Me la guarde en el bolsillo, cerre el escritorio y sonrei a la portera.
- ?Visto? -pregunto, ansiosa por salir de aquel lugar.
- Casi -dije-. Antes me dijo usted que al poco de marchar Julian a Paris llego una carta para el, pero su padre le dijo que la tirase...
La portera dudo un instante, luego asintio.
- La carta la puse yo en el cajon de la comoda del recibidor, por si la francesa volvia algun dia. Ahi estara todavia...
Nos acercamos hasta la comoda y abrimos el cajon superior. Un sobre ocre languidecia entre una coleccion de relojes parados, botones y monedas que habian dejado de estar en curso veinte anos atras. Cogi el sobre y lo examine.
- ?La leyo usted?
- Oiga, ?por quien me toma?
- No se ofenda. Seria lo mas normal dadas las circunstancias, al pensar usted que el pobre Julian estaba difunto...
La portera se encogio de hombros, bajando la mirada y retirandose hacia la puerta. Aproveche el momento para guardarme la carta en el bolsillo interior de la chaqueta y cerrar el cajon.
- Mire, no se vaya usted a hacer una idea equivocada -dijo la portera.
- Pues claro que no. ?Que decia la carta?
- Era de amor. Como las de la radio, pero mas triste, eso si, porque aquella sonaba a que era de verdad. Mire que al leerla me entraron ganas de llorar.
- Es usted toda corazon, dona Aurora.
- Y usted es un demonio.
Aquella misma tarde, despues de despedirme de dona Aurora y prometerle que la mantendria informada acerca de mis pesquisas sobre Julian Carax, me acerque al despacho del administrador de la finca. El senor Molins habia visto mejores tiempos y ahora languidecia en un despacho cochambroso sepultado en un entresuelo de la calle Floridablanca. Molins era un individuo risueno y orondo aferrado a un puro a medio fumar que parecia crecerle del bigote. Era dificil determinar si estaba dormido o despierto, porque respiraba como quien ronca. Tenia el pelo grasiento y aplastado sobre la frente, la mirada porcina y picara. Vestia un traje por el que no le hubieran dado ni diez pesetas en el mercado de Los Encantes, pero lo compensaba con una estrepitosa corbata de colorido tropical. A juzgar por el aspecto de la oficina, alli ya apenas se administraban musaranas y catacumbas de una Barcelona, de antes de la Restauracion.
- Estamos de reformas -dijo Molins a modo de disculpa.
Para romper el hielo, deje caer el nombre de dona Aurora como si se tratase de una vieja amiga de la familia.
- Mire que estaba mollar de joven, la verdad -comento Molins-. Los anos la han puesto fondona, claro que yo tampoco soy el que era. Aqui donde me ve, yo a la edad de usted era un adonis. De rodillas se me ponian las chavalas para que les hiciera un favor, cuando no un hijo. El siglo veinte es una mierda. En fin, ?que se le ofrece a usted, joven?
Le endose una historia mas o menos plausible sobre un supuesto parentesco lejano con los Fortuny. Tras cinco minutos de chachara, Molins se arrastro hasta su archivo y me dio la direccion del abogado que llevaba los asuntos de Sophie Carax, la madre de Julian.
- A ver... Jose Maria Requejo. Calle Leon XIII, 59. Aunque la correspondencia la enviamos cada semestre a un apartado de correos en la central de Via Layetana.
- ?Conoce usted al senor Requejo?
- Alguna vez habre hablado con su secretaria por telefono. La verdad, todos los tramites con el se hacen por correo y los lleva mi secretaria, que hoy esta en la peluqueria. Los abogados de hoy no tienen tiempo para el trato formal de antes. Ya no quedan caballeros en la profesion.
Al parecer tampoco quedaban direcciones fiables. Un simple vistazo a la guia de calles que habia sobre el escritorio del administrador me confirmo lo que sospechaba: la direccion del supuesto abogado Requejo no existia. Asi se lo hice saber al senor Molins, que absorbio la noticia como un chiste.
- No me joda -dijo riendo-. ?Que le decia yo? Chorizos.
El administrador se reclino en su butacon y emitio otro de sus ronquidos.
- ?Tendria usted el numero de ese apartado de correos?
- Segun la ficha es el 2837, aunque yo los numeros que hace mi secretaria no los entiendo, porque ya sabe usted que las mujeres para las matematicas no sirven; para lo que si sirven es para...
- ?Me permite ver la ficha?
- Faltaria mas. Usted mismo.
Me tendio la ficha y la examine. Los numeros se entendian perfectamente. El apartado de correos era el 2321. Me aterro pensar en la contabilidad que se debia llevar en aquella oficina.
- ?Tuvo usted mucho trato con el senor Fortuny en vida? -pregunte.
- De aquella manera. Un hombre muy austero. Me acuerdo de que, cuando me entere de que la francesa le habia dejado, le invite a venirse de putas con unos amiguetes aqui a un local fabuloso que conozco al lado de La Paloma. Para que se animase, ?eh?, nada mas. Y mire usted que dejo de dirigirme la palabra y de saludarme por la calle, como si fuese invisible. ?Que le parece?
- Me deja usted de piedra. ?Que mas puede contarme de la familia Fortuny? ?Les recuerda usted bien?
