Capítulo 31

Lunes 14 de diciembre, por la mañana

El timbre del teléfono despierta a Simone. Las cortinas están abiertas y la luz invernal inunda el dormitorio. Le da tiempo a pensar que quizá sea Erik y siente ganas de llorar cuando comprende que él no la va a llamar, que esa mañana se despertará junto a Daniella, que ahora está completamente sola.

Coge el teléfono de la mesilla y contesta:

– ¿Sí?

– ¿Simone? Soy Ylva. He intentado localizarte varias veces.

Su ayudante parece agobiada. Son las diez de la mañana.

– He tenido otras cosas en mente -responde Simone, tensa.

– ¿No lo han encontrado?

– No.

Se hace el silencio. Unas sombras se deslizan en el exterior y Simone ve que cae pintura del tejado de enfrente. Unos operarios con ropa de trabajo de color naranja están retirando unas placas desconchadas.

– Perdona -dice Ylva-. No quiero molestarte.

– ¿Ha pasado algo?

– El auditor volverá mañana, las cuentas no cuadran y no puedo ni pensar cuando Norén está aquí dando golpes.

– ¿Golpes?

Ylva hace un ruido extraño con la boca.

– Volvió con un mazo de goma, afirmaba que él hacía arte moderno… -explica Ylva con voz cansada-. Dice que ha acabado con las acuarelas, que en lugar de eso ahora busca espacios huecos en el arte.

– Pues que los busque en otra parte.

– Rompió el cuenco de Peter Dahl.

– ¿Llamaste a la policía?

– Sí, vinieron, pero Norén no hacía más que parlotear sobre su libertad artística. Le advirtieron que se mantuviera alejado de la galería, así que ahora se queda fuera y da golpes.

Simone se levanta y se ve en el espejo ahumado del vestidor. Está delgada y tiene un aspecto cansado. Es como si le hubieran roto la cara en muchos pedazos pequeños y luego hubieran vuelto a juntarlos.

– ¿Y Shulman? -pregunta entonces-. ¿Cómo va su exposición?

Ylva parece ansiosa.

– Dice que tiene que hablar contigo.

– Lo llamaré.

– Hay algún problema con la iluminación. -Baja la voz y luego añade-: No tengo ni idea de cómo van las cosas entre Erik y tú pero…

– Nos hemos separado -dice Simone secamente.

– Realmente creo que… -Ylva se interrumpe.

– ¿Qué crees? -pregunta Simone pacientemente.

– Creo que Shulman está enamorado de ti.

Simone se encuentra con su mirada en el espejo y de repente siente que el estómago le da vueltas.

– Tendré que ir -dice.

– ¿Puedes?

– Antes haré una llamada.

Simone cuelga el auricular y luego se sienta durante un rato en el borde de la cama. Benjamín está vivo, se dice, eso es lo más importante. Está vivo aunque ya han pasado varios días desde que lo secuestraron. Es una muy buena señal, significa que la persona que se lo llevó, de entrada, no tiene interés en matarlo. Sus intenciones son otras, quizá quiera pedir un rescate. Simone repasa brevemente sus bienes. ¿Qué posee en realidad? La vivienda, el coche, algunas obras de arte. Y la galería, por supuesto. Podría pedir un préstamo, eso se podría arreglar. No es rica, pero su padre podría vender la casa de veraneo y también su piso. Luego irían a vivir todos juntos a un piso de alquiler en cualquier parte, eso no supondría ningún problema. Lo único importante ahora es recuperar a Benjamín, recuperar a su niño.

Simone llama a su padre, pero no contesta, así que le deja un breve mensaje diciéndole que va a la galería. Luego se ducha rápidamente, se lava los dientes, se cambia de ropa y sale del piso sin apagar las luces.

Fuera hace frío y viento; están a algunos grados bajo cero. La oscuridad de la mañana de diciembre es sorda, somnolienta, las calles tienen un aire de cementerio. Un perro corre por encima de los charcos con la correa colgando del cuello.

