Capítulo 5

Martes 8 de diciembre, por la mañana

El instituto forense está situado en un edificio de ladrillo rojo en el número 5 de la calle Retzius väg, enfrente del gran campus del instituto Karolinska, circundado de construcciones más grandes por todos lados. Joona Linna rodea el edificio cerrado, se detiene y deja el coche en el aparcamiento para visitantes. Luego cruza el parterre de césped escarchado y una rampa de acero de camino a la entrada principal.

El comisario piensa que es curioso que en sueco la palabra «autopsia» tenga su origen en un término latino que significa cubrir, ocultar, envolver, cuando en realidad lo que se hace durante el procedimiento sea todo lo contrario. Quizá sencillamente sea que de manera inconsciente se desee poner énfasis en el final, cuando el cuerpo se cierra tras la autopsia y el interior vuelve a ocultarse.

Tras dar su nombre a la chica de la recepción, puede pasar a ver a Nils Ahlén, el catedrático de medicina forense, generalmente conocido como Nälen, ya que siempre firma sus informes como «N. Ahlén».

El despacho de Nálen es de decoración moderna, con unas limpias superficies blancas de acabado brillante y gris claro mate. Es caro y de diseño. Las pocas butacas que hay están hechas de acero malo y tienen los asientos de cuero blanco, tenso. La luz que baña el escritorio procede de una gran lámpara de cristal suspendida.

Nálen le da la mano a Joona sin levantarse. Lleva un jersey blanco de cuello alto debajo de su bata de médico y unas gafas de piloto de montura blanca. Su rostro delgado está bien afeitado, lleva el pelo canoso cortado a cepillo, tiene los labios pálidos y la nariz larga y abultada.

– Buenos días -dice entre dientes.

En la pared cuelga una fotografía descolorida de Nálen y algunos de sus compañeros: forenses, patólogos, especialistas en genética y odontología forense. Todos llevan batas blancas de médico y parecen contentos. Están reunidos alrededor de unos fragmentos de hueso de color oscuro dispuestos sobre una mesa. El texto bajo la imagen cuenta que se trata de un hallazgo realizado en una excavación de las tumbas del siglo IX en las afueras del enclave comercial de Birka, en la isla de Björkö.

– Otra foto nueva -dice Joona.

– Tengo que colgar las fotos con cinta adhesiva -dice Nálen, insatisfecho-. En la antigua sección de patología había un cuadro de dieciocho metros cuadrados.

– Vaya -dice Joona.

– Pintado por Peter Weiss.

– ¿El autor?

Nálen asiente y la luz de la lámpara de escritorio se refleja en sus gafas de piloto.

– Sí, pintó toda la institución en los años cuarenta. Medio año de trabajo por el que recibió seiscientas coronas, según me han dicho. Mi padre está entre los forenses del cuadro. Está cerca de los pies, junto a Bertil Falconer.

Nálen inclina la cabeza y dirige su atención hacia el ordenador.

– Estoy con el informe de la autopsia de los asesinatos de Tumba -dice, dubitativo.

– ¿De veras?

Nälen mira a Joona con los ojos entornados.

– Carlos me ha llamado esta mañana para acosarme.

Joona sonríe.

– Lo sé -dice.

Nálen se sube las gafas con el dedo.

– Al parecer era muy importante establecer la hora de las muertes.

– Sí, necesitábamos saber en qué orden…

Nálen busca en el ordenador con los labios fruncidos.

– Sólo es una evaluación preliminar, pero…

– ¿El hombre murió primero?

– Eso es… Me he basado sólo en la temperatura corporal -dice, y señala la pantalla-. Erixon dijo que en los dos escenarios, el vestuario y la casa, había la misma temperatura, así que mi evaluación fue que el hombre murió poco más de una hora antes que los otros dos.

– ¿Has cambiado de opinión?

Nálen niega con la cabeza y se levanta con un quejido.

– Hernia de disco -dice a modo de explicación; luego sale del despacho y empieza a andar por el pasillo.

Joona Linna sigue a Nálen, que cojea lentamente hacia la sección de autopsias. Pasan junto a una sala a oscuras en la que hay una mesa de acero inoxidable; parece una encimera de cocina, pero con secciones cuadradas y bordes elevados a su alrededor. Luego entran en una sala más fresca, en la que se conservan los cadáveres en cajones tras su examen, a cuatro grados de temperatura. Nálen se detiene, comprueba el número, tira de un cajón grande y ve que está vacío.

– No está. -Sonríe y echa a andar por el pasillo, en cuyo suelo hay miles de pequeñas marcas de ruedas. Abre una nueva puerta y la sujeta para que pase Joona.

