- ?Que le ha prometido al matusalen ese el que?
- Ya lo ha oido.
- Lo habra dicho en broma, espero.
- Yo no le miento a un abuelete en las ultimas, por fresco que sea.
- Y ello le ennoblece, Daniel, pero ?como piensa usted colar a una fulana en esta santa casa?
- Pagando triple, supongo. Los detalles especificos se los dejo a usted.
Fermin se encogio de hombros, resignado.
- En fin, un trato es un trato. Ya pensaremos en algo. Ahora bien, la proxima vez que se plantee una negociacion de esta naturaleza, dejeme hablar a mi.
- Concedido.
Tal y como me habia indicado el anciano vivales, encontramos a Jacinta Coronado en un altillo al que solo se podia acceder desde una escalinata en el tercer piso. Segun el abuelete lujurioso, el atico era el refugio de los escasos internos a quienes la parca no habia tenido la decencia de privar de entendimiento, estado por otra parte de escasa longevidad. Al parecer, aquella ala oculta habia albergado en su dia las habitaciones de Baltasar Deulofeu, alias Laszlo de Vicherny, desde las cuales presidia las actividades del Tenebrarium y cultivaba las artes amatorias recien llegadas de Oriente entre vapores y aceites perfumados. Cuanto quedaba de aquel dudoso esplendor eran los vapores y perfumes, si bien de otra naturaleza. Jacinta Coronado languidecia rendida en una silla de mimbre, envuelta en una manta
- ?Senora Coronado? -pregunte alzando la voz, temiendo que la pobre estuviese sorda, tarada o ambas cosas.
La anciana nos examino con detenimiento y cierta reserva. Tenia la mirada arenosa, y apenas unas mechas de cabello blanquecino le cubrian la cabeza. Adverti que me observaba con extraneza, como si me hubiera visto antes y no recordase donde. Temi que Fermin se apresurase a presentarme como el hijo de Carax o algun ardid semejante, pero se limito a arrodillarse a la vera de la anciana y a tomar su mano temblorosa y ajada.
- Jacinta, yo soy Fermin, y este pimpollo es mi amigo Daniel. Nos envia su amigo el padre Fernando Ramos, que hoy no ha podido venir porque tenia doce misas que decir, ya sabe como es esto del santoral, pero le envia a usted muchisimos recuerdos. ?Como se encuentra usted?
La anciana sonrio dulcemente a Fermin. Mi amigo le acaricio el rostro y la frente. La anciana agradecia el tacto de otra piel como un gato faldero. Senti que se me estrechaba la garganta.
- Que pregunta mas tonta, ?verdad? -continuo Fermin-. A usted lo que le gustaria es estar por ahi, marcandose un chotis. Porque tiene usted planta de bailarina, se lo debe de decir todo el mundo.
No le habia visto tratar con tanta delicadeza a nadie, ni siquiera a la Bernarda. Las palabras eran pura zalameria, pero el tono y la expresion de su rostro eran sinceros.
- Que cosas mas bonitas dice usted -murmuro con una voz rota, de no tener con quien hablar o nada que decir.
- Ni la mitad de bonitas que usted, Jacinta. ?Cree que le podriamos hacer unas preguntas? Como en los concursos de la radio, ?sabe?
La anciana pestaneo por toda respuesta.
- Yo diria que eso es un si. ?Se acuerda usted de Penelope, Jacinta? ?Penelope Aldaya? Es de ella de quien queriamos preguntarle.
Jacinta asintio, la mirada encendida de subito.
- Mi nina -murmuro y parecio que se nos iba a echar a llorar alli mismo.
- La misma. Se acuerda, ?eh? Nosotros somos amigos de Julian. Julian Carax. El de los cuentos de miedo, se acuerda tambien, ?verdad?
Los ojos de la anciana brillaban, como si las palabras y el tacto en la piel le devolviesen a la vida por momentos.
- El padre Fernando, del colegio de San Gabriel, nos dijo que queria usted mucho a Penelope. El tambien la quiere a usted mucho y se acuerda todos los dias de usted, ?sabe? Si no viene mas a menudo es porque el nuevo obispo, que es un trepa, lo frie con un cupo de misas que lo tienen afonico.
- ?Ya come usted bien? -pregunto de subito la anciana, inquieta.
- Trago como una lima, Jacinta, lo que ocurre es que tengo un metabolismo muy masculino y lo quemo todo. Pero aqui donde me ve, debajo de esta ropa es todo puro musculo. Toque, toque. Como Charles Atlas, pero mas velludo.
Jacinta asintio, mas tranquila. Solo tenia ojos para Fermin. A mi me habia olvidado completamente.
- ?Que puede decirnos de Penelope y de Julian?
- Me la quitaron entre todos -dijo-. A mi nina.
Me adelante para decir algo, pero Fermin me lanzo una mirada que decia: callate.
- ?Quien le quito a Penelope, Jacinta? ?Se acuerda usted?
- El senor -dijo alzando los ojos con temor, como si temiera que alguien pudiera oirnos.
Fermin parecio calibrar el enfasis del gesto de la anciana y siguio su mirada hacia las alturas, cotejando posibilidades.
- ?Se refiere usted a Dios todopoderoso, emperador de los cielos, o mas bien al senor padre de la senorita Penelope, don Ricardo?
- ?Como esta Fernando? -pregunto la anciana.
- ?El cura? Como una rosa. El dia menos pensado le hacen papa y la instala a usted en la Capilla Sixtina. Le manda muchos recuerdos.
- El es el unico que viene a verme, ?sabe? Viene porque sabe que no tengo a nadie mas.
Fermin me lanzo una mirada de soslayo, como si estuviese pensando lo mismo que yo. Jacinta Coronado estaba bastante mas cuerda de lo que su apariencia sugeria. El cuerpo se apagaba, pero la mente y el alma seguian consumiendose en aquel pozo de miseria. Me pregunte cuantos mas como ella, y como el viejecillo licencioso que nos habia indicado donde encontrarla, habria atrapados alli.
- Viene porque la quiere a usted mucho, Jacinta. Porque se acuerda de lo bien cuidado y alimentado que lo tenia de chaval, que nos lo ha contado todo. ?Se acuerda usted, Jacinta? ?Se acuerda de entonces, de cuando iba a recoger a Jorge al colegio, de Fernando y de Julian? Julian...
Su voz era un susurro arrastrado, pero la sonrisa la traicionaba.
- ?Se acuerda usted de Julian Carax, Jacinta?
- Me acuerdo del dia que Penelope me dijo que se iba a casar con el...
Fermin y yo nos miramos, atonitos.
- ?A casar? ?Cuando fue eso, Jacinta?
- El dia que le vio por primera vez. Tenia trece anos y no sabia ni quien era ni como se llamaba.
- ?Como sabia entonces que se iba a casar con el?
- Porque lo habia visto. En suenos.
De nina, Maria Jacinta Coronado estaba convencida de que el mundo se acababa a las afueras de Toledo y de que mas alla de los confines de la ciudad no habia sino tinieblas y oceanos de fuego. Jacinta habia sacado aquella idea de un sueno que tuvo durante una fiebre que casi habia acabado con ella a los cuatro anos. Los suenos empezaron con aquella fiebre misteriosa, de la que algunos culpaban a la picadura de un enorme alacran rojo que un dia aparecio en la casa y al que nunca se volvio a ver, y otros a los malos oficios de una monja loca que se infiltraba por las noches en las casas para envenenar a los ninos y que anos mas tarde moriria en el garrote vil, declamando el padrenuestro al reves y con los ojos salidos de las orbitas al tiempo que una nube roja se extendia sobre la ciudad y descargaba una tormenta de escarabajos muertos. En sus suenos, Jacinta veia el pasado, el futuro y, a veces, vislumbraba secretos y misterios de las viejas calles de Toledo. Uno de los personajes habituales que veia en sus suenos era Zacarias, un angel que vestia siempre de negro y que iba acompanado de un gato oscuro de ojos amarillos cuyo aliento olia a azufre. Zacarias lo sabia todo: le habia vaticinado el dia y la hora en que iba a morir su tio Benancio, el mercachifle de unguentos y aguas benditas. Le habia desvelado el lugar en que su madre, beata de pro, escondia un pliego de cartas de un ardoroso estudiante de medicina de pocos recursos economicos pero solidos conocimientos de anatomia en cuya alcoba en el callejon de Santa Maria habia descubierto las puertas del paraiso por adelantado. Le habia anunciado que habia algo malo clavado en su vientre, un espiritu muerto que la queria mal, y que solo conoceria el amor de un hombre, un amor vacio y egoista que le romperia el alma en dos. Le habia augurado que veria perecer en vida todo aquello que amaba y que antes de llegar al cielo visitaria el infierno. El dia de su primera menstruacion, Zacarias y su gato sulfurico desaparecieron de sus suenos, pero anos mas tarde Jacinta habria de recordar las visitas del angel de negro con lagrimas en los ojos, pues todas sus profecias se habian cumplido.
