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A principios de aquel ano, Tomas y Fermin Romero de Torres decidieron unir sus respectivos ingenios en un nuevo proyecto que, segun ellos, habria de librarnos de hacer el servicio militar a mi amigo y a mi. Fermin, particularmente, no compartia el entusiasmo del senor Aguilar por la experiencia castrense.

- El servicio militar solo sirve para descubrir el porcentaje de cafres que cotiza en el censo -opinaba el-. Y eso se descubre en las dos primeras semanas, no hacen falta dos anos. Ejercito, matrimonio, Iglesia y banca: los cuatro jinetes del Apocalipsis. Si, si, riase usted.

El pensamiento anarco-libertario de Fermin Romero de Torres habria de peligrar una tarde de octubre en que, por casualidades del destino, recibimos en la tienda la visita de una vieja amiga. Mi padre habia ido a hacer una valoracion de una coleccion de libros a Argentona y no volveria hasta el anochecer. Yo me quede atendiendo el mostrador de la tienda mientras Fermin, con sus habituales maniobras de equilibrista, se empeno en empinarse por la escalera y ordenar el ultimo estante de libros que quedaba a apenas un palmo del techo. Poco antes de cerrar, cuando ya habia caido el sol, la silueta de la Bernarda se recorto tras el mostrador. Iba vestida de jueves, su dia libre, y me saludo con la mano. Se me ilumino el alma de solo verla y le indique que pasara.

- ?Ay, que grande esta usted! -dijo desde el umbral-. ?Si no se le conoce casi... ya es usted un hombre!

Me abrazo, soltando unas lagrimillas y palpandome la cabeza, los hombros y la cara, para ver si me habia roto en su ausencia.

- Se le echa a faltar a usted en la casa, senorito -dijo bajando la mirada.

- Y yo te he echado a faltar a ti, Bernarda. Venga, dame un beso.

Me beso timidamente, y yo le plante un par de sonoros besos en cada mejilla. Se rio. Vi en sus ojos que estaba esperando que le preguntase por Clara, pero no pensaba hacerlo.

- Te veo muy guapa hoy, y muy elegante. ?Como es que te has decidido a venir a visitarnos?

- Bueno, la verdad es que hacia tiempo que queria venir a verle, pero ya sabe como son las cosas, y una esta muy ocupada, que el senor Barcelo aunque es muy sabio es como un nino, y una ha de hacer de tripas corazon. Pero lo que me trae es que, vera, manana es el cumpleanos de mi sobrina, la de San Adrian, y a mi me gustaria hacerle un regalo. Yo habia pensado regalarle un libro bueno, con mucha letra y poco cromo, pero como soy lerda y no entiendo...

Antes de que yo pudiese responder, la tienda se sacudio con estruendo balistico al precipitarse desde las alturas unas obras completas de Blasco Ibanez en tapa dura. La Bernarda y yo alzamos la vista, sobresaltados. Fermin se deslizaba escaleras abajo como un trapecista, la sonrisa florentina estampada en el rostro y los ojos impregnados de lujuria y embeleso.

- Bernarda, este es...

- Fermin Romero de Torres, asesor bibliografico de Sempere e hijo, a sus pies, senora -proclamo Fermin, tomando la mano de la Bernarda y besandola ceremoniosamente.

En cuestion de segundos, la Bernarda se puso como un pimiento morron.

- Ay, que se confunde usted, yo de senora...

- Lo menos marquesa -atajo Fermin-. Lo sabre yo, que me pateo lo mas fino de la avenida Pearson. Permitame el honor de escoltarla hasta esta nuestra seccion de clasicos juveniles e infantiles donde providencialmente observo que tenemos un compendio con lo mejor de Emilio Salgari y la epica narracion de Sandokan.

- Ay, no se, vidas de santos me da reparo, porque el padre de la nina era muy de la CNT, ?sabe usted?

- Pierda cuidado, porque aqui tengo nada menos que La isla misteriosa de Julio Verne, relato de alta aventura y gran contenido educativo, por lo de los avances tecnologicos.

- Si a usted le parece bien...

Yo los iba siguiendo en silencio, observando como a Fermin se le caia la baba y como la Bernarda se abrumaba con las atenciones de aquel hombrecillo con planta de caliqueno y labia de feriante que la miraba con el impetu que reservaba para las chocolatinas Nestle.

- ?Y usted, senorito Daniel, que dice?

- Aqui el senor Romero de Torres es el experto; puedes confiar en el.

- Pues entonces me llevo ese de la isla, si me lo envuelven ustedes. ?Que se debe?

- Invita la casa -dije yo.

- Ah, no, de ninguna manera...

