Martes 8 de diciembre, por la tarde
Han pasado tres horas desde que Joona ha conducido a Evelyn a la prisión de Kronoberg. La han llevado a una pequeña celda de paredes lisas y rejas horizontales, con una ventana empañada. El lavabo de acero inoxidable del rincón hedía a vómito. Evelyn se ha quedado de pie junto a la cama con el colchón de plástico verde fijada a la pared, y ha mirado inquisitiva al comisario cuando él la ha dejado allí.
Tras el arresto, el fiscal tiene un máximo de doce horas para decidir si la detenida pasa a disposición judicial o si se la deja en libertad. En el primer caso tiene de margen hasta las doce del tercer día para presentar una solicitud de encarcelamiento al tribunal. Si no lo hace, será puesta en libertad. Si pide que se la encierre, se hará en calidad o bien de sospechosa por indicios razonables o por indicios racionales de criminalidad, que es el grado máximo.
Joona está de nuevo en el pasillo de la prisión con el piso de goma blanco brillante. Camina delante de las puertas de color verde guisante de las celdas. Se ve a sí mismo reflejado en las planchas de metal con picaporte y cerradura. En el suelo, delante de cada puerta, hay unos termos blancos. Los armarios con los extintores están señalados con letreros rojos. Delante de la recepción han dejado un carrito de limpieza con una bolsa blanca para la colada y una verde para la basura.
Joona se detiene e intercambia algunas palabras con un trabajador social de la ONG Individuell Människohjälp, y después entra en la sección de mujeres.
En el exterior de una de las cinco salas de interrogatorios de la prisión se encuentra Jens Svanehjälm, el nuevo fiscal de la región de Estocolmo. Aparenta tener poco más de veinte años, pero en realidad tiene cuarenta. Tiene un algo juvenil en la mirada y en las mejillas que crea la impresión de que en toda su vida se ha visto en una situación comprometida.
– Evelyn Ek -dice Jens dubitativo-. ¿Fue ella quien obligó a su hermano pequeño a matar a la familia?
– Eso es lo que ha dicho el chico cuando…
– No podemos utilizar nada de lo que haya reconocido Josef Ek durante la hipnosis -lo interrumpe Jens-. Va en contra tanto del derecho a guardar silencio como del derecho a no autoinculparse.
– Lo entiendo, pero no era un interrogatorio: él no era sospechoso del asesinato -contesta Joona.
Jens mira su móvil y al mismo tiempo dice:
– Basta con que la conversación toque el asunto del que trata la investigación para que se considere un interrogatorio.
– Soy consciente de ello pero mis prioridades eran otras -replica Joona.
– Lo imagino pero…
Se calía y mira de reojo a Joona, como si esperara algo.
– Pronto sabré lo que ocurrió -dice el comisario.
– Eso está bien -asiente Jens, satisfecho-, porque el único consejo que recibí cuando sucedí a Anita Niedel fue que si Joona Linna dice que va a averiguar la verdad, es que va a hacerlo.
– Tuvimos algunos encontronazos.
– Me lo dio a entender -sonríe él.
– ¿Entramos? -pregunta Joona.
– Tú eres el responsable del interrogatorio pero…
Jens Svanehjälm se rasca la oreja y murmura que no quiere más conceptos, más resúmenes de interrogatorios, más vaguedades.
– Si es posible, mis interrogatorios siempre son en forma de diálogo -contesta Joona.
– Porque si lo grabas, opino que no necesitamos ningún testigo del interrogatorio, no en esta situación -dice Jens.
– Lo suponía.
– Sólo hablaremos con Evelyn Ek con fines informativos -subraya Jens.
– ¿Quieres que le comunique que es sospechosa? -pregunta Joona.
– Tú decides, pero el tiempo corre, y ya no te queda mucho.
Joona llama a la puerta y entra en la anodina sala de interrogatorios, donde las persianas están bajadas ante las ventanas con barrotes. Evelyn Ek está sentada en una silla con los hombros tensos. Su rostro carece de expresión, tiene la mandíbula relajada, la mirada fija en el tablero de la mesa, y los brazos cruzados sobre el pecho.
– Hola, Evelyn.
Ella levanta rápidamente la mirada, asustada. Joona Linna se sienta en la silla frente a ella. Al igual que su hermano, es guapa; sus rasgos no son en absoluto llamativos, pero son simétricos. Tiene el pelo castaño claro y la mirada inteligente. Joona nota que quizá a primera vista su rostro parezca anodino, pero que es más y más hermoso cuanto más se observa.
– Había pensado que podríamos charlar un poco -dice él-. ¿Qué te parece?
