Viernes 11 de diciembre, por la mañana
Erik baja la escalera corriendo, sale del portal y se detiene en la calle Sveavägen. Nota que el sudor en su espalda se enfría. Siente náuseas a causa de la angustia, aún no comprende cómo ha podido ser tan estúpido como para rechazar a Simone sólo porque se sentía herido. Continúa caminando lentamente en dirección a Odenplan y se sienta en un banco frente a la biblioteca. Hace frío. Hay un hombre durmiendo un poco más allá, bajo una gruesa capa de mantas.
Erik se levanta y regresa hacia su casa. Compra unos bollos en una panadería y un café con leche para Simone. Se apresura en volver y sube la escalera a grandes zancadas. Encuentra la puerta cerrada con llave, abre y comprende al instante que el piso está vacío. Erik piensa entonces que tiene que demostrarle a Simone que puede confiar en él. Tarde el tiempo que tarde, la convencerá de nuevo. Se toma el café de pie junto a la mesa de la cocina, siente náuseas y se toma un antiácido.
No son más de las nueve de la mañana. Su turno en el hospital no empieza hasta dentro de varias horas. Coge un libro y se echa en la cama, pero en lugar de leer, empieza a pensar en Josef Ek. Se pregunta si el comisario Linna conseguirá hacerle hablar.
El piso está en completo silencio.
Una suave calma se extiende en su estómago por la medicina.
Nada de lo que se diga durante una sesión de hipnotismo puede usarse como prueba policial, pero Erik sabe que Josef dijo la verdad, que fue él quien mató a su familia, aunque no sepan el verdadero motivo, ni por qué de alguna forma parecía sentirse dirigido por la hermana.
Erik cierra los ojos e intenta imaginar el adosado donde vivía la familia Ek. Evelyn debió de darse cuenta pronto de que su hermano era peligroso. Con los años, la chica aprendió a vivir con la falta de control que él tenía sobre sus impulsos, a sopesar siempre sus deseos para evitar el riesgo de un ataque de ira. Josef seguramente fue un niño agresivo, sus padres le regañaban, pero servía de poco. Como su hermana mayor que era, Evelyn no debió de tener ninguna protección contra él. La familia manejó la violencia de Josef de día en día, intentó sobrellevarla, pero no fueron conscientes de la gravedad de la situación. Los padres quizá pensaban que su comportamiento agresivo se debía a que era un chico. Es posible que se culparan por haberle dejado jugar con videojuegos violentos, por haberle permitido ver películas de terror.
Evelyn abandonó el hogar en cuanto pudo, se buscó un trabajo y un piso, pero algo le hizo adivinar la peligrosidad creciente. Un día sintió tanto miedo que fue a ocultarse en la cabaña de su tía y se llevó una escopeta consigo para protegerse.
¿La había amenazado Josef?
Erik intenta imaginarse el miedo de Evelyn durante las noches en la cabaña, en la oscuridad, con la escopeta cargada junto a la cama.
Piensa en su conversación telefónica con Joona Linna tras el interrogatorio de la chica. ¿Qué pasó cuando Josef se presentó en la cabaña con una tarta? ¿Qué le dijo él? ¿Qué sintió ella? ¿Fue entonces cuando se asustó y se hizo con la escopeta? ¿Fue después de su visita cuando empezó a vivir con el miedo de que la matara?
Erik piensa en Evelyn. La ve ante sí frente a la cabaña.
Una mujer joven con un chaleco de plumas de color plateado, jersey de punto rojo, vaqueros desgastados y zapatillas de deporte. Camina lentamente entre los árboles, con su cola de caballo bamboleándose. La expresión de su rostro es indefensa, casi infantil. Sujeta la escopeta de perdigones de manera indolente, la arrastra por el suelo mientras camina suavemente por encima de los arbustos de arándanos azules y el musgo. El sol se filtra entre las ramas de los pinos.
De repente Erik comprende algo decisivo: si Evelyn tuviera miedo, si tuviera una escopeta para defenderse de Josef, la habría llevado de otra forma, no la habría arrastrado tras de sí mientras caminaba hacia la casa.
Recuerda que la chica tenía los vaqueros húmedos en las rodillas, manchas oscuras de tierra.
Se fue al bosque con la escopeta para quitarse la vida, piensa.
Se arrodilló en el musgo y se metió el cañón de la escopeta en la boca pero no se atrevió a hacerlo.
Cuando la vio en el claro, arrastrando la escopeta sobre los arbustos de arándanos, volvía a la cabaña, volvía a la alternativa de la que había querido huir.
Erik coge el teléfono y marca el número del móvil de Joona.
– Aquí Joona Linna.
– Hola, soy Erik Maria Bark.
– ¿Erik? Tenía pensado llamarlo, pero ha habido un montón de…
– No pasa nada -dice él-. He…
– Debe usted saber -lo interrumpe Joona- que siento muchísimo la persecución de los medios, le prometo que investigaré quién dio el soplo a la prensa cuando todo esto se calme un poco…
– No importa.
– Me siento culpable por haberlo convencido de que…
– Yo mismo tomé la decisión, no culpo a nadie más.
– Personalmente sigo opinando, aunque ahora mismo no esté bien decirlo, que hicimos lo correcto al hipnotizar a Josef. Aún no sabemos nada, pero es muy posible que eso le salvara la vida a Evelyn.
– Por eso le he llamado -dice Erik.
– ¿A qué se refiere?
– He caído en una cosa. ¿Tiene tiempo?
Erik oye que Joona mueve algo; parece como si arrastrara una silla y se sentara.
– Sí -dice-. Tengo tiempo.
– Cuando fuimos a la cabaña de Värmdö -empieza Erik-, me quedé en el coche y vi a una mujer entre los árboles. Llevaba una escopeta en la mano. De alguna manera comprendí que era Evelyn, y pensé que podía darse una situación peligrosa si la policía la sorprendía.
– Sí, podríamos haberle disparado a través de la ventana -dice Joona-, si hubiéramos pensado que era Josef quien venía.
– Hace un momento, estando en casa, he pensado otra vez en la chica -prosigue Erik-. La vi entre los árboles. Caminaba lentamente en dirección a la cabaña y sujetaba la escopeta con una mano, con el cañón arrastrándolo por el suelo.
– Continúe.
– ¿Lleva uno la escopeta de ese modo si teme que lo maten?
– No -contesta Joona.
– Creo que había ido al bosque para suicidarse -dice Erik-. Tenía los vaqueros húmedos en las rodillas. Probablemente se había arrodillado en el musgo con la escopeta dirigida a la frente o al pecho pero finalmente no se atrevió a disparar, eso es lo que creo.
Tras decir eso, guarda silencio. Oye a Joona respirar pesadamente en el auricular. En la calle empieza a sonar la alarma de un coche.
– Gracias -responde finalmente el comisario-. Iré a hablar con ella.