Asi, cuando los medicos diagnosticaron que nunca podria tener hijos, Jacinta no se sorprendio. Tampoco se sorprendio, aunque casi se murio de pena, cuando su esposo de tres anos le anuncio que la abandonaba por otra porque ella era como un campo yermo y baldio que no daba fruto, porque no era mujer. En ausencia de Zacarias (a quien tomaba por emisario de los cielos, pues de negro o no, era un angel luminoso -y el hombre mas guapo que habia visto o sonado jamas-), la Jacinta hablaba con Dios a solas, en los rincones, sin verle y sin esperar que el se molestase en contestar porque habia mucha pena en el mundo y lo suyo al fin y al cabo eran pequeneces. Todos sus monologos con Dios versaban sobre el mismo tema: solo deseaba una cosa en la vida, ser madre, ser mujer.
Un dia de tantos, rezando en la catedral, se le acerco un hombre a quien reconocio como Zacarias. Vestia como siempre y sostenia su gato malicioso en el regazo. No habia envejecido un solo dia y seguia luciendo aquellas unas magnificas, de duquesa, largas y afiladas. El angel le confeso que acudia el porque Dios no pensaba contestar a sus plegarias. Zacarias le dijo que no se preocupase porque, de un modo u otro, el le enviaria una criatura. Se inclino sobre ella, susurro la palabra Tibidabo, y la beso en los labios muy tiernamente. Al contacto de aquellos labios finos, de caramelo, la Jacinta tuvo una vision: tendria una nina sin necesidad de conocer varon (lo cual, a juzgar por la experiencia de tres anos de alcoba con el esposo que insistia en hacer sus cosas sobre ella mientras le tapaba la cabeza con una almohada y le murmuraba "no mires, guarra", le supuso un alivio). Esa nina vendria a ella en una ciudad muy lejana, atrapada entre una luna de montanas y un mar de luz, una ciudad forjada de edificios que solo podian existir en suenos. Luego Jacinta no supo decir si la visita de Zacarias habia sido otro de sus suenos o si realmente el angel habia acudido a ella en la catedral de Toledo, con su gato y sus unas escarlata recien manicuradas. De lo que no dudo un instante fue de la veracidad de aquellas predicciones. Aquella misma tarde consulto con el diacono de la parroquia, que era un hombre leido y que habia visto mundo (se decia que habia llegado hasta Andorra y que chapurreaba el vascuence). El diacono, que alego desconocer al angel Zacarias de entre las legiones aladas del cielo, escucho con atencion la vision de la Jacinta y, tras mucho sopesar el tema, y ateniendose a la descripcion de una suerte de catedral que, en palabras de la vidente, parecia una gran peineta hecha de chocolate fundido, el sabio le dijo: "Jacinta, eso que has visto tu es Barcelona, la gran hechicera, y el templo expiatorio de la Sagrada Familia..." Dos semanas mas tarde, armada de un fardo, un misal y su primera sonrisa en cinco anos, Jacinta partia rumbo a Barcelona, convencida de que todo lo que le habia descrito el angel se haria realidad.
Pasarian meses de arduas vicisitudes antes de que Jacinta encontrase empleo fijo en uno de los almacenes de Aldaya e hijos, junto a los pabellones de la vieja Exposicion Universal de la Ciudadela. La Barcelona de sus suenos se habia transformado en una ciudad hostil y tenebrosa, de palacios cerrados y fabricas que soplaban aliento de niebla que envenenaba la piel de carbon y azufre. Jacinta supo desde el primer dia que aquella ciudad era mujer, vanidosa y cruel, y aprendio a temerla y a no mirarla nunca a los ojos. Vivia sola en una pension del barrio de la Ribera, donde su sueldo apenas le permitia pagarse un cuarto miserable, sin ventanas ni mas luz que las velas que robaba en la catedral y que dejaba encendidas toda la noche para asustar a las ratas que se habian comido las orejas y los dedos del bebe de seis meses de la Ramoneta, una prostituta que alquilaba la pieza contigua y la unica amiga que habia conseguido hacer en once meses en Barcelona. Aquel invierno llovio casi todos los dias, lluvia negra, de hollin y arsenico. Pronto Jacinta empezo a temer que Zacarias la habia enganado, que habia venido a aquella ciudad terrible a morir de frio, de miseria y de olvido.
Dispuesta a sobrevivir, Jacinta acudia todos los dias antes del amanecer al almacen y no salia hasta bien entrada la noche. Alli la encontraria por casualidad don Ricardo Aldaya atendiendo a la hija de uno de los capataces, que habia caido enferma de consumicion, y al ver el celo y la ternura que emanaba la muchacha decidio que se la llevaba a su casa para que atendiese a su esposa, que estaba encinta del que habria de ser su primogenito. Sus plegarias habian sido escuchadas. Aquella noche Jacinta vio a Zacarias de nuevo en suenos. El angel ya no vestia de negro. Iba desnudo, y su piel estaba recubierta de escamas. Ya no le acompanaba su gato, sino una serpiente blanca enroscada en el torso. Su cabello habia crecido hasta la cintura y su sonrisa, la sonrisa de caramelo que habia besado en la catedral de Toledo, aparecia surcada de dientes triangulares y serrados como los que habia visto en algunos peces de alta mar agitando la cola en la lonja de pescadores. Anos mas tarde, la muchacha describiria esta vision a un Julian Carax de dieciocho anos, recordando que el dia en que Jacinta iba a dejar la pension de la Ribera para mudarse al palacete Aldaya, supo que su amiga la Ramoneta habia sido asesinada a cuchilladas en el portal aquella misma noche y que su bebe habia muerto de frio en brazos del cadaver. Al saberse la noticia, los inquilinos de la pension se enzarzaron en una pelea a gritos, punadas y aranazos para disputarse las escasas pertenencias de la muerta. Lo unico que dejaron fue el que habia sido su tesoro mas preciado: un libro. Jacinta lo reconocio, porque muchas noches la Ramoneta le habia pedido si podia leerle una o dos paginas. Ella nunca habia aprendido a leer.
Cuatro meses mas tarde nacia Jorge Aldaya, y aunque Jacinta le brindaria todo el carino que la madre, una dama eterea que siempre le parecio atrapada en su propia imagen en el espejo, nunca supo o quiso darle, el aya comprendio que no era aquella la criatura que Zacarias le habia prometido. En aquellos anos, Jacinta se desprendio de su juventud y se convirtio en otra mujer que tan solo conservaba el mismo nombre y el mismo rostro. La otra Jacinta se habia quedado en aquella pension del barrio de La Ribera, tan muerta como la Ramoneta. Ahora vivia a la sombra de los lujos de los Aldaya, lejos de aquella ciudad tenebrosa que tanto habia llegado a odiar y en la que no se aventuraba ni en el dia que tenia libre para ella una vez al mes. Aprendio a vivir a traves de otros, de aquella familia que cabalgaba en una fortuna que apenas podia llegar a comprender. Vivia esperando a aquella criatura, que seria una nina, como la ciudad, y a la que entregaria todo el amor con que Dios le habia envenenado el alma. A veces Jacinta se preguntaba si aquella paz somnolienta que devoraba sus dias, aquella noche de la conciencia, era lo que algunos llamaban felicidad, y queria creer que Dios, en su infinito silencio, habia, a su manera, respondido a sus plegarias.
Penelope Aldaya nacio en la primavera de 1903. Para entonces don Ricardo Aldaya ya habia adquirido la casa de la avenida del Tibidabo, aquel caseron que sus companeros en el servicio estaban convencidos de que yacia bajo el influjo de algun poderoso embrujo, pero a la que Jacinta no temia, pues sabia que lo que otros tomaban por encantamiento no era mas que una presencia que solo ella podia ver en suenos: la sombra de Zacarias, que apenas se parecia ya al hombre que ella recordaba y que ahora solo se manifestaba como un lobo que caminaba sobre las dos patas posteriores.