Ella se encoge de hombros.
– ¿Cuándo fue la última vez que viste a Josef?
– No me acuerdo.
– ¿Fue ayer?
– No -dice ella, sorprendida.
– ¿Cuántos días hace?
– ¿Qué?
– Quiero saber cuándo fue la última vez que viste a Josef -dice Joona.
– Hace mucho tiempo.
– ¿Fue a visitarte a la cabaña?
– No.
– ¿Nunca? ¿Nunca ha ido a visitarte a la cabaña?
Ella se encoge de hombros levemente.
– No.
– Pero él conoce la cabaña, ¿no?
Ella asiente.
– Fue allí de niño -contesta, y lo mira largamente con sus ojos de suave color castaño.
– ¿Cuándo fue eso?
– No sé… Yo tenía diez años, tía Sonja nos dejó la cabaña un verano que se fue a Grecia.
– ¿Y Josef no ha vuelto desde entonces?
La mirada de Evelyn vuela repentinamente hacia la pared que hay detrás de Joona.
– No lo creo -dice ella.
– ¿Cuánto tiempo llevas en la cabaña de tu tía?
– Me trasladé allí nada más empezar las clases.
– En agosto.
– Sí.
– Llevas allí desde agosto. Eso son cuatro meses…, en una cabaña de Värmdö. ¿Por qué?
De nuevo aparta la mirada, que se mueve detrás de la cabeza de Joona.
– Para poder estudiar tranquila -dice ella.
– ¿Durante cuatro meses?
Ella cambia lentamente de postura en la silla, cruza las piernas y se rasca la frente.
– Necesito estar tranquila -suspira ella.
– ¿Quién te molesta?
– Nadie.
– En ese caso, ¿por qué necesitas estar tranquila?
Ella sonríe débilmente, sin alegría.
– Me gusta el bosque.
– ¿Qué estudias?
– Ciencias políticas.
– ¿Y vives de la subvención de estudios?
– Sí.
– ¿Dónde haces la compra?
– Voy en bicicleta a Saltarö.
– ¿No queda lejos?
Evelyn se encoge de hombros:
– Sí.
– ¿Has visto allí a alguien que conozcas?
– No.
El comisario observa la frente lisa y joven de la chica.
– ¿No has visto a Josef allí?
– No.
– Evelyn, escúchame -dice Joona con una nueva entonación, más serio-. Tu hermano dice que fue él quien mató a tu padre, a tu madre y a tu hermana pequeña.
Evelyn mira fijamente la mesa, le tiemblan las pestañas. Un ligero rubor crece en su pálido rostro.
– Sólo tiene quince años -continúa Joona.
El comisario mira sus manos pequeñas y el pelo cepillado, brillante, que le cae por los frágiles hombros.
– ¿Por qué crees que dice que ha matado a tu familia?
– ¿Qué? -pregunta ella, y levanta la mirada.
– Parece que creas que dice la verdad -sugiere él.
– ¿Sí?
– No has parecido sorprenderte cuando te he dicho que había reconocido los asesinatos -dice Joona-. ¿Te has sorprendido?
– Sí.
Evelyn permanece sentada totalmente inmóvil en la silla, helada y extenuada internamente. Una fina arruga se le ha formado en el ceño, en la frente lisa. Parece muy cansada. Mueve los labios como si rezara o murmurase algo para sí.
– ¿Está encerrado? -pregunta de repente.
– ¿Quién?
Ella no levanta la mirada hacia él cuando contesta, sino que habla monótonamente en dirección a la mesa:
– Josef. ¿Lo han encerrado?
– ¿Le tienes miedo?
– No.
– He pensado que quizá llevabas la escopeta porque le tienes miedo.
– Salgo a cazar -contesta ella, y lo mira a los ojos.
Joona piensa que hay algo curioso en ella, algo que aún no comprende. No es lo normal: culpabilidad, ira u odio. Más bien es algo que recuerda a una enorme resistencia. No lo identifica. Un mecanismo de defensa o una barrera de protección que no se parece a nada de lo que ha visto.
– ¿Liebres?
– Sí.
– ¿Está rica la liebre?
– No especialmente.
– ¿Cómo sabe?
– Dulce.
Joona piensa en ella de pie en el frío, frente a la cabaña. Intenta ver la sucesión de los acontecimientos.
Erik Maria Bark le había quitado el arma; la llevaba en el brazo, abierta. Evelyn lo miraba con los ojos entornados a la luz del sol. Esbelta y alta, con el pelo de color arena recogido en una cola de caballo. Chaleco de plumas plateado y vaqueros de talle bajo, las deportivas húmedas, los pinos tras ella, el musgo en el suelo, los arbustos de mirtillos y la seta rota.