En cuanto Simone llega frente a la galería se encuentra con la mirada de Ylva a través de la puerta de cristal. No se ve a Norén por ninguna parte, pero en el suelo, junto a la pared, hay un periódico doblado en forma de capirote. Una luz verdosa emana de una serie de cuadros pintados por Shulman. Óleos relucientes, verde acuario. Nada más entrar, Ylva se apresura a abrazarla. Simone se da cuenta de que su ayudante ha olvidado teñirse el pelo de negro: las raíces canosas se adivinan en la recta raya al medio. No obstante, su tez se ve tersa, bien maquillada, los labios de rojo intenso, como de costumbre. Lleva puesto un traje de falda pantalón con unas medias negras con rayas blancas y unos voluminosos zapatos marrones.

– Qué bien está quedando -dice Simone echando un vistazo a su alrededor-. Has hecho un gran trabajo.

– Gracias -susurra Ylva.

Simone se aproxima a las pinturas.

– No las había visto así, todas juntas -dice-, sólo por separado.

Da otro paso adelante.

– Es como si se derritieran en los costados.

Continúa hacia la otra sala. Ahí están los bloques de piedra con las pinturas de las cavernas de Shulman, montados sobre soportes de madera.

– Quiere iluminar esta sala con lámparas de aceite -informa Ylva-. Le he dicho que no podía ser, que la gente quiere ver lo que compra.

– No, en realidad no quieren eso.

Ylva se ríe.

– ¿Así que Shulman se saldrá con la suya?

– Sí -contesta Simone-. Se saldrá con la suya.

– Puedes decírselo tú misma.

– ¿Qué? -pregunta Simone.

– Está en el despacho.

– ¿Shulman?

– Ha dicho que tenía que hacer unas llamadas.

Simone mira en dirección al despacho mientras Ylva se aclara la garganta y dice:

– Voy a comprar un bocadillo para almorzar…

– ¿Tan pronto?

– Eso había pensado -responde Ylva con la mirada baja.

– Está bien -dice Simone.

Es tanta la tristeza que la embarga que tiene que detenerse a secarse las lágrimas que empiezan a rodar por sus mejillas antes de llamar a la puerta del despacho y entrar. Shulman está sentado en la silla tras el escritorio, mordisqueando un bolígrafo.

– ¿Qué tal estás?

– No muy bien.

– Me lo imagino.

Se hace el silencio entre ellos. Ella baja la mirada, la invade una sensación de desprotección, como si la hubieran desgastado hasta llegar a la parte más frágil. Los labios le tiemblan cuando dice:

– Benjamín está vivo. No sabemos dónde está ni quién se lo ha llevado, pero está vivo.

– Ésas son buenas noticias -responde Shulman en voz baja.

– Joder -susurra ella, se vuelve y se enjuga con una mano temblorosa las lágrimas del rostro.

Shulman camina hasta ella y le acaricia suavemente el pelo. Ella se aparta sin saber muy bien por qué, ya que en realidad quiere que siga. Él baja la mano. Se miran. Va vestido con un traje negro, suave, una capucha sobresale del cuello de su chaqueta.

– Llevas puesto el traje de ninja -dice ella, y sonríe involuntariamente.

Shinobi, la palabra correcta para ninja, tiene dos significados -explica él-. Significa «persona oculta», pero también «el que resiste».

– ¿Resistir?

– Es quizá el arte más difícil que existe.

– A solas no se puede, al menos yo no soy capaz.

– Nadie está solo.

– No puedo con esto -susurra Simone-. Me estoy desmoronando, tengo que dejar de darle vueltas, no tengo adonde ir. Pienso que podría golpearme fuertemente en la cabeza o arrojarme en tus brazos sólo para desprenderme de este pánico… -Se interrumpe de pronto-. Eso -trata de buscar las palabras apropiadas-…, eso ha sonado… Te pido disculpas, Sim.

– En ese caso, ¿qué eliges? ¿Arrojarte en mis brazos o golpearte en la cabeza? -pregunta él sonriente.

– Ninguna de las dos cosas -se apresura a contestar ella, pero al oír lo brusca que ha sonado su frase intenta suavizarla-: Quiero decir que… me gustaría…

Vuelve a guardar silencio y nota que el corazón le late rápidamente en el pecho.

– ¿Qué? -pregunta él.

Ella lo mira directamente a los ojos.

– No soy yo -dice-. Por eso me comporto así. Tienes que saber que me siento terriblemente estúpida.

