Capítulo 8

Martes 8 de diciembre, por la mañana

De camino por los pasillos del hospital, después de haber dejado a Benjamin en el colegio, Erik piensa en lo estúpido que ha sido su comentario sobre el tatuaje en el cuello de Aida. A ojos de los chicos, debe de haber parecido autosuficiente y aleccionador.

Dos policías uniformados le franquean el paso. Joona Linna lo está esperando ya frente a la habitación en la que se encuentra Josef Ek. Cuando ve a Erik sonríe y lo saluda como suelen hacer los niños pequeños, abriendo y cerrando la mano.

Erik se detiene a su lado y mira al chico a través de la ventana de la puerta. Una bolsa con sangre casi negra cuelga encima de él. Se encuentra más estable, pero en cualquier momento podrían producirse nuevas hemorragias en el hígado.

Está tumbado boca arriba en la cama, la boca fuertemente cerrada, el abdomen se mueve arriba y abajo rápidamente y los dedos a veces se sacuden espasmódicamente.

Tiene una nueva vía en el otro brazo. La enfermera prepara una dosis de morfina. El ritmo del gota a gota se ha reducido ligeramente.

– Estaba en lo cierto al pensar que el asesino había empezado el trabajo en el polideportivo -dice Joona-. Primero mató al padre, Anders Ek, luego fue a la casa y se ensañó con Lisa, la hija pequeña, creyó que había matado también al chico y a continuación acabó con la madre, Katja.

– ¿El patólogo lo ha confirmado?

– Sí -asiente Joona.

– Comprendo.

– Así que, si la intención del asesino era eliminar a toda la familia-continúa Joona-, sólo queda la hija mayor, Evelyn.

– Si no se ha enterado de que el chico aún vive… -dice Erik.

– Sí, pero le daremos protección.

– Ya.

– Tenemos que encontrar al agresor antes de que sea demasiado tarde -dice Joona-. Necesito conocer lo que sabe el chico.

– Mi obligación es velar por el bienestar del paciente.

– Quizá ahora lo mejor para él sea no perder a su hermana.

– Soy consciente de ello. Veré al chico una vez más -dice Erik-, aunque en realidad estoy seguro de que aún es demasiado pronto.

– Vale -contesta Joona.

Daniella se acerca entonces con un abrigo fino de color rojo. Camina a paso rápido, dice que tiene prisa y le entrega un historial a Erik.

– Creo que el paciente se despertará pronto -dice él dirigiéndose a Joona-. Puede ser cuestión de unas horas, lo suficiente como para que se pueda hablar con él. Pero después de eso…, debe comprender que tenemos ante nosotros un proceso terapéutico largo. Un interrogatorio podría empeorar el estado del chico, de manera que…

– Erik, nuestra opinión no cuenta para nada -lo interrumpe Daniella-. El fiscal ya ha dictaminado que hay motivos suficientes para ello.

Erik se vuelve y mira inquisitivo a Joona.

– ¿Así que no necesita nuestra aprobación? -pregunta.

– No -contesta Joona.

– Entonces, ¿a qué espera?

– Creo que Josef ya ha sufrido más de lo que nadie debería sufrir -contesta Joona-. No quiero exponerlo a algo que pueda perjudicarlo, pero al mismo tiempo tengo que encontrar a su hermana antes de que lo haga el asesino. Probablemente el chico vio al agresor. Si no me ayuda a hablar con él, lo haré como suele hacerse, pero es obvio que prefiero hacerlo de la mejor manera.

– ¿Qué manera es ésa? -pregunta Erik.

– Hipnotismo -contesta Joona.

Erik lo mira y luego dice lentamente:

– Ni siquiera tengo autorización para hipnotizar…

– He hablado con Annika -dice Daniella.

– ¿Qué ha dicho? -pregunta Erik, y no puede evitar sonreír.

– Difícilmente puede ser una decisión popular permitir que se hipnotice a un paciente inestable que además es menor de edad, pero como yo respondo por el chico, ella me ha permitido realizar la evaluación.

– De verdad que quiero evitar todo esto -dice Erik.

– ¿Por qué? -inquiere Joona.

– No pienso hablar de ello, pero me prometí a mí mismo que no volvería a hipnotizar; es una decisión que tomé, y aún hoy creo que fue la correcta.

– ¿Es lo correcto en este caso? -pregunta Joona.

– La verdad es que no lo sé.

– Haz una excepción -dice Daniella.

– Así que hipnotismo… -suspira Erik.

– Quiero que hagas un intento tan pronto como evalúes que el paciente está mínimamente receptivo para ello -dice Daniella.

