Después de conducir una hora de vuelta, Roy Grace, muy desanimado, informó de sus averiguaciones al equipo de la operación Camaleón en la MIR Uno, luego se sentó y comenzó a repasar todas las pruebas que habían recopilado contra Brian Bishop.
Pese a estar convencido de que Joan Tripwell le había contado la verdad, se habían presentado varias anomalías que no podía acabar de encajar. Era como intentar juntar las piezas de un rompecabezas que parecían acoplarse bien, pero que no tenían la forma exacta.
Le inquietaban los detalles sobre el hermano gemelo que el director del registro le había leído. Grace releyó las notas que había tomado en el ayuntamiento, luego volvió a comprobar el certificado de nacimiento de Bishop y también su certificado de adopción. Había nacido el 7 de septiembre a las 3.47, dieciocho minutos antes que su hermano, Frederick Roger Jones, a quien rebautizaron con el nombre de Richard y que murió a la edad de veintiún años.
Entonces, ¿por qué los Servicios Sociales le habían dicho a Joan Tripwell que el otro gemelo había muerto?
Llamó a la asesora en adopciones, Loretta Leberknight. Ella le respondió alegremente que en esa época era típico que los Servicios Sociales hicieran cosas así. No les gustaba separar a los gemelos, pero incluso entonces la lista de personas que esperaban adoptar era larga. Si uno estaba enfermo, y pasaba cierto tiempo en la incubadora, era posible que se tomara la decisión de dar al bebé sano en adopción y luego, si el otro sobrevivía, contar una mentira piadosa para satisfacer a otra pareja desesperada por tener un hijo.
A ella le había pasado, añadió. Ella tenía una hermana gemela y, sin embargo, nunca se lo comunicaron a sus padres adoptivos.
Por la experiencia que había tenido antes con esa bruja de los Servicios Sociales, Grace los creía perfectamente capaces de cualquier cosa.
Puso las cintas de la cámara de seguridad en el monitor de la sala y miró las imágenes, comparándolas con el registro detallado del teléfono móvil que el agente Corbin había preparado. Ese hombre que aparecía en pantalla era Brian Bishop. Estaba absolutamente seguro, salvo que tuviera un doble exacto. Pero el hecho de que el registro mostrara que había abandonado las inmediaciones del Lansdowne Place y que luego había regresado al hotel hacía que la posibilidad de un doble accidental, exactamente en el mismo lugar y a la misma hora, fuera una coincidencia demasiado grande.
En su bloc anotó la palabra «cómplice», seguida de un interrogante grande.
¿Se había tomado alguien la molestia de someterse a una operación de estética para parecerse a Brian Bishop? ¿Y, luego, de algún modo, había conseguido obtener semen reciente del hombre?
Sus pensamientos fueron interrumpidos por alguien que pronunció su nombre y Grace volvió la cabeza. Vio la cara barbuda de George Erridge, de la Unidad Fotográfica. Erridge, que siempre parecía un explorador que acababa de regresar de una expedición, caminaba hacia él, emocionado, con un fajo en la mano de lo que parecía papel fotográfico.
– ¿Esas imágenes de la cámara de seguridad que me diste ayer, Roy, del Royal Sussex County Hospital? ¿El tipo con barba, gafas de sol y pelo largo que estaba ahí, montando una escena el domingo?
Grace casi lo había olvidado.
– ¿Sí?
– Bueno, ¡pues tenemos algo! He estado examinándolas con un software que han desarrollado en la Unidad de Ayuda Telefónica al Desaparecido. ¿Sabes? Para detectar cambios de identidad en la gente, qué aspecto podrían tener al cabo de cinco, diez, veinte años, ¿sabes? Con pelo, sin pelo, con barba, sin barba, todo eso. Estoy intentando convencer a Tony Case para que invirtamos en él para nuestro departamento.
– Cuéntame -dijo Grace.
Erridge dejó la primera fotografía sobre la mesa. Grace vio a un hombre con barba y bigote poblados, pelo largo y desgreñado que le caía sobre la frente, gafas grandes con los cristales tintados, vestido con una camisa ancha encima de una camiseta de malla, pantalones de sport y sandalias.