- Eran otros tiempos -musito con nostalgia-. Lo cierto es que yo conocia ya al abuelo Fortuny, que fundo la sombrereria. Del hijo, que le voy a contar. Ella, eso si, estaba de miedo. Que mujer. Y honrada, ?eh?, pese a todos los rumores y habladurias que corrian por ahi...
- ?Como el de que Julian no era hijo legitimo del senor Fortuny?
- ?Y usted donde ha oido eso?
- Como le dije, soy de la familia. Todo se sabe.
- De todo eso nunca se probo nada.
- Pero se hablo -invite.
- La gente le da al pico que es un contento. El hombre no viene del mono, viene de la gallina.
- ?Y que decia la gente?
- ?Le apetece a usted una copita de ron? Es de Igualada, pero tiene una chispilla caribena... Esta buenisimo.
- No, gracias, pero yo le acompano. Vaya contandome mientras tanto...
Antoni Fortuny, a quien todos llamaban el sombrerero, habia conocido a Sophie Carax en 1899 frente a los peldanos de la catedral de Barcelona. Venia de hacerle una promesa a san Eustaquio, que de entre todos los santos con capilla particular, tenia fama de ser el mas diligente y menos remilgado a la hora de conceder milagros de amor. Antoni Fortuny, que ya habia cumplido los treinta anos y rebosaba solteria, queria una esposa y la queria ya. Sophie era una joven francesa que vivia en una residencia para senoritas en la calle Riera Alta e impartia clases particulares de solfeo y piano a los vastagos de las familias mas privilegiadas de Barcelona. No tenia familia ni patrimonio, apenas su juventud y la formacion musical que su padre, pianista de un teatro de Nimes, le habia podido dejar antes de morir de tuberculosis en 1886. Antoni Fortuny, por contra, era un hombre en vias de prosperidad. Habia heredado recientemente el negocio de su padre, una reputada sombrereria en la ronda de San Antonio en la que habia aprendido el oficio que algun dia sonaba en ensenar a su propio hijo. Sophie Carax se le antojo fragil, bella, joven, docil y fertil. San Eustaquio habia cumplido conforme a su reputacion. Tras cuatro meses de cortejo insistente, Sophie acepto su oferta de matrimonio. El senor Molins, que habia sido amigo del abuelo Fortuny, le advirtio a Antoni que se casaba con una desconocida, que Sophie parecia buena muchacha, pero que quiza aquel enlace era demasiado conveniente para ella, que esperase al menos un ano... Antoni Fortuny replico que sabia ya lo suficiente de su futura esposa. Lo demas no le interesaba. Se casaron en la basilica del Pino y pasaron su luna de miel de tres dias en un balneario de Mongat. La manana antes de partir, el sombrerero pregunto confidencialmente al senor Molins como debia proceder en los misterios de alcoba. Molins, sarcastico, le dijo que le preguntase a su esposa. El matrimonio Fortuny regreso a Barcelona apenas dos dias despues. Los vecinos dijeron que Sophie lloraba al entrar en la escalera. La Vicenteta juraria anos mas tarde que Sophie le habia dicho que el sombrerero no le habia puesto un dedo encima y que cuando ella habia querido seducirle, la habia tratado de ramera y se habia sentido repugnado por la obscenidad de lo que ella proponia. Seis meses mas tarde, Sophie anuncio a su esposo que llevaba un hijo en las entranas. El hijo de otro hombre.
Antoni Fortuny habia visto a su propio padre golpear a su madre infinidad de veces e hizo lo que entendia procedente. Solo se detuvo cuando creyo que un solo roce mas la mataria. Aun asi, Sophie se nego a desvelar la identidad del padre de la criatura que llevaba en el vientre. Antoni Fortuny, aplicando su logica particular, decidio que se trataba del demonio, pues aquel no era sino hijo del pecado, y el pecado solo tenia un padre: el maligno. Convencido asi de que el pecado se habia colado en su hogar y entre los muslos de su esposa, el sombrerero se aficiono a colgar crucifijos por doquier. en las paredes, en las puertas de todas las habitaciones y en el techo. Cuando Sophie le encontro sembrando de cruces la alcoba a la que la habia confinado, se asusto y con lagrimas en los ojos le pregunto si se habia vuelto loco. El, ciego de rabia, se volvio y la abofeteo. "Una puta, como las demas", escupio al echarla a patadas al rellano de la escalera tras desollarla a correazos. Al dia siguiente, cuando Antoni Fortuny abrio la puerta de su casa para bajar a abrir la sombrereria, Sophie seguia alli, cubierta de sangre seca y tiritando de frio. Los medicos nunca pudieron arreglar completamente las fracturas de la mano derecha. Sophie Carax nunca volveria a tocar el piano, pero dio a luz un varon al que habria de llamar Julian en recuerdo al padre que habia perdido demasiado pronto, como todo en la vida. Fortuny penso en echarla de su casa, pero creyo que el escandalo no seria bueno para el negocio. Nadie compraria sombreros a un hombre con fama de cornudo. Era un contrasentido. Sophie paso a ocupar una alcoba oscura y fria en la parte de atras del piso. Alli daria a luz a su hijo con la ayuda de dos vecinas de la escalera. Antoni no volvio a casa hasta tres dias despues. "Este es el hijo que Dios te ha dado -le anuncio Sophie-. Si quieres castigar a alguien, castigame a mi, pero no a una criatura inocente. El nino necesita un hogar y un padre. Mis pecados no son los suyos. Te ruego que te apiades de nosotros."
