Era casi media manana cuando llegamos al paseo de la Bonanova, cada uno retirado a sus propios pensamientos. No me cabia duda de que los de Fermin se concentraban en la siniestra aparicion del inspector Fumero en el asunto. Le mire de reojo y adverti su semblante apesadumbrado, carcomido de inquietud. Un velo de nubes oscuras se extendia como sangre derramada y destilaba astillas de luz del color de la hojarasca.
- Si no nos damos prisa, nos va a pillar una buena -dije.
- Todavia no. Esas nubes tienen cara de noche, de magulladura. Son de las que esperan.
- No me diga que tambien entiende usted de nubes.
- Vivir en la calle le ensena a uno mas de lo que desearia saber. Solo de pensar en lo de Fumero me ha dado un hambre horrorosa. ?Que me dice si nos acercamos al bar de la plaza de Sarria y nos marcamos dos bocadillos de tortilla con muchisima cebolla?
Pusimos rumbo hacia la plaza, donde una horda de abuelillos coqueteaba el palomar local, reduciendo la vida a un juego de migajas y de espera. Nos procuramos una mesa junto a la puerta del bar, donde Fermin procedio a dar buena cuenta de los dos bocadillos, el suyo y el mio, una cana de cerveza, dos chocolatinas y un trifasico de ron. De postre se tomo un Sugus. En la mesa contigua, un hombre observaba a Fermin de refilon por encima del periodico, probablemente pensando lo mismo que yo.
- No se donde mete usted todo eso, Fermin.
- En mi familia siempre hemos sido de metabolismo acelerado. Mi hermana Jesusa, que en gloria este, era capaz de merendarse una tortilla de morcilla y ajos tiernos de seis huevos a media tarde y luego lucirse como un cosaco en la cena. Le llamaban la Higadillos, porque sufria de halitosis. Pobrecilla. Era igualita que yo, ?sabe? Con este mismo careto y este cuerpo serrano, mas bien magro de carnes. Un doctor de Caceres le dijo una vez a mi madre que los Romero de Torres eramos el eslabon perdido entre el hombre y el pez martillo, porque el noventa por ciento de nuestro organismo es cartilago, mayormente concentrado en la nariz y en el pabellon auditivo. A la Jesusa la confundian mucho conmigo en el pueblo, porque a la pobre nunca llego a salirle pecho y empezo a afeitarse antes que yo. Murio de tisis a los veintidos anos, virgen terminal y enamorada en secreto de un cura santurron que cuando se la cruzaba por la calle siempre le decia: "Hola, Fermin, estas ya hecho todo un hombrecito." Ironias de la vida.
- ?Les echa de menos?
- ?A la familia?
Fermin se encogio de hombros, varado en una sonrisa nostalgica.
- ?Que se yo? Pocas cosas enganan mas que los recuerdos. Vea usted al cura... ?Y usted? ?Echa de menos a su madre?
Baje la mirada.
- Mucho.
- ?Sabe de lo que mas me acuerdo de la mia? -pregunto Fermin-. De su olor. Siempre olia a limpio, a pan dulce. Tanto daba si habia pasado el dia trabajando en los campos o llevaba encima los mismos harapos de toda la semana. Ella siempre olia a todo lo bueno que hay en este mundo. Y mire que era bruta. Maldecia como un carretero, pero olia como las princesas de los cuentos. O al menos eso me parecia a mi. ?Y usted? ?Que es lo que mas recuerda de su madre, Daniel?
Dude un instante, aranando las palabras que me rehuian la voz.
- Nada. No puedo recordar a mi madre hace ya anos. Ni como era su cara, o su voz, o su olor. Se me perdieron el dia que descubri a Julian Carax y no han vuelto.
Fermin me observaba con cautela, midiendo su respuesta.
- ?No tiene usted un retrato de ella?
- Nunca he querido mirarlos -dije.
- ?Por que no?