Luego baja la mirada, siente que las mejillas le arden, carraspea:

– Tengo…

– Espera -dice él, y entonces saca un bote de vidrio de su bolsa.

Algo que parecen mariposas rechonchas y oscuras trepa por el interior. Tras el cristal empañado se oye un ruido seco.

– ¿Sim?

– Sólo quiero enseñarte una cosa, es fantástico.

Sujeta el bote en alto. Ella observa los cuerpos marrones, el polvo de las alas que mancha el cristal, los desechos de la metamorfosis. Las mariposas apoyan sus gruesas patas contra el cristal, se pasan febril y mutuamente las trompas por las alas y las antenas.

– De pequeña siempre pensé que eran hermosas -comenta ella-. Pero eso fue hasta que las vi de cerca.

– No son hermosas, son crueles. -Sonríe Shulman, y luego se pone serio-. Creo que es a causa de la metamorfosis.

Ella toca el cristal y roza sus manos, que sujetan el bote.

– ¿Su crueldad es debida a la transformación?

– Quizá -contesta él.

Se miran y ya no son capaces de centrarse en la conversación.

– Las tragedias nos cambian -dice ella, pensativa.

Él le acaricia las manos.

– Y así tiene que ser.

– Pero yo no quiero ser cruel -susurra ella.

Están muy cerca el uno del otro. Shulman deja el bote sobre la mesa con cuidado.

– Tú… -dice, se inclina hacia adelante y la besa brevemente en la boca.

Ella siente que le tiemblan las piernas, las rodillas. Su voz suave y el calor de su cuerpo… El olor de la suave tela de la chaqueta, un aroma a sueño y a ropa de cama, a hierbas aromáticas. Es como si Simone se hubiera olvidado de la maravillosa suavidad de una caricia cuando la mano de él le recorre la mejilla y el cuello. Shulman la observa con una sonrisa en los ojos. Ella no piensa ya en salir corriendo de la galería. Sabe que quizá sea sólo una manera de evitar durante un breve instante la angustia que le martillea el pecho, pero no importa, se dice. Sólo quiere que eso continúe un rato más, únicamente desea poder olvidarse de las cosas terribles que están sucediendo. Los labios de él se acercan de nuevo a los suyos y esta vez ella le devuelve el beso. Su pulso se acelera y Simone respira rápidamente por la nariz. Nota las manos de él en la parte baja de la espalda, en las caderas. Las emociones se disparan en su cabeza, siente que le arde el vientre: un deseo repentino y ciego de acogerlo. Se asusta de la intensidad del impulso y retrocede con la esperanza de que él no note lo excitada que está. Se pasa la mano por la boca y se aclara la garganta mientras él se vuelve y rápidamente se acomoda la ropa.

– Podría entrar alguien -dice ella.

– ¿Qué vamos a hacer? -pregunta Shulman, y Simone percibe un temblor en su voz.

Ella no contesta, sólo da un paso hacia él y lo besa de nuevo. Ya no piensa, busca su piel bajo la ropa y siente sus cálidas manos por todo el cuerpo. Él la acaricia en el medio de la espalda, se abre camino hasta su ropa interior, desciende hasta sus braguitas y, cuando nota lo mojada que está, gime y presiona su pene erecto contra su pubis. Ella piensa que quiere hacerlo así, de pie, contra la pared, sobre el escritorio, en el suelo, como si nada más en el mundo importara, sólo para conseguir olvidar el pánico durante unos minutos. El corazón le late a toda prisa y las piernas le tiemblan. Tira de él hacia la pared y, cuando él agarra sus piernas para penetrarla, ella le susurra que lo haga, que se dé prisa. En ese mismo instante se oye el tintineo de la campanilla de la puerta. Alguien ha entrado en la galería. El suelo de parquet cruje.

– Vayamos a mi casa -propone Shulman.

Ella asiente y nota que está ruborizada. Él se pasa la mano por la boca y sale del despacho. Simone permanece donde está un momento y luego se apoya en el escritorio temblando de pies a cabeza. Se arregla la ropa y, cuando sale de la galería, Shulman ya está en la puerta de la calle.

– Que disfrutes de tu almuerzo -dice Ylva.