Penelope fue una nina fragil, palida y liviana. Jacinta la veia crecer como a una flor rodeada de invierno. Durante anos la velo cada noche, preparo personalmente todas y cada una de sus comidas, cosio sus ropas, estuvo a su lado cuando paso mil y una enfermedades, cuando dijo sus primeras palabras, cuando se hizo mujer. La senora Aldaya era una figura mas en el decorado, una pieza que entraba y salia de la escena siguiendo los dictados del decoro. Antes de acostarse, acudia a despedirse de su hija y le decia que la queria mas que a nada en el mundo, que ella era lo mas importante del universo para ella. Jacinta nunca le dijo a Penelope que la queria. El aya sabia que quien quiere de verdad quiere en silencio, con hechos y nunca con palabras. En secreto, Jacinta despreciaba a la senora Aldaya, aquella criatura vanidosa y vacia que envejecia por los pasillos del caseron bajo el peso de las joyas con que su esposo, que atracaba en puertos ajenos desde hacia anos, la acallaba. La odiaba porque, de entre todas las mujeres, Dios la habia escogido a ella para dar a luz a Penelope mientras que su vientre, el vientre de la verdadera madre, permanecia yermo y baldio. Con el tiempo, como si las palabras de su esposo hubieran sido profeticas, Jacinta perdio hasta las formas de mujer. Habia perdido peso y su figura recordaba el semblante adusto que dan la piel cansada y el hueso. Sus pechos habian menguado hasta convertirse en soplos de piel, sus caderas parecian las de un muchacho y sus carnes, duras y angulosas, resbalaban hasta en la vista de don Ricardo Aldaya, a quien le bastaba intuir un brote de exuberancia para embestir con furia, como bien sabian todas las doncellas de la casa y las de las casas de sus allegados. Es mejor asi, se decia Jacinta. No tenia tiempo para tonterias.
Todo su tiempo era para Penelope. Leia para ella, la acompanaba a todas partes, la banaba, la vestia, la desnudaba, la peinaba, la sacaba a pasear, la acostaba y la despertaba. Pero sobre todo hablaba con ella. Todos la tomaban por una aya lunatica, una solterona sin mas vida que su empleo en la casa, pero nadie sabia la verdad: Jacinta no solo era la madre de Penelope, era su mejor amiga. Desde que la nina empezo a hablar y articular pensamientos, que fue mucho mas pronto de lo que Jacinta recordaba en ninguna otra criatura, ambas compartian sus secretos, sus suenos y sus vidas.
El paso del tiempo solo acrecento esta union. Cuando Penelope alcanzo la adolescencia, ambas eran ya companeras inseparables. Jacinta vio florecer a Penelope en una mujer cuya belleza y luminosidad no solo eran evidentes a sus ojos enamorados. Penelope era luz. Cuando aquel enigmatico muchacho llamado Julian llego a la casa, Jacinta advirtio desde el primer momento que una corriente circulaba entre el y Penelope. Un vinculo les unia, similar al que unia a ella con Penelope, y al tiempo diferente. Mas intenso. Peligroso. Al principio creyo que llegaria a odiar al muchacho, pero pronto comprobo que no odiaba a Julian Carax, ni podria odiarle nunca. A medida que Penelope iba cayendo en el embrujo de Julian, ella tambien se dejo arrastrar y con el tiempo solo deseo lo que Penelope deseara. Nadie se habia dado cuenta, nadie habia prestado atencion, pero como siempre, lo esencial de la cuestion habia sido decidido antes de que empezase la historia y, para entonces, ya era tarde.
Habrian de pasar muchos meses de miradas y anhelos vanos antes de que Julian Carax y Penelope pudieran estar a solas. Vivian de la casualidad. Se encontraban en los pasillos, se observaban desde extremos opuestos de la mesa, se rozaban en silencio, se sentian en la ausencia. Cruzaron sus primeras palabras en la biblioteca de la casa de la avenida del Tibidabo una tarde de tormenta en que "Villa Penelope" se inundo del reluz de cirios, apenas unos segundos robados a la penumbra en que Julian creyo ver en los ojos de la muchacha la certeza de que ambos sentian lo mismo, que les devoraba el mismo secreto. Nadie parecia advertirlo. Nadie excepto Jacinta, que veia con creciente inquietud el juego de miradas que Penelope y Julian tejian a la sombra de los Aldaya. Temia por ellos.
Ya por entonces habia empezado Julian a pasar las noches en blanco, escribiendo relatos desde la medianoche al amanecer, donde vaciaba su alma para Penelope. Luego, visitando la casa de la avenida del Tibidabo con cualquier excusa, buscaba el momento de colarse a escondidas en la habitacion de Jacinta y le entregaba las cuartillas para que ella se las diese a la muchacha. A veces Jacinta le entregaba una nota que Penelope habia escrito para el y pasaba dias releyendola. Aquel juego habria de durar meses. Mientras el tiempo les robaba la suerte, Julian hacia cuanto era necesario para estar cerca de Penelope. Jacinta le ayudaba, por ver feliz a Penelope, por mantener viva aquella luz. Julian, por su parte, sentia que la inocencia casual del inicio se desvanecia y era necesario empezar a sacrificar terreno. Asi empezo a mentir a don Ricardo sobre sus planes de futuro, a exhibir un entusiasmo de carton por un porvenir en la banca y en las finanzas, a fingir un afecto y un apego por Jorge Aldaya que no sentia para justificar su presencia casi constante en la casa de la avenida del Tibidabo, a decir solo aquello que sabia que los demas deseaban oirle decir, a leer sus miradas y sus anhelos, a encerrar la honestidad y la sinceridad en el calabozo de las imprudencias, a sentir que vendia su alma a trozos, y a temer que si algun dia llegaba a merecer a Penelope, no quedaria ya nada del Julian que la habia visto por primera vez. A veces Julian se despertaba al alba, ardiendo de rabia, deseoso de declararle al mundo sus verdaderos sentimientos, de encarar a don Ricardo Aldaya y decirle que no sentia interes alguno por su fortuna, sus barajas de futuro y su compania, que tan solo deseaba a su hija Penelope y que pensaba llevarla tan lejos como pudiera de aquel mundo vacio y amortajado en el que la habia apresado. La luz del dia disipaba su coraje.
En ocasiones Julian se sinceraba con Jacinta, que empezaba a querer al muchacho mas de lo que hubiera deseado. A menudo, Jacinta se separaba momentaneamente de Penelope y, con la excusa de ir a recoger a Jorge al colegio de San Gabriel, visitaba a Julian y le entregaba mensajes de Penelope. Fue asi como conocio a Fernando, que muchos anos mas tarde habria de ser el unico amigo que le quedaria mientras esperaba la muerte en el infierno de Santa Lucia que le habia profetizado el angel Zacarias. A veces, con malicia, el aya llevaba a Penelope con ella y facilitaba un encuentro breve entre los dos jovenes, viendo crecer entre ellos un amor que ella nunca habia conocido, que se le habia negado. Fue tambien por entonces cuando Jacinta advirtio la presencia sombria y turbadora de aquel muchacho silencioso al que todos llamaban Francisco Javier, el hijo del conserje de San Gabriel. Le sorprendia espiandolos, leyendo sus gestos desde lejos y devorando a Penelope con los ojos. Jacinta conservaba una fotografia que el retratista oficial de los Aldaya, Recasens, habia tomado de Julian y de Penelope a la puerta de la sombrereria de la ronda de San Antonio. Era una imagen inocente, tomada al mediodia en presencia de don Ricardo y de Sophie Carax. Jacinta la llevaba siempre consigo.
Un dia, mientras esperaba a Jorge a la salida del colegio de San Gabriel, el aya olvido su bolsa junto a la fuente y al volver a por ella advirtio que el joven Fumero merodeaba por alli, mirandola nerviosamente. Aquella noche, cuando busco el retrato no lo encontro y tuvo la certeza de que el muchacho lo habia robado. En otra ocasion, semanas mas tarde, Francisco Javier Fumero se aproximo al aya y le pregunto si podia hacerle llegar algo a Penelope de su parte. Cuando Jacinta pregunto de que se trataba, el muchacho extrajo un pano con el que habia envuelto lo que parecia una figura tallada en madera de pino. Jacinta reconocio en ella a Penelope y sintio un escalofrio. Antes de que pudiese decir nada, el muchacho se alejo. De camino a la casa de la avenida del Tibidabo, Jacinta tiro la figura por la ventana del coche, como si se tratase de carrona maloliente. Mas de una vez, Jacinta habria de despertarse de madrugada, cubierta de sudor, perseguida por pesadillas en las que aquel muchacho de turbia mirada se abalanzaba sobre Penelope con la fria e indiferente brutalidad de un insecto.