Nunca le habia contado esto a nadie, ni siquiera a mi padre o a Tomas.
- Porque me da miedo. Me da miedo buscar un retrato de mi madre y descubrir en ella a una extrana. Le parecera a usted una tonteria.
Fermin nego.
- ?Y por eso piensa usted que si consigue desentranar el misterio de Julian Carax y rescatarle del olvido, el rostro de su madre volvera a usted?
Le mire en silencio. No habia ironia ni juicio en su mirada. Por un instante, Fermin Romero de Torres me parecio el hombre mas lucido y sabio del universo.
- Quiza -dije, sin pensar.
Al filo del mediodia abordamos un autobus de vuelta al centro. Nos sentamos al frente, justo detras del conductor, circunstancia que Fermin aprovecho para entablar un debate con el acerca de los muchos avances, tecnicos y cosmeticos, que advertia en el transporte publico de superficie en relacion a la ultima vez que lo habia utilizado, alla por 1940, particularmente en lo referente a senalizacion, como demostraba un cartel que rezaba: "Se prohibe escupir y la palabra soez." Fermin examino el cartel de reojo y opto por rendirle pleitesia conjurando con enjundia un sonoro gargajo, lo que basto para granjearnos las miradas sulfuricas de un trio de beatorras que viajaban en comando en la parte de atras pertrechadas de sendas copias del misal.
- Salvaje -musito la beata del flanco este, que guardaba un asombroso parecido con el retrato oficial del general Yague.
- Ahi van -dijo Fermin-. Tres santas tiene mi Espana. Santa Sofoco, santa Puretas y santa Remilgos. Entre todos hemos convertido este pais en un chiste.
- Diga que si -convino el conductor-. Con Azana estabamos mejor. Y el trafico no digamos. Asco da.
Un hombre sentado en la parte de atras se rio, disfrutando del intercambio de pareceres. Le reconoci como el mismo que habia estado sentado junto a nosotros en el bar. Su expresion parecia insinuar que estaba de parte de Fermin y que deseaba verle ensanarse con las beatas. Cruce con el la mirada brevemente. Me sonrio cordialmente y regreso a su periodico con desinteres. Al llegar a la calle Ganduxer adverti que Fermin se habia recogido en un ovillo bajo su gabardina y estaba pegando una cabezadita con la boca abierta y el rostro bendito. El autobus se deslizaba por el senorio almidonado del paseo de San Gervasio cuando Fermin desperto de repente.
- He estado sonando con el padre Fernando -me dijo-. Solo que en mi sueno iba vestido de delantero centro del Real Madrid y tenia la copa de la liga a su vera, reluciente como los chorros del oro.
- ?Y eso? -pregunte.
- Si Freud esta en lo cierto, eso significa que tal vez el cura nos haya colado un gol.
- A mi me parecio un hombre honesto.
- La verdad es que si. Quiza demasiado para su propio bien. A los curas con madera de santo los acaban enviando a todos a misiones, a ver si se los comen los mosquitos o las piranas.
- Ya sera menos.
- Bendita inocencia la suya, Daniel. Se cree usted hasta lo del ratoncito dientes. Y si no, de muestra un boton: el embrollo ese de Miquel Moliner que le endilgo Nuria Monfort. Me parece que esa famula le coloco a usted mas trolas que la pagina editorial de L'Observatore Romano. Ahora resulta que esta casada con un amigo de la infancia de Aldaya y Carax, mire usted por donde. Y encima tenemos la historia de Jacinta, el aya buena, que tal vez sea veridica pero suena demasiado a ultimo acto de don Alejandro Casona. Por no mencionar la aparicion estelar de Fumero en el papel de matarife.
- ?Cree usted entonces que el padre Fernando nos mintio?
- No. Convengo con usted en que parece honrado, pero el uniforme pesa mucho y lo mismo se guardo alguna novena en la media, por asi decirlo. Yo creo que si nos mintio fue por omision y decoro, no por mala leche o malicia. Ademas no le veo capaz de inventarse un embrollo asi. Si supiera mentir mejor, no estaria dando clases de algebra y latin; andaria ya en el obispado, con un despacho de cardenal y melindros tiernos para el cafe.