Los primeros meses fueron dificiles para ambos. Antoni Fortuny habia decidido rebajar a su esposa al rango de criada. Ya no compartian ni el lecho ni la mesa, y rara vez cruzaban una palabra como no fuera para dirimir alguna cuestion de orden domestico. Una vez al mes, normalmente coincidiendo con la luna llena, Antoni Fortuny hacia acto de presencia en la alcoba de Sophie de madrugada y, sin mediar palabra, embestia a su antigua esposa con impetu pero escaso oficio. Aprovechando estos raros y beligerantes momentos de intimidad, Sophie intentaba congraciarse con el susurrando palabras de amor, dedicando caricias expertas. El sombrerero no era hombre para fruslerias y la zozobra del deseo se le evaporaba en cuestion de minutos, cuando no segundos. De dichos asaltos a camison arremangado no resulto hijo alguno. Despues de unos anos, Antoni Fortuny dejo de visitar la alcoba de Sophie definitivamente, y adquirio el habito de leer las Sagradas Escrituras hasta bien entrada la madrugada, buscando en ellas solaz a su tormento.
Con la ayuda de los Evangelios, el sombrerero hacia un esfuerzo por suscitar en su corazon un amor por aquel nino de mirada profunda que gustaba de hacer bromas sobre todo e inventar sombras donde no las habia. Pese a su empeno, no sentia al pequeno Julian como hijo de su sangre, ni se reconocia en el. Al nino, por su parte, no parecian interesarle en demasia los sombreros ni las ensenanzas del catecismo. Llegada la Navidad, Julian se entretenia en recomponer las figuras del pesebre y urdir intrigas en las que el nino Jesus habia sido raptado por los tres magos de Oriente confines escabrosos. Pronto adquirio la mania de dibujar angeles con dientes de lobo e inventar historias de espiritus encapuchados que salian de las paredes y se comian las ideas de la gente mientras dormia. Con el tiempo, el sombrerero perdio toda esperanza de enderezar a aquel muchacho hacia una vida de provecho. Aquel nino no era un Fortuny y nunca lo seria. Alegaba que se aburria en el colegio y regresaba con todos sus cuadernos repletos de garabatos de seres monstruosos, serpientes aladas y edificios vivos que caminaban y devoraban a los incautos. Ya por entonces estaba claro que la fantasia y la invencion le interesaban infinitamente mas que la realidad cotidiana que le rodeaba. De todas las decepciones que atesoro en vida, ninguna le dolio tanto a Antoni Fortuny como aquel hijo que el demonio le habia enviado para burlarse de el.
A los diez anos, Julian anuncio que queria ser pintor, como Velazquez, pues sonaba con acometer los lienzos que el gran maestro no habia podido llegar a pintar en vida, argumentaba, por culpa de tanto retratar por obligacion a los debiles mentales de la familia real. Para acabar de arreglar las cosas, a Sophie, quiza para matar la soledad y recordar a su padre, se le ocurrio darle clases de piano. Julian, que adoraba la musica, la pintura y todas las materias desprovistas de provecho y beneficio en la sociedad de los hombres, pronto aprendio los rudimentos de la harmonia y decidio que preferia inventarse sus propias composiciones a seguir las partituras del libro de solfeo, lo cual era contra natura. Por aquel entonces, Antoni Fortuny todavia creia que parte de las deficiencias mentales del muchacho se debian a su dieta, demasiado influenciada por los habitos de cocina francesa de su madre. Era bien sabido que la exuberancia de mantequillas producia la ruina moral y aturdia el entendimiento. Prohibio a Sophie cocinar con mantequilla por siempre jamas. Los resultados no fueron exactamente los esperados.
A los doce anos, Julian empezo a perder su interes febril por la pintura y por Velazquez, pero las esperanzas iniciales del sombrerero duraron poco. Julian abandonaba los suenos del Prado por otro vicio mucho mas pernicioso. Habia descubierto la biblioteca de la calle del Carmen y dedicaba cada tregua que su padre le concedia en la sombrereria a acudir al santuario de los libros y devorar tomos de novela, de poesia y de historia. Un dia antes de cumplir los trece anos anuncio que queria ser alguien llamado Robert Louis Stevenson, a todas luces un extranjero. El sombrerero le anuncio que a duras penas llegaria a picapedrero. Tuvo entonces la certeza de que su hijo no era sino un necio.
