.Madrugada del 8 de diciembre
Por algún motivo, Simone está despierta antes de que el teléfono suene en la mesilla de Erik con el volumen al mínimo.
Erik farfulla algo sobre globos y serpentinas, coge el teléfono y se apresura a salir de la habitación.
Cierra la puerta antes de contestar. La voz que ella oye a través de la pared le resulta delicada, casi tierna. Después de un rato, Erik se desliza de nuevo en la habitación y ella le pregunta quién ha llamado.
– Un policía…, un comisario, no he entendido cómo se llamaba -contesta Erik, y luego le explica que tiene que ir al hospital Karolinska.
Ella mira el despertador y cierra los ojos.
– Duérmete, Sixan -susurra él, y sale de la habitación.
El camisón se le ha enroscado en el cuerpo y le presiona el pecho izquierdo. Lo acomoda, se tiende de lado y luego permanece tumbada en la cama, inmóvil, mientras escucha los movimientos de Erik.
Él se viste, rebusca algo en el ropero, utiliza el calzador, sale del piso y cierra la puerta tras de sí. Después de un momento, Simone oye cerrarse el portal.
Se queda tumbada en la cama, mienta volver a dormirse durante un largo rato pero no lo consigue. Tiene la impresión de que Erik no estaba hablando con un policía; parecía demasiado relajado. Aunque quizá sólo estuviera cansado.
Se levanta para ir al baño, toma un poco de yogur y vuelve a acostarse. Luego empieza a pensar en lo que pasó hace diez años y no logra conciliar el sueño. Se queda tumbada durante media hora, luego se incorpora, enciende la lámpara de la mesilla, coge el teléfono, mira la pantalla y encuentra la última llamada recibida. Sabe que debería apagar la lámpara y dormir, pero de todas formas llama a ese número. Suenan tres señales. Entonces contestan y oye a una mujer que se ríe, algo alejada del teléfono.
– Erik, para ya -dice la mujer animadamente, y luego su voz suena más cerca-. Sí, soy Daniella. ¿Hola?
La mujer espera un poco y luego, con una voz cansadamente inquisitiva, dice «Aloha» y corta la comunicación. Simone se queda sentada con el teléfono en la mano. Trata de entender por qué razón Erik ha dicho que era un policía, un hombre, el que había llamado. Quiere encontrar una explicación razonable pero no puede evitar que su mente se traslade al pasado, a aquella ocasión hace diez años cuando, de repente, se dio cuenta de que Erik la engañaba.
Coincidió que fue el mismo día en que él le comunicó que había dejado el hipnotismo para siempre.
Simone recuerda que ella, por una vez, no estaba esa mañana en su galería, recientemente abierta. Quizá Benjamín no había ido al colegio, quizá se había tomado el día libre, no recuerda, pero el caso es que estaba sentada a la mesa de la cocina de su casa de Järfälla revisando el correo cuando vio un sobre celeste dirigido a Erik. En el remite sólo se leía un nombre de pila: Maja.
Hay momentos en los que uno sabe en cada átomo de su cuerpo que algo va mal. Quizá Simone había adquirido su miedo a la traición al ver a su padre engañado. Él, que había trabajado de policía hasta la jubilación e incluso había sido condecorado por un excelente trabajo de investigación, había necesitado muchos años para descubrir la cada vez más patente infidelidad de su mujer.
Recuerda haberse escondido la noche en que sus padres tuvieron aquella terrible pelea, cuya consecuencia fue que su madre abandonó a la familia. El tipo con el que había estado viéndose durante los últimos años era un vecino, un hombre prejubilado, alcohólico, que en el pasado había grabado algunos discos con una orquesta de baile. Su madre se mudó con él a un piso en Fuengirola, en la Costa del Sol española.
Simone y su padre siguieron con sus vidas, hicieron de tripas corazón y constataron que, después de todo, siempre habían sido sólo dos en la familia. Ella había crecido y tenía la misma piel pecosa que su madre, el mismo pelo cobrizo y rizado. Pero a diferencia de ella, Simone tenía una boca risueña. Erik se lo había dicho en una ocasión, y a ella le gustó esa descripción.
De joven, Simone quería ser artista, pero finalmente desistió, no se atrevió. Su padre, de nombre Kennet, la convenció de que tuviera un empleo como era debido, sin riesgos. Y ella tuvo que hacer concesiones. Empezó a estudiar historia del arte, se sintió inesperadamente a gusto entre los estudiantes y escribió varios trabajos sobre el artista sueco Ola Billgren.