Algunas tardes, cuando Jacinta acudia a buscar a Jorge, si este se retrasaba, el aya conversaba con Julian. Tambien el empezaba a querer a aquella mujer de semblante duro y a confiar en ella mas de lo que confiaba en si mismo. Pronto, cuando algun problema o alguna sombra se cernia sobre su vida, ella y Miquel Moliner eran los primeros, y a veces los ultimos, en saberlo. En una ocasion, Julian Le conto a Jacinta que habia encontrado a su madre y a don Ricardo Aldaya en el patio de las fuentes conversando mientras esperaban la salida de los alumnos. Don Ricardo parecia estar deleitandose con la compania de Sophie y Julian sintio cierto resquemor, pues estaba al corriente de la reputacion donjuanesca del industrial y de su voraz apetito por las delicias del genero femenino sin distincion de casta o condicion, al que solo su santa esposa parecia inmune.
- Le comentaba a tu madre lo mucho que te gusta tu nuevo colegio.
Al despedirse de ellos, don Ricardo les guino un ojo y se alejo con una risotada. Su madre hizo todo el trayecto de regreso en silencio, claramente ofendida por los comentarios que le habia estado haciendo don Ricardo Aldaya.
No solo Sophie veia con recelo su creciente vinculacion con los Aldaya y el abandono al que Julian habia relegado a sus antiguos amigos del barrio y a su familia. Donde su madre mostraba tristeza y silencio, el sombrerero mostraba rencor y despecho. El entusiasmo inicial de ampliar su clientela a la flor y nata de la sociedad barcelonesa se habia evaporado rapidamente. Casi no veia ya a su hijo y pronto tuvo que contratar a Quimet, un muchacho del barrio, antiguo amigo de Julian, como ayudante y aprendiz en la tienda. Antoni Fortuny era un hombre que solo se sentia capaz de hablar abiertamente sobre sombreros. Encerraba sus sentimientos en el calabozo de su alma durante meses hasta que se emponzonaban sin remedio. Cada dia se le veia mas malhumorado e irritable. Todo le parecia mal, desde los esfuerzos del pobre Quimet, que se dejaba el alma en aprender el oficio, a los amagos de su esposa Sophie por suavizar el aparente olvido al que les habia condenado Julian.
- Tu hijo se cree que es alguien porque esos ricachones le tienen de mona de circo -decia con aire sombrio, envenenado de rencor.
Un buen dia, cuando se iban a cumplir tres anos desde la primera visita de don Ricardo Aldaya a la sombrereria de Fortuny e hijos, el sombrerero dejo a Quimet al frente de la tienda y le dijo que volveria al mediodia. Ni corto ni perezoso se presento en las oficinas que el consorcio Aldaya tenia en el paseo de Gracia y solicito ver a don Ricardo.
- ?Y a quien tengo el honor de anunciar? -pregunto un lacayo de talante altivo.
- A su sombrerero personal.
Don Ricardo le recibio, vagamente sorprendido, pero con buena disposicion, creyendo que tal vez Fortuny le traia una factura. Los pequenos comerciantes nunca acaban de comprender el protocolo del dinero.
- Y digame, ?que puedo hacer por usted, amigo Fortunato
Sin mas dilacion, Antoni Fortuny procedio a explicarle a don Ricardo que andaba muy enganado con respecto a su hijo Julian.
- Mi hijo, don Ricardo, no es el que usted piensa. Muyi al contrario, es un muchacho ignorante, holgazan y sin mas talento que las infulas que su madre le ha metido en la cabeza. Nunca llegara a nada, creame. Le falta ambicion, caracter. Usted no le conoce y el puede ser muy habil para engatusar a los extranos, para hacerles creer que sabe de todo, pero no sabe nada de nada. Es un mediocre. Pero yo le conozco mejor que nadie y me parecia necesario advertirle.
Don Ricardo Aldaya habia escuchado este discurso en silencio, sin apenas pestanear.
- ?Es eso todo, Fortunato?
El industrial procedio a presionar un boton en su escritorio a los pocos instantes aparecio en la puerta del despacho el secretario que le habia recibido.
El amigo Fortunato se iba ya, Balcells -anuncio-. Tenga la bondad de acompanarle a la salirla.
El tono gelido del industrial no fue del agrado del sombrerero.
- Con su permiso, don Ricardo: es Fortuny, no Fortunato.
- Lo que sea. Es usted un hombre muy triste, Fortuny. Le agradecere que no vuelva por aqui.
Cuando Fortuny se encontro de nuevo en la calle, se sintio mas solo que nunca, convencido de que todos estaban contra el. Apenas dias mas tarde, los clientes de postin que le habia granjeado su relacion con Aldaya empezaron a enviar mensajes cancelando sus encargos y saldando sus cuentas. En apenas semanas, tuvo que despedir a Quimet, porque no habia trabajo para ambos en la tienda. Al fin y al cabo, el muchacho tampoco valia para nada. Era mediocre y holgazan, como todos.
Fue por entonces que la gente del barrio empezo a comentar que al senor Fortuny se le veia mas viejo, mas solo, mas agrio. Ya apenas hablaba con nadie y pasaba largas horas encerrado en la tienda, sin nada que hacer, viendo pasar a la gente al otro lado del mostrador con un sentimiento de desprecio y, a un tiempo, de anhelo. Luego se dijo que las modas cambiaban, que la gente joven ya no llevaba sombrero y que los que lo hacian preferian acudir a otros establecimientos en que los vendian ya hechos por tallas, con disenos mas actuales y mas baratos. La sombrereria de Fortuny e hijos se hundio lentamente en un letargo de sombras y silencios.
- Estais esperando que me muera -decia para si-. Pues a lo mejor os doy el gusto.
El no lo sabia, pero habia empezado ya a morir hacia mucho tiempo.
Despues de aquel incidente, Julian se volco completamente en el mundo de los Aldaya, en Penelope y en el unico futuro que podia concebir. Asi pasaron casi dos anos en la cuerda floja, viviendo en secreto. Zacarias, a su modo, le habia advertido mucho tiempo atras. Sombras se esparcian a su alrededor y pronto estrecharian el cerco. El primer signo llego un dia de abril de 1918. Jorge Aldaya cumplia dieciocho anos y don Ricardo, oficiando de gran patriarca, habia decidido organizar (o mas bien dar ordenes de que se organizase) una monumental fiesta de cumpleanos que su hijo no deseaba y de la que el, argumentando razones de alta empresa, estaria ausente para encontrarse en la suite azul del hotel Colon con una deliciosa dama de asueto recien llegada de San Petersburgo. La casa de la avenida del Tibidabo quedo convertida en un pabellon circense para el evento: cientos de faroles, banderines y tenderetes dispuestos en los jardines para atender a los invitados.
Casi todos los companeros de Jorge Aldaya del colegio de San Gabriel habian sido invitados. Por sugerencia de Julian, Jorge habia incluido a Francisco Javier Fumero. Miquel Moliner les advirtio de que el hijo del conserje de San Gabriel se iba a sentir desplazado en aquel ambiente fatuo y pomposo de senoritos de postin. Francisco Javier recibio su invitacion pero, intuyendo lo mismo que Miquel Moliner vaticinaba, decidio declinar el ofrecimiento. Cuando dona Yvonne, su madre, supo que su hijo pretendia rechazar una invitacion a la fastuosa mansion de los Aldaya, estuvo a punto de arrancarle la piel. ?Que era aquello sino el signo de que pronto ella entraria en sociedad? El proximo paso solo podia ser una invitacion para tomar el te y las pastas con la senora Aldaya y otras damas de infatigable distincion. Asi pues, dona Yvonne cogio los ahorros que venia escatimando del sueldo de su esposo y procedio a comprar un traje con trazas de marinerillo para su hijo.