A menudo, sin poder conciliar el sueno, Antoni Fortuny se retorcia en el lecho de rabia y frustracion. En el fondo de su corazon queria a aquel muchacho, se decia. Y, aunque ella no lo mereciese, tambien queria a la mujerzuela que le habia traicionado desde el primer dia. Los queria con toda su alma, pero a su manera, que era la correcta. Solo le pedia a Dios que le mostrase el modo en que los tres podian ser felices, preferiblemente tambien a su manera. Imploraba al Senor que le enviase una senal, un susurro, una migaja de su presencia. Dios, en su infinita sabiduria, y quiza abrumado por la avalancha de peticiones de tantas almas atormentadas, no respondia. Mientras Antoni Fortuny se deshacia en remordimientos y resquemores, Sophie, al otro lado del muro, se apagaba lentamente, viendo su vida naufragar en un soplo de enganos, de abandono, de culpa. No amaba al hombre al que servia, pero se sentia suya, y la posibilidad de abandonarle y llevarse a su hijo a otro lugar se le antojaba inconcebible. Recordaba con amargura al verdadero padre de Julian, y con el tiempo aprendio a odiarle y a detestar cuanto representaba, que no era sino cuanto ella anhelaba. A falta de conversaciones, el matrimonio empezo a intercambiar gritos. Insultos y recriminaciones afiladas volaban por el piso como cuchillos, acribillando a quien osara interponerse en su trayectoria, habitualmente Julian. Luego, el sombrerero nunca recordaba exactamente por que habia pegado a su mujer. Recordaba solo el fuego y la verguenza. Se juraba entonces que aquello no volveria a suceder jamas, que si era necesario se entregaria a las autoridades para que lo confinasen a un penal.
Con la ayuda de Dios, Antoni Fortuny tenia la certeza de que podia llegar a ser un hombre mejor de lo que lo habia sido su propio padre. Pero tarde o temprano, los punos encontraban de nuevo la carne tierna de Sophie y, con el tiempo, Fortuny sintio que si no podia poseerla como esposo, lo haria como verdugo. De este modo, a escondidas, la familia Fortuny dejo pasar los anos, silenciando sus corazones y sus almas, hasta el punto que, de tanto callar, olvidaron las palabras para expresar sus verdaderos sentimientos y se transformaron en extranos que convivian bajo un mismo tejado, uno de tantos en la ciudad infinita.
Pasaban ya de las dos y media cuando regrese a la libreria. Al entrar, Fermin me lanzo una mirada sarcastica desde lo alto de una escalera, donde le sacaba lustre a una coleccion de los Episodios nacionales del insigne don Benito.
- Alabados sean los ojos. Ya le creiamos haciendo las Americas, Daniel.
- Me entretuve por el camino. ?Y mi padre?
- Como usted no venia, marcho el a hacer el resto de las entregas. Me encargo que le dijese a usted que esta tarde se iba a Tiana a valorar la biblioteca privada de una viuda. Su padre es de los que las mata callando. Dijo que no le esperase usted para cerrar.
- ?Estaba enfadado?
Fermin nego, descendiendo de la escalera con agilidad felina.
- Que va. Si su padre es un santo. Ademas estaba muy contento al ver que se ha echado usted novia.
- ?Que?
Fermin me guino un ojo, relamiendose.
- Ay, granujilla, que callado se lo tenia usted. Y que nina, oiga, para cortar el trafico. De un fino que de que. Se conoce que ha ido a buenos colegios, aunque tenia un vicio en la mirada... Mire, si no tuviese yo el corazon robado con la Bernarda, porque no le he contado a usted todavia lo de nuestra merienda... chispas salian, oiga, chispas, que parecia la noche de San Juan...
- Fermin -le corte-. ?De que demonios esta usted hablando?
- De su novia.
- Yo no tengo novia, Fermin.
- Bueno, ahora ustedes los jovenes a eso lo llaman cualquier cosa, "guirlifrend" o...
- Fermin, rebobine. ?De que esta hablando?
Fermin Romero de Torres me miro desconcertado, juntando los dedos de una mano y gesticulando al uso siciliano. A ver. Esta tarde, hara cosa de una hora u hora y media, una senorita de bandera paso por aqui y pregunto por usted. Su padre de usted y servidor estabamos de cuerpo presente y le puedo asegurar sin lugar a dudas que la muchacha no tenia las pintas de ser un aparecido. Le podria describir a usted hasta el olor. A lavanda, pero mas dulce. Como un bollito recien hecho.
- ?Dijo acaso el bollito que era mi novia?
- Asi, con todas las palabras no, pero sonrio como de refilon, ya sabe usted, y dijo que le esperaba el viernes por la tarde. Nosotros nos limitamos a sumar dos y dos.
- Bea... -murmure yo.
- Ergo, existe -apunto Fermin, aliviado.
- Si, pero no es mi novia -dije.
- Pues no se a que esta usted esperando.
- Es la hermana de Tomas Aguilar.
- ?Su amigo el inventor?
Asenti.
- Razon de mas. Ni que fuese la hermana de Gil Robles, oigame; porque esta buenisima. Yo, en su lugar, estaria a la que salta.
- Bea ya tiene novio. Un alferez que esta haciendo el servicio.
Fermin suspiro, irritado.
- Ah, el ejercito, lacra y reducto tribal del gremialismo simiesco. Mejor, porque asi puede usted ponerle la cornamenta sin remordimientos.
- Delira usted, Fermin. Bea se va a casar cuando el alferez termine el servicio.
Fermin me sonrio, ladino.
- Pues mire usted por donde, a mi me da como que no, que esa no se casa.
- Usted que sabra.