- Senora, si usted me lo permite y asi me hace el hombre mas dichoso de Barcelona, invita Fermin Romero de Torres.

La Bernarda nos miro a ambos, sin palabras.

- Oiga, que yo pago lo que compro y esto es un regalo que quiero hacer a mi sobrina...

- Entonces me permitira usted, a modo de trueque, que la invite a merendar -lanzo Fermin, alisandose el pelo.

- Anda, mujer -le anime yo-. Ya veras como lo pasais bien. Mira, te envuelvo esto mientras Fermin coge su chaqueta.

Fermin se apresuro a la trastienda a peinarse, perfumarse y colocarse la americana. Le sople unos cuantos duros de la caja para que invitase a la Bernarda.

- ?Donde la llevo? -me susurro, nervioso como un crio.

- Yo la llevaria a Els Quatre Gats -le dije-. Que me consta trae suerte para asuntos del corazon.

Le tendi el paquete con el libro a la Bernarda y le guine el ojo.

- ?Que le debo entonces, senorito Daniel?

- No se. Ya te lo dire. El libro no llevaba precio y se lo tengo que preguntar a mi padre -menti.

Les vi marchar del brazo, perdiendose por la calle Santa Ana, pensando que a lo mejor alguien en el cielo estaba de guardia y por una vez les concedia a aquel par unas gotas de felicidad. Colgue el cartel de CERRADO en el escaparate. Pase un momento a la trastienda a repasar el libro donde mi padre apuntaba los pedidos y escuche la campanilla de la puerta al abrirse. Pense que seria Fermin, que se habia dejado algo, o quiza mi padre que ya habia vuelto de Argentona.

- ?Hola?

Pasaron varios segundos sin que me llegase una respuesta. Yo segui ojeando el libro de pedidos.

Escuche pasos en la tienda, lentos.

- ?Fermin? ?Papa?

No obtuve respuesta. Me parecio advertir una risa ahogada y cerre el libro de pedidos. Quiza un cliente habia ignorado el cartel de CERRADO. Me disponia a atenderle cuando escuche el sonido de varios libros caer desde los estantes en la tienda. Trague saliva. Agarre un abrecartas y me acerque lentamente a la puerta de la trastienda. No me atrevi a llamar de nuevo. Al poco escuche de nuevo los pasos, alejandose. Sono de nuevo la campanilla de la puerta, y senti un vahido de aire de la calle. Me asome a la tienda. No habia nadie. Corri hasta la puerta de la calle y la cerre a cal y canto. Respire hondo, sintiendome ridiculo y cobarde. Me dirigia de nuevo a la trastienda cuando vi aquel pedazo de papel encima del mostrador. Al acercarme comprobe que se trataba de una fotografia, una vieja estampa de estudio de las que acostumbraban a imprimirse en una lamina de carton grueso. Los bordes estaban quemados y la imagen, ahumada, parecia surcada por el rastro de dedos sucios de carbonilla. La examine bajo una lampara. En la fotografia podia verse a una pareja de jovenes, sonriendo para la camara. El no parecia tener mas de diecisiete o dieciocho anos, con el cabello claro y los rasgos aristocraticos, fragiles. Ella parecia quiza un poco menor que el, uno o dos anos a lo sumo. Tenia la tez palida y un rostro cincelado, cenido por un pelo negro, corto, que acentuaba una mirada encantada, envenenada de alegria. El le pasaba un brazo por el talle y ella parecia susurrar algo, burlona. La imagen transmitia una calidez que me robo una sonrisa, como si en aquellos dos desconocidos hubiese reconocido a viejos amigos. Detras de ellos se podia ver el escaparate de una tienda, repleto de sombreros pasados de moda. Me concentre en la pareja. Las ropas parecian indicar que la imagen tenia por lo menos veinticinco o treinta anos. Era una imagen de luz y de esperanza que prometia cosas que solo existen en las miradas de pocos anos. Las llamas habian devorado casi todo el contorno de la fotografia, pero aun podia adivinarse un rostro severo tras aquel mostrador vetusto, una silueta espectral insinuandose tras las letras grabadas en el cristal.


Hijos de Antonio Fortuny

Casa fundada en 1888


La noche que habia regresado al Cementerio de los Libros Olvidados, Isaac me habia contado que Carax usaba el apellido de su madre, no el de su padre: Fortuny. El padre de Carax tenia una sombrereria en la ronda de San Antonio. Observe de nuevo el retrato de aquella pareja y tuve la certeza de que aquel muchacho era Julian Carax, sonriendome desde el pasado, incapaz de ver las llamas que se cerraban sobre el.

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