En la sala de interrogatorio de testigos, Glenn Branson encendió las grabadoras de audio y vídeo y anunció con voz clara mientras se sentaba:
– Son las 21.09 de la noche, domingo, 6 de agosto. Comisario Grace y sargento Branson interrogando al señor Brian Bishop.
La central del Departamento de Investigación Criminal estaba convirtiéndose en un lugar cada vez más deprimentemente familiar para Bishop. Subir las escaleras de la entrada, pasar por delante de la exposición de porras de la policía en tablones de fieltro azules, luego atravesar los despachos abiertos y los pasillos de paredes color crema flanqueados de diagramas y entrar en esta sala minúscula con sus tres sillas rojas.
– Esto empieza a parecer Atrapado en el tiempo -dijo.
– Una peli genial -comentó Branson-. La mejor de Bill Murray. Me gustó más que Lost in translation.
Bishop había visto Lost in translation y comenzaba a empatizar con el personaje que Murray interpretaba en esa película, paseando insomne por un mundo desconocido. Pero no estaba de humor para ponerse a hablar de cine.
– ¿Ya han acabado en mi casa? ¿Cuándo puedo volver?
– Me temo que todavía quedan unos días -dijo Grace-. Gracias por venir. Le pido disculpas por trastocar su noche de domingo.
– Casi resulta gracioso -dijo Bishop mordazmente. Estuvo a punto de añadir, pero no lo hizo, que no le había costado mucho trabajo escapar de la tortura lúgubre de sus suegros y del discurso de Frank sobre su nueva empresa-. ¿Que noticias tienen para mi?
– Me temo que no tenemos ninguna novedad en este punto, pero a lo largo de mañana esperamos recibir los resultados de los análisis de ADN y entonces, tal vez, tengamos algo. Sin embargo, deseamos formularle algunas preguntas que han surgido a raíz de nuestras investigaciones, si le parece bien.
– Adelante.
Grace se fijo en la aparente irritabilidad de Bishop. Era un cambio importante respecto al estado triste y perdido de su último interrogatorio. Pero tenia experiencia suficiente como para no extraer ninguna conclusión. La ira era uno de los estados naturales del dolor, y una persona afligida era capaz de atacar a cualquiera.
– ¿Podría comenzar explicándonos, señor Bishop, la naturaleza de su negocio?
– Mi empresa proporciona sistemas logísticos. Diseñamos el software, lo instalamos y lo ponemos en marcha. Nuestro negocio principal es el rostering.
– ¿El rostering? -Grace vio que Branson también fruncía el ceño.
– Le pondre un ejemplo. Imaginemos que un avión que debería salir de Gatwick sufre un retraso por algún motivo -mecánico, meteorológico, lo que sea- y no puede despegar hasta el día siguiente. De repente, la compañía aérea se topa con que tiene que encontrar alojamiento a trescientos cincuenta pasajeros. También debe enfrentarse a una serie de problemas derivados otros aviones en lugares equivocados, los horarios de la tripulación trastocados, ya que algunos empleados trabajaran mas horas de las permitidas, comidas; compensaciones, pasajeros a quienes hay que recolocar en otros vuelos para llegar a sus conexiones. Todo ese tipo de cosas.
– Entonces, ¿es usted informático?
– Yo soy empresario. Pero si, tengo conocimientos sólidos de informática. Soy licenciado en ciencias cognitivas por la Universidad de Sussex.
– Tiene éxito, imagino.
– El año pasado salimos en la lista del Sunday Times de las cien empresas de mayor crecimiento en el Reino Unido -dijo Bishop. Había un rastro de orgullo tras su melancolía.
– Espero que todo esto no tenga un impacto negativo sobre usted.
– Lo cierto es que ya no importa, ¿verdad? -dijo con tono sombrío-. Todo lo que hice fue por Katie. Yo… -Se le entrecortó la voz. Luego, de repente, en un arranque de furia, gritó-: Por favor, cojan a ese cabrón. ¡Ese canalla! Ese maldito… -Rompió a llorar.
Grace esperó unos momentos, luego preguntó:
– ¿Quiere beber algo?
Bishop negó con la cabeza, sollozando.