– Sería bueno que tú estuvieras presente -repone él.

– He tomado la decisión de emplear el hipnotismo con la condición de que tú asumas la responsabilidad del paciente -explica ella.

– ¿Así que estoy solo?

Daniella lo mira con rostro cansado.

– He trabajado toda la noche -dice-, había prometido llevar a Tindra al colegio, me enfrentaré a ese conflicto esta noche, pero ahora la verdad es que tengo que irme a casa a dormir.

Erik la ve alejarse por el pasillo. El abrigo rojo ondea tras ella. Joona mira al paciente. Erik va al baño, echa el cerrojo, se lava la cara, coge unas cuantas toallas de papel sin doblar y se seca la frente y las mejillas. Saca su teléfono y llama a Simone, pero ella no contesta. Prueba con el número de casa, escucha los tonos y el mensaje de saludo del contestador. Cuando suena el pitido porque ha empezado la grabación, no sabe qué decir:

– Sixan, yo…, tienes que escucharme. No sé qué es lo que crees pero no ha pasado nada. Quizá no te importe, pero te prometo que encontraré la forma de demostrarte que yo…

Erik se interrumpe, sabe que sus palabras ya no tienen ningún significado. Hace diez años le mintió y aún no ha conseguido demostrar su amor, de ninguna manera, no lo suficiente como para que ella haya empezado a confiar de nuevo en él. Corta la llamada y sale del baño. Luego se dirige hasta la puerta con la ventana de cristal, donde el comisario de la judicial está mirando hacia el interior.

– Realmente ¿qué es la hipnosis? -pregunta Joona después de un rato.

– Se trata sólo de un estado de conciencia alterado, relacionado con la sugestión y la meditación -contesta Erik.

– Vale -dice Joona, dubitativo.

– Cuando hablamos de hipnotismo, en realidad nos estamos refiriendo al heterohipnotismo, en el que una persona hipnotiza a otra con un fin.

– ¿Como…?

– Como evocar alucinaciones negativas.

– ¿Qué es eso?

– Lo más habitual es reprimir aspectos conscientes del dolor.

– Pero el dolor permanece.

– Depende de lo que se entienda por dolor -contesta Erik-. El paciente por supuesto responde con reacciones fisiológicas al estimular el dolor, pero no lo sufre; incluso se pueden realizar operaciones quirúrgicas bajo hipnosis clínica. -Joona escribe algo en su bloc de notas-. Desde un punto de vista puramente neurofisiológico -continúa Erik-, el cerebro funciona de una forma especial durante la hipnosis. Partes del cerebro que apenas usamos se activan de repente. Una persona hipnotizada está profundamente relajada, parece casi dormida, pero si se le hace un encefalograma, la actividad cerebral muestra a una persona despierta y atenta.

– El chico abre los ojos de vez en cuando -dice Joona, y mira por la ventana de la puerta.

– Lo he visto, sí.

– ¿Qué pasará? -pregunta el comisario.

– ¿Con el paciente?

– Sí, cuando usted lo hipnotice.

– En el caso de la hipnosis dinámica, es decir, en un entorno terapéutico, el paciente casi siempre se coloca a sí mismo en una posición de yo observante y uno o varios yoes que experimentan y actúan.

– ¿Se ve a sí mismo como en un teatro?

– Si.

– ¿Qué le dirá?

– Lo primero y principal que tengo que hacer es que se sienta seguro; le han pasado cosas terribles, así que empezaré explicándole mi objetivo y luego pasaré a la relajación. Normalmente le digo al paciente de forma relajante que los párpados se le vuelven más pesados, que quiere cerrar los ojos, que respire profundamente por la nariz, repaso todo el cuerpo de arriba abajo y vuelta arriba. -Erik aguarda mientras Joona escribe-. Después viene lo que se llama inducción -continúa-. Incluyo una serie de instrucciones ocultas en mis palabras y hago que el paciente se imagine lugares y sucesos sencillos, realizo una sugestión acerca de un paseo imaginario más y más lejos, hasta que casi desaparezca la necesidad de controlar la situación. Es un poco como cuando uno lee un libro que resulta tan emocionante que finalmente ya no es consciente de que está sentado leyendo.

– Comprendo.

– Si se levanta la mano del paciente en el aire y luego se suelta, la mano se queda levantada, cataléptica, una vez la inducción ha finalizado -explica Erik-. Después cuento hacia atrás y profundizo aún más en la hipnosis. Yo suelo contar, otros hacen que el paciente vea una escala de grises para disolver los límites de los pensamientos. Lo que sucede en la práctica es que en realidad se dejan fuera de juego el miedo o el pensamiento crítico que bloquea ciertos recuerdos.

