Capítulo 46

Sábado 19 de diciembre, por la mañana

La nieve cae húmeda y densa. Un perro va y viene correteando en un área de descanso cerca de la comisaría de policía. El animal ladra ansioso por la nevada y se mueve feliz entre los copos. Abre la boca, jadeante, y se sacude. La imagen del perro hace que a Erik se le encoja el corazón. Se da cuenta de que ha olvidado cómo es vivir tranquilo. Ha olvidado cómo es no pensar ininterrumpidamente en la vida sin Benjamín.

Se siente mal y las manos le tiemblan debido a la abstinencia. No ha tomado ninguna píldora durante todo el día y la pasada noche no ha dormido nada.

Mientras camina hacia la gran entrada de la comisaría, piensa en una fotografía de unas ancianas tejedoras que Simone le mostró una vez en una exposición de artesanía femenina. Era como una imagen del cielo en un día como ése: nublada, densa y de un gris difuso.

Simone está de pie en el pasillo frente a la sala de interrogatorios. Cuando ve que Erik se acerca, va a su encuentro y toma sus manos. Por algún motivo, ese gesto hace que él se sienta agradecido. A ella se la ve pálida y serena.

– No es necesario que estés presente -susurra.

– Kennet dijo que eso era lo que querías -responde él.

Ella asiente débilmente.

– Es sólo que estoy tan…

Guarda silencio y carraspea levemente.

– Estaba furiosa contigo -dice con serenidad.

Tiene lágrimas en los ojos y el contorno enrojecido.

– Lo sé, Simone.

– De todos modos, tienes tus pastillas -dice ella, cortante.

– Sí -responde él.

Ella se aleja y camina hasta la ventana. Erik ve su cuerpo delgado, sus brazos fuertemente entrelazados en torno al torso. Tiene la carne de gallina; por debajo de la ventana se filtra un viento helado. La puerta de la sala de interrogatorios se abre entonces y una mujer fornida con uniforme policial los llama en voz baja.

– Adelante, pueden pasar ahora.

Sonríe ligeramente con sus labios rosados y brillantes.

– Mi nombre es Anja Larsson -les dice-. Yo me encargo de tomar declaración a los testigos.

La mujer extiende su mano rolliza y bien cuidada. Sus uñas largas y pintadas con esmalte rojo despiden destellos luminosos.

– Me pareció que tenía un aire navideño -explica alegremente refiriéndose a sus uñas.

– Es bonito -contesta Simone distraída.

Joona Linna ya está en la sala. Ha colgado su chaqueta en el respaldo de la silla. Tiene el pelo rubio alborotado y parece no habérselo lavado. Tampoco se ha afeitado. Cuando se sientan frente a él, le dirige a Erik una mirada seria y pensativa.

Simone se aclara la garganta y bebe un sorbo de agua. Cuando se dispone a dejar el vaso nuevamente sobre la mesa, roza la mano de Erik. Sus miradas se encuentran y él la ve dibujar con los labios la palabra «perdón».

Anja Larsson coloca la grabadora sobre la mesa, entre ellos. Pulsa el botón de grabación, comprueba que se encienda la luz roja y dice resumidamente la hora, la fecha y qué personas se encuentran en la sala. Luego hace una corta pausa, ladea la cabeza y dice con voz amable y luminosa:

– Bien, Simone. Queremos oír lo que tiene usted que decir sobre lo ocurrido anteanoche en su apartamento de Luntmakargatan.

Ella asiente, mira a Erik y luego baja la mirada.

– Yo… estaba en casa y…

Se queda en silencio.

– ¿Estaba usted sola? -pregunta Anja Larsson.

Simone niega con la cabeza.

– Sim Shulman estaba conmigo -dice ella con voz neutra.

Joona escribe algo en su bloc de notas.

– ¿Puede decirnos cómo cree que Josef y Evelyn Ek entraron en su casa? -pregunta Anja.

– No lo sé exactamente; yo estaba en la ducha -dice Simone con lentitud.

Por un momento, su rostro se ruboriza intensamente. El rubor desaparece casi de inmediato, pero deja un brillo vivaz en sus mejillas.

– Estaba en la ducha cuando Sim gritó que alguien llamaba a la puerta… No, espere. Gritó que estaba sonando mi teléfono móvil.

Anja Larsson repite:

– Estaba en la ducha y oyó a Sim Shulman gritar que su teléfono móvil estaba sonando.

– Sí -suspira Simone-. Le pedí que contestara.

– ¿Quién llamaba?

– No lo sé.

– Pero ¿él contestó?

– Eso creo, estoy casi segura de ello.

– ¿Qué hora era? -pregunta de repente Joona.

Simone se sobresalta, como si no hubiera notado hasta el momento su presencia, como si no reconociera su acento finlandés.

– No lo sé -contesta excusándose con el rostro vuelto hacia él.

Él no sonríe, sino que insiste:

– Aproximadamente.

Simone se encoge de hombros y responde de manera evasiva:

– Las cinco.

– ¿No las cuatro? -pregunta Joona.