En una fiesta de la facultad conoció a Erik. Se acercó a ella y la felicitó, creía que era ella la que se había doctorado. Cuando se dio cuenta de su error, se ruborizó, le pidió disculpas e hizo ademán de marcharse. No obstante, algo, no sólo que fuera alto y guapo, sino sobre todo sus maneras cuidadosas, hizo que ella quisiera entablar una conversación con él. Su charla resultó de inmediato interesante y divertida, y siguió y siguió. Luego quedaron para ir al cine al día siguiente, a ver Fanny y Alexander de Ingmar Bergman.
Simone llevaba ocho años casada con Erik cuando abrió con dedos temblorosos el sobre remitido por «Maja». Diez fotografías cayeron sobre la mesa de la cocina de la casa unifamiliar. Las fotos no estaban hechas por un fotógrafo profesional. Primeros planos borrosos de un seno de mujer, una boca, un cuello desnudo, bragas de color verde claro y negras, el pelo muy rizado. En una de las imágenes se veía a Erik. Parecía sorprendido y contento a la vez. Maja era una mujer guapa, muy joven, con unas cejas oscuras muy marcadas. Tenía una boca grande, seria. Estaba tumbada en una cama estrecha, desnuda salvo por las bragas, con el pelo negro cayendo en mechones sobre sus grandes y blancos senos. Parecía contenta, ruborizadas las mejillas.
Es difícil evocar la sensación de haber sido traicionada. Todo es sólo pena y un extraño anhelo en el estómago, un deseo de evitar los pensamientos dañinos. Sin embargo, Simone recuerda que lo primero que sintió fue sorpresa. Una sorpresa enorme, tonta, por haber sido engañada por completo por alguien en quien ella confiaba plenamente. Luego vino la vergüenza, seguida del sentimiento desesperado de no valer lo suficiente, una rabia ardiente y una inmensa sensación de soledad.
Simone está tumbada en la cama mientras los pensamientos dan vueltas en su cabeza y van hilándose por diferentes caminos dolorosos. Lentamente amanece sobre la ciudad. Se queda dormida unos minutos antes de que Erik vuelva del hospital Karolinska. Él intenta no hacer ruido, pero cuando se sienta en la cama ella se despierta. Erik dice que se va a duchar. Ella se da cuenta de que ha vuelto a tomar muchas pastillas. Con el corazón desbocado, le pregunta cómo se llamaba el policía que lo llamó por la noche, pero él no contesta y ella se da cuenta de que se ha quedado dormido en mitad de la conversación. Entonces Simone le cuenta que ha telefoneado a ese número y que no ha contestado un policía, sino una mujer que se reía llamada Daniella. Erik no consigue mantenerse despierto y vuelve a dormirse. Entonces ella le grita, exige saber, lo acusa de haberlo estropeado todo justo cuando ella había empezado a confiar de nuevo en él.
Simone permanece sentada en la cama, mirándolo. Él no parece entender por qué está tan alterada. Ella considera que no aguanta más mentiras, y entonces dice las palabras que ha pensado muchas veces pero que, al mismo tiempo, siente muy lejanas, muy dolorosas, las siente como un fracaso:
– Quizá sea mejor que nos separemos.
Simone sale de la habitación con una almohada y un edredón, oye que la cama cruje a sus espaldas y espera que Erik la siga, la consuele y le cuente lo que ha pasado. Pero él se queda en la cama y ella se encierra en el cuarto de invitados y llora durante mucho rato. Luego se suena la nariz, se tumba en el sofá cama e intenta dormir, pero se da cuenta de que no tiene fuerzas para ver a su familia esa mañana. Va al baño, se lava la cara, se cepilla los dientes, se maquilla y se viste, ve que Benjamín está durmiendo aún, le deja una nota en la mesilla y se marcha del piso para ir a desayunar a algún sitio antes de ir a la galería.
Permanece largo rato sentada, leyendo, mientras toma una tostada y un café en la cafetería acristalada del jardín Kungsträdgärden. A través del gran ventanal ve a una decena de personas que están preparando algún tipo de evento. Hay carpas de color rosa delante de un escenario grande. Colocan vallas de protección alrededor de una pequeña rampa de lanzamiento. De repente algo sale mal. Hay un chisporroteo y un cohete sale disparado hacia arriba. Los hombres se alejan tropezando y se gritan entre sí. El cohete estalla con un resplandor azul contra el cielo claro y el estruendo resuena contra las fachadas.