Un ejemplar antiguo tras otro del Argus pasaba a toda velocidad delante de los ojos de Roy Grace. Estaba encorvado delante de la unidad de microfichas de la biblioteca de Brighton y Hove, repasando la película que contenía las ediciones de 1964, yendo más despacio de vez en cuando para comprobar las fechas. Abril… Junio… Julio… Agosto… Septiembre.
Paró la máquina hacia la mitad de las páginas del 4 de septiembre de 1964, luego avanzó lentamente. Entonces volvió a detenerse cuando llegó a la portada del 7 de septiembre. Pero no vio nada que pudiera ser importante. Leyó con detenimiento cada una de las páginas siguientes, pero siguió sin encontrar nada.
La portada del 8 de septiembre la ocupaba un escándalo urbanístico local. Pero luego, dos páginas más adelante, una fotografía llamó su atención.
Era de tres bebés minúsculos, dormidos en fila dentro de la carcasa de cristal de una incubadora. Insertada al lado había una foto de un coche pequeño destrozado. Arriba decía: «Bebés milagro sobreviven a accidente mortal». Y había otra fotografía, de una mujer morena atractiva de unos veinticinco años. Grace leyó el artículo de arriba abajo, dos veces. Sus ojos volvieron a fijarse en las fotografías de los bebés en la incubadora, en la cara de la mujer, el coche, luego volvió a leer las palabras, saltándose los adjetivos sensacionalistas, para quedarse sólo con los hechos: la Policía estaba investigando por qué el Ford Anglia se había cruzado delante de un camión en la A23, bajo una lluvia intensa la tarde del 6 de septiembre […] Eleanor Jones, madre soltera, maestra de ciencias […] pensaba que llevaba gemelos […] estaba bajo tratamiento por depresión […] Embarazada de ocho meses […] estuvo en soporte vital en la UCI después de dar a luz prematuramente por cesárea […] la madre murió durante la operación.
Detuvo la máquina, sacó la microficha, la guardó en su caja y se la entregó a la bibliotecaria. Luego se dirigió a la salida casi corriendo.
Grace apenas podía contener la emoción mientras conducía hacia Sussex House. Anhelaba ver las caras de todo el mundo en la reunión informativa de esa tarde, pero sobre todo deseaba contárselo a Cleo. Decirle que tenían al hombre correcto, con total seguridad.
Sin embargo, primero quería hablar con la amable asesora en adopciones, Loretta Leberknight, y hacerle una pregunta, sólo para comprobarlo. Estaba marcando su número en el manos libres cuando sonó el teléfono.
Era Roger Pole, el investigador jefe del intento de asesinato de Cleo, que llamaba para agradecerle la información sobre el hallazgo del manual del MG TF en el garaje de Norman Jecks e informarle de que ahora iba a tratar a Jecks como sospechoso principal.
– No te hará falta investigar más -le dijo Grace, mientras se acercaba a la acera y detenía el coche-. Por cierto, ¿cómo está el pobre desgraciado que intentó robar el coche?
– Sigue en la UCI en East Grinstead, con quemaduras en un 55 % de su cuerpo, pero creen que vivirá.
– Tal vez tendría que mandarle flores por haberle salvado la vida a Cleo -dijo.
– Por lo que he oído, agradecería más una o dos bolsitas de heroína.
Grace sonrió.
– ¿Cómo está el policía de la Unidad de Delitos Contra Vehículos?
– ¿El agente Packer? Bien. Le han dado el alta, pero tiene quemaduras graves en la cara y las manos.
Grace le dio las gracias por la información y llamó a Loretta Leberknight. Cuando le contó lo que había sucedido, la mujer se rió benévolamente.
– Ya lo había visto -dijo.
– Sin embargo, hay algo que me preocupa -dijo Grace-. Sus dos primeros nombres, Norman John. La primera vez que hablamos, me dijo que los padres adoptivos cambian los nombres del niño, o tal vez pasan el nombre de pila al segundo nombre. En este caso, conservaron los dos nombres. ¿Tiene alguna importancia?
– Ninguna -dijo Loretta-. La mayoría de los padres los cambian, pero algunos no. A veces si un niño tarda un tiempo en ser adoptado, va a una casa de acogida; en ese caso, seguramente acabará conservando el nombre.
Grace chocó con Glenn Branson de camino a su despacho.
– ¿Por qué estás tan contento, viejo? -preguntó Branson.
– Tengo buenas noticias. Pero vaya, tú también estás de muy buen humor -dijo Grace.
– Sí, bueno, yo también tengo buenas noticias.
– Cuéntame.
– Tú primero.
Grace se encogió de hombros.
– ¿Te acuerdas de esa trabajadora social tan antipática del servicio de adopciones?
– ¿La del pelo rosa y las gafas verdes brillantes? ¿Con cara de perro?
– La misma.
– Tienes una cita con ella, ¿no? Estaría bien. Siempre que le pongas una bolsa de papel en la cabeza.
– Pues sí, tengo una cita con ella. Y con su jefe. A las tres de la tarde. ¿Recuerdas que le dije que si nos ocultaba información que pudiera sernos útil pediría su cabeza?
Branson asintió.
– Sí.
– Bueno, pues es lo que voy a hacer. Voy a pedir la cabeza de esa zorra.
– Y eso que no eres vengativo.
– ¿Yo? ¿Vengativo? ¡Qué va! -Grace miró su reloj-. Acabo de pasar un rato interesante en el ayuntamiento y en la biblioteca. Esto te va a encantar. Creo que podemos dar por cerrado el caso de Norman Jecks. ¿Te apetece una cervecita y te lo cuento?
– Me gustaría…, pero tengo que salir pitando.
– Bueno, ¿cuál es tu buena noticia?
El sargento sonrió.
– ¿Sabes? En realidad seguramente también es buena para ti.
– La intriga me mata.
Con un gesto que se transformó en la sonrisa más feliz que Grace había visto en el rostro de su amigo en muchos meses, Glenn Branson dijo:
– He quedado con un tipo para ver un caballo.