– ¿A qué se refiere?

– Sólo quiero saberlo -contesta él.

– Ya saben todo esto -le dice Simone a Anja.

– Las cinco, entonces -dice Joona anotándolo en su bloc.

– ¿Qué hizo antes de ducharse? -pregunta Anja-. Resulta más fácil acordarse de la hora que era cuando uno repasa lo que ha hecho a lo largo del día.

Simone sacude la cabeza. Parece muy cansada, casi agotada. No mira a Erik. Él está sentado a su lado en silencio con el corazón galopante.

– No lo sabía -dice de repente, y vuelve a guardar silencio.

Ella se apresura a mirarlo.

– No sabía que tú y Shulman teníais… -dice él.

Ella asiente.

– Sí, Erik. Así era.

El mira a Simone, a la agente de policía y a Joona.

– Siento haberles interrumpido -tartamudea.

Con un tono indulgente, Anja se dirige nuevamente a Simone:

– Continúe, cuéntenos qué fue lo que ocurrió. Sim Shulman gritó que sonaba…

– Fue hacia la puerta de entrada y…

Simone se queda en silencio y luego vuelve a corregirse:

– No, no fue así. Oí a Sim decir: «Y ahora también llaman a la puerta», o algo parecido. Salí de la ducha, me sequé, abrí la puerta con cuidado y vi…

– ¿Por qué con cuidado? -inquiere Joona.

– ¿Qué?

– ¿Por qué abrió usted la puerta con cuidado y no como de costumbre?

– No lo sé, sentí que había algo amenazador en el aire… No puedo explicarlo…

– ¿Había oído algo raro?

– Creo que no.

Simone mira fijamente hacia adelante.

– Continúe -le pide Anja.

– Vi a una chica a través de la puerta entreabierta. Había una mujer joven en el pasillo. Me miró, parecía asustada e hizo un gesto indicándome que me escondiera. -Simone frunce el entrecejo-. Fui hasta el vestíbulo y vi a Sim… tendido en el suelo… Había mucha sangre, cada vez más. Le temblaban los ojos e intentó mover las manos…

La voz de Simone se vuelve turbia y Erik nota que está luchando por no llorar. Querría consolar a su esposa, apoyarla, coger su mano o abrazarla, pero no sabe si ella lo alejaría o se enfurecería si lo intentaba.

– ¿Quiere que hagamos una pausa? -pregunta Anja suavemente.

– Yo…, yo…

Simone se interrumpe y se lleva el vaso de agua a los labios temblando violentamente. Traga con fuerza y se pasa la mano por los ojos.

– La puerta de entrada estaba cerrada con llave -continúa en un tono más sereno-. La chica dijo que él tenía la llave en la cocina, por eso entré en silencio en el cuarto de Benjamín y encendí el ordenador.

– Encendió el ordenador…, ¿por qué? -pregunta Anja.

– Quise que él creyera que me encontraba allí dentro, que oyera el ruido del ordenador y corriera hacia allí.

– ¿A quién se refiere usted?

– A Josef -contesta ella.

– ¿ Josef Ek?

– Sí.

– ¿Cómo sabía que era él?

– En ese momento aún no lo sabía.

– Entiendo -dice Anja-. Continúe.

– Encendí el ordenador y luego me oculté en el baño. Cuando oí que entraban en el cuarto de Benjamín, fui con sigilo hasta la cocina y cogí las llaves. La chica trataba de retener a Josef allí engañándolo para que buscara en distintos lugares, pude oírlos, pero creo que choqué con algo en el vestíbulo, porque de repente Josef vino detrás de mí. La chica intentó detenerlo, se agarró de sus piernas y…

Simone traga con fuerza.

– No lo sé, el caso es que él se liberó de ella. Entonces la chica fingió que él le había cortado, se embadurnó con la sangre de Sim, se tumbó en el suelo y fingió estar muerta.

Se hace el silencio por un momento. Simone parece tener dificultades para respirar.

– Continúe, Simone -la exhorta Anja en voz baja.

Ella asiente y cuenta resumidamente:

– Al verla, su hermano volvió atrás, pero cuando se inclinó ella lo apuñaló en el costado con el cuchillo.

– ¿Vio quién atacó a Sim Shulman con el cuchillo?

– Fue Josef.

– ¿Lo vio usted?

– No.

La sala queda nuevamente en silencio.

– Evelyn Ek me salvó la vida -suspira Simone.

– ¿Quiere agregar algo?

– No.

– Bien, le agradezco su colaboración y doy por terminado el interrogatorio -concluye la mujer y extiende una mano resplandeciente para pulsar un botón y apagar la grabadora.

– Espere -dice Joona-. ¿Quién llamó por teléfono?

Simone lo mira aturdida. Es como si hubiera vuelto a olvidarlo.

– ¿Quién llamó a su teléfono móvil?

Ella niega con la cabeza.

– No lo sé. Ni siquiera sé dónde está el teléfono. Yo…

– No importa -dice Joona tranquilamente-. Nosotros lo comprobaremos.

