Capítulo 22

Viernes 11 de diciembre, por la tarde

Erik espera mientras se hornean las pizzas y pide más salami para la de Simone. Su teléfono suena entonces y comprueba la pantalla. Al no reconocer el número, vuelve a meter el móvil en el bolsillo: probablemente sea otro periodista, y no aguantaría más preguntas en ese momento. Mientras se dirige hacia su casa con las cajas grandes, calientes, piensa que tiene que hablar con Simone, explicarle que si se enfadó fue porque era inocente, que no ha hecho nada de lo que ella piensa. Se detiene delante de la floristería, duda un instante pero finalmente entra. En el aire flota un olor dulzón y el cristal del escaparate está empañado. Se decide a comprar un ramo de rosas cuando su teléfono vuelve a sonar. Es Simone.

– Hola.

– ¿Dónde estás? -pregunta.

– Estoy de camino.

– Estamos muertos de hambre.

– Vale, voy en seguida.

Se apresura en llegar a casa, cruza el portal y luego aguarda el ascensor. Por el cristal tallado de color amarillo de la entrada, el mundo exterior parece de cuento, como encantado. Erik deposita entonces las cajas en el suelo, abre la portezuela de la rampa de la basura y tira por ella el ramo de rosas.

Sin embargo, nada más subir al ascensor se arrepiente, piensa que quizá a ella le habrían gustado y no lo habría interpretado en absoluto como un intento de comprarla, de evitar la confrontación.

Erik llama a la puerta, Benjamín abre y coge las cajas con las pizzas. Él cuelga su ropa de abrigo y se dirige al baño a lavarse las manos. Coge un blíster con unas pastillas pequeñas de color amarillo limón, saca rápidamente tres, las traga con la ayuda de un poco de agua y luego va a la cocina.

– Ya estamos comiendo -dice Simone.

Erik ve el vaso de agua sobre la mesa y murmura algo sobre Alcohólicos Anónimos mientras saca dos copas de vino.

– Bien -asiente Simone mientras él descorcha una botella.

– Oye -dice Erik entonces-, sé que te he decepcionado pero…

En ese instante suena de nuevo su móvil y ambos se miran.

– ¿Es que no vas a contestar? -pregunta Simone.

– Esta noche no pienso hablar con más periodistas -explica él.

Ella corta un pedazo de pizza, toma un bocado y dice:

– Pues déjalo que suene.

Erik sirve vino en las copas, Simone asiente y sonríe.

– Por cierto -comenta de repente-, ya casi ha desaparecido, pero olía de nuevo a tabaco cuando he llegado a casa.

– ¿Tienes algún amigo que fume? -le pregunta Erik a Benjamín.

– No -contesta él.

– ¿Y Aida?

Benjamín no contesta, come de prisa pero se detiene repentinamente, suelta los cubiertos y mira la mesa.

– ¿Qué pasa, chaval? -pregunta Erik con cautela.

– Nada.

– Sabes que puedes contarnos lo que sea.

– ¿De veras?

– No pienses que…

– No te enteras -lo interrumpe él.

– Explícamelo -intenta Erik.

– No.

Comen en silencio. Benjamin mira fijamente la pared.

– Qué rico está el salami -comenta Simone en voz baja, y luego limpia la marca de pintalabios de la copa-: Es una pena que ya no cocinemos juntos -añade dirigiéndose a Erik.

– ¿Y cuándo íbamos a poder hacerlo? -se defiende él.

– ¿Queréis parar de reñir? -grita Benjamin.

Se bebe el agua y mira por la ventana la ciudad oscura. Erik no come casi nada pero llena su copa un par de veces.

– ¿Te pusiste la inyección ayer? -pregunta Simone.

– ¿Se la salta papá alguna vez?

Benjamin se levanta y deja el plato en el fregadero.

– Gracias por la cena.

– He ido a ver la chaqueta de piel para la que estás ahorrando -dice de pronto Simone-. Había pensado que yo podría añadir lo que te falta.

Benjamin sonríe ampliamente y la abraza. Ella lo estrecha con fuerza pero afloja el abrazo cuando nota el primer indicio de que su hijo quiere alejarse, y luego él se retira a su cuarto.

Erik parte un pedazo de pizza y se lo mete en la boca. Tiene unas profundas ojeras y las líneas de expresión alrededor de la boca muy marcadas. En su frente se forma una arruga de sufrimiento o de tensión.

El teléfono vuelve a sonar, desplazándose por la mesa debido a la vibración.

Erik mira la pantalla y niega con la cabeza.

– No es nadie conocido -dice tan sólo.

– ¿Ya te has cansado de ser famoso? -pregunta suavemente Simone.

– Hoy he hablado sólo con dos periodistas -señala él sonriendo débilmente-, pero ya he tenido suficiente.

– ¿Qué querían?

– Era de la revista ésa, Café, o como se llame.

– ¿La que siempre saca pin-ups en la portada?

– Sí, siempre hay una chica con cara de sorpresa porque la estén fotografiando vestida sólo con unas bragas y la bandera inglesa.

Ella le sonríe.

– ¿Qué querían?

Erik se aclara la garganta y responde, aburrido:

– Me preguntaron si se podía hipnotizar a las mujeres para que accedan a acostarse con uno…

– ¿En serio?

– Sí.