– ¿Conseguirá hipnotizarlo?

– Si no se resiste, sí.

– ¿Qué sucede en ese caso? -pregunta Joona-. ¿Qué pasa si se resiste?

Erik no contesta. Observa al chico a través del cristal, intenta descifrar su rostro, su receptividad.

– Es difícil adivinar qué voy a conseguir, varía mucho según las personas y las circunstancias -explica.

– No estoy buscando que testifique, sólo necesito una pista, una señal, algo que usar.

– ¿Así que todo cuanto tengo que averiguar es quién les ha hecho esto?

– Si puede ser, un nombre, un sitio o una conexión.

– No tengo ni idea de cómo irá… -dice Erik, e inspira.

Joona entra con él, se sienta en una silla en el rincón, se quita los zapatos y se reclina hacia atrás. Erik baja la luz, acerca un taburete de acero a la cama y se sienta junto a ella. Lentamente empieza a explicarle al chico que quiere hipnotizarlo para ayudarlo a entender lo que pasó ayer.

– Josef, voy a estar aquí sentado todo el tiempo -dice con tranquilidad-. No tienes absolutamente nada que temer. Puedes sentirte completamente seguro. Estoy aquí por ti, no digas nada que no quieras decir, y tú mismo puedes dar por terminada la sesión de hipnotismo cuando quieras.

Ahora Erik comienza a percibir cuánto añoraba el proceso. El corazón le late con fuerza, pesadamente. Tiene que intentar aplacar su ansia. El procedimiento no puede forzarse, no puede acelerarse. Debe hacerlo con calma, sólo así podrá profundizar, a su propio y delicado ritmo.

Es fácil lograr que el chico esté muy relajado, el cuerpo se encuentra ya en estado de reposo y parece desear más.

Cuando Erik abre la boca y empieza la inducción es como si nunca hubiera abandonado la hipnosis: su voz es densa, neutra y calmada, las palabras le vienen con facilidad a la mente y, por supuesto, manan llenas de una calidez monótona y un tono adormecedor, descendente.

Inmediatamente percibe la gran receptividad de Josef. Es como si el chico intuitivamente se aferrase a la seguridad que le proporciona Erik. Su rostro herido se hace más pesado, los rasgos se llenan y la boca adquiere un aspecto más flácido.

– Josef…, piensa en un día de verano -dice Erik-. Todo está tranquilo, silencioso y relajado. Estás tumbado en la cubierta de un pequeño barco de madera que se balancea lentamente. El agua chapotea a tu alrededor mientras tú contemplas las pequeñas nubes que se mueven en el cielo azul.

El chico responde tan bien a la inducción que Erik se pregunta si debería frenar un poco el proceso. Sabe que los sucesos graves con frecuencia pueden aumentar la sensibilidad ante la hipnosis, que el estrés puede funcionar como un motor invertido, la frenada sucede de manera inesperadamente rápida y las revoluciones caen velozmente a cero.

– Ahora voy a contar hacia atrás, y con cada cifra que oigas te relajarás un poco más. Sentirás cómo te inunda una gran paz interior y lo agradable que resulta todo a tu alrededor. Relaja los dedos de los pies, los tobillos, las pantorrillas. Nada te molesta, todo está en calma. Lo único que necesitas oír es mi voz, las cifras que van descendiendo. Ahora te relajas aún más, tu cuerpo se vuelve aún más pesado y relajas también las rodillas, los muslos, las ingles. Siente al mismo tiempo cómo te vas hundiendo en el agua, de forma suave y agradable. Todo está tranquilo, en paz…

Erik pone la mano en el hombro del chico. Tiene la mirada fija en el abdomen y, a cada espiración suya, va contando hacia atrás.

A veces cambia el patrón lógico, pero continúa con la cuenta atrás todo el tiempo. Como en un sueño, una sensación de ligereza y de fortaleza física se apodera de Erik mientras continúa con el proceso. Cuenta y al mismo tiempo se ve a sí mismo hundiéndose en una agua totalmente transparente, rica en oxígeno. Casi se había olvidado de la sensación de mar azul, de océano. Sonriente, se sumerge junto a una enorme formación rocosa. Una falla continental que desciende a una gran profundidad. El agua centellea con pequeñas burbujas. Con una increíble sensación de placidez se desplaza ingrávido hacia abajo, a lo largo de la pared rugosa.

