Llegue a la plaza de San Felipe Neri al caer la noche. El banco en el que habia avistado a Nuria Monfort por primera vez yacia a los pies de una farola, vacio y tatuado a cortaplumas con nombres de enamorados, insultos y promesas. Alce la vista hasta las ventanas del hogar de Nuria Monfort en el tercer piso y adverti un reluz cobrizo, oscilante. Una vela.
Me adentre en la gruta de la porteria oscura y ascendi la escalera a tientas. Me temblaban las manos cuando alcance el rellano del tercero. Una cuchilla de luz rojiza despuntaba bajo el marco de la puerta entreabierta. Pose la mano sobre el pomo y permaneci alli inmovil, escuchando. Crei oir un susurro, un aliento entrecortado que provenia del interior. Por un instante pense que si abria aquella puerta, la encontraria esperandome al otro lado, fumando junto al balcon con las piernas encogidas y apoyada contra la pared, anclada en el mismo lugar en que la habia dejado. Suavemente, temiendo molestarla, abri la puerta y entre en el piso. Las cortinas del balcon ondeaban en la sala. La silueta estaba sentada junto a la ventana, el rostro robado al trasluz, inmovil, sosteniendo un cirio encendido entre las manos. Una perla de claridad se deslizo por su piel, brillante como resina fresca, para caer despues en su regazo. Isaac Monfort se volvio con el rostro surcado de lagrimas.
- No le vi esta tarde en el entierro -dije.
Nego en silencio, secandose los ojos con el enves de la solapa.
- Nuria no estaba alli -murmuro al rato-. Los muertos nunca acuden a su propio entierro.
Echo una mirada alrededor, como si con ello quisiera indicarme que su hija estaba en aquella sala, sentada junto a nosotros en la penumbra, escuchandonos.
- ?Sabe usted que nunca habia estado en esta casa? -pregunto-. Siempre que nos veiamos era Nuria quien acudia a mi. "Para usted es mas facil, padre -decia ella-. ?Para que va a subir escaleras?" Yo siempre le decia: "Bueno, si no me invitas no voy a ir", y ella respondia: "No hace falta que le invite a mi casa, padre, se invita a los extranos. Usted puede venir cuando quiera." En mas de quince anos no vine a verla una sola vez. Siempre le dije que habia escogido un mal barrio. Poca luz. Una finca vieja. Ella solo asentia. Como cuando le decia que habia escogido una mala vida. Poco futuro. Un marido sin oficio ni beneficio. Es curioso como juzgamos a los demas y no nos damos cuenta de lo miserable de nuestro desden hasta que nos faltan, hasta que nos los quitan. Nos los quitan porque nunca han sido nuestros...
La voz del anciano, desnuda de su velo de ironia, hacia aguas y sonaba casi tan vieja como su mirada.
- Nuria le queria a usted mucho, Isaac. No lo dude ni por un instante. Y me consta que ella tambien se sentia querida por usted -improvise.
El viejo Isaac nego de nuevo. Sonreia, pero las lagrimas caian sin cesar, calladas.
- Quiza me queria, a su manera, como yo la quise a ella, a la mia. Pero no nos conociamos. Quiza porque yo nunca la deje conocerme, o nunca di un paso por conocerla a ella. Pasamos la vida como dos extranos que se han visto todos los dias y se saludan por cortesia. Y pienso que quiza murio sin perdonarme.
- Isaac, le aseguro a usted...
- Daniel, es usted joven y pone voluntad, pero aunque he bebido y no se ni lo que digo, aun no ha aprendido a mentir lo suficientemente bien como para enganar a un viejo con el corazon podrido de miserias.
Baje la mirada.
- La policia dice que el hombre que la mato es amigo suyo -aventuro Isaac.
- La policia miente Isaac asintio.
- Ya lo se.
- Le aseguro...
- No hace falta, Daniel. Se que dice usted la verdad -dijo Isaac, extrayendo un sobre del bolsillo de su abrigo.
- La tarde antes de morir, Nuria vino a verme, como solia hacer anos atras. Me acuerdo de que soliamos ir a comer a un cafe de la calle Guardia, al que yo la llevaba de nina. Siempre hablabamos de libros, de libros viejos. Ella me contaba a veces cosas de su trabajo, pequeneces, cosas que se cuentan a un extrano en un autobus... Una vez me dijo que sentia haber sido una decepcion para mi. Le pregunte que de donde habia sacado aquella idea absurda. "De sus ojos , padre, de sus ojos ", dijo. Ni una sola vez se me ocurrio que tal vez yo habia sido una decepcion todavia mayor para ella. A veces nos creemos que las personas son decimos de loteria: que estan ahi para hacer realidad nuestras ilusiones absurdas.