- ?Que sugiere usted que hagamos entonces? -Tarde o temprano vamos a tener que desenterrar a la momia de la abuelilla angelical y sacudirla de los tobillos, a ver que cae. De momento voy a tirar de algunos hilos, a ver que averiguo de este tal Miquel Moliner. Y no estaria de mas echarle un ojo encima a esa Nuria Monfort, que me parece que esta resultando ser lo que mi difunta madre denominaba una lagarta.
- Se equivoca usted con ella -aduje.
- A usted le ensenan un par de tetas bien puestas y cree que ha visto a santa Teresa de Jesus, lo cual a su edad tiene disculpa que no remedio. Dejemela a mi, Daniel, que la fragancia del eterno femenino ya no me emboba como a usted. A mis anos, el riego sanguineo a la cabeza adquiere preferencia al destinado a las partes blandas.
- Menudo fue a hablar.
Fermin extrajo su monedero y procedio a contar el montante.
- Lleva usted ahi una fortuna -dije-. ?Todo eso ha sobrado del cambio de esta manana?
- Parte. El resto es legitimo. Es que hoy llevo a mi Bernarda por ahi. Yo a esa mujer no le puedo negar nada. Si hace falta, asalto el Banco de Espana para darle todos los caprichos. ?Y usted que planes tiene para el resto del dia?
- Nada en especial.
- ?Y la nena esa, que?
- ?Que nena?
- La monos. ?Que nena va a ser? La hermana de Aguilar.
- No se.
- Saber sabe; lo que no tiene, hablando en plata, es cojones para coger el toro por los cuernos.
A estas se nos acerco el revisor con gesto cansino, haciendo malabarismos con un palillo que paseaba y volteaba entre los dientes con destreza circense.
- Ustedes perdonen, que dicen esas senoras de ahi que si pueden utilizar un lenguaje mas decoroso.
- Y una mierda -replico Fermin, en voz alta.
El revisor se volvio a las tres damas y se encogio de hombros, dandoles a entender que habia hecho cuanto podia y que no estaba dispuesto a liarse a bofetadas por una cuestion de pudor semantico.
- La gente que no tiene vida siempre se tiene que meter en la de los demas -mascullo Fermin-. ?De que estabamos hablando?
- De mi falta de redanos.
- Efectivamente. Un caso cronico. Hagame caso. Vaya a buscar a su chica, que la vida pasa volando, especialmente la parte que vale la pena vivir. Ya ha visto lo que decia el cura. Visto y no visto.
- Pero si no es mi chica.
- Pues ganesela antes de que se la lleve otro, especialmente un soldadito de plomo.
- Habla usted como si Bea fuese un trofeo.
- No, como si fuese una bendicion -corrigio Fermin-. Mire, Daniel. El destino suele estar a la vuelta de la esquina. Como si fuese un chorizo, una furcia o un vendedor de loteria: sus tres encarnaciones mas socorridas. Pero lo que no hace es visitas a domicilio. Hay que ir a por el.
Dedique el resto del trayecto a considerar esta perla filosofica mientras Fermin emprendia otra cabezadita, menester para el que tenia un talento napoleonico. Nos bajamos del autobus en la esquina de Gran Via y paseo de Gracia bajo un cielo de ceniza que se comia la luz. Abotonandose la gabardina hasta el gaznate, Fermin anuncio que partia a toda prisa rumbo a su pension con la intencion de acicalarse para su cita con la Bernarda.
- Hagase cargo de que con una presencia mayormente modesta como la mia, la toilette no baja de noventa minutos. No hay genio sin figura; esa es la triste realidad de estos tiempos faranduleros. Vanitas pecata mundi.