- De mujeres, y de otros menesteres mundanos, bastante mas que usted. Como nos ensena Freud, la mujer desea lo contrario de lo que piensa o declara, lo cual, bien mirado, no es tan terrible porque el hombre, como nos ensena Perogrullo, obedece por contra al dictado de su aparato genital o digestivo.
- No me largue discursos, Fermin, que le veo el plumero. Si tiene algo que decir, sintetice.
- Pues mire, en sucinta esencia se lo digo: esa no tenia cara de casarse con el Cascorro.
- ?Ah, no? ?Y de que tenia cara, a ver?
Fermin se me acerco con aire confidencial.
- De morbo -apunto, alzando las cejas con aire de misterio-. Y que conste que eso lo digo como un cumplido.
Como siempre, Fermin estaba en lo cierto. Vencido, opte por jugar la pelota en su terreno.
- Hablando de morbo, cuenteme lo de la Bernarda. ?Hubo beso o no hubo beso?
- No me ofenda, Daniel. Le recuerdo que esta usted hablando con un profesional de la seduccion, y eso del beso es para amateurs y diletantes de pantufla. A la mujer de verdad se la gana uno poco a poco. Es todo cuestion de psicologia, como una buena faena en la plaza.
- O sea, que le dio calabazas.
A Fermin Romero de Torres no le da calabazas ni san Roque. Lo que ocurre es que el hombre, volviendo a Freud y valga la metafora, se calienta como una bombilla: al rojo en un tris, y frio otra vez en un soplo. La hembra, sin embargo, y esto es ciencia pura, se calienta como una plancha, ?entiende usted? Poco a poco, a fuego lento, como la buena escudella. Pero eso si, cuando ha cogido calor, aquello no hay quien lo pare. Como los altos hornos de Vizcaya.
Sopese las teorias termodinamicas de Fermin.
- ?Es eso lo que esta usted haciendo con la Bernarda? -pregunte-. ?Poner la plancha al fuego?
Fermin me guino un ojo.
- Esa mujer es un volcan al borde de la erupcion, con una libido de magma igneo y un corazon de santa -dijo, relamiendose-. Por establecer un paralelismo veraz, me recuerda a mi mulatita en La Habana, que era una santera muy devota. Pero, como en el fondo soy un caballero de los de antes, no me aprovecho, y con un casto beso en la mejilla me conforme. Porque yo no tengo prisa, ?sabe? Lo bueno se hace esperar. Hay pardillos por ahi que se creen que si le ponen la mano en el culo a una mujer y ella no se queja, ya la tienen en el bote. Aprendices. El corazon de la hembra es un laberinto de sutilezas que desafia la mente cerril del varon trapacero. Si quiere usted de verdad poseer a una mujer, tiene que pensar como ella, y lo primero es ganarse su alma. El resto, el dulce envoltorio mullido que le pierde a uno el sentido y la virtud, viene por anadidura.
Aplaudi su discurso con solemnidad.
- Fermin, es usted un poeta.
- No, yo estoy con Ortega y soy un pragmatico, porque la poesia miente, aunque en bonito, y lo que yo digo es mas verdad que el pan con tomate. Ya lo decia el maestro, enseneme usted un donjuan y le enseno yo a un mariposon enmascarado. Lo mio es la permanencia, lo perenne. A usted le pongo por testigo que yo de la Bernarda hare una mujer, si no honrada, porque eso ya lo es, al menos feliz.
Le sonrei, asintiendo. Su entusiasmo era contagioso, y su metrica invencible.
- Me la cuide bien, Fermin. Que la Bernarda tiene demasiado corazon y ya se ha llevado demasiados chascos.
- ?Se cree que no me doy cuenta? Vamos, si lo lleva en la frente como una poliza del patronato de viudas de guerra. Se lo digo yo, que en esto de encajar putadas tengo muchisima experiencia: yo a esa mujer la colmo de dicha aunque sea lo ultimo que haga en este mundo.
- ?Palabra?
Me tendio la mano con aplomo templario. Se la estreche.
- Palabra de Fermin Romero de Torres.
Tuvimos una tarde lenta en la tienda, con apenas un par de curiosos. En vista del panorama, le sugeri a Fermin que se tomase libre el resto de la tarde.
- Ande, se va usted a buscar a la Bernarda y se la lleva al cine o a mirar escaparates por la calle Puertaferrisa cogida del brazo, que a ella eso le encanta.
Fermin se apresto a tomarme la palabra y corrio a acicalarse en la trastienda, donde guardaba siempre una muda impecable y toda suerte de colonias y unguentos en un neceser que hubiera sido la envidia de dona Concha Piquer. Cuando salio parecia un galan de peliculon, pero con treinta kilos menos en los huesos. Vestia un traje que habia sido de mi padre y un sombrero de fieltro que le venia un par de tallas grande, problema que solventaba colocando bolas de papel de periodico bajo la copa.
- Por cierto, Fermin. Antes de que se vaya... Queria pedirle un favor.
- Eso esta hecho. Usted ordene que yo estoy aqui para obedecer.
- Le voy a pedir que esto quede entre nosotros, ?eh?, a mi padre ni una palabra.
Sonrio de oreja a oreja.