– ¿Y la otra llamada? -pregunta ella-. ¿Era del Ritz o del Slitz?

– «Dagens Eko» -contesta él-. Querían saber lo que opinaba sobre la denuncia del procurador judicial.

– Qué mal.

Erik se frota los ojos y suspira; incluso da la impresión de haber encogido algún centímetro.

– Sin la sesión de hipnotismo -dice lentamente-, quizá Josef Ek habría matado a su hermana en cuanto le hubieran dado el alta hospitalaria.

– De todas formas no deberías haberlo hecho -objeta Simone.

– No, lo sé -asiente él, y pasa el dedo por la copa-. Lamento haber…

Se interrumpe y Simone siente un repentino deseo de tocarlo, de abrazarlo, pero en lugar de eso sólo permanece sentada, mirándolo.

– ¿Qué vamos a hacer? -pregunta entonces.

– ¿Hacer?

– Me refiero a nosotros. Hemos dicho cosas horribles: que nos íbamos a separar… Ya no sé dónde te tengo, Erik.

Él se frota los ojos con fuerza.

– Comprendo que no confíes en mí -dice, y luego guarda silencio.

Ella busca su mirada, cansada, brillante, observa su rostro agotado, el pelo gris, de punta, y piensa que hubo un tiempo en el que casi siempre se divertían juntos.

– No soy lo que tú quieres que sea -continúa él.

– Para -dice ella.

– ¿Qué?

– Dices que estoy insatisfecha contigo pero eres tú el que me engaña, el que opina que no soy suficiente.

– Simone, yo…

Le acaricia la mano pero ella la aparta. Erik tiene la mirada perdida y ella se da cuenta de que ha tomado pastillas.

– Tengo que dormir -dice entonces, y se levanta.

Erik va tras ella; tiene el rostro grisáceo y los ojos cansados. De camino al baño, Simone comprueba que la puerta de la calle esté bien cerrada.

– Puedes dormir en el cuarto de invitados -dice.

Él asiente; parece indiferente, casi anestesiado y, sin más, coge el edredón y la almohada.

En mitad de la noche, Simone se despierta repentinamente al notar un pinchazo en el brazo. Está tumbada boca abajo, se pone de costado y se lo frota. El músculo le pica y le tira. El dormitorio está a oscuras.

– ¿Erik? -susurra, pero entonces recuerda que está durmiendo en el cuarto de invitados.

Se vuelve en dirección a la puerta y ve salir una sombra. El suelo de parquet cruje bajo el peso de alguien. Piensa entonces que tal vez Erik se haya levantado para coger algo, pero concluye que debe de estar profundamente dormido a causa de los somníferos. Enciende la lámpara de la mesilla, gira el brazo hacia la luz y ve una gota de sangre brotar de un pequeño punto rosado en la piel. Debe de haberse pinchado con algo.

Oye unos golpes leves en el pasillo, apaga la lámpara y se levanta de la cama, pero nota las piernas débiles. Se masajea el brazo dolorido mientras entra en el salón. Alguien está susurrando en el pasillo y riendo en voz baja, como un arrullo, pero Simone no tiene la impresión de que se trate de Erik. Nota un escalofrío y advierte que la puerta de la entrada está abierta de par en par. El rellano de la escalera está a oscuras y por ella entra aire fresco. Entonces oye algo procedente de la habitación de Benjamin, un débil gemido.

– ¿Mamá?

El chico parece asustado.

– ¡Ah! -lo oye gimotear; luego rompe a llorar, silencioso y ronco.

Por el espejo del pasillo, Simone ve a alguien inclinado sobre la cama de Benjamin con una jeringuilla en la mano. Los pensamientos se disparan en su mente. Intenta comprender lo que está sucediendo, lo que está viendo.

– ¿Benjamin? -dice con voz ansiosa-. ¿Qué estáis haciendo? ¿Puedo pasar?

Se aclara la garganta, da un paso adelante y de repente le fallan las piernas, intenta agarrarse al aparador pero no consigue mantenerse en pie. Simone cae al suelo, se golpea la cabeza contra la pared y nota que el dolor empieza a arderle en el cráneo. Trata de levantarse pero las piernas no obedecen la orden de su cerebro, no siente la mitad inferior del cuerpo. Percibe un extraño cosquilleo en el pecho y su respiración se vuelve más pesada, pierde la visión unos segundos pero después la recupera, aunque borrosa.

Y entonces ve que alguien arrastra a Benjamin por el suelo tirando de sus piernas. La parte de arriba del pijama se le sube, el chico mueve los brazos despacio, confundido. Intenta agarrarse al marco de la puerta pero parece no tener fuerzas y se golpea la cabeza contra él. Benjamin mira a su madre a los ojos, está aterrorizado, mueve la boca pero no emite ningún sonido. Simone se estira para cogerle la mano pero no la alcanza. Sin fuerzas, trata de arrastrarse tras él, los ojos se le quedan en blanco, no ve nada, parpadea y observa en fragmentos intermitentes cómo arrastran a Benjamin por la entrada hasta el rellano, y cómo luego la puerta se cierra cuidadosamente. Simone intenta gritar para pedir auxilio pero no lo consigue, los ojos se le cierran, respira lenta, pesadamente, no logra inspirar suficiente aire.

Y a continuación todo se vuelve negro.

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