El chico muestra claras señales de descanso hipnótico. Una gran relajación se ha extendido por sus mejillas y su boca. Erik siempre ha pensado que las caras de los pacientes se vuelven más anchas, como más planas; menos hermosas pero frágiles, sin ninguna afectación.

Erik se hunde más aún, estira un brazo y toca la pared de la roca al pasar. El agua clara cambia lentamente de color y se vuelve rosa.

– Ahora estás completamente relajado -dice, tranquilo-. Todo está bien, muy bien.

Los ojos del chico brillan bajo los párpados entreabiertos.

– Josef…, quiero que intentes recordar lo que pasó ayer. Empezó como un lunes normal, pero por la noche alguien fue de visita a tu casa.

El chico está en silencio.

– Ahora vas a decirme qué está pasando -dice Erik.

Josef asiente mínimamente con la cabeza.

– ¿Estás en tu habitación? ¿Es eso lo que haces? ¿Estás escuchando música?

No contesta. La boca se mueve inquisitiva, buscando.

– Tu madre estaba en casa cuando llegaste del colegio -dice Erik.

Él asiente.

– ¿Por qué? ¿Lo sabes? ¿Es porque Lisa tiene fiebre?

El chico asiente y se humedece los labios.

– ¿Qué haces cuando llegas a casa del colegio, Josef?

Él susurra algo.

– No te oigo -dice Erik-. Quiero que me hables de manera que pueda oírte.

Los labios del chico se mueven y Erik se inclina hacia adelante.

– Como el fuego, igual que el fuego -susurra-. Intento parpadear. Entro en la cocina pero noto algo raro, suena un crujido entre las sillas y un fuego muy rojo se extiende por el suelo.

– ¿De dónde viene el fuego? -pregunta Erik.

– No me acuerdo, había ocurrido algo antes…

Vuelve a guardar silencio.

– Ve un poco más atrás, antes de que ese fuego estuviera en la cocina -le pide Erik.

– Hay alguien ahí -dice el chico-. Oigo que golpean la puerta.

– ¿La puerta de entrada?

– No lo sé.

El rostro de Josef se tensa de repente, gime inquieto y los dientes inferiores quedan a la vista con una mueca extraña.

– No pasa nada -dice Erik-. No pasa nada, Josef, aquí estás seguro, estás tranquilo y no sientes ninguna preocupación. Sólo estás mirando lo que pasa, no participas de ello; sólo ves cómo se desarrolla a una distancia adecuada y no es nada peligroso.

– Los pies son azul claro -susurra.

– ¿Qué dices?

– Llaman a la puerta -continúa el chico, balbuceante-. Abro pero no hay nadie, no veo a nadie. Siguen llamando. Me doy cuenta de que alguien quiere hacerme rabiar.

Respira más rápidamente, el abdomen se mueve espasmódicamente.

– ¿Qué pasa ahora? -pregunta Erik.

– Voy a la cocina y cojo pan para hacerme un bocadillo.

– ¿Comes un bocadillo?

– Pero vuelven a llamar otra vez. El ruido viene de la habitación de Lisa. La puerta está entornada y veo que su lámpara de princesa está encendida. Empujo la puerta con cuidado con el cuchillo y miro en el interior. Lisa está en su cama. Lleva las gafas puestas pero tiene los ojos cerrados y respira jadeando. Está pálida. Los brazos y las piernas están totalmente quietos. Entonces echa la cabeza hacia atrás, su cuello se tensa y empieza a patalear, cada vez más de prisa. Le digo que pare pero ella sigue, más fuerte. Le grito, pero el cuchillo ya ha empezado a clavarse. Mamá entra corriendo y tira de mí, yo me vuelvo y el cuchillo avanza, me sale solo. Cojo más cuchillos, tengo miedo de acabar, debo seguir, no es posible parar… Mamá se arrastra por la cocina, el suelo está totalmente rojo… Tengo que probar los cuchillos en todo: en mí mismo, en los muebles, en las paredes, golpeo y acuchillo, y de repente estoy cansado y me tumbo. No sé qué pasa, me duele el cuerpo por dentro y tengo sed, pero no tengo fuerzas para moverme.

Erik siente cómo se mantiene junto al chico en la profundidad del agua clara, sus piernas se agitan suavemente y sigue la pared del acantilado con la mirada, más y más hacia abajo, no acaba nunca, el agua se oscurece, se vuelve de un color azul grisáceo, y luego pasa a ser atrayentemente negra.

– ¿Habías visto…? -pregunta Erik, y oye su voz temblar-. ¿Habías visto antes a tu padre?

– Sí, en el campo de fútbol -contesta Josef.

