Jueves 17 de diciembre, por la noche
En el cruce de las calles Odengatan y Sveavägen, Kennet deja a Simone y luego conduce el corto trayecto hasta el hospital infantil Astrid Lindgren.
Un médico examina de inmediato el estado de salud del muchacho y decide dejarlo en observación. Está deshidratado y desnutrido, tiene heridas infectadas por todo el cuerpo y una leve congelación en los dedos de los pies y de las manos. El nombre del chico que se hacía llamar Wailord es en realidad Birk Jansson y vive en Husby con una familia de acogida. Dan aviso a los servicios sociales y contactan con el titular de la custodia. Cuando Kennet se dispone ya a marcharse del hospital, Birk rompe a llorar y explica que no quiere quedarse solo.
– Por favor, quédese -suspira llevándose la mano a la punta de la nariz.
Kennet siente que su pulso golpea como un martillo, con excesivo esfuerzo. Aún le sangra la nariz después de los saltos que tuvo que dar cuando se detiene junto a la puerta.
– Esperaré aquí contigo con una condición, Birk -dice.
Se sienta en una silla verde junto al chico.
– Debes contármelo todo sobre la desaparición de Benjamín.
Kennet se queda sentado allí, cada vez más mareado, tratando de hacer que el chico hable durante las dos horas que transcurren hasta que llega la asistente social. Sin embargo, lo único que saca en claro es que alguien asustó tanto a Birk que éste dejó de acosar a Benjamin. Ni siquiera parece saber de su desaparición.
Cuando Kennet sale por la puerta, oye a la asistente social y a la psicóloga discutir acerca de internar al muchacho en un hogar para jóvenes de Lövsta, en Sörmland.
En el coche, Kennet llama a Simone y le pregunta si ha llegado bien a casa. Ella contesta que ha dormido un rato y que iba a tomarse una copa.
– Iré a hablar con Aida -dice Kennet.
– Pregúntale acerca de la fotografía de la hierba y la valla. Hay algo que no concuerda.
Kennet aparca el coche en Sundbyberg, en el mismo lugar donde lo dejó la vez anterior, cerca del quiosco de bebidas. Hace frío y algunos copos de nieve se deslizan y caen en el asiento delantero cuando abre la puerta del vehículo frente a la casa de Aida y Nicke. Los ve en seguida. La chica está sentada en el banco del parque junto al sendero asfaltado, detrás de la casa, que conduce hacia el extremo posterior de la bahía de Ulvsundasjön. Aida observa a su hermano. Nicke le muestra algo, parece como si lo dejara caer al suelo y luego volviera a cogerlo. Kennet permanece de pie, observándolos, durante un breve instante. Hay algo en el modo que tienen de recurrir uno al otro que los hace parecer muy solos y desamparados. Son casi las seis de la tarde. Las luces de la ciudad se reflejan en la oscuridad del lago, bastante alejado de las viviendas.
Kennet siente un vahído que le nubla la vista un breve instante. Cruza con cuidado el camino resbaladizo y desciende hacia el lago a través del césped quemado por la escarcha.
– Hola -saluda.
Nicke alza la vista.
– ¡Eres tú! -exclama.
Se acerca corriendo y abraza a Kennet.
– Aida -dice, excitado-. Aida, es él. ¡Ese hombre tan viejo!
La chica le dirige a Nicke una sonrisa pálida e inquieta. Tiene la punta de la nariz roja a causa del frío.
– ¿Y Benjamín? -pregunta-. ¿Lo han encontrado?
– No, aún no -dice Kennet mientras Nicke ríe y continúa abrazándolo y saltando a su alrededor.
– ¡Aida! -exclama Nicke-. Es tan viejo que incluso le han quitado su pistola…
Kennet se sienta en el banco junto a la chica. Los árboles desnudos forman manchas oscuras a su alrededor.
– He venido a decirte que Wailord ha pasado a disposición de los servicios sociales.
Aida vuelve el rostro hacia él; su expresión es de escepticismo.
– Han identificado a los demás -prosigue Kennet-. Eran cinco en el grupo de Pokémon, ¿no es así? Birk Jansson lo ha reconocido todo, pero no tiene nada que ver con la desaparición de Benjamín.
Nicke se queda quieto al oír las palabras de Kennet y lo mira boquiabierto.
– ¿Has vencido a Wailord? -dice.
– Sí -responde Kennet con voz severa-. Se ha ido.
Nicke empieza a bailar dando vueltas en el sendero. Su enorme corpachón despide vapor en el aire frío. De repente vuelve a quedarse quieto y contempla a Kennet.
– Eres el Pokémon más fuerte. ¡Eres Pikachu! ¡Tú eres Pikachu!
