello.
- Me parece que se equivoca usted de persona.
- No, yo nunca me equivoco de persona. Para otras cosas si, pero nunca de persona. ?Cuanto quieres por el?
- ?Por el que?
- La Sombra del Viento.
- ?Que le hace pensar que lo tengo?
- Eso esta fuera de la discusion, Daniel. Es solo una cuestion de precio. Hace mucho que se que lo tienes. La gente habla. Yo escucho.
- Pues debe de haber oido mal. Yo no tengo ese libro. Y si lo tuviera, no lo venderia.
- Tu integridad es admirable, sobre todo en esta epoca de monaguillos y lameculos, pero conmigo no hace falta que hagas comedia. Dime cuanto. ?Mil duros? A mi el dinero me trae sin cuidado. El precio lo pones tu.
- Ya se lo he dicho: ni esta en venta, ni lo tengo -replique-. Se ha equivocado usted, ya lo ve.
El extrano permanecio en silencio, inmovil, envuelto en el humo azul de aquel cigarrillo que nunca parecia acabarse. Note que no olia a tabaco, sino a papel quemado. Papel bueno, de libro.
- Quiza seas tu el que se este equivocando ahora -sugirio.
- ?Me esta amenazando? -Probablemente.
Trague saliva. Pese a mi bravata, aquel individuo me tenia totalmente aterrorizado.
- ?Y puedo saber por que esta usted tan interesado?
- Eso es asunto mio.
- Mio tambien, si me amenaza usted para que le venda un libro que no tengo.
- Me caes bien, Daniel. Tienes agallas y pareces listo. ?Mil duros? Con eso puedes comprar muchisimos libros. Libros buenos, no esa basura que guardas con tanto celo. Venga, mil duros y quedamos tan amigos.
- Usted y yo no somos amigos.
- Si lo somos, pero tu no te has dado cuenta todavia. No te culpo, con tantas cosas en la cabeza. Como tu amiga, Clara. Por una mujer asi, cualquiera pierde el sentido comun.
La mencion a Clara me helo la sangre.
- ?Que sabe usted de Clara?
- Me atreveria a decir que se mas que tu, y que te convendria olvidarla, aunque ya se que no lo haras. Yo tambien he tenido dieciseis anos...
Una terrible certeza me golpeo de subito. Aquel hombre era el extrano que abordaba a Clara por la calle, de incognito. Era real. Clara no habia mentido. El individuo dio un paso al frente. Me retire. No habia sentido tanto miedo en la vida.
- Clara no tiene el libro, mas vale que lo sepa. No se atreva a tocarla otra vez.
- Tu amiga me trae sin cuidado, Daniel, y algun dia compartiras mi sentir. Lo que quiero es el libro. Prefiero obtenerlo por las buenas y que nadie salga perjudicado. ?Me explico?
A falta de mejores ideas me lance a mentir como un bellaco.
- Lo tiene un tal Adrian Neri. Musico. A lo mejor le suena.
- No me suena de nada, y eso es lo peor que se puede decir de un musico. ?Seguro que no te has inventado a este tal Adrian Neri?
- Que mas quisiera yo.
- Entonces, ya que parece que sois tan buenos amigos, a lo mejor tu puedes persuadirle para que te lo devuelva. Estas cosas, entre amigos, se solucionan sin problemas. ?O prefieres que se lo pida a tu amiga Clara? Negue.
- Hablare con Neri, pero no creo que me lo devuelva, o que lo tenga todavia -improvise-. ?Y usted para que quiere el libro? No me diga que para leerlo.
- No. Me lo se de memoria.
- ?Es usted un coleccionista?
- Algo parecido.
- ?Tiene usted mas libros de Carax?
- Los he tenido en algun momento. Julian Carax es mi especialidad, Daniel. Recorro el mundo buscando sus libros.
- ?Y que hace con ellos si no los lee?
El extrano emitio un sonido sordo, agonico. Tarde unos segundos en comprender que se estaba riendo.
- Lo unico que debe hacerse con ellos, Daniel -replico.
Extrajo entonces una cajetilla de fosforos del bolsillo. Tomo uno y lo prendio. La llama ilumino por primera vez su semblante. Se me helo el alma. Aquel personaje no tenia nariz, ni labios, ni parpados. Su rostro era apenas una mascara de piel negra y cicatrizada, devorada por el fuego. Aquella era la tez muerta que habia rozado Clara.
- Quemarlos -susurro, la voz y la mirada envenenadas de odio.
Un soplo de brisa apago la cerilla que sostenia en los dedos, y su rostro quedo de nuevo oculto en la oscuridad.
- Volveremos a vernos, Daniel. A mi nunca se me olvida una cara y creo que a ti, desde hoy, tampoco -dijo pausadamente-. Por tu bien, y por el de tu amiga Clara, confio en que tomes la decision correcta y aclares este tema con el tal senor Neri, que por cierto tiene nombre de ninato. Yo no me fiaria ni un pelo de el.
Sin mas, el extrano se dio la vuelta y partio hacia los muelles, una silueta evaporandose en la oscuridad envuelta en su risa de trapo.