De repente Joona descubre una fisura en las palabras de Evelyn. Ya casi había elaborado la idea, pero luego se le escapó. Ahora la fisura vuelve a ser evidente. Cuando habló con Evelyn en la cabaña de su tía, la chica permanecía sentada totalmente inmóvil en el sofá de pana con las manos aprisionadas entre los muslos. En el suelo, a sus pies, había una fotografía en un marco con forma de seta. En la foto se veía a la hermana pequeña de Evelyn. Estaba sentada entre sus padres y la luz del sol se reflejaba en sus grandes gafas.
La niña debía de tener cuatro, quizá cinco años en la foto, piensa Joona. O sea, que la fotografía no puede ser de hace más de un año.
Evelyn ha afirmado que Josef no ha estado en la cabaña desde hace varios años, pero Josef describió la fotografía durante la hipnosis.
Por supuesto puede haber más copias de la instantánea en otros marcos con forma de seta, piensa Joona. También existe la posibilidad de que trasladaran la fotografía de un sitio a otro. Y Josef podría haber estado en la cabaña sin que Evelyn lo sepa.
No obstante, se dice, también podría haber una fisura en el relato de Evelyn. No es totalmente imposible.
– Evelyn -dice-, estoy pensando en algo que has dicho hace un rato.
En ese instante llaman a la puerta de la sala de interrogatorios. La chica se asusta y da un respingo. Joona se levanta y va a abrir. Es el fiscal Jens Svanehjälm, que le pide que lo acompañe.
– Voy a soltarla -declara Jens-. Esto es una estupidez, no tenemos absolutamente nada; un interrogatorio sin validez con su hermano de quince años que insinúa que ella… -El fiscal se interrumpe cuando su mirada se cruza con la de Joona-. Has dado con algo, ¿no? -dice.
– No importa -contesta Joona.
– ¿Está mintiendo?
– No lo sé, quizá…
Jens se toca la barbilla, piensa.
– Dale un bocadillo y un té -dice finalmente-. Tienes una hora más antes de que tome la decisión de si la retenemos o no.
– No es seguro que saque nada en claro.
– ¿Pero lo vas a intentar?
Joona pone delante de Evelyn un vaso de plástico con té inglés y un bocadillo en un plato de papel y luego se sienta en la silla.
– He pensado que quizá tuvieras hambre -dice él.
– Gracias -contesta ella, y durante unos pocos segundos parece más animada.
Le tiembla la mano mientras se come el bocadillo y retira las migas de la mesa.
– Evelyn, en la cabaña de tu tía hay una fotografía en un marco con forma de seta.
Ella asiente:
– Lo compró en Mora, le pareció que quedaría bien en la cabaña y…
Se interrumpe y sopla el té.
– ¿Tenéis más marcos como ése?
– No. -Ella sonríe.
– ¿La foto siempre ha estado en la cabaña?
– ¿A qué viene eso? -pregunta ella débilmente.
– A nada, sólo que Josef ha hablado de esa foto; debe de haberla visto, así que he pensado que quizá hubieras olvidado algo.
– No.
– Sólo era eso -dice Joona, y se levanta.
– ¿Se marcha?
– Evelyn, yo confío en ti -dice Joona con seriedad.
– Todos parecen creer que estoy implicada.
– Pero no lo estás, ¿verdad?
Ella niega con la cabeza.
– No de esa manera… -dice Joona.
Ella se seca apresuradamente las lágrimas de las mejillas.
– Josef vino una vez a la cabaña en taxi y trajo una tarta -declara con voz rota.
– ¿Para tu cumpleaños?
– El suyo… Él era el que cumplía años.
– ¿Cuándo fue eso? -pregunta Joona.
– El 1 de noviembre.
– Hace aproximadamente un mes -dice él-. ¿Qué pasó?
– Nada -contesta ella-. Me sorprendió.
– ¿No te había dicho que iría?
– No tenemos contacto.
– ¿Por qué no?
– Necesito estar sola.
– ¿Quién sabía que estabas viviendo en la cabaña?
– Nadie excepto Sorab, mi novio… Bueno, cortó conmigo, ahora somos sólo amigos, pero me ayuda, le dice a todo el mundo que vivo con él, contesta cuando llama mi madre y…
– ¿Por qué?
– Necesito estar tranquila.
– ¿Josef ha ido allí más veces?
– No.
– Esto es importante, Evelyn.
– No ha ido más veces -contesta ella.
– ¿Por qué me has mentido sobre eso?
– No lo sé -murmura ella.
– ¿En qué más has mentido?