Se detienen en una sala iluminada de azulejos blancos con un gran lavabo adosado a la pared. El agua de una manguera naranja cae en un desagüe. En la larga mesa de autopsias recubierta de plástico hay un cuerpo desnudo exento de color, cubierto de cientos de heridas oscuras.

– Katja Ek -constata Joona.

La boca de la mujer muerta está entreabierta, y sus ojos miran con serenidad. Parece como si estuviera escuchando una música hermosa. El gesto de su semblante no encaja en absoluto con los largos cortes en la frente y las mejillas. Joona desliza la mirada sobre el cuerpo de Katja Ek, en el que el rastro de una arteria se adivina en torno al cuello.

– Esperamos que por la tarde nos dé tiempo a hacer el estudio del interior.

– Sí, por favor -suspira Joona.

En ese momento se abre la otra puerta y entra un hombre joven con una sonrisa insegura. Lleva varios piercings en las cejas, y el pelo teñido de negro recogido en una coleta le cuelga por la espalda, sobre la bata de médico. Con una media sonrisa, Nálen levanta un puño, el saludo propio de los amantes del heavy metal, que el joven corresponde inmediatamente.

– Es Joona Linna, de la policía judicial -explica Nálen-. Viene a vernos de vez en cuando.

– Frippe -dice el joven, y le da la mano a Joona.

– Se está especializando en medicina forense -explica Nálen.

Frippe se pone un par de guantes de látex y Joona lo sigue hasta la mesa de autopsias; de inmediato nota la pestilencia que rodea a la mujer.

– Ella fue la que sufrió menos la violencia -señala Nálen-, pese a los múltiples cortes e incisiones. -Los tres observan a la mujer muerta. El cuerpo está cubierto de lesiones grandes y pequeñas-. Además, a diferencia de los otros dos, no está mutilada ni descuartizada -continúa Nálen-. La causa directa de la muerte no son las lesiones en el cuello, sino esto, que va directamente al corazón, según la tomografía por ordenador.

– Pero es algo difícil ver las hemorragias en las fotos -explica Frippe.

– Por supuesto, eso lo comprobamos al abrirla -dice Nálen dirigiéndose a Joona.

– Opuso resistencia -señala el policía.

– Mi impresión es que en un primer momento se defendió activamente -contesta Nálen-, a juzgar por las lesiones en las palmas de las manos, pero luego intentó zafarse y sólo protegerse. -Nálen ve que el joven médico lo mira-.

Observa las lesiones en los laterales de los brazos -dice entonces.

– Heridas defensivas -murmura Joona.

– Exactamente.

El comisario se inclina hacia adelante y observa las manchas marronosas que se aprecian en los ojos abiertos de la mujer.

– ¿Estás mirando las manchas?

– Sí…

– Aparecen algunas horas después de la muerte; a veces, varios días después -dice Nálen-. Al final se vuelven totalmente negras. Es debido a que la presión ocular desciende.

Nálen coge un martillo de reflejos de un estante y anima a Frippe para que compruebe si aún hay contracción idiomuscular. El joven médico golpea el bíceps de la mujer y palpa el músculo con los dedos para ver si hay contracciones.

– Ahora es mínima -le dice a Joona.

– Suele desaparecer pasadas trece horas -explica Nálen.

– Los muertos no están muertos del todo -dice Joona, y se estremece al adivinar un movimiento fantasmagórico en el brazo flácido de Katja Ek.

– Mortui vivos docent: «Los muertos enseñan a los vivos» -contesta Nálen, y sonríe para sí cuando él y Frippe colocan boca abajo el cuerpo de la mujer.

Señala las manchas difusas de color violáceo en las nalgas y la zona del sacro, en los omóplatos y en los brazos.

– Las livideces cadavéricas son débiles cuando la víctima ha perdido mucha sangre -declara.

– Es lógico -asiente Joona.

– La sangre es pesada y, cuando una persona muere, ya no hay un sistema de presión interno -le explica a Frippe-. Quizá resulta evidente, pero la sangre fluye hacia abajo y sencillamente se acumula en los lugares más bajos, y con frecuencia se aprecia en las zonas de contacto sobre las que reposa el cuerpo. -Presiona con el pulgar una mancha de la pantorrilla derecha hasta que casi desaparece-. Ahí lo tiene…, se pueden hacer desaparecer mediante la presión hasta veinticuatro horas después de la muerte.

– Pero antes me ha parecido ver manchas sobre las caderas y los senos -dice Joona, dubitativo.

– Bravo -dice Nálen, y lo mira sonriendo con una leve expresión de sorpresa-. Pensaba que no las descubrirías.