Francisco Javier tenia ya por entonces diecisiete anos y aquel traje, azul, con pantalon corto y decididamente ajustado a la refinada sensibilidad de dona Yvonne, le sentaba grotesco y humillante. Presionado por su madre, Francisco Javier acepto y paso una semana tallando un abrecartas con el que pensaba obsequiar a Jorge. El dia de la fiesta, dona Yvonne se empeno en escoltar a su hijo hasta las puertas de la casa de los Aldaya. Queria sentir el olor a realeza y aspirar la gloria de ver a su hijo franquear puertas que pronto se abririan para ella. A la hora de enfundarse el esperpentico atuendo de marinero, Francisco Javier descubrio que le venia pequeno. Yvonne decidio hacer un apano sobre la marcha. Llegaron tarde. Entretanto, y aprovechando el barullo de la fiesta y la ausencia de don Ricardo, que a buen seguro estaba en aquel instante saboreando lo mejor de la raza eslava y celebrando a su manera, Julian se habia escabullido de la fiesta. Penelope y el se habian citado en la biblioteca, donde no habia riesgo de tropezarse con ningun miembro de la ilustrada y exquisita alta sociedad. Demasiado ocupados devorandose los labios, ni Julian ni Penelope vieron a la delirante pareja que se acercaba a las puertas de la casa. Francisco Javier, ataviado de marinero en su primera comunion y purpura de humillacion, caminaba casi a rastras de dona Yvonne, que para la ocasion habia decidido desempolvar una pamela a conjunto con un vestido de pliegues y guirnaldas que la hacia semejar un puesto de dulces o, en palabras de Miquel Moliner, que la avisto de lejos, un bisonte disfrazado de Madame Recamier Dos miembros del servicio guardaban la puerta. No parecieron muy impresionados por los visitantes. Dona Yvonne anuncio que su hijo, don Francisco Javier Fumero de Sotoceballos, hacia su entrada. Los dos criados replicaron, con sorna, que el nombre no les sonaba. Airada, pero manteniendo la compostura de gran senora, Yvonne conmino a su hijo a que mostrase la tarjeta de la invitacion. Desafortunadamente, al hacer el arreglo de confeccion, la tarjeta se habia quedado en la mesa de costura de dona Yvonne.
Francisco Javier intento explicar la circunstancia, pero tartamudeaba y las risas de los dos criados no ayudaban a esclarecer el malentendido. Fueron invitados a largarse con viento fresco. Dona Yvonne, encendida de rabia, les anuncio que no sabian con quien se las estaban jugando. Los criados les replicaron que el puesto de fregona ya estaba cubierto. Desde la ventana de su habitacion, Jacinta vio que Francisco Javier ya se alejaba cuando, de repente, se detuvo. El muchacho se volvio y, mas alla del espectaculo de su madre desganitandose a alaridos con los arrogantes criados, les vio. Julian besaba a Penelope en el ventanal de la biblioteca. Se besaban con la intensidad de quien se pertenece, ajenos al mundo.
Al dia siguiente, durante el recreo del mediodia, Francisco Javier aparecio de pronto. La noticia del escandalo del dia anterior ya habia corrido entre los alumnos y las risas no se hicieron esperar, ni las preguntas acerca de que habia hecho con su traje de marinerito. Las risas se cortaron de golpe cuando los alumnos advirtieron que el muchacho llevaba la escopeta de su padre en la mano. Se hizo el silencio, y muchos se alejaron. Solo el circulo de Aldaya, Moliner, Fernando y Julian, se volvio y se quedo mirando al muchacho, sin comprender. Sin mediar, Francisco Javier alzo el rifle y apunto. Los testigos dijeron luego que no habia rabia ni ira en su rostro. Francisco Javier mostraba la misma frialdad automatica con que desempenaba las tareas de limpieza en el jardin. La primera bala paso rozando la cabeza de Julian. La segunda hubiera atravesado su garganta si Miquel Moliner no se hubiese abalanzado sobre el hijo del conserje y le hubiese arrancado la escopeta a punetazos. Julian Carax habia contemplado la escena atonito, paralizado. Todos creyeron que los disparos iban dirigidos a Jorge Aldaya como venganza a la humillacion sufrida la tarde anterior. Solo mas tarde, cuando la Guardia Civil ya se llevaba al muchacho y la pareja de conserjes era desalojada de su vivienda casi a patadas, Miquel Moliner se acerco a Julian y le dijo, sin orgullo, que le habia salvado la vida. Poco imaginaba Julian que esa vida, o la parte que el queria vivir de ella, se estaba acercando a su fin.
Aquel era el ultimo ano para Julian y sus companeros en el colegio de San Gabriel. Quien mas y quien menos comentaba ya sus planes, o los planes que sus respectivas familias habian hecho por ellos para el siguiente ano. Jorge Aldaya sabia ya que su padre le enviaba a estudiar a Inglaterra y Miquel Moliner daba por hecho su ingreso en la Universidad de Barcelona. Fernando Ramos habia mencionado mas de una vez que quiza ingresara en el seminario de la Compania, perspectiva que sus maestros consideraban la mas sabia en su particular situacion. En cuanto a Francisco Javier Fumero, todo lo que se sabia es que, por intercesion de don Ricardo Aldaya, el muchacho habia ingresado en un reformatorio perdido en el Valle de Aran donde le esperaba un largo invierno. Viendo a sus companeros encaminados en alguna direccion, Julian se preguntaba que iba a ser de el. Sus suenos y ambiciones literarias le parecian mas lejanas e inviables que nunca. Tan solo ansiaba estar junto a Penelope.
Mientras el se preguntaba acerca de su porvenir, otros lo planeaban por el. Don Ricardo Aldaya estaba ya preparandole un puesto en su empresa para iniciarle en el negocio. El sombrerero, por su parte, habia decidido que si su hijo no queria seguir el negocio familiar, podia olvidarse de medrar a su costa. A tal fin, habia iniciado en secreto los tramites para enviar a Julian al ejercito, donde unos cuantos anos de vida castrense le curarian los delirios de grandeza. Julian ignoraba estos planes y, para cuando averiguase lo que unos y otros habian preparado para el, ya seria tarde. Solo Penelope ocupaba su pensamiento y la distancia fingida y los encuentros furtivos de antano ya no le satisfacian. Insistia en verla mas a menudo, arriesgandose cada vez mas a que su relacion con la muchacha fuera descubierta. Jacinta hacia cuanto podia para cubrirlos: mentia por los codos, tramaba reuniones secretas y urdia mil y un ardides para concederles unos instantes a solas. Incluso ella comprendia que no bastaba con aquello, que cada minuto que Penelope y Julian pasaban juntos les unia mas. Hacia tiempo que el aya habia aprendido a reconocer en sus miradas el desafio y la arrogancia del deseo: una voluntad ciega de ser descubiertos, de que su secreto fuera un escandalo a voces y ya no tuvieran que ocultarse en rincones y desvanes para amarse a tientas. A veces, cuando Jacinta acudia a arropar a Penelope, la muchacha se deshacia en lagrimas y le confesaba sus deseos de huir con Julian, de tomar el primer tren y escapar a donde nadie les conociese. Jacinta, que recordaba la suerte de mundo que se extendia mas alla de las verjas del palacete Aldaya, se estremecia y la disuadia. Penelope era un espiritu docil, y el temor que veia en el rostro de Jacinta bastaba para sosegarla. Julian era otra cuestion. Durante aquella ultima primavera en San Gabriel, Julian descubrio con inquietud que don Ricardo Aldaya y su madre Sophie se encontraban a veces en secreto. Al principio temio que el industrial hubiera decidido que Sophie era una conquista apetecible que anadir a su coleccion, pero pronto comprendio que los encuentros, que siempre tenian lugar en cafes del centro y se desarrollaban dentro del mas estricto decoro, se limitaban a la conversacion. Sophie mantenia estos encuentros en secreto. Cuando fi nalmente Julian decidio abordar a don Ricardo y preguntarle que estaba sucediendo entre el y su madre, el industrial rio.
- ?No se te escapa nada, eh, Julian? Lo cierto es que pensaba hablarte del tema. Tu madre y yo estamos discutiendo acerca de tu futuro. Ella vino a verme hace unas semanas, preocupada porque tu padre esta planeando enviarte al ejercito el proximo ano. Tu madre, como es natural, quiere lo mejor para ti y acudio a mi para ver si entre los dos podiamos hacer algo. No te preocupes, palabra de Ricardo Aldaya que tu no seras carne de canon. Tu madre y yo tenemos grandes planes para ti. Confia en nosotros.
Julian queria confiar, pero don Ricardo inspiraba todo menos confianza. Consultando con Miquel Moliner, el muchacho estuvo de acuerdo con Julian.
- Si lo que quieres es fugarte con Penelope, Dios te coja confesado, lo que necesitas es dinero.
Dinero es lo que Julian no tenia.
- Eso tiene arreglo -le informo Miquel-, para eso estan los amigos ricos.
Asi fue como Miquel y Julian empezaron a planear la fuga de los amantes. El destino, por sugerencia de Moliner, seria Paris. Moliner opinaba que, puesto a ser un artista bohemio y muerto de hambre, al menos el decorado de Paris era inmejorable. Penelope hablaba algo de frances y para Julian, gracias a las ensenanzas de su madre, era una segunda lengua.
