Capítulo 19

Viernes 11 de diciembre, por la tarde

Joona está sentado en su despacho y durante un momento se mira fijamente la palma de la mano. La otra aún sujeta el teléfono. Cuando ha informado a Jens Svanehjälm del inesperado giro en la declaración de Evelyn, el fiscal lo ha escuchado en silencio, suspirando pesadamente de vez en cuando, mientras el comisario le refería el cruel móvil de los crímenes.

– Lo siento, Joona -le ha dicho al cabo-, pero lamentablemente su declaración es demasiado débil, teniendo en cuenta que a su vez Josef Ek ha acusado a su hermana. Quiero decir que necesitaríamos una confesión del chico, o disponer de pruebas físicas.

Joona pasea la mirada por la habitación y se frota la cara con la mano. Luego llama a la médico de Josef, Daniella Richards, y discute con ella el momento adecuado para proseguir con el interrogatorio, cuando el sospechoso no tenga tantos analgésicos en el cuerpo.

– Tiene que estar despierto -dice Joona.

– Podría venir usted a las cinco -indica Daniella.

– ¿De la tarde?

– No van a volver a darle morfina hasta las seis. La planificación se hace a partir de la hora de la cena.

Joona mira el reloj. Son las dos y media de la tarde.

– Está bien -dice.

Después de la conversación con Daniella Richards, llama a Lisbet Carien, la asistente social que se ocupa de Josef, y le informa de la hora.

Se dirige a la sala de personal, coge una manzana del frutero y cuando vuelve ve a Erixon, el técnico responsable de la investigación en el lugar del crimen de Tumba, sentado en su sitio, con todo el volumen de su cuerpo apoyado sobre el escritorio. Tiene la cara roja, saluda débilmente a Joona con una mano y resopla.

– Méteme esa manzana en la boca y ya tienes un cerdo de Navidad -dice.

– Vamos, cállate -replica Joona, y da un mordisco a la pieza de fruta.

– Lo tengo merecido -dice Erixon-. Desde que abrió el tailandés de la esquina he ganado once kilos.

– Sirven buena comida.

– Joder, ya puedes decirlo.

– ¿Cómo ha ido en el vestuario de mujeres? -pregunta Joona.

Erixon levanta una mano rechoncha para detenerlo.

– Prohibido decir «¿Qué te había dicho?», ¿vale?

Joona sonríe ampliamente.

– Ya veremos -dice, diplomático.

– De acuerdo -suspira Erixon, y se seca el sudor de las mejillas-. Había pelos de Josef Ek en el desagüe, y sangre de Anders, el padre, en las juntas del suelo.

– ¿Qué te había dicho? -replica Joona, exultante.

Erixon se ríe y se agarra el cuello como si pensara que se le va a partir.

Mientras baja en el ascensor hacia el vestíbulo de la Dirección Nacional de Policía, el comisario telefonea de nuevo a Jens Svanehjälm.

– Qué bien que hayas llamado -señala Jens-. Me están presionando con eso de la hipnosis… Me parece que vamos a tener que cerrar la investigación relativa a Josef: sólo costará dinero y…

– Espera un segundo -lo interrumpe Joona.

– Pero ya he decidido…

– ¿Jens?

– Sí.

– Tenemos pruebas físicas -dice Joona, muy serio-. Josef Ek está relacionado con la primera escena del crimen.

El fiscal Svanehjälm respira pesadamente en el teléfono y luego declara, contenido:

– Joona, has llamado en el último segundo.

– Suficiente, ¿no? -contesta él.

– Sí.

Jens está a punto de colgar cuando el comisario añade:

– ¿No te he dicho que tenía razón?

– ¿Cómo?

– ¿No tenía yo razón?

Se hace el silencio en el auricular. Luego Jens admite lentamente, como si le hablara a un niño:

– Sí, Joona, la tenías.