Anja Larsson espera un momento, observa a Joona con curiosidad y luego apaga la grabadora.

Sin mirar a nadie, Simone se pone de pie y camina lentamente hacia la puerta. Erik saluda rápidamente a Joona con un gesto de la cabeza y luego la sigue.

– Espera -dice.

Ella se detiene y se vuelve.

– Espera, sólo quiero…

Se interrumpe y observa su rostro desnudo y dolorido. Las pecas pálidas, la boca ancha y los ojos verdes y claros. Se abrazan sin decir una palabra, tristes y cansados.

– Está bien -dice él-. Está bien.

Él besa su pelo; su pelo cobrizo y ensortijado.

– Ya no sé nada -suspira ella.

– Puedo preguntar si disponen de alguna sala para que puedas descansar.

Ella se separa lentamente de él y niega con la cabeza.

– Voy a buscar mi teléfono móvil -dice seriamente-. Debo saber quién llamó cuando contestó Shulman.

Joona sale de la sala de interrogatorios con la chaqueta colgada de un hombro.

– ¿El teléfono está en la comisaría? -pregunta Erik.

Joona asiente en dirección a Anja Larsson, que se dirige hacia los ascensores al otro lado del pasillo.

– Anja debe de saberlo -contesta.

Erik se dispone a echar a correr tras ella cuando Joona hace que se detenga con un gesto de la mano. Coge su teléfono móvil y marca un número corto.

Anja se detiene a lo lejos y contesta.

– Necesitamos algunos papeles, tesoro -dice Joona en tono ligero.

Ella se vuelve con expresión malhumorada y echa a andar en su dirección.

– Anja era una verdadera atleta antes de empezar a trabajar aquí -cuenta Joona-. Una nadadora increíble, practicaba el estilo mariposa. Quedó en el octavo lugar en…

– ¿Qué papeles quieres? ¿Papel higiénico tal vez? -exclama Anja.

– No te disgustes por…

– Dices demasiadas tonterías.

– Sólo alardeo un poco por ti.

– Ya -dice ella con una sonrisa.

– ¿Tienes la lista de los objetos que llevamos al laboratorio?

– No está terminada, puedes bajar a comprobarlo.

Luego la acompañan nuevamente hasta los ascensores. Los cables retumban sobre sus cabezas y la cabina chirría mientras descienden. Anja se baja en el segundo piso y se despide de ellos con la mano justo cuando se cierra la puerta.

En el despacho de la entrada, Erik ve a un hombre que le recuerda a un familiar suyo. Caminan rápidamente por un pasillo con puertas a ambos lados, tablones de anuncios y extintores en cajas metálicas con la portezuela de cristal. La sección del laboratorio está notoriamente más iluminada, y la mayoría de los allí presentes visten batas blancas. Joona estrecha la mano de un hombre obeso que dice llamarse Erixon y les muestra el camino hacia otra sala. Sobre una mesa chapada en acero se ven una serie de objetos alineados. Erik los reconoce. Dos cuchillos de cocina con manchas negras están en dos cuencos de metal diferentes. Ve una toalla conocida, la alfombra del vestíbulo, varios pares de zapatos y el móvil de Simone en una bolsa de plástico. Joona señala el teléfono.

– Queremos echarle un vistazo -dice-. ¿Habéis terminado ya?

El tipo obeso se acerca a la lista que se encuentra junto a los objetos. Echa una ojeada al papel y tarda en responder:

– Eso creo. Sí, la carcasa del teléfono ya está lista.

Joona saca el móvil de la bolsa de plástico, lo limpia con un poco de papel y se lo tiende despreocupadamente a Simone. Ella se concentra mientras pulsa los botones para buscar la lista de llamadas. Murmura algo, se cubre la boca con la mano y ahoga un grito cuando mira la pantalla.

– Es… es de Benjamín -balbucea-. La última llamada es de Benjamín.

Todos se arremolinan en torno al teléfono. El nombre de Benjamín titila un par de veces antes de que se acabe la batería.

– ¿Shulman habló con Benjamín? -pregunta Erik alzando la voz.

– No lo sé -gime ella.

– Pero ¿él respondió ‹› no? Sólo me pregunto eso.

– Yo estaba en la ducha y creo que él cogió el teléfono antes de…

– Diablos, puedes ver si se trata de una llamada perdida…

– No es una perdida -lo interrumpe ella-. Pero no sé si Sim tuvo tiempo de oírlo o de decir algo antes de abrirle la puerta a Josef.

– No es mi intención parecer enfadado -dice Erik luchando por mantener la calma-, pero debemos saber si Benjamín dijo algo.

Simone se vuelve hacia Joona.

– ¿No se almacenan todas las llamadas hechas desde un móvil? -pregunta.

– Puede llevar semanas dar con ello -contesta el comisario.

– Pero…

Erik apoya una mano en el brazo de Simone y declara:

– Debemos hablar con Shulman.

– No es posible, está en coma -replica ella, indignada-. Ya te he dicho que está en coma.

– Acompáñame -dice él, y ambos abandonan la sala.

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