- Ademas, Paris es suficientemente grande para perderse, pero suficientemente pequeno para encontrar oportunidades -estimaba Miquel.
Su amigo reunio una pequena fortuna, uniendo sus ahorros de anos a lo que pudo sacar a su padre con las excusas mas peregrinas. Solo Miquel sabria a donde iban.
- Y yo pienso enmudecer tan pronto subais a ese tren.
Aquella misma tarde, despues de ultimar los detalles con Moliner, Julian acudio a la casa de la avenida del Tibidabo para explicarle el plan a Penelope.
- Lo que voy a decirte no puedes contarselo a nadie. A nadie. Ni siquiera a Jacinta -empezo Julian.
La muchacha le escucho atonita y hechizada. El plan de Moliner era impecable. Miquel compraria los billetes utilizando un nombre falso y contratando a un desconocido para que los recogiese en la ventanilla de la estacion. Si la policia, por ventura, daba con el, todo lo que les podria ofrecer era la descripcion de un personaje que no se parecia a Julian. Julian y Penelope se encontrarian en el tren. No habria espera en el anden para no dar oportunidad a ser vistos. La fuga seria un domingo, al mediodia. Julian acudiria por su cuenta a la estacion de Francia. Alli le esperaria Miquel con los billetes y el dinero.
La parte mas delicada era la que concernia a Penelope. Debia enganar a Jacinta y pedir al aya que inventase una excusa para sacarla de misa de once y llevarla a casa. De camino, Penelope le pediria que la dejase ir al encuentro de Julian, prometiendo estar de vuelta antes de que la familia regresara al caseron. Penelope aprovecharia entonces para acudir a la estacion. Ambos sabian que, si le decia la verdad, Jacinta no les dejaria marchar. Les queria demasiado.
- Es un plan perfecto, Miquel -habia dicho Julian al escuchar la estrategia ideada por su amigo.
Miquel asintio tristemente.
- Excepto por un detalle. El dano que vais a hacer a mucha gente al iros para siempre.
Julian habia asentido, pensando en su madre y en Jacinta. No se le ocurrio pensar que Miquel Moliner estaba hablando de si mismo.
Lo mas dificil fue convencer a Penelope de la necesidad de mantener a Jacinta a oscuras respecto al plan. Solo Miquel sabria la verdad. El tren partia a la una de la tarde. Para cuando la ausencia de Penelope fuese advertida, ya. habrian cruzado la frontera. Una vez en Paris, se instalarian en un albergue como marido y mujer, usando nombre falso. Enviarian entonces una carta a Miquel Moliner dirigida a sus familias confesando su amor, diciendo que estaban bien, que les querian, anunciando su matrimonio por la iglesia y pidiendo su perdon y comprension. Miquel Moliner meteria la carta en un segundo sobre para eliminar el matasellos de Paris y el se encargaria de enviarla desde una localidad de cercanias.
- ?Cuando? -pregunto Penelope.
- En seis dias -le dijo Julian-. Este domingo.
Miquel estimaba que, para no levantar sospechas, lo mejor era que durante los dias que faltaban para la fuga Julian no visitara a Penelope. Debian quedar de acuerdo y no volver a verse hasta que se encontrasen en aquel tren rumbo a Paris. Seis dias sin verla, sin tocarla, se le hacian infinitos. Sellaron el pacto, un matrimonio secreto, en los labios.
Fue entonces cuando Julian condujo a Penelope hasta la alcoba de Jacinta en el tercer piso de la casa. En aquella planta solo se encontraban las habitaciones de la servidumbre y Julian quiso creer que nadie les encontraria. Se desnudaron a fuego, con rabia y anhelo, aranando la piel y deshaciendose en silencios. Se aprendieron los cuerpos de memoria y enterraron aquellos seis dias de separacion en sudor y saliva. Julian la penetro con furia, clavandola contra los maderos del suelo. Penelope le recibia con los ojos abiertos, las piernas abrazadas a su torso y los labios entreabiertos de ansia. No habia atisbo de fragilidad ni ninez en su mirada, en su cuerpo tibio que pedia mas. Luego, con el rostro todavia prendido de su vientre y las manos en el pecho blanco que todavia temblaba, Julian supo que debian despedirse. Apenas tuvo tiempo de incorporarse cuando la puerta de la habitacion se abrio lentamente y la silueta de una mujer se perfilo en el umbral. Por un segundo, Julian creyo que se trataba de Jacinta, pero enseguida comprendio que se trataba de la senora Aldaya, que les observaba hechizada en un rapto de fascinacion y repugnancia. Cuanto acerto a balbucear fue: "?Donde esta Jacinta?" Sin mas, se volvio y se alejo en silencio mientras Penelope se encogia en el suelo en una agonia muda y Julian sentia que el mundo se desmoronaba a su alrededor.
- Vete ahora, Julian. Vete antes de que venga mi padre.
- Pero...
- Vete.
Julian asintio.
- Pase lo que pase, el domingo te espero en ese tren.
Penelope consiguio arrancar media sonrisa.
- Alli estare. Ahora vete. Por favor...
Aun estaba desnuda cuando la dejo y se deslizo por la escalera de servicio hasta las cocheras y, de alli, a la noche mas fria que recordaba.
Los dias que siguieron fueron los peores. Julian habia pasado la noche en vela, esperando que en cualquier momento viniesen a buscarle los sicarios de don Ricardo. No le visito ni el sueno. Al dia siguiente, en el colegio de San Gabriel, no advirtio cambio alguno en la actitud de Jorge Aldaya. Julian, devorado por la angustia, confeso a Miquel Moliner lo que habia sucedido. Miquel, con su habitual flema, nego en silencio.
- Estas loco, Julian, pero eso no es novedad. Lo extrano es que no haya habido revuelo en casa de los Aldaya. Lo cual, si uno lo piensa, no es tan sorprendente. Si, como dices, os descubrio la senora Aldaya, cabe la posibilidad de que ni ella misma sepa todavia que hacer. He tenido tres conversaciones con ella en mi vida, y de ellas extraje dos conclusiones: uno, la senora Aldaya tiene una edad mental de doce anos; dos, padece de un narcisismo cronico que le imposibilita ver o comprender cualquier cosa que no sea lo que quiere ver o creer, especialmente en referencia a ella misma.
- Ahorrame el diagnostico, Miquel.
- Lo que quiero decir es que probablemente todavia este pensando en que decir, como, cuando y a quien decirselo. Primero tiene que pensar en las consecuencias para ella misma: el potencial escandalo, la furia de su esposo... Lo demas, me atrevo a suponer, la trae al pairo.
- ?Crees entonces que no dira nada?
- Quiza tarde uno o dos dias. Pero no creo que sea capaz de guardar un secreto asi a espaldas de su marido. ?Que hay del plan de fuga? ?Sigue en pie?
- Mas que nunca.
- Me alegro de oirlo. Porque ahora si que me parece que esto no tiene vuelta atras.
Los dias de aquella semana pasaron en lenta agonia. Julian acudia cada dia al colegio de San Gabriel con la incertidumbre pisandole los talones. Pasaba las horas fingiendo estar alli, apenas capaz de intercambiar miradas con Miquel Moliner, que empezaba a estar tanto o mas preocupado que el. Jorge Aldaya no decia nada. Se mostraba tan cortes como siempre. Jacinta no habia vuelto a aparecer para recoger a Jorge. El chofer de don Ricardo acudia todas las tardes. Julian se sentia morir, casi deseando que pasara lo que tuviera que pasar, que aquella espera llegara a su fin. El jueves por la tarde, al finalizar las clases, Julian empezo a pensar que la suerte estaba de su parte. La senora Aldaya no habia dicho nada, quiza por verguenza, por estupidez o por cualquiera de las razones que vislumbraba Miquel. Poco importaba. Lo unico que contaba es que guardase el secreto hasta el domingo. Aquella noche, por primera vez en varios dias, consiguio conciliar el sueno.
El viernes por la manana, al acudir a clase, el padre Romanones le esperaba en la verja.
- Julian, tengo que hablar contigo.
- Usted dira, padre.
- Siempre he sabido que llegaria este dia y tengo que confesarte que me alegra ser yo quien te de la noticia.
- ?Que noticia, padre?
Julian Carax ya no era alumno del colegio de San Gabriel. Su presencia en el recinto, las aulas o incluso los jardines estaba terminantemente prohibida. Sus utiles, libros de texto y todas las pertenencias pasaban a ser propiedad del colegio.