Nicke abraza feliz a Kennet y Aida ríe con expresión de sorpresa.
– Pero ¿y Benjamín? -pregunta.
– No fueron ellos quienes se lo llevaron, Aida. Quizá hayan hecho muchas tonterías, pero no se llevaron a Benjamín.
– Pero tienen que ser ellos, tienen que ser ellos.
– En verdad, no lo creo -dice Kennet.
– Pero…
Kennet saca la fotografía impresa del ordenador de Benjamín, la que le envió Aida.
– Ahora debes contarme qué es este sitio -dice con voz amable pero firme.
Ella empalidece y niega con la cabeza.
– Lo prometí -dice en voz baja.
– Las promesas no sirven cuando la vida de alguien está en peligro, ¿me oyes?
Pero ella aprieta los labios y desvía la mirada. Nicke se acerca y mira el papel.
– Fue su madre quien se la dio -dice alegremente.
– ¡Nicke!
Aida mira enojada a su hermano.
– Pero fue así -dice Nicke, indignado.
– ¿Cuándo aprenderás a cerrar la boca? -replica ella.
Kennet los hace callar.
– ¿Sixan le dio a Benjamín esta fotografía? ¿A qué te refieres, Nicke?
El chico mira ansioso a su hermana, como si esperara que le diera permiso para contestar a la pregunta, pero ella niega con la cabeza en dirección a él. Kennet siente que la frente le duele donde recibió el impacto, nota un latido fuerte y constante.
– Ahora contéstame, Aida -dice luchando para mantener la calma-. Realmente no está nada bien callar en esta situación.
– La fotografía no tiene nada que ver con esto -repone ella, angustiada-. Le prometí a Benjamín que no se lo contaría a nadie, pasara lo que pasase.
– ¡Dime lo que representa la imagen!
Kennet oye el eco de su propia voz resonar entre las casas. Nicke parece asustado y triste. Aida aprieta tercamente los labios aún más. Kennet se obliga a tranquilizarse nuevamente. Él mismo puede oír cuan inestable es su voz cuando intenta explicar:
– Aida, escúchame bien. Benjamín morirá si no lo encontramos. Es mi único nieto. No puedo dejar pasar ninguna pista sin investigar.
Se hace un completo silencio. Luego Aida se vuelve hacia él y declara entre sollozos:
– Nicke ha dicho la verdad. -Traga con fuerza antes de continuar-: Fue su madre quien se la dio.
– ¿A qué te refieres?
Kennet mira a Nicke, que asiente varias veces con vehemencia.
– No Simone -dice Aida-, sino su verdadera madre.
Kennet siente náuseas que ascienden rápidamente hacia su garganta. De repente nota un intenso dolor en el tórax. Trata de respirar profundamente y siente que el corazón golpea con pesadez en su pecho. Cuando comienza a pensar que está a punto de sufrir un ataque cardíaco, el dolor remite nuevamente.
– ¿Su verdadera madre? -inquiere.
– Sí.
Aida saca un paquete de cigarrillos de su mochila pero no llega a encender ninguno, ya que Kennet le quita suavemente la cajetilla de las manos.
– No puedes fumar -dice él.
– ¿Por qué?
– No tienes dieciocho años.
Ella se encoge de hombros.
– Vale, de todos modos no me importa -replica secamente.
– Bien -dice Kennet, al tiempo que siente que su mente piensa con una inexplicable lentitud.
Busca en su memoria datos relacionados con el parto de Benjamín. Las imágenes pasan agitándose: el rostro de Simone, rojo de tanto llorar tras un aborto espontáneo, y luego, aquel día de San Juan en que llevaba un holgado vestido estampado. Ya se encontraba en un avanzado estado de gestación. Kennet recuerda cuando fue a visitarlos a la maternidad y ella le mostró al bebé. «Mira que chico tan guapo -le dijo sonriendo con un leve temblor en los labios-. Se llamará Benjamín, el hijo predilecto.»
Kennet se restriega los ojos con fuerza, se rasca debajo de la venda y pregunta:
– ¿Cómo se llama… su verdadera madre?
Aida mira en dirección al lago.
– No lo sé -contesta con voz monótona-, se lo juro. Pero ella le dijo a Benjamin su verdadero nombre. Todo el tiempo lo llamaba Kasper. Era buena, siempre lo esperaba después de la escuela. Lo ayudaba con los deberes y creo que a veces le daba dinero. Estaba muy triste por haberse visto obligada a separarse de él.
Kennet alza la fotografía:
– Y esto, ¿qué es?
Aida echa un vistazo a la imagen.
– Es la tumba familiar, de la verdadera familia de Benjamin. Sus parientes están enterrados ahí.