- Ah, granujilla. Algo que ver con esa chavala imponente, ?eh?
- No. Este es un asunto de investigacion e intriga. De lo suyo, vamos.
- Bueno, yo de chavalas tambien se un rato. Se lo digo por si un dia tiene usted una consulta tecnica, ya sabe. Con toda confianza, que para eso soy como un medico. Sin nonerias.
- Lo tendre en cuenta. Ahora, lo que necesitaria saber es a quien pertenece un apartado de correos en la oficina central de Via Layetana. Numero 2321. Y, a ser posible, quien recoge el correo que llega ahi. ?Cree usted que podria echarme un cable?
Fermin se anoto el numero en el empeine, bajo el calcetin, a boligrafo.
- Eso es pan comido. A mi no hay organismo oficial que se me resista. Deme unos dias y le tendre un informe completo.
- Hemos quedado que a mi padre ni una palabra, ?eh?
- Descuide. Hagase cuenta de que soy la esfinge de Keops.
- Se lo agradezco. Y ahora, venga, vayase ya y que se lo pase bien.
Le despedi con un saludo militar y le vi partir gallardo como un gallo rumbo al gallinero. No debia de hacer ni cinco minutos que Fermin se habia ido cuando escuche las campanillas de la puerta y alce la vista de las columnas de cifras y tachones. Un individuo amparado en una gabardina gris y un sombrero de fieltro acababa de entrar. Lucia un bigote pincelado y los ojos azules y vidriosos. Exhibia una sonrisa de vendedor, falsa y forzada. Lamente que Fermin no estuviese alli, porque el tenia la mano rota para librarse de los viajantes de alcanfores y morralla que ocasionalmente se colaban en la libreria. El visitante me brindo su sonrisa grasienta y falsa, cogiendo al azar un tomo de una pila por ordenar y valorar que habia junto a la entrada. Todo en el comunicaba desprecio por cuanto veia. No me vas a vender ni las buenas tardes, pense.
- Cuanta letra, ?eh? -dijo.
- Es un libro; suelen tener bastantes letras. ?En que puedo ayudarle, caballero?
El individuo devolvio el libro a la pila, asintiendo con displicencia e ignorando mi pregunta.
- Es lo que yo digo. Leer es para la gente que tiene mucho tiempo y nada que hacer. Como las mujeres. El que tiene que trabajar no tiene tiempo para cuentos. En la vida hay que pencar. ?No le parece a usted?
- Es una opinion. ?Buscaba usted algo en especial?
- No es una opinion; es un hecho. Eso es lo que pasa en este pais, que la gente no quiere trabajar. Mucho vago es lo que hay, ?no le parece a usted?
- No lo se, caballero. Quiza. Aqui, como ve, solo vendemos libros.
El individuo se acerco al mostrador, su mirada siempre revoloteando por la tienda y posandose ocasionalmente en la mia. Su aspecto y su ademan me resultaban vaga mente familiares, aunque no hubiera sabido decir de donde. Habia algo en el que hacia pensar en una de esas figuras que aparecen en naipes de anticuario o adivino, un personaje escapado de los grabados de un incunable. Tenia la presencia funebre e incandescente, como una maldicion con el traje de los domingos.
- Si me dice en que puedo servirle...
- Soy yo mas bien quien venia a hacerle a usted un servicio. ?Es usted el dueno de este establecimiento?
- No. El dueno es mi padre.
- ?Y su nombre es?
- ?El mio o el de mi padre?
El individuo me dedico una sonrisa socarrona. Un risitas, pense.
- Me hare cuenta de que el cartel de Sempere e hijos va por ambos, entonces.
- Es usted muy perspicaz. ?Puedo preguntarle cual es el motivo de su visita, si no esta interesado en un libro?
- El motivo de mi visita, que es de cortesia, es advertirle que ha llegado a mi atencion que tienen ustedes tratos con gentes de mal vivir, en particular invertidos y maleantes.
Le observe atonito.
- ?Perdon?
El individuo me clavo la mirada.
- Hablo de maricones y ladrones. No me diga que no sabe de lo que hablo.
- Me temo que no tengo la mas remota idea, ni interes alguno en seguir escuchandole.
El individuo asintio, adoptando un gesto hostil y airado.
- Pues va a tener que joderse. Supongo que esta usted al corriente de las actividades del ciudadano Federico Flavia.
- Don Federico es el relojero del barrio, una excelente persona y dudo mucho de que sea un maleante.
- Hablaba de maricones. Me consta que la monarra esa frecuenta su establecimiento, supongo que para comprarles novelillas romanticas y pornografia.
- ?Y puedo preguntarle a usted que le importa?
Por toda respuesta extrajo su billetero y lo tendio abierto sobre el mostrador. Reconoci una tarjeta de identificacion policial mugrienta con el semblante del individuo, algo mas joven. Lei hasta donde decia "Inspector jefe Francisco Javier Fumero Almuniz".
- Joven, a mi hableme con respeto o les meto a usted y a su padre un paquete que se les va a caer el pelo por vender basura bolchevique. ?Estamos?
Quise replicar, pero las palabras se me habian quedado congeladas en los labios.