- El termino tecnico es expulsion fulminante -resumio el padre Romanones.
- ?Puedo preguntar la causa?
- Se me ocurren una docena, pero estoy seguro de que tu sabras escoger la mas idonea. Buenos dias, Carax. Suerte en la vida. La vas a necesitar.
A una treintena de metros, en el patio de las fuentes, un grupo de alumnos le observaba. Algunos reian, haciendo un gesto de despedida con la mano. Otros le observaban con extraneza y compasion. Solo uno le sonreia con tristeza: su amigo Miquel Moliner, que se limito a asentir y a murmurar en silencio palabras que Julian creyo leer en el aire. "Hasta el domingo."
Al regresar al piso de la Ronda de San Antonio, Julian advirtio que el Mercedes Benz de don Ricardo Aldaya estaba parado frente a la sombrereria. Se detuvo en la esquina y espero. Al poco, don Ricardo salio de la tienda de su padre y se introdujo en el coche. Julian se oculto en un portal hasta que hubo desaparecido rumbo a la plaza Universidad. Solo entonces se apresuro a subir la escalera hasta su casa. Su madre Sophie le esperaba alli, prendida de lagrimas.
- ?Que has hecho, Julian? -murmuro, sin ira.
- Perdoneme, madre...
Sophie abrazo a su hijo con fuerza. Habia perdido peso y estaba envejecida, como si entre todos le hubiesen robado la vida y la juventud. "Yo mas que ninguno", penso Julian.
- Escuchame bien, Julian. Tu padre y don Ricardo Aldaya lo han arreglado todo para enviarte al ejercito en unos dias. Aldaya tiene influencias... Tienes que irte, Julian. Tienes que irte donde ninguno de los dos pueda encontrarte...
Julian creyo ver una sombra en la mirada de su madre que la consumia por dentro.
- Hay algo mas, madre? ?Algo que no me ha contado usted?
Sophie le contemplo con labios temblorosos.
- Debes irte. Los dos debemos irnos de aqui para siempre.
Julian la abrazo con fuerza y le susurro al oido:
- No se preocupe usted por mi, madre. No se preocupe usted.
Julian paso el sabado encerrado en su habitacion, entre sus libros y sus cuadernos de dibujo. El sombrerero habia bajado a la tienda casi al alba y no regreso hasta bien entrada la madrugada. "No tiene ni el valor de decirmelo a la cara", penso Julian. Aquella noche, con los ojos velados de lagrimas, se despidio de los anos que habia pasado en aquel cuarto oscuro y frio, perdido en suenos que ahora sabia que nunca llegarian a cumplirse. Al alba del domingo, pertrechado tan solo de una bolsa con algo de ropa y unos libros, beso la frente de Sophie, que dormia acurrucada entre mantas en el comedor, y se marcho. Las calles vestian una neblina azulada y destellos de cobre despuntaban sobre los terrados de la ciudad vieja. Camino lentamente, despidiendose de cada portal, de cada esquina, preguntandose si la trampa del tiempo seria cierta y algun dia solo seria capaz de recordar lo bueno, de olvidar la soledad que tantas veces le habia perseguido en aquellas calles.
La estacion de Francia estaba desierta, los andenes combados en sables espejados que ardian al amanecer y se hundian en la niebla. Julian se sento en un banco bajo la boveda y saco su libro. Dejo pasar las horas perdido en la magia de las palabras, cambiando la piel y el nombre, sintiendose otro. Se dejo arrastrar por los suenos de personajes en sombra, creyendo que no le quedaba mas santuario ni refugio que aquel. Sabia ya que Penelope no acudiria a su cita. Sabia que subiria a aquel tren sin mas compania que su recuerdo. Cuando, al filo del mediodia, Miquel Moliner aparecio en la estacion y le entrego su pasaje y todo el dinero que habia podido reunir, los dos amigos se abrazaron en silencio. Julian nunca habia visto llorar a Miquel Moliner. El reloj cercaba, contando los minutos en fuga.
- Aun hay tiempo -murmuraba Miquel con la mirada puesta en la entrada de la estacion.
A la una y cinco, el jefe de estacion dio la llamada final para los pasajeros con destino a Paris. El tren habia empezado ya a deslizarse por el anden cuando Julian se volvio para despedirse de su amigo. Miquel Moliner le contemplaba desde el anden, con las manos hundidas en los bolsillos.
- Escribe -dijo.
- Tan pronto llegue te escribire -replico Julian.
- No. A mi no. Escribe libros. No cartas. Escribelos por mi. Por Penelope.
Julian asintio, dandose cuenta solo entonces de lo mucho que iba a echar de menos a su amigo.
- Y conserva tus suenos -dijo Miquel-. Nunca sabes cuando te van a hacer falta.
- Siempre -murmuro Julian, pero el rugido del tren ya les habia robado las palabras.
- Penelope me conto lo que habia pasado la misma noche en que la senora les sorprendio en mi alcoba. Al dia siguiente, la senora me hizo llamar y me pregunto que sabia yo de Julian. Le dije que nada, que era un buen chico, amigo de Jorge... Me dio ordenes de mantener a Penelope en su habitacion hasta que ella diera su permiso para que saliera. Don Ricardo estaba de viaje en Madrid y no regreso hasta el viernes. Tan pronto llego, la senora le conto lo sucedido. Yo estaba alli. Don Ricardo salto de la butaca y le propino una bofetada a la senora que la derribo al suelo. Luego, gritando como un loco, le dijo que repitiese lo que habia dicho. La senora estaba aterrorizada. Nunca habiamos visto al senor asi. Nunca. Era como si le hubieran poseido todos los demonios. Rojo de rabia, subio al dormitorio de Penelope y la saco de la cama arrastrandola por el pelo. Yo le quise detener y me aparto a patadas. Aquella misma noche hizo llamar al medico de la familia para que reconociese a Penelope. Cuando el medico hubo terminado, hablo con el senor. Encerraron a Penelope bajo llave en su habitacion y la senora me dijo que recogiese mis cosas.
"No me dejaron ver a Penelope, ni despedirme de ella. Don Ricardo me amenazo con denunciarme a la policia si revelaba a alguien lo sucedido. Me echaron a patadas aquella misma noche, sin tener un sitio adonde ir, despues de dieciocho anos de servicio ininterrumpido en la casa. Dos dias mas tarde, en una pension de la calle Muntaner, recibi la visita de Miquel Moliner, que me explico que Julian se habia marchado a Paris. Queria que le contase que habia sucedido con Penelope y averiguar por que no habia acudido a su cita en la estacion. Durante semanas regrese a la casa, rogando poder visitar a Penelope, pero no me dejaron ni cruzar las verjas. A veces me apostaba en la otra esquina durante dias enteros, esperando verles salir. Nunca la vi. No salia de la casa. Mas adelante, el senor Aldaya llamo a la policia y con sus amigos de altos vuelos consiguio que me ingresaran en el manicomio de Horta, alegando que nadie me conocia y que yo era una demente que acechaba a su familia y a sus hijos. Pase dos anos alli, encerrada como un animal. Lo primero que hice cuando sali fue acudir a la casa de la avenida del Tibidabo a ver a Penelope.
- ?Consiguio verla? -pregunto Fermin.
- La casa estaba cerrada, en venta. No vivia nadie alli. Me dijeron que los Aldaya se habian marchado a la Argentina. Escribi a la direccion que me habian dado. Las cartas volvieron sin abrir...
- ?Que se hizo de Penelope? ?Lo sabe usted?
Jacinta nego, desplomandose.
- Nunca la volvi a ver.
La anciana gemia, llorando a moco tendido. Fermin la sostuvo en brazos y la mecio. El cuerpo de Jacinta Coronado habia menguado al tamano de una nina, y a su lado, Fermin parecia un gigante. Me hervian mil preguntas en la cabeza, pero mi amigo hizo un gesto que indicaba claramente que la entrevista habia terminado. Le vi contemplar aquel agujero sucio y frio donde Jacinta Coronado gastaba sus ultimas horas.
- Ande, Daniel. Nos vamos. Vaya usted tirando.
Hice lo que me decia. Al alejarme me volvi un momento y vi que Fermin se arrodillaba frente a la anciana y la besaba en la frente. Ella exhibio su sonrisa desdentada.
- Digame, Jacinta -oi decir a Fermin-. A usted le gustan los Sugus, ?verdad?
