Viernes 11 de diciembre, por la mañana
Aún no eran las siete de la mañana cuando Joona Linna recibió una llamada de Daniella Richards. La médico telefoneaba para comunicarle que, en su opinión, Josef ya podía soportar un breve interrogatorio, aunque aún se encontraba en la habitación junto al quirófano.
Cuando Joona sube a su coche para ir al hospital, nota un dolor en el codo. Se acuerda de la noche anterior, de cómo el resplandor azul de las luces de los coches patrulla se deslizaba por la fachada del edificio de Sorab Ramadani, en Tantolunden. El grandullón con el peinado de niño había escupido sangre y farfullado algo confuso sobre su lengua mientras lo introducían en el asiento trasero del coche patrulla. Ronny Alfredsson y su compañero, Peter Jysk, habían sido hallados en el sótano del edificio; al parecer los habían amenazado con un cuchillo y los habían encerrado. Luego los dos matones habían conducido su coche patrulla hasta el aparcamiento de otro edificio.
Joona regresó al piso de Sorab, llamó de nuevo y le dijo que sus guardaespaldas estaban detenidos y que, si no abría inmediatamente, sus hombres forzarían la puerta.
Sorab lo dejó entrar, le ofreció asiento en un sofá de piel azul, preparó una infusión de manzanilla y le pidió disculpas por sus amigos.
Ramadani era un tipo de tez pálida con el pelo recogido en una coleta. Parecía claramente angustiado y todo el tiempo miraba a su alrededor. Volvió a disculparse con el comisario por lo sucedido y le explicó que había tenido muchos problemas últimamente.
– Por eso contraté a unos guardaespaldas -dijo en voz baja.
– ¿Qué tipo de problemas has tenido? -preguntó Joona, y luego sorbió la infusión caliente.
– Alguien va detrás de mí.
Sorab se levantó y fue hasta la ventana.
– ¿Quién? -quiso saber Joona.
Con voz monótona, dándole la espalda, el joven respondió que no quería hablar de ello.
– ¿Tengo que hacerlo? -preguntó a continuación-. ¿Acaso no tengo derecho a guardar silencio?
– Sí, estás en tu derecho -concedió Joona.
– Pues entonces… -repuso él encogiéndose de hombros.
– Pero me gustaría que hablaras conmigo -insistió Joona-. Quizá podría ayudarte, ¿no lo has pensado?
– Muchas gracias -replicó Sorab sin dejar de mirar por la ventana.
– ¿Es el hermano de Evelyn el que…?
– No -lo interrumpió él bruscamente.
– ¿No fue Josef Ek quien vino a tu casa?
– Él no es su hermano.
– Entonces, ¿quién es?
– Yo qué sé, pero no es su hermano; es otra cosa.
Tras decir que Josef no era hermano de Evelyn, Sorab volvió a mostrarse visiblemente inquieto, comenzó a hablar de fútbol, de la liga alemana, y ya no contestó razonablemente a ninguna otra cuestión. Joona se preguntó qué le habría dicho Josef a Sorab, qué habría hecho, de qué modo podría haberlo asustado tanto como para que él le contara dónde se encontraba Evelyn.
Joona dobla una esquina y aparca delante de la clínica neurológica, sale del coche, accede por la entrada principal, toma el ascensor hasta la quinta planta, continúa por el pasillo, saluda al policía que está de guardia y luego entra en la habitación de Josef. Una mujer se levanta de una silla junto a la cama y se presenta:
– Lisbet Carien -dice-. Soy trabajadora social y voy a ser la persona de apoyo de Josef durante el interrogatorio.
– Bien -asiente Joona mientras le tiende la mano.
Ella lo observa de un modo que él, de alguna manera, encuentra simpático.
– ¿Es usted el responsable del interrogatorio? -pregunta ella con interés.
– Sí. Discúlpeme, mi nombre es Joona Linna y soy comisario de la policía judicial. Hablamos por teléfono.
A intervalos regulares se oye en la habitación un sonido burbujeante procedente del dispositivo de drenaje, que está conectado con una sonda a la pleura perforada de Josef. De este modo se asegura la presión que ya no existe de forma natural, de manera que su pulmón pueda funcionar durante el proceso de curación.
Lisbet Carien dice en voz baja que la doctora le ha explicado que el chico debe permanecer tumbado, absolutamente inmóvil, ya que de lo contrario corre el riesgo de padecer nuevas hemorragias en el hígado.