- Pero bueno, el maricon ese no es lo que me trae hasta aqui hoy. Tarde o temprano acabara en jefatura, como todos los de su catadura, y ya lo espabilare yo. Lo que me preocupa es que tengo informes de que estan ustedes empleando a un chorizo vulgar, un indeseable de la peor calana.
- No se de quien me habla usted, inspector.
Fumero rio su risita servil y pegajosa, de camarilla y comadreo.
- Dios sabe que nombre utilizara ahora. Hace anos hacia llamar Wilfredo Camaguey, as del mambo, y decia ser experto en vudu, profesor de danza de don Juan de Borbon y amante de Mata Hari. Otras veces adopta nombres de embajadores, artistas de variedades o toreros. Ya hemos perdido la cuenta.
- Siento no poder ayudarle, pero no conozco a nadie llamado Wilfredo Camaguey.
- Seguro que no, pero sabe a quien me refiero, ?verdad?
- No.
Fumero rio de nuevo. Aquella risa forzada y amanerada le definia y resumia como un indice.
- A usted le gusta poner las cosas dificiles, ?verdad? Mire, yo he venido aqui en plan de amigo para advertirles y prevenirles de que quien mete a un indeseable en casa acaba con los dedos escaldados y usted me trata de embustero.
- En absoluto. Yo le agradezco su visita y su advertencia, pero le aseguro que no ha...
- A mi no me venga con estas mierdas, porque si me sale de los cojones le pego un par de hostias y le cierro el chiringuito, ?estamos? Pero hoy estoy de buenas, asi que le voy a dejar solo con la advertencia. Usted sabra que companias elige. Si le gustan los maricones y los ladrones, es que tendra usted algo de ambos. Conmigo, las cosas claras. O esta usted de mi lado o contra mi. Asi es la vida. ?En que quedamos?
No dije nada. Fumero asintio, soltando otra risita.
- Muy bien, Sempere. Usted mismo. Mal empezamos usted y yo. Si quiere problemas, los tendra. La vida no es como las novelas, ?sabe usted? En la vida hay que tomar un bando. Y esta claro cual ha elegido usted. El de los que pierden por burros.
- Le voy a pedir que se vaya usted, por favor.
Se alejo hacia la puerta arrastrando su risita sibilina.
- Volveremos a vernos. Y digale a su amigo que el inspector Fumero le tiene echado el ojo y que le envia muchos recuerdos.
La visita del infausto inspector y el eco de sus palabras me incendiaron la tarde. Despues de quince minutos de corretear tras el mostrador con las tripas estrechandoseme en un nudo, decidi cerrar la libreria antes de la hora y salir a la calle a caminar sin rumbo. No podia quitarme del pensamiento las insinuaciones y las amenazas que habia hecho aquel aprendiz de matarife. Me preguntaba si debia alertar a mi padre y a Fermin sobre aquella visita, pero supuse que aquella habia sido precisamente la intencion de Fumero, sembrar la duda, la angustia, el miedo y la incertidumbre entre nosotros. Decidi que no iba a seguirle el juego. Por otro lado, las insinuaciones acerca del pasado de Fermin me alarmaban. Me avergonce de mi mismo al descubrir que por un instante habia dado credito a las palabras del policia. Tras darle muchas vueltas, conclui sellar aquel episodio en algun rincon de mi memoria e ignorar sus implicaciones. De regreso a casa, cruce frente a la relojeria del barrio. Don Federico me saludo desde el mostrador, haciendome senas para que entrase en su establecimiento. El relojero era un personaje afable y sonriente que nunca se olvidaba de felicitar una fiesta y al que siempre se podia acudir para solventar cualquier apuro, con la tranquilidad de que el encontraria la solucion. No pude evitar sentir un escalofrio al saberle en la lista negra del inspector Fumero, y me pregunte si debia avisarle, aunque no imaginaba como sin inmiscuirme en materias que no eran de mi incumbencia. Mas confundido que nunca, entre en la relojeria y le sonrei.
- ?Que tal, Daniel? Menuda cara traes.
- Un mal dia -dije-. ?Que tal todo, don Federico?
- Sobre ruedas. Los relojes cada vez estan peor hechos y me harto a trabajar. Si esto sigue asi, voy a tener que coger un ayudante. Tu amigo, el inventor, ?no estaria interesado? Seguro que tiene buena mano para esto.
No me costo imaginar lo que opinaria el padre de Tomas Aguilar sobre la perspectiva de que su hijo aceptase un empleo en el establecimiento de don Federico, mariquilla oficial del barrio.
- Ya se lo comentare.
- Por cierto, Daniel. Tengo por aqui el despertador que me trajo tu padre hace dos semanas. No se lo que le hizo, pero le valdria mas comprar uno nuevo que arreglarlo.
Recorde que a veces, en las noches de verano asfixiantes, a mi padre le daba por salir a dormir al balcon.
- Se le cayo a la calle -dije.
- Ya me parecia a mi. Dile que me diga el que. Yo le puedo conseguir un Radiant a muy buen precio. Si quieres, mira, te lo llevas y que lo pruebe. Si le gusta, ya me lo pagara. Y si no, me lo devuelves.
- Muchas gracias, don Federico.
El relojero procedio a envolverme el armatoste en cuestion.