En nuestro periplo hacia la salida nos cruzamos con el legitimo funerario y dos ayudantes de aspecto simiesco que venian pertrechados de un ataud de pino, cuerda y varios pliegos de sabanas viejas de aplicacion incierta. La comitiva desprendia un siniestro aroma a formol y a colonia de baratillo y lucian una tez traslucida que enmarcaba sonrisas macilentas y caninas. Fermin se limito a senalar hacia la celda donde esperaba el difunto y procedio a bendecir al trio, que correspondio al gesto asintiendo y santiguandose respetuosamente.
- Id en paz -murmuro Fermin, arrastrandome hacia la salida, donde una monja portando un candil de aceite nos despidio con mirada funebre y condenatoria.
Una vez fuera del recinto, el lugubre canon de piedra y sombra de la calle Moncada se me antojo un valle de gloria y esperanza. A mi lado, Fermin respiraba hondo, aliviado, y supe que no era el unico en alegrarse de haber dejado atras aquel bazar de tinieblas. La historia que nos habia relatado Jacinta nos pesaba en la conciencia mas de lo que nos hubiera gustado admitir.
- Oiga, Daniel. ?Y si nos marcamos unas croquetillas de jamon y unos espumosos aqui en el Xampanet para quitarnos el mal sabor de boca?
- No le diria que no, la verdad.
- ?No ha quedado hoy con la chavalilla?
- Manana.
- Ah, granujilla. Se hace usted de rogar, ?eh? Como vamos aprendiendo...
No habiamos dado ni diez pasos rumbo a la ruidosa bodega, apenas unos numeros calle abajo, cuando tres siluetas espectrales se desprendieron de las sombras y nos salieron al paso. Los dos matarifes se apostaron a nuestras espaldas, tan cerca que pude sentir su aliento en la nuca. El tercero, mas menudo pero infinitamente mas siniestro, nos cerro el paso. Vestia la misma gabardina y su sonrisa aceitosa parecia desbordar de gozo por las comisuras.
- Vaya, hombre, pero ?a quien tenemos aqui? Si es mi viejo amigo, el hombre de las mil caras -dijo el inspector Fumero.
Me parecio oir todos los huesos de Fermin estremecerse de terror ante la aparicion. Su locuacidad quedo reducida a un gemido ahogado. Para entonces, los dos matones, que supuse no eran sino dos agentes de la Brigada Criminal, ya nos tenian sujetos por la nuca y la muneca derecha, listos para retorcernos el brazo al minimo asomo de movimiento.
- Veo por la cara de sorpresa que pones que pensabas que te habia perdido el rastro hace tiempo, ?eh? Supongo que no te habrias creido que una mierda seca como tu iba a poder salir del arroyo y hacerse pasar por un ciudadano decente, ?verdad? Tu estas tarado, pero no tanto. Ademas me cuentan que estas metiendo las narices, que en tu caso son muchas, en un monton de asuntos que no te interesan. Mala senal... ?Que marrullo te traes con las monjitas? ?Te estas beneficiando a alguna? ?A como lo cobran ahora?
- Yo respeto los culos ajenos, senor inspector, especialmente si estan bajo clausura. A lo mejor si usted se aficionase a hacer lo propio, se ahorraria un pico en penicilina e iria mejor de vientre.
Fumero solto una risita envilecida de ira.
- Asi me gusta. Cojones de toro. Lo que yo digo. Si todos los chorizos fuesen como tu, mi trabajo seria una verbena. Dime, ?como te haces llamar ahora, cabroncete? ?Gary Cooper? Venga, cuentame que haces metiendo ese narizon tuyo aqui en el asilo de Santa Lucia y a lo mejor te dejo ir con solo un par de pellizcos. Hala, largando. ?Que os trae por aqui?
- Un asunto particular. Hemos venido a visitar a un familiar.
- Si, a tu puta madre. Mira, porque hoy me coges de buen humor, porque si no te llevaba ahora a jefatura y te daba otra pasada con el soplete. Anda, se un buen chaval y cuentale de verdad a tu amigo el inspector Fumero que cono haceis tu y tu amigo aqui. Colabora un poco, joder, y asi me ahorras hacerle una cara nueva al ninato este que te has echado de mecenas.
- Toquele usted un pelo y le juro que...
- Pavor me das, fijate lo que te digo. Me he cagado en los pantalones.
Fermin trago saliva y parecio conjurar el coraje que se le escapaba por los poros.
- ?No seran esos los pantalones de marinerito que le puso su augusta madre, la ilustre fregona? Lastima seria, porque me cuentan que el modelito le sentaba a usted de fabula.
El rostro del inspector Fumero palidecio y toda expresion resbalo de su mirada.
- ?Que has dicho, desgraciado?
- Decia que me parece que ha heredado usted el gasto y la gracia de dona Yvonne Sotoceballos, dama de alta sociedad...
Fermin no era un hombre corpulento y el primer punetazo basto para derribarle de un plumazo. Estaba el todavia hecho un ovillo sobre el charco en el que habia aterrizado cuando Fumero le propino una sarta de puntapies en el estomago, los rinones y la cara. Yo perdi la cuenta al quinto. Fermin perdio el aliento y la capacidad de mover un dedo o protegerse de los golpes un instante despues. Los dos policias que me sujetaban se reian por cortesia u obligacion, sujetandome con mano ferrea.
- Tu no te metas -me susurro uno de ellos-. No me apetece romperte el brazo.
Intente zafarme de su presa en vano y al forcejear atisbe por un instante el rostro del agente que me habia hablado. Le reconoci al instante. Era el hombre de la gabardina y el diario en el bar de la plaza de Sarria dias antes. el mismo hombre que nos habia seguido en el autobus riendo los chistes de Fermin.
- Mira, a mi lo que mas me jode en el mundo es la gente que hurga en la mierda y en el pasado -clamaba Fumero, rodeando a Fermin-. Las cosas pasadas hay que dejarlas estar, ?me entiendes? Y eso va por ti y por el lelo de tu amigo. Tu mira bien y aprende, chaval, que luego vas tu.
Contemple como el inspector Fumero destrozaba a Fermin a puntapies bajo la luz sesgada de una farola. Durante todo el episodio fui incapaz de abrir la boca. Recuerdo el impacto sordo, terrible, de los golpes cayendo sin piedad sobre mi amigo. Todavia me duelen. Me limite a refugiarme en aquella conveniente presa de los policias, temblando y derramando lagrimas de cobardia en silencio.
Cuando Fumero se aburrio de sacudir un peso muerto, se abrio la gabardina, se bajo la cremallera y procedio a orinarse encima de Fermin. Mi amigo no se movia, dibujando apenas un fardo de ropa vieja en un charco. Mientras Fumero descargaba su chorro generoso y vaporoso sobre Fermin, segui siendo incapaz de abrir la boca. Cuando hubo terminado, el inspector se abrocho la bragueta y se me acerco con el rostro sudoroso, jadeando. Uno de los agentes le tendio un panuelo con el que se seco la cara y el cuello. Fumero se me aproximo hasta detener su rostro a apenas unos centimetros del mio y me clavo la mirada.
- Tu no valias esa paliza, chaval. Ese es el problema de tu amigo: siempre apuesta por el bando equivocado. La proxima vez le voy a joder a fondo, como nunca, y estoy seguro de que la culpa va a ser tuya.
Crei que me iba a abofetear entonces, que habia llegado mi turno. Por algun motivo celebre que asi fuese. Quise creer que los golpes me curarian la verguenza de haber sido incapaz de mover un dedo por ayudar a Fermin cuando lo unico que el estaba haciendo, como siempre, era tratar de protegerme.
Pero no cayo golpe alguno. Tan solo el latigazo de aquellos ojos llenos de desprecio. Fumero se limito a palmearme la mejilla.
- Tranquilo, nino. Yo no me ensucio la mano con cobardes.
Los dos policias le rieron la gracia, mas relajados al comprobar que el espectaculo se habia terminado. Sus deseos de abandonar la escena eran palpables. Se alejaron riendo en la sombra. Para cuando acudi en su ayuda, Fermin luchaba en vano por incorporarse y encontrar los dientes que habia perdido en el agua sucia del charco. Le sangraban la boca, la nariz, los oidos y los parpados. Al verme sano y salvo, hizo un amago de sonrisa y crei que se me iba a morir alli mismo. Me arrodille junto a el y le sostuve en mis brazos. El primer pensamiento que me cruzo la cabeza fue que pesaba menos que Bea.
- Fermin, por Dios, hay que llevarle al hospital ahora mismo.
Fermin nego energicamente.
- Lleveme con ella.
- ?Con quien, Fermin?
- Con la Bernarda. Si tengo que palmarla, que sea en sus brazos.