– No voy a poner en riesgo su salud -aclara Joona, y deja la grabadora sobre la mesilla, junto a Josef.
Le dirige un gesto interrogativo a Lisbet, que asiente con la cabeza, el comisario pone en marcha el aparato y empieza a hablar. Describe la situación del interrogatorio, dice que Josef Ek es interrogado con fines informativos, que es viernes 11 de diciembre, que son las 8.15 de la mañana. Después indica qué personas hay presentes en la habitación.
– Hola -dice a continuación dirigiéndose al chico.
Él lo mira con ojos pesados.
– Me llamo Joona… Soy comisario de la policía judicial.
Josef cierra los ojos.
– ¿Cómo estás?
La trabajadora social mira por la ventana.
– ¿Puedes dormir con ese aparato burbujeante? -pregunta Joona.
Josef asiente despacio.
– ¿Sabes por qué estoy aquí?
El chico abre los ojos y niega lentamente con la cabeza. Joona espera mientras observa su rostro.
– Ha habido un accidente -dice entonces Josef-. Toda mi familia ha tenido un accidente.
– ¿Nadie te ha contado lo que ha pasado? -pregunta Joona.
– Quizá un poco -responde él débilmente.
– Se niega a ver a psicólogos o asistentes sociales -interviene Lisbet Carien.
Joona piensa en lo diferente que sonaba la voz de Josef durante la sesión de hipnotismo. Ahora es repentinamente frágil, casi inexistente, y todo el tiempo inquisitiva.
– Creo que sí sabes lo que ha pasado.
– No tienes por qué contestar -se apresura a advertirle la trabajadora social.
– Tienes quince años -continúa Joona.
– Sí.
– ¿Qué hiciste el día de tu cumpleaños?
– No me acuerdo.
– ¿Te hicieron regalos?
– Estuve viendo la tele -contesta Josef.
– ¿Fuiste a ver a Evelyn? -pregunta Joona con tono neutro.
– Sí.
– ¿A su piso?
– Sí.
– ¿Estaba allí?
– Sí.
Silencio.
– No, no estaba -se corrige Josef, dudoso.
– ¿Dónde estaba entonces?
– En la cabaña -contesta él.
– ¿Es una cabaña bonita?
– Bonita, no…, pero es acogedora.
– ¿Se alegró de verte?
– ¿Quién?
– Evelyn.
Silencio.
– ¿Llevabas algo contigo?
– Una tarta.
– Una tarta. ¿Estaba rica?
El chico asiente.
– ¿A Evelyn le pareció que estaba rica? -continúa Joona.
– A ella sólo le gusta lo mejor -dice él.
– ¿Te hizo algún regalo?
– No.
– Pero quizá te cantó…
– No quería darme mi regalo -dice él, dolido.
– ¿Eso te dijo?
– Sí, eso hizo -se apresura a contestar.
– ¿Por qué?
Silencio.
– ¿Estaba enfadada contigo? -pregunta Joona.
El asiente.
– ¿Quería que hicieras algo que no podías hacer? -continúa tranquilamente Joona.
– No, ella…
Josef pronuncia el resto de la frase en susurros.
– No te oigo, Josef.
Él sigue susurrando. Joona se acerca y se inclina sobre él para tratar de entender sus palabras.
– ¡Maldito cabrón! -grita entonces Josef en su oído.
Joona se echa hacia atrás, rodea la cama, se frota la oreja y trata de sonreír. El rostro del chico está gris como la ceniza cuando chilla:
– ¡Voy a averiguar dónde está ese maldito hipnotizador y le voy a destrozar el cuello a mordiscos, acabaré con él y con su…
La trabajadora social se precipita hacia la cama e intenta apagar la grabadora.
– ¡Josef! Tienes derecho a guardar silencio si…
– No se meta en esto -la interrumpe Joona.
Ella lo mira indignada y dice, temblando:
– Antes del interrogatorio debería haberle informado…
– No, está usted equivocada; no hay ninguna ley que regule eso -dice Joona en un tono de voz elevado-. Tiene derecho a guardar silencio, es cierto, pero yo no tengo ninguna obligación de advertírselo.
– Disculpe, entonces.
– Está bien -farfulla Joona, y se vuelve de nuevo hacia Josef-. ¿Por qué estás enfadado con el hipnotista?
– No tengo por qué contestar a sus preguntas -replica él, y señala con un gesto de la cabeza a la trabajadora social.