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En invierno de 1934, los hermanos Moliner consiguieron desahuciar finalmente a Miquel y expulsarle del palacete de Puertaferrisa, que aun hoy sigue vacio y en estado de ruina. Solo deseaban verle en la calle, despojado de lo poco que le quedaba, de sus libros y de aquella libertad y aislamiento que les ofendia y les prendia las visceras de odio. No quiso decirme nada ni recurrir a mi en busca de ayuda. Solo supe que se habia transformado casi en un mendigo cuando acudi a buscarle al que habia sido su hogar y me encontre con los sicarios de sus hermanos, que estaban haciendo inventario de la propiedad y liquidando los pocos objetos que le habian pertenecido. Miquel llevaba ya varias noches durmiendo en una pension de la calle Canuda, un tugurio lugubre y humedo que desprendia el color y el olor de un osario. Al ver la habitacion en la que estaba confinado, una suerte de ataud sin ventanas y con un catre carcelario, cogi a Miquel y me lo lleve a casa. No paraba de toser y se le veia consumido. El dijo que era un catarro mal curado, un mal menor de solterona que ya se marcharia por aburrimiento. Dos semanas mas tarde estaba peor.

Como vestia siempre de negro, tarde en comprender que aquellas manchas en las mangas eran de sangre. Llame a un medico que tan pronto le reconocio me pregunto por que habia esperado hasta entonces para llamarle. Miquel tenia tuberculosis. Arruinado y enfermo, vivia apenas de recuerdos y remordimientos. Era el hombre mas bondadoso y fragil que habia conocido, mi unico amigo. Nos casamos una manana de febrero en un juzgado municipal. Nuestro viaje nupcial se limito a tomar el funicular del Tibidabo y subir a contemplar Barcelona desde las terrazas del parque, una miniatura de nieblas. No le dijimos a nadie que nos habiamos casado, ni a Cabestany, ni a mi padre, ni a su familia que le daba por muerto. Llegue a escribir una carta a Julian contandoselo, pero nunca se la envie. Eh nuestro fue un matrimonio secreto. Varios meses despues de la boda llamo a la puerta un individuo que dijo llamarse Jorge Aldaya. Era un hombre demolido, con el rostro velado de sudor pese al frio que mordia hasta las piedras. Al reencontrarse despues de mas de diez anos, Aldaya sonrio amargamente y dijo: "Estamos todos malditos, Miquel. Tu, Julian, Fumero y yo." Alego que el motivo de su visita era un amago de reconciliacion con su viejo amigo Miquel con la confianza de que este le brindaria ahora el modo de contactar con Julian Carax, pues tenia un mensaje muy importante para el de parte de su difunto padre, don Ricardo Aldaya. Miquel dijo desconocer donde se encontraba Carax.

- Hace ya anos que perdimos el contacto -mintio-. Lo ultimo que supe de el es que estaba viviendo en Italia.

Aldaya esperaba esta respuesta.

- Me decepcionas, Miquel. Confiaba en que el tiempo y la desgracia te habrian hecho mas sabio.

- Hay decepciones que honran a quien las inspira.

Aldaya, minimo, raquitico y a punto de desplomarse en pedazos de hiel, se rio.

- Fumero os envia sus mas sinceras felicitaciones por vuestro matrimonio -dijo, camino de la puerta.

Aquellas palabras me helaron el corazon. Miquel no quiso decir nada, pero aquella noche, mientras le abrazaba y ambos fingiamos conciliar un sueno imposible, supe que Aldaya habia estado en lo cierto. Estabamos malditos. Pasaron varios meses sin que tuviesemos noticias de Julian o de Aldaya. Miquel seguia manteniendo algunas colaboraciones fijas en los rotativos de Barcelona y Madrid. Trabajaba sin cesar sentado a la maquina de escribir, destilando lo que el llamaba papanaterias y pabulo para lectores de tranvia. Yo mantenia mi puesto en la editorial Cabestany, quiza porque aquel era el unico modo en que me sentia mas proxima a Julian. Me habia enviado una nota breve anunciandome que estaba trabajando en una nueva novela titulada La Sombra del Viento, que confiaba en acabar en unos meses. La carta no hacia mencion alguna a lo sucedido en Paris. El tono era mas frio y distante que nunca. Mis intentos de odiarle fueron vanos. Empezaba a creer que Julian no era un hombre, era una enfermedad.

Miquel no se enganaba respecto a mis sentimientos. Me entregaba su afecto y su devocion sin pedir a cambio mas que mi compania y quiza mi discrecion. No oia de sus labios un reproche o un pesar. Con el tiempo empece a sentir por el una ternura infinita, mas alla de la amistad que nos habia unido y de la compasion que luego nos habia condenado. Miquel habia abierto una cuenta de ahorro a mi nombre en la que depositaba casi todos los ingresos que obtenia escribiendo para los periodicos. Jamas decia que no a una colaboracion, una critica o una gacetilla. Escribia con tres seudonimos, catorce o dieciseis horas al dia. Cuando le preguntaba por que trabajaba tanto se limitaba a sonreir, o me decia que sin hacer nada se aburriria. Nunca hubo enganos entre nosotros, ni siquiera sin palabras. Miquel sabia que iba a morir pronto, que la enfermedad le aranaba los meses con avaricia.