Se calla, tiene un aspecto inquisitivo. Mira ante sí con expresión adormilada.

Erik nota que el pulso del chico se acelera y comprende que la tensión arterial está cayendo al mismo tiempo.

– Quiero que te sumerjas más aún -dice Erik en voz baja-. Te hundes, te sientes más tranquilo, más cómodo, y…

– ¿Mamá no? -pregunta el chico con voz lastimera.

– Cuenta, Josef… ¿Has visto también a tu hermana mayor, Evelyn?

Erik observa el semblante de Josef, consciente de que aventurar eso puede crear problemas, una grieta en la hipnosis si resulta que está equivocado. Sin embargo, está obligado a dar un paso arriesgado porque el tiempo se le acaba. Tendrá que interrumpir la hipnosis en seguida: el estado del paciente vuelve a ser crítico.

– ¿Qué pasó cuando viste a Evelyn? -pregunta.

– Nunca debería haber ido a verla.

– ¿Fue ayer?

– Se escondía en la cabaña -susurra el chico, sonriente.

– ¿Qué cabaña?

– La de Sonja, mi tía materna -dice él, cansado.

– Describe lo que pasa en la cabaña.

– Estoy ahí sin más. Evelyn no está contenta, sé lo que piensa -murmura él-. Sólo soy un perro para ella, no valgo nada.

Las lágrimas resbalan por las mejillas de Josef, le tiembla la boca.

– ¿Evelyn te dice eso?

– No quiero, no tengo por qué, no quiero… -se lamenta Josef.

– ¿Qué es lo que no quieres?

El párpado le empieza a temblar espasmódicamente.

– ¿Qué pasa ahora, Josef?

– Ella dice que tengo que morder y morder para conseguir mi recompensa.

– ¿A quién tienes que morder?

– Hay una foto en la cabaña…, una foto en un marco con forma de seta… En ella están papá, mamá y Knyttet, pero…

El cuerpo del chico se tensa de repente, sus piernas se mueven rápida y pesadamente, está saliendo de la hipnosis profunda. Erik lo guía con cuidado, lo tranquiliza y lo hace subir varios niveles. Con meticulosidad, cierra las puertas de todos los recuerdos del día y también de los de la hipnosis. Nada puede quedar abierto cuando empiece el delicado proceso de despertar.

Josef está tumbado en la cama, sonriendo, cuando Erik lo deja. El comisario se levanta de la silla del rincón y acompaña a Erik fuera de la habitación. Una vez en el pasillo, camina hasta la máquina de café.

– Estoy impresionado -dice Joona en voz baja, y saca su teléfono.

A Erik lo embarga un sentimiento desolador, la sensación de que algo está irrevocablemente mal.

– Antes de que llame usted a nadie quiero hacer hincapié en una cosa -dice-. El paciente siempre dice la verdad durante la hipnosis, pero por supuesto se trata sólo de su verdad; solamente habla de lo que él percibe como verdad, es decir, describe sus recuerdos subjetivos, no…

– Lo entiendo -lo interrumpe el policía.

– He hipnotizado a esquizofrénicos -continúa Erik.

– ¿Adonde quiere ir a parar?

– Josef ha hablado de su hermana…

– Sí, ha dicho que ella le exigió que mordiera como un perro y todo lo demás -asiente Joona.

Marca un número y se lleva el teléfono a la oreja.

– No es seguro que la hermana le dijera que hiciera eso -explica Erik.

– Pero podría haberlo hecho -dice Joona, y levanta una mano para silenciar a Erik-. Anja, tesoro…

Se adivina una voz suave a través del teléfono.

– ¿Puedes comprobar una cosa? Sí, eso es. La tía materna de Josef Ek tiene una casita o una cabaña en algún sitio y… Sí, eso… Qué maja eres.

Joona levanta la mirada hacia Erik.

– Perdone, iba a decir algo más.

– Que tampoco es seguro que fuera Josef quien asesinara a su familia.

– Pero ¿es posible que se causara esas heridas a sí mismo? Según su opinión, ¿podría haberse hecho él mismo esos cortes?

– Es difícil, pero no imposible -contesta Erik.

– Entonces creo que nuestro asesino está ahí dentro -dice Joona.

– Yo también lo creo.

– ¿Está en condiciones de poder huir del hospital?

– No. -Erik sonríe, sorprendido. Joona echa a andar en dirección al pasillo. -¿Va a ir a casa de su tía? -pregunta Erik. -Sí.

– Lo acompaño -dice Erik, y echa a andar a su vez-. La hermana podría estar herida o en estado de shock.

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