- Alta tecnologia -decia, complacido-. Por cierto, me encanto el libro que me vendio el otro dia Fermin. Uno de Graham Greene. Ese Fermin es un fichaje de primera.
Asenti.
- Si, vale un monton.
- Me he dado cuenta de que nunca lleva reloj. Dile que se pase por aqui y lo arreglamos.
- Asi lo hare. Gracias, don Federico.
Al darme el despertador, el relojero me observo con detenimiento y arqueo las cejas.
- ?Seguro que no pasa nada, Daniel? ?Solo un mal dia?
Asenti de nuevo, sonriendo.
- No pasa nada, don Federico. Cuidese.
- Tu tambien, Daniel.
Al llegar a casa encontre a mi padre dormido en el sofa con el periodico sobre el pecho. Deje el despertador sobre la mesa con una nota que decia "de parte de don Federico: que tires el viejo", y me deslice sigilosamente hasta mi habitacion. Me tendi en la cama en la penumbra y me quede dormido pensando en el inspector, en Fermin y en el relojero. Cuando me desperte eran ya las dos de la manana. Me asome al pasillo y vi que mi padre se habia retirado a su habitacion con el nuevo despertador. El piso estaba en tinieblas y el mundo me parecia un lugar mas oscuro y siniestro de lo que se me habia antojado la noche anterior. Comprendi que, en el fondo, nunca habia llegado a creer que el inspector Fumero fuese real. Ahora me parecia uno entre mil. Fui a la cocina y me servi un vaso de leche fria. Me pregunte si Fermin estaria bien, sano y salvo en su pension.
De vuelta a mi habitacion intente apartar del pensamiento la imagen del policia. Intente conciliar de nuevo el sueno, pero comprendi que se me habia escapado el tren. Encendi la luz y decidi examinar el sobre dirigido a Julian Carax que le habia sustraido a dona Aurora aquella manana y que todavia llevaba en el bolsillo de la chaqueta. Lo dispuse sobre mi escritorio bajo el haz del flexo. Era un sobre apergaminado, de bordes serrados que amarilleaban y tacto arcilloso. El matasellos, apenas una sombra, decia "18 de octubre de 1919". El sello de lacre se habia desprendido, probablemente merced a los buenos oficios de dona Aurora. En su lugar quedaba una mancha rojiza como un roce de carmin que besaba el cierre sobre el que podia leerse el remite:
Penelope Aldaya
Avenida del Tibidabo, 32, Barcelona
Abri el sobre y extraje la carta, una lamina de color ocre nitidamente doblada por la mitad. Un trazo de tinta azul se deslizaba con aliento nervioso, desvaneciendose paulatinamente y volviendo a cobrar intensidad cada pocas palabras. Todo en aquella hoja hablaba de otro tiempo; el trazo esclavo del tintero, las palabras aranadas sobre el papel grueso por el filo de la plumilla, el tacto rugoso del papel. Alise la carta sobre el mostrador y la lei, casi sin aliento.
Querido Julian:
Esta manana me he enterado por Jorge de que realmente dejaste Barcelona y te fuiste en busca de tus suenos. Siempre temi que esos suenos no te iban a dejar nunca ser mio, ni de nadie. Me hubiera gustado verte una ultima vez, poder mirarte a los ojos y decirte cosas que no se contarle a una carta. Nada salio como lo habiamos planeado. Te conozco demasiado y se que no me escribiras, que ni siquiera me enviaras tu direccion, que querras ser otro. Se que me odiaras por no haber estado alli como te prometi. Que creeras que te falle. Que no tuve valor.
Tantas veces te he imaginado, solo en aquel tren, convencido de que te habia traicionado. Muchas veces intente encontrarte a traves de Miquel, pero el me dijo que ya no querias saber nada de mi. ?Que mentiras le contaron, Julian? ?Que te dijeron de mi? ?Por que les creiste?
Ahora ya se que te he perdido, que lo he perdido lodo. Y aun asi no puedo dejar que te vayas para siempre y me olvides sin que sepas que no te guardo rencor, que yo lo sabia desde el principio, que sabia que te iba a perder y que tu nunca ibas a ver en mi lo que yo en ti. Quiero que sepas que te quise desde el primer dia y que te sigo queriendo, ahora mas que nunca, aunque te pese.
Te escribo a escondidas, sin que nadie lo sepa. Jorge ha jurado que si vuelve a verte te matara. No me dejan ya salir de casa, ni asomarme a la ventana. No creo que me perdonen nunca. Alguien de confianza me ha prometido que te enviara esta carta. No menciono su nombre para no comprometerle. No se si te llegaran mis palabras. Pero si asi fuera y decidieses volver por mi, aqui encontraras el modo de hacerlo. Mientras escribo, te imagino en aquel tren, cargado de suenos y con el alma rota de traicion, huyendo de todos nosotros y de ti mismo. Hay tantas cosas que no puedo contarte, Julian. Cosas que nunca supimos y que es mejor que no sepas nunca.
No deseo nada mas en el mundo que seas feliz, Julian, que todo a lo que aspiras se haga realidad y que, aunque me olvides con el tiempo, algun dia llegues a comprender lo mucho que te quise.
Siempre,
Penelope.