- Tienes que prometerme que, si me pasa algo, tomaras ese dinero v te volveras a casar, que tendras hijos y que nos olvidaras a todos, a mi el primero.

- ?Y con quien iba a casarme yo, Miquel? No digas tonterias.

A veces le sorprendia mirandome desde un rincon con una sonrisa mansa, como si la mera contemplacion de mi presencia fuera su mayor tesoro. Todas las tardes acudia a recogerme a la salida de la editorial, su unico momento de descanso en todo eh dia. Yo le veia caminar encorvado, tosiendo y fingiendo una fortaleza que se le perdia en la sombra. Me llevaba a merendar o a contemplar los escaparates de la calle Fernando y luego volviamos a casa, donde el seguia trabajando hasta pasada la medianoche. Bendecia en silencio cada minuto que pasabamos juntos y cada noche se dormia abrazado a mi, y yo tenia que ocultar las lagrimas que me arrancaba el coraje de haber sido incapaz de amar a aquel hombre como el a mi, incapaz de darle lo que habia abandonado a los pies de Julian para nada. Muchas noches me jure que olvidaria a Julian, que dedicaria el resto de mi vida a hacer feliz a aquel pobre hombre y a devolverle apenas unas migajas de lo que el me habia dado. Fui la amante de Julian durante dos semanas, pero seria la mujer de Miquel el resto de mi vida. Si algun dia estas paginas llegan a tus manos y me juzgas, como yo lo he hecho al escribirlas y mirarme en este espejo de maldiciones y remordimientos, recuerdame asi, Daniel.

El manuscrito de la ultima novela de Julian llego a finales de 1935. No se si por despecho o por miedo, lo entregue al impresor sin siquiera leerlo. Los ultimos ahorros de Miquel habian financiado ya la edicion por adelantado meses atras. A Cabestany, ya por entonces con problemas de salud, lo demas le traia al pairo. Aquella misma semana, el doctor que visitaba a Miquel acudio a verme a la editorial, muy preocupado. Me explico que si Miquel no rebajaba su ritmo de trabajo y observaba reposo, lo poco que el podia hacer por batallar la tisis se quedaba en nada.

- Tendria que estar en la montana, no en Barcelona respirando nubes de lejia y carbon. Ni el es un gato con nueve vidas ni yo una ninera. Hagale usted entrar en razon. A mi no me escucha.

Aquel mediodia decidi acercarme a casa para hablar con el. Antes de abrir la puerta del piso oi voces dentro. Miquel discutia con alguien. Al principio crei que se trataba de alguien del periodico, pero me parecio oir el nombre de Julian en la conversacion. Oi pasos que se acercaban a la puerta y corri a ocultarme en el rellano del atico. Desde alli pude atisbar al visitante.

Un hombre de negro, de rasgos cincelados con indiferencia y labios finos como una cicatriz abierta. Tenia los ojos negros y sin expresion, ojos de pez. Antes de perderse escaleras abajo, se detuvo y alzo la mirada hacia la penumbra. Me apoye contra la pared, conteniendo la respiracion. El visitante permanecio alli durante unos instantes, como si pudiera olerme, relamiendose con una sonrisa canina. Espere a que sus pasos se apagasen completamente antes de abandonar mi escondite y entrar en el piso. Flotaba un olor a alcanfor en el aire. Miquel estaba sentado junto a la ventana, las manos caidas a ambos lados de la silla. Le temblaban los labios. Le pregunte quien era aquel hombre y que queria.

- Era Fumero. Ha venido a traer noticias de Julian.

- ?Que sabe el de Julian?

Miquel me miro, mas abatido que nunca.

- Julian se casa.

La noticia me dejo sin habla. Me deje caer en una silla y Miquel me tomo las manos. Hablaba con dificultad y cansancio. Antes de que pudiera despegar los labios, Miquel procedio a resumirme los hechos que le habia referido Fumero y lo que cabia imaginar al respecto. Fumero habia empleado sus contactos en la policia de Paris para dar con el paradero de Julian Carax y observarle. Miquel suponia que aquello podia haber sucedido meses o incluso anos antes. Lo que le preocupaba no era que Fumero hubiese encontrado a Carax, eso era una cuestion de tiempo, sino el que hubiera decidido revelarlo ahora, junto con la peregrina noticia de unas nupcias improbables. La boda, por lo que se sabia, habia de tener lugar a principios de verano de 1936. De la novia solo se sabia el nombre, que en este caso era mas que suficiente: Irene Marceau, la patrona del establecimiento donde Julian habia trabajado como pianista durante anos.

- No comprendo -musite-. ?Julian se casa con su mecenas?