Finalizan la llamada y la sonrisa desaparece del rostro del comisario de la judicial. Mientras camina por detrás de la pared de cristal en dirección al jardín, mira de nuevo su reloj. Dentro de media hora tiene que estar en el Museo Nórdico de Djurgärden.


Joona sube la escalera del museo y continúa por los pasillos largos y desiertos. Pasa ante cientos de vitrinas iluminadas sin prestarles la más mínima atención. No ve los objetos de uso común, los tesoros o las artesanías, no se fija en las exposiciones, los trajes regionales y las grandes fotografías.

El guardia ya ha sacado una silla y la ha colocado frente a la vitrina débilmente iluminada. Sin pronunciar palabra, el comisario se sienta como hace siempre y observa la corona de novia saami. Frágil, delicadamente, se ensancha hasta formar un círculo perfecto. Los engarces recuerdan el cáliz de una flor o un par de manos que se han entrelazado con los dedos extendidos. Lentamente, Joona levanta la cabeza para permitir que la luz se desplace por ella y obtener así distintos puntos de vista. La corona de novia está tejida con raíces, elaborada a mano. El material se ha extraído de la tierra y brilla como la piel, como el oro.

En esta ocasión, Joona sólo permanece sentado delante de la vitrina durante una hora. Al cabo se levanta, hace un gesto al vigilante y sale lentamente del Museo Nórdico. El aguanieve del suelo está embarrada y negra y huele al gasoil de un barco que pasa bajo el puente Djurgärdsbron. Lentamente se encamina hacia Strandvägen cuando suena su teléfono. Es Nälen, el forense.

– Qué bien que te encuentro -dice brevemente cuando Joona contesta.

– ¿Habéis terminado ya con las autopsias?

– Casi, casi.

En la acera, Joona ve a un padre joven que inclina repetidamente un cochecito para que se ría su bebé. Una mujer permanece inmóvil en una ventana, observando la calle. Cuando él cruza su mirada con la de ella, inmediatamente retrocede un paso hacia el interior del piso.

– ¿Has encontrado algo más? -le pregunta a Nålen.

– Sí, bueno, no sé…

– ¿Y bien?

– Me refiero al corte en el vientre.

– ¿Sí?

Oye cómo Nålen contiene el aliento y algo que suena de fondo.

– Se me ha caído el bolígrafo -murmura el forense, y a continuación se oyen unos crujidos en el auricular-. Se ensañaron mucho con ellos -dice cuando se pone otra vez al teléfono-. Sobre todo con la niñita.

– Entiendo -dice Joona.

– Muchas de las heridas eran completamente innecesarias, fueron infligidas por puro placer. Si me lo preguntas, te diré que me parece un horror.

– Sí -conviene Joona, y piensa en lo que vio cuando llegó a la escena del crimen.

Los policías en estado de shock, la sensación de caos en el lugar. Los cuerpos en el interior de la casa. Recuerda las mejillas blancas como el papel de Lillemor Blom cuando estaba de pie, fumando con manos temblorosas. Se acuerda de cómo la sangre había salpicado las ventanas, resbalado por las puertas cristaleras de la terraza de la parte de atrás.

– ¿Tienes algo claro sobre el corte en el vientre de la mujer?

Nålen suspira.

– Sí, es lo que creíamos. Le hicieron ese corte unas dos horas después de muerta. Alguien giró su cuerpo e introdujo un cuchillo afilado en la vieja cicatriz de cesárea. -Hojea unos papeles-. Por lo demás, nuestro agresor no sabe mucho sobre sectio caesarea. En el caso de Katja Ek, se le practicó una cesárea de emergencia; el corte describía una trayectoria vertical, desde el ombligo hacia abajo.

– ¿Sí?

Nålen resopla.

– Resulta que el útero siempre se abre horizontalmente, aunque el corte del vientre sea vertical.

– Pero eso no lo sabía Josef -dice Joona.