– Al morir, quedó tumbada boca abajo, y luego le dieron la vuelta -dice Joona con sobriedad.

– Durante unas dos horas, me atrevería a aventurar.

– Así que el agresor se quedó dos horas en la casa -medita Joona-. O bien se marchó y regresó más tarde, o quizá fue otra persona la que le dio la vuelta al cadáver.

Nálen se encoge de hombros.

– Aún estoy lejos de haber finalizado con mi evaluación.

– ¿Puedo preguntar una cosa? Me he dado cuenta de que una de las heridas del vientre parece una cesárea…

– ¿Cesárea? -Nálen sonríe-. ¿Por qué no? ¿Lo miramos?

Ambos médicos giran de nuevo el cuerpo.

– ¿Te refieres a esto?

Nálen señala una gran incisión que parte del ombligo y recorre quince centímetros hacia abajo.

– Sí -contesta Joona.

– No he tenido tiempo aún de explorar todas las lesiones.

– Vulnera incisa s scissa -dice Frippe.

– Sí, parece una herida incisiva -conviene Nálen.

– No una herida punzante -dice Joona.

– Teniendo en cuenta la forma regular de la línea y que la superficie de la piel circundante está intacta…

Nálen presiona la herida con el dedo y Frippe se inclina hacia adelante para mirar.

– Sí…

– En las paredes no hay mucha sangre -continúa Nálen-, pero…

Se interrumpe bruscamente.

– ¿Qué ocurre? -pregunta Joona.

Nálen lo observa con una mirada peculiar.

– Este corte se lo han hecho después de morir -dice.

Se quita los guantes.

– Debo echar un vistazo a la tomografía por ordenador -dice, agobiado. Luego va hasta el portátil que hay en la mesa junto a la puerta y lo abre. Avanza tecleando por las imágenes en 3D, se detiene, sigue avanzando y cambia de ángulo-. La herida parece llegar al útero -murmura-. Parece seguir antiguas cicatrices.

– ¿Antiguas? ¿Qué quieres decir? -inquiere Joona.

– ¿No lo ves? -Nálen sonríe y vuelve junto al cadáver-. Una cesárea.

Señala la herida vertical. Joona mira más de cerca y ve que a lo largo de uno de los bordes de la herida hay, como un fino hilo de color rosa pálido, tejido cicatrizado debido a una cesárea curada desde hace mucho.

– Pero ¿ahora estaba embarazada? -pregunta Joona.

– No. -Nálen se ríe y se sube las gafas de piloto con el dedo.

– ¿Así que nuestro asesino tiene formación quirúrgica? -pregunta entonces Joona.

Nálen menea la cabeza y Joona piensa que alguien mató a Katja Ek con gran violencia y mucha saña. Dos horas más tarde, el asesino regresó a la casa, la puso boca arriba y la abrió por la antigua cesárea.

– Comprueba si hay algo similar en los otros cuerpos.

– ¿Le damos prioridad a esto? -pregunta Nálen.

– Sí, creo que sí -contesta Joona.

– ¿Tienes dudas?

– No.

– Pero quieres que demos prioridad a todo -dice Nálen.

– Más o menos. -Joona sonríe y se marcha de la sala.

Cuando se sienta en su coche, en el aparcamiento, siente frío. Arranca el motor, avanza por Retzius väg, sube la calefacción del vehículo y marca el número del fiscal Jens Svanehjälm.

– Svanehjälm -contesta el otro.

– Soy Joona Linna.

– Buenos días… Acabo de hablar con Carlos: me ha dicho que me llamarías.

– Es un poco difícil decir lo que tenemos -señala Joona.

– ¿Estás conduciendo?

– Acabo de terminar en el instituto forense y había pensado pasarme por el hospital. Necesito hablar con el chico superviviente.

– Carlos me ha explicado la situación -dice Jens-. Tenemos que acelerar esto. ¿Has puesto en marcha al grupo de identificación de perfiles?

– No basta con un perfil del agresor -contesta Joona.

– No, lo sé, yo opino lo mismo. Si queremos tener alguna posibilidad de proteger a la hija mayor, es necesario que hablemos con el chico, no hay más.

De repente Joona ve cómo estalla un cohete de fuegos artificiales a lo lejos sin hacer ruido; una estrella de color azul claro sobre los tejados de Estocolmo.

– Estoy en contacto con… -continúa, y se aclara la garganta-. Estoy en contacto con Susanne Granat, de servicios sociales, y tenía pensado llevar al psiquiatra Erik Maria Bark, que es especialista en tratar estados de shock y traumas.

– Es procedente -dice Jens con tono tranquilizador.

– Entonces me voy a neurocirugía directamente.

– Me parece bien.

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