- Isaac, con el debido respeto, ha bebido usted como un cosaco y no sabe lo que dice.
- El vino convierte al sabio en necio, y al necio en sabio. Se lo suficiente para comprender que mi propia hija nunca confio en mi. Confiaba mas en usted, Daniel, y solo le habia visto un par de veces.
- Le aseguro que se equivoca.
- La ultima tarde que nos vimos me trajo este sobre. Estaba muy inquieta, preocupada por algo que no me quiso contar. Me pidio que guardase este sobre y que, si pasaba algo, se lo entregase a usted.
- ?Si pasaba algo?
- Esas fueron sus palabras. La vi tan alterada que le propuse que acudiesemos juntos a la policia, que fuera cual fuese el problema encontrariamos una solucion. Entonces me dijo que la policia era el ultimo sitio al que podia acudir. Le pedi que me revelase de que se trataba, pero dijo que tenia que marcharse y me hizo prometer que le entregaria a usted este sobre si ella no volvia a buscarlo en un par de dias. Me pidio que no lo abriera.
Isaac tendio el sobre. Estaba abierto.
- Le menti, como siempre -dijo.
Inspeccione el sobre. Contenia un pliego de cuartillas escritas a mano.
- ?Las ha leido usted? -pregunte.
El anciano asintio lentamente.
- ?Que dicen?
El anciano alzo el rostro. Le temblaban los labios. Me parecio que habia envejecido cien anos desde la ultima vez que le habia visto.
- Es la historia que usted buscaba, Daniel. La historia de una mujer que nunca conoci, aunque llevara mi nombre y mi sangre. Ahora le pertenece a usted.
Me guarde el sobre en el bolsillo del abrigo.
- Le voy a pedir que me deje solo, aqui con ella, si no le importa. Hace un rato, mientras leia esas paginas, me ha parecido que la reencontraba. Yo, por mas que me esfuerce, solo consigo recordarla como cuando era nina. De pequena era muy callada, ?sabe usted? Lo miraba todo, pensativa, y nunca se reia. Lo que mas le gustaba eran los cuentos. Siempre me pedia que le leyese cuentos y no creo que haya habido una cria que aprendiese antes a leer. Decia que queria ser escritora y redactar enciclopedias y tratados de historia y filosofia. Su madre decia que todo aquello era culpa mia, que Nuria me adoraba y como pensaba que su padre solo queria a los libros, ella queria escribir libros para que su padre la quisiera a ella.
- Isaac, no me parece una buena idea que este usted solo esta noche. ?Por que no se viene conmigo? Se queda esta noche en casa, y asi le hace compania a mi padre.
Isaac nego de nuevo.
- Tengo que hacer, Daniel. Vayase usted a casa, y lea esas paginas. Le pertenecen a usted.
El anciano desvio la mirada y me dirigi hacia la puerta. Estaba en el umbral cuando la voz de Isaac me llamo, apenas un susurro.
- ?Daniel?
- Si.
- Tenga usted mucho cuidado.
Cuando sali a la calle me parecio que la negrura se arrastraba por el empedrado, pisandome los talones. Aprete el paso y no afloje el ritmo hasta que llegue al piso de Santa Ana. Al entrar en casa encontre a mi padre refugiado en su butaca con un libro abierto en el regazo. Era un album de fotografias. Al verme, se incorporo con una expresion de alivio que le arranco el cielo de encima.
- Ya estaba preocupado -dijo-. ?Como fue el entierro?
Me encogi de hombros y mi padre asintio gravemente, dando el tema por cerrado.
- Te he preparado algo de cena. Si te apetece, lo recaliento y...
- No tengo hambre, gracias. He picado algo por ahi. Me miro a los ojos y asintio de nuevo. Se volvio y empezo a recoger los platos que habia dispuesto en la mesa. Fue entonces, sin saber bien por que, cuando me acerque a el y le abrace. Senti que mi padre, sorprendido, me abrazaba a su vez.
- Daniel, ?estas bien?
Estreche a mi padre entre mis brazos con fuerza.
- Te quiero -murmure.
Repicaban las campanas de la catedral cuando empece a leer el manuscrito de Nuria Monfort. Su caligrafia menuda y ordenada me recordo la pulcritud de su escritorio, como si hubiese querido buscar en las palabras la paz y la seguridad que la vida no habia querido concederle.