– Hemos indicado al ordenador que eliminase el pelo largo, la barba y las gafas de sol, ¿vale?
– De acuerdo -contestó Grace.
Erridge plantó una segunda fotografía en la mesa de Grace.
– ¿Le reconoces?
Grace estaba mirando a Brian Bishop.
Por un momento guardó silencio. Luego dijo:
– Joder. Bien hecho, George. ¿Cómo diablos has conseguido sacar los ojos con las gafas?
Erridge sonrió.
– También hay una cámara de seguridad en el servicio de caballeros. Tu hombre se quitó las gafas ahí dentro para limpiarlas. ¡Conseguimos imágenes de sus ojos!
– Gracias -dijo Grace-. ¡Un trabajo magnífico!
– Díselo a ese cabrón de Tony Case, ¿vale? Necesitamos este equipo aquí. Podría haberte conseguido esta información ayer si contáramos con él.
– Se lo diré -dijo Grace. Se levantó y buscó con la mirada a Adrienne Corbin, la joven agente que había estado trabajando en el registro telefónico. Sin dirigirse a nadie en particular, preguntó-: ¿Alguien sabe dónde se ha metido la agente Corbin?
– Tomándose un descanso, Roy -dijo Bella Moy.
– ¿Puedes localizármela y pedirle que vuelva enseguida?
Se sentó y se puso a mirar una fotografía y después la otra, pensativo. La transformación era extraordinaria. Una metamorfosis total, de un hombre atractivo y sofisticado a alguien que te impulsara a querer cambiar de acera para evitarle.
«Domingo», estaba pensando. Bishop estuvo en el hospital a última hora de la mañana. Así que andaba por la ciudad.
Fue el domingo por la mañana cuando rajaron la capota del coche de Cleo.
Hojeó el informe sobre la cronología hasta que llegó al domingo por la mañana. Según la declaración que el propio Bishop hizo en el primer interrogatorio, había pasado la mañana en su habitación de hotel, poniéndose al día con sus e-mails, y luego había ido a casa de unos amigos a almorzar. Una nota indicaba que se había hablado con los amigos, Robin y Sue Brown, y que éstos habían confirmado que Bishop llegó a la una y media y se quedó con ellos hasta pasadas las cuatro. Vivían en el pueblo de Glynde, a unos quince o veinte minutos en coche del Royal Sussex County Hospital, calculó Grace.
La hora que aparecía en las imágenes de la cámara de seguridad de la primera fotografía de Urgencias era las 12.58. Justo, pero posible. Muy posible.
Buscó la cronología anterior de aquella mañana. La agente de Relaciones Familiares que estaba de guardia, Linda Buckley, informó que Bishop había permanecido en su habitación de hotel hasta el mediodía, luego se había marchado en su Bentley tras decirle que salía a almorzar y que volvería más tarde. Había registrado su hora de regreso a las 16.45.
La preocupación crecía en su interior. Bishop podría haberse desviado fácilmente de su ruta al hospital y haber pasado por el depósito de cadáveres. Pero ¿por qué? ¿Qué sentido tendría? ¿Cuál sería el móvil?
Aunque también carecía de móvil para matar a Sophie Harrington.
Adrienne Corbin acudió corriendo a la sala, jadeando del esfuerzo y sudando. Era evidente que su cuerpo regordete aún no se había acostumbrado a este calor.
– Señor, ¿quería verme?
Grace se disculpó por interrumpir su descanso y le contó lo que necesitaba de los registros de los repetidores y de las cámaras de seguridad. Quería determinar los movimientos de Bishop desde el mediodía del domingo, cuando se marchó del hotel, hasta la hora que llegó a casa de los Brown en Glynde.
– Oye, viejo -dijo de repente Branson, que había estado sentado en silencio en su área de trabajo.
– ¿Qué?
– Si trataron a Bishop en Urgencias, tuvo que firmar el registro, ¿verdad?
Y entonces Grace se percató de lo cansado que estaba y cómo influía aquello en su mente. ¿Cómo diablos no había caído?
– ¿Sabes qué? -contestó.
– Soy todo oídos.
– A veces creo que sí tienes cerebro.