- Precisamente. No es una boda. Es un contrato.

Irene Marceau le llevaba unos veinticinco o treinta anos a Julian. Miquel sospechaba que Irene habia decidido convenir aquel enlace con Julian para traspasarle su patrimonio y asegurar su futuro.

- Pero ya le ayuda. Le ha ayudado desde siempre.

- Quiza sepa que no va a estar ahi para siempre -sugirio Miquel.

El eco de aquellas palabras nos cortaba demasiado de cerca. Me arrodille junto a el y le abrace. Me mordi los labios para que no me viese llorar.

- Julian no quiere a esa mujer, Nuria -me dijo, creyendo que aquella era la causa de mi afliccion.

- Julian no quiere a nadie excepto a si mismo y a sus malditos libros -murmure.

Alce la mirada y me encontre con la sonrisa de Miquel, de nino viejo y sabio.

- ?Y que pretende Fumero con sacar todo este asunto a la luz ahora?

No tardamos en averiguarlo. Dias mas tarde, un Jorge Aldaya fantasmal y famelico se presento en casa, inflamado de ira y coraje. Fumero le habia contado que Julian Carax iba a casarse con una mujer rica en una ceremonia de fasto folletinesco. Aldaya llevaba dias carcomiendose con las visiones del causante de su desgracia, arropado de oropeles y cabalgando en una fortuna que el habia visto perder. Fumero no le habia contado que Irene Marceau, si bien mujer de cierta posicion economica, era la duena de un burdel y no una princesa de fabula vienesa. No le habia contado que ha novia le llevaba a Carax treinta anos y que mas que una boda, aquello era un acto de caridad para con un hombre acabado y sin medios de subsistencia. No le habia contado ni el cuando ni el donde de la boda. Se habia limitado a sembrar las semillas de una fantasia que devoraba por dentro lo poco que las fiebres habian dejado en su cuerpo amojamado y hediondo.

- Fumero te ha mentido, Jorge -dijo Miquel.

- ?Y tu, el rey de los mentirosos, osas acusar al projimo! -deliraba Aldaya.

No fue necesario que Aldaya revelase sus pensamientos, que en tan exiguas carnes se le leian en el semblante cadaverico como palabras bajo el pellejo macilento. Miquel vio claro el juego de Fumero. El le habia ensenado a jugar al ajedrez mas de veinte anos atras en el colegio de San Gabriel. Fumero tenia la estrategia de una mantis religiosa y la paciencia de los inmortales. Miquel envio una nota a Julian advirtiendole.

Cuando Fumero lo estimo oportuno, tomo a Aldaya por banda, le enveneno el corazon de rencor y le dijo que Julian se casaba en tres dias. Siendo el un oficial de policia, argumento, no podia comprometerse en un asunto asi. Aldaya, sin embargo, como civil, podia desplazarse a Paris y asegurarse de que aquella boda no se celebrase jamas. ?Como?, preguntaria un Aldaya febril, carbonizado de inquina. Retandole a un duelo el mismo dia de su boda. Fumero llego incluso a proporcionarle el arma con que Jorge estaba convencido de que perforaria aquel corazon de hiel que habia arruinado a la dinastia de los Aldaya. El informe de la policia de Paris diria mas tarde que el arma hallada a sus pies era defectuosa y que nunca hubiera podido hacer mas que lo que hizo: estallarle en la cara. Eso ya lo sabia Fumero cuando se la entrego en un estuche en el anden de la estacion de Francia. Sabia perfectamente que la fiebre, la estupidez y la rabia ciega le impedirian matar a Julian Carax en un duelo trasnochado de honor y amaneceres en el cementerio del Pere LaChaise. Y si por azar reunia las fuerzas y facultades de hacerlo, el arma que llevaba seria la encargada de abatirle. No era Carax quien debia morir en aquel duelo, sino Aldaya. Su existencia absurda, su cuerpo y alma en suspenso que Fumero habia permitido vegetar pacientemente, cumpliria asi su funcion.

Fumero sabia tambien que Julian nunca aceptaria enfrentarse a su antiguo companero, moribundo y reducido a un lamento. Por ese motivo instruyo a Aldaya claramente en los pasos a seguir. Habria de confesarle que la carta que Penelope le habia escrito anos atras anunciandole su boda y pidiendole que la olvidase era un engano. Habria de revelarle que el mismo, Jorge Aldaya, habia obligado a su hermana a redactar aquella sarta de mentiras mientras ella lloraba desesperadamente, proclamando a los vientos su amor inmortal por Julian. Habria de decirle que ella le habia estado esperando, con el alma rota y el corazon sangrante, desde entonces, muerta de abandono. Eso bastaria. Bastaria para que Carax apretase el gatillo y le volase la cara a tiros. Bastaria para que olvidase todo plan de boda y no pudiera albergar mas pensamiento que regresar a Barcelona en busca de Penelope y de una vida derramada. Y en Barcelona, aquella gran tela de arana que el habia hecho suya, Fumero le estaria esperando.

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