Grace esperó un poco más hasta que el hombre por fin se calmó.
– Lo siento -dijo Bishop, secándose los ojos.
– No tiene que disculparse, señor. -Grace le dio algo más de tiempo, luego le preguntó-: ¿Cómo describiría la relación con su esposa?
– Nos queríamos. Era buena. Creo que nos complementamos… -Calló, luego rectificó apesadumbrado-. Nos complementábamos.
– ¿Habían discutido últimamente?
– No, puedo responderle sinceramente que no.
– ¿Su mujer estaba inquieta por algo? ¿Le preocupaba algo?
– ¿Aparte de fundir las tarjetas de crédito?
Tanto Grace como Branson esbozaron una sonrisa, inseguros de si se trataba de un intento pobre de hacer una broma.
– ¿Puede contarnos lo que ha hecho en el día de hoy, señor? -dijo Grace, cambiando de táctica.
Bishop bajó el pañuelo.
– ¿Qué he hecho hoy?
– Sí.
– He pasado la mañana intentando ocuparme de mis e-mails. He llamado a mi secretaria, para repasar una serie de reuniones que necesitaba que me cancelara. Tenía planeado volar a Estados Unidos el miércoles, para ver a un posible cliente en Houston y le he pedido que lo anulara. Luego he almorzado con un amigo mío y su mujer… He ido a su casa.
– ¿Podrían confirmarlo?
– ¡Dios mío! ¡Sí!
– Se ha vendado la mano.
– La mujer de mi amigo es enfermera, ha pensado que debía tapármela. -Bishop meneó la cabeza con incredulidad-. ¿Qué es esto? ¿Hemos vuelto a la inquisición?
Branson levantó las dos manos.
– Sólo nos preocupa su bienestar, señor. La gente que se encuentra en un estado de aflicción puede pasar por alto ciertas cosas. Eso es todo.
A Grace le habría encantado decirle a Bishop en este momento que el taxista, en cuyo taxi afirmaba haberse lastimado la mano, se acordaba perfectamente de Bishop, pero que no recordaba en absoluto que se hubiera hecho daño. Pero no quería gastar todos los cartuchos tan pronto.
– Sólo un par de preguntas más, señor Bishop, y podremos terminar. -Sonrió, pero sólo recibió una mirada inexpresiva a cambio.
– ¿Le dice algo el nombre de Sophie Harrington?
– ¿Sophie Harrington?
– Una joven que vive en Brighton y trabaja en Londres para una productora de cine.
– ¿Sophie Harrington? No -contestó decididamente-. No me recuerda a nadie.
– ¿Nunca ha oído hablar de esta joven? -insistió Grace.
Tanto Grace como Branson registraron la vacilación de Bishop.
– No.
El hombre estaba mintiendo. Grace lo sabía. El vaivén de sus ojos hacia el modo «construcción» había sido inequívoco. Dos veces.
– ¿Debería conocerla? -preguntó con torpeza, tanteando.
– No -respondió Grace-. Sólo era una pregunta, por si acaso. El último tema del que me gustaría que habláramos esta noche es un seguro de vida que contrató para la señora Bishop.
Bishop meneó la cabeza, parecía verdaderamente estupefacto. O interpretaba muy bien.
– Hace seis meses, señor -dijo Grace-. Contrató un seguro de vida con el banco HSBC, para su mujer, por la cantidad de tres millones de libras.
Bishop sonrió como un estúpido, sacudiendo la cabeza con energía.
– Imposible. Lo siento, pero no creo en los seguros de vida. ¡Nunca en mi vida he contratado ninguno!
Grace lo examinó unos momentos.
– ¿Puedo hablar con claridad, señor? ¿Me está diciendo que no contrató un seguro de vida para la señora Bishop?
– ¡Por supuesto que no lo contraté!
– Pues existe uno. Le sugiero que eche un vistazo a los extractos de sus cuentas. Está pagando las cuotas.
Bishop negó con la cabeza, parecía atónito.
Y esta vez, por el movimiento de sus ojos, Grace vio que no mentía.
– Creo que no debería decir nada más -dijo Bishop-. No sin que esté mi abogado presente.
– Seguramente es una buena idea, señor.