– No -conviene Nålen-. Él sólo abrió el vientre sin saber que una cesárea siempre consta de dos incisiones: una en el vientre y otra en el útero.

– ¿Hay algo más que debas decirme?

– Quizá que inusualmente dedicó mucho tiempo a ensañarse con los cuerpos. No se detuvo, aunque estuviera cansado; es como si no hubiese tenido nunca suficiente, su ira no se aplacaba.

Se hace el silencio entre ellos. Joona camina por Strandvägen. Empieza a pensar de nuevo en el último interrogatorio al que ha sometido a Evelyn.

– Sólo quería confirmarte lo de la cesárea -dice Nålen después de un momento-. Que el corte se hizo unas dos horas después del fallecimiento.

– Gracias, Nålen -dice Joona.

– Mañana tendrás el informe completo de la autopsia.

Cuando Joona corta la llamada, piensa en lo terrible que debió de resultar crecer junto a Josef Ek. En lo desprotegida que debió de sentirse Evelyn, por no hablar de su hermana pequeña.

Joona intenta recordar lo que la joven refirió durante el interrogatorio acerca de la cesárea que le practicaron a su madre.

Piensa en cómo Evelyn se sentó hecha un ovillo en el suelo, apoyada contra la pared de la sala de interrogatorios, mientra hablaba de los celos casi patológicos que Josef sentía de su hermana pequeña.

– Josef está mal de la cabeza -dijo-. Siempre lo ha estado. Recuerdo cuando nació. Mamá estuvo muy mala, no sé qué le pasó, pero tuvieron que hacerle una cesárea de urgencia. -Evelyn sacudió la cabeza y se mordió el labio antes de proseguir-: ¿Sabe lo que es una cesárea de emergencia?

– Sí, más o menos -contestó Joona.

– A veces…, a veces hay complicaciones cuando un niño nace de ese modo.

Evelyn le dirigió entonces una mirada tímida.

– ¿Te refieres a la falta de oxígeno y esas cosas? -preguntó el policía.

Ella negó con la cabeza y se enjugó las lágrimas de las mejillas.

– Quiero decir que puede acarrear problemas psíquicos a la madre. Una mujer que ha experimentado un parto difícil y a la que duermen de repente para abrirla en canal puede tener problemas para establecer lazos afectivos con su hijo.

– ¿Padeció tu madre una depresión posparto?

– No exactamente -contestó Evelyn con voz densa, espesa-. Mi madre estaba psicótica tras nacer Josef. En la maternidad no se dieron cuenta, así que la dejaron irse a casa con él. Fui yo la que lo descubrí. Todo iba mal. Fui yo la que tuve que encargarme de cuidar a Josef. Yo sólo tenía ocho años, pero a ella él no le importaba, no se ocupaba de él; se limitaba a quedarse en la cama todo el día, y no hacía otra cosa más que llorar. -Evelyn miró entonces a Joona y susurró-: Mamá decía que no era hijo suyo, que su verdadero hijo había muerto, y al final hubo que ingresarla.

La chica dibujó una sonrisa torcida como para sí.

– Mamá volvió a casa con nosotros después de un año, más o menos. Fingía normalidad otra vez, pero en realidad siguió rechazando a Josef.

– ¿Así que no crees que tu madre se recuperara? -preguntó Joona cautelosamente.

– Sí, se recuperó, porque cuando tuvo a Lisa todo fue diferente. Estaba feliz con ella, lo hacía todo por ella.

– Y tú tuviste que encargarte de Josef.

– Empezó a decir que mamá debería haberlo parido como Dios manda. Para él, la explicación a la injusticia que padecía era que Lisa había nacido «por el cono», mientras que él no. Lo repetía todo el tiempo: que mamá debería haberlo parido por el cono, y no…

La voz de Evelyn se apagó de repente. Volvió el rostro y Joona observó sus hombros encogidos, tensos, sin atreverse a tocarla.

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