Le vi alejarse por la Gran Via, apenas un bosquejo de hombrecillo amparado en su gabardina gris que aleteaba como una bandera raida al viento. Puse rumbo a casa, donde planeaba reclutar un buen libro y esconderme del mundo. Al doblar la esquina de Puerta del Angel y la calle Santa Ana, el corazon me dio un vuelco. Fermin, como siempre, habia estado en lo cierto. El destino me aguardaba frente a la libreria luciendo traje de lana gris, zapatos nuevos y medias de seda, y estudiando su reflejo en el escaparate.
- Mi padre cree que estoy en misa de doce -dijo Bea sin alzar la vista de su propia imagen.
- Como si lo estuvieses. Aqui, a menos de veinte metros, en la iglesia de Santa Ana llevan en sesion continua desde las nueve de la manana.
Hablabamos como dos desconocidos detenidos casualmente frente a un escaparate, buscandonos la mirada en el cristal.
- No es como para hacer broma. He tenido que recoger una hoja dominical para ver de que iba el sermon. Luego me pedira que le haga una sinopsis detallada.
- Tu padre esta en todo.
- Ha jurado partirte las piernas.
- Antes tendra que averiguar quien soy. Y mientras yo las tenga enteras, corro mas que el.
Bea me observaba tensa, mirando por encima del hombro a los transeuntes que se deslizaban a nuestra espalda en soplos de gris y de viento.
- No se de que te ries -dijo-. Lo dice en serio.
- No me rio. Estoy muerto de miedo. Pero es que me alegra verte.
Una sonrisa a media asta, nerviosa, fugaz.
- A mi tambien -concedio Bea.
- Lo dices como si fuese una enfermedad.
- Es peor que eso. Pensaba que si volvia a verte a la luz del dia, a lo mejor entraba en razon.
Me pregunte si aquello era un cumplido o una condena.
- No pueden vernos juntos, Daniel. No asi, en plena calle.
- Si quieres podemos entrar en la libreria. En la trastienda hay una cafetera y...
- No. No quiero que nadie me vea entrar o salir de aqui. Si alguien me ve hablar ahora contigo, siempre puedo decir que me he tropezado con el mejor amigo de mi hermano por casualidad. Si nos ven dos veces juntos, levantaremos sospechas.
Suspire.
- ?Y quien va a vernos? ?A quien le importa lo que hagamos?
- La gente siempre tiene ojos para lo que no le importa, y mi padre conoce a media Barcelona.
- ?Entonces por que has venido hasta aqui a esperarme?
- No he venido a esperarte. He venido a misa, ?te acuerdas? Tu mismo lo has dicho. A veinte metros de aqui...
- Me das miedo, Bea. Mientes todavia mejor que yo.
- Tu no me conoces, Daniel.
- Eso dice tu hermano.
Nuestras miradas se encontraron en el reflejo.
- Tu me ensenaste algo la otra noche que no habia visto jamas -murmuro Bea-. Ahora me toca a mi.
Frunci el ceno, intrigado. Bea abrio su bolso, extrajo una tarjeta de cartulina doblada y me la tendio.
- No eres el unico que sabe misterios en Barcelona, Daniel. Tengo una sorpresa para ti. Te espero en esta direccion hoy a las cuatro. Nadie debe saber que hemos quedado alli.
- ?Como sabre que he dado con el sitio correcto?
- Lo sabras.
La mire de reojo, rogando que me estuviese tomando el pelo.
- Si no vienes, lo entendere -dijo Bea-. Entendere que ya no quieres verme mas.
Sin concederme un instante para responder, Bea se dio la vuelta y se alejo a paso ligero hacia las Ramblas. Me quede sosteniendo la tarjeta en la mano y la palabra en los labios, persiguiendola con la mirada hasta que su silueta se fundio en la penumbra gris que precedia a la tormenta. Abri la tarjeta. En el interior, en trazo azul, se leia una direccion que conocia bien.
Avenida del Tibidabo, 32