Simone se arrepiente cuando están sentados en silencio en el taxi camino de Mariagränd. «Voy a llamar a papá», piensa, «y luego le diré que tengo que irme». Sólo de pensar en lo que está haciendo siente una oleada de náusea causada por la culpabilidad, el pánico y la excitación.

Tras subir por la estrecha escalera hasta el quinto piso, él abre la puerta y ella rebusca el teléfono en su bolso.

– Tengo que llamar a mi padre -dice, esquiva.

Él no contesta, entra delante de ella en el recibidor con las paredes pintadas de color terracota y desaparece por el pasillo.

Ella se queda de pie con el abrigo puesto, mirando a su alrededor en el vestíbulo a oscuras. Las fotografías cubren las paredes y a lo largo del techo hay una hornacina con pájaros disecados. Shulman regresa antes de que a ella le haya dado tiempo de marcar el número de Kennet.

– Simone -susurra-, ¿no quieres entrar?

Ella niega con la cabeza.

– ¿Sólo un momento? -pregunta él.

– Vale.

Ella lo sigue hasta el salón con el abrigo aún puesto.

– Somos adultos, tomamos nuestras propias decisiones -dice él mientras sirve un par de copas de coñac.

Brindan y beben.

– Está bueno -comenta ella en voz baja.

En una de las paredes hay unos grandes ventanales. Simone camina hasta allí y contempla los tejados de cobre de Södermalm y la parte trasera de un cartel luminoso que representa un tubo de pasta de dientes.

Shulman se aproxima a ella, se sitúa a su espalda y la rodea con los brazos.

– ¿Sabes que estoy loco por ti? -susurra-. Desde el primer momento en que te vi.

– Sim, no sé…, no sé muy bien qué estoy haciendo -dice Simone con voz ronca.

– ¿Y por qué tienes que saberlo? -pregunta él sonriente al tiempo que empieza a tirar de ella en dirección al dormitorio.

Ella lo sigue como si todo el tiempo hubiera sabido que pasaría eso. Sabía que Shulman y ella entrarían juntos en un dormitorio. Lo deseaba, y lo único que la ha retenido ha sido la idea de que no quería ser como su madre, como Erik, una mentirosa que hace llamadas telefónicas y manda sms a hurtadillas. Siempre ha pensado sobre sí misma que no es una traidora, que no se permite la infidelidad, pero ahora no alberga sentimiento alguno de traición. El dormitorio de Shulman es oscuro, las paredes están forradas con algo que parece seda de un azul intenso, la misma tela de las largas cortinas que cuelgan frente a las ventanas. La invernal luz oblicua, escasa, se filtra a través del tejido como una leve sombra.

Con manos temblorosas, se quita el abrigo y lo deja caer al suelo. Shulman se desnuda y ella ve sus hombros torneados, su piel cubierta de suave vello negro. Una línea de pelo rizado, más grueso y espeso, asciende desde el pubis hasta el ombligo.

Él la observa tranquilamente con sus ojos oscuros, delicados. Ella empieza a quitarse la ropa pero, al encontrarse con su mirada, se siente de inmediato atrapada por una mareante y terrible sensación de soledad. Él lo nota y baja la mirada, se acerca, se inclina ante ella y se arrodilla. Ella ve cómo el pelo le cae sobre los hombros. Shulman traza entonces con el dedo una línea descendente desde su ombligo y luego baja por la cadera. Simone intenta sonreír pero no lo consigue del todo.

Él la empuja suavemente sobre la cama y comienza a bajarle las braguitas al tiempo que ella levanta las nalgas con las piernas juntas, y nota que se le enganchan en un pie. Simone se echa hacia atrás, cierra los ojos y permite que él le separe los muslos, siente sus besos cálidos en el vientre, en las caderas, en las ingles. Jadea y le pasa las manos por el cabello espeso y largo. Quiere que le haga el amor, lo desea tan ardientemente que nota cómo vibra en su interior.

Campos de oscuridad se extienden por su sangre, oleadas de calor anhelantes y hormigueantes le atraviesan los muslos en dirección al vientre. Él se tumba sobre ella, Simone abre las piernas y se oye gemir cuando él la penetra. Shulman le susurra algo que no consigue entender. Tira de él hacia sí y cuando nota todo el peso de su cuerpo encima de ella es como si se hundiera en el agua caliente y burbujean te del olvido.

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