Capítulo 53

20 de diciembre, por la mañana, cuarto domingo de adviento

El edificio rojo del aeropuerto de Vilhelmina es lo único que se ve en el paisaje desierto y blanco. Sólo son las diez de la mañana, pero el cielo sigue en penumbra ese domingo, el cuarto de adviento. La pista de aterrizaje de hormigón es iluminada por reflectores. Tras hora y media de vuelo, ahora avanzan lentamente hacia el edificio de la terminal.

La sala de espera es cálida y sorprendentemente acogedora. En los altavoces suena música navideña y en el aire flota un aroma a café procedente de una tienda que parece ser una combinación de puesto de periódicos, mostrador de información y cafetería. Frente a la tienda cuelgan hileras de la llamada artesanía lapona: cuchillos para la mantequilla, vasijas para beber y alforjas de corteza de abedul. Simone dirige una mirada vacía hacia los gorros lapones que hay en otro puesto. Siente dolor por esa antiquísima cultura de cazadores, que se ve obligada a resucitar en forma de coloridos gorros de flecos rojos ante los socarrones turistas. El tiempo se ha llevado el chamanismo lapón. En las casas, el tambor lapón cuelga de la pared sobre el sofá y la cría de renos va camino de transformarse en una atracción turística.

Joona coge su teléfono y marca un número a la vez que Erik señala un taxi que aguarda frente a la salida vacía. Joona niega con la cabeza y le habla a alguien con creciente irritación. Erik y Simone oyen una voz enlatada gruñir al otro lado del auricular. Cuando Joona cierra el móvil, muestra una expresión reservada. Sus ojos brillantes están tensos y serios.

– ¿Qué ocurre? -pregunta Erik.

Joona estira el cuello para mirar por la ventana.

– Los policías que fueron a la casa aún no se han puesto en contacto con la central -dice en tono distraído.

– Eso no está nada bien -dice Erik en voz baja.

– Llamaré a la comisaría.

Simone intenta hacer a Erik a un lado.

– No podemos quedarnos aquí sentados esperándolos.

– No lo haremos -contesta Joona-. Nos proporcionarán un coche; de hecho, ya debería estar aquí.

– Dios mío -suspira Simone-, todo lleva tanto tiempo.

– Las distancias son distintas aquí, al norte -explica Joona con un afilado destello en los ojos.

Simone se encoge de hombros. Se dirigen a la salida y cuando cruzan la puerta los golpea el incomparable frío seco del norte.

Dos coches color azul oscuro se detienen de repente frente a ellos y bajan un par de hombres vestidos con uniformes anaranjados de socorristas de montaña.

– ¿Joona Linna? -pregunta uno de ellos.

Él asiente con un leve gesto de la cabeza.

– Debíamos traerle un coche.

– ¿Socorristas de montaña? -pregunta Erik, tenso-. ¿Dónde está la policía?

Uno de los hombres se agita y explica conteniéndose:

– No hay tanta diferencia aquí al norte. La policía, los de la aduana y los socorristas de montaña solemos colaborar cuando es necesario.

– Hay falta de personal en este momento -interviene el otro-, con la Navidad tan cerca…

Se quedan parados en silencio. Erik parece desesperado. Abre la boca para decir algo, pero Joona habla primero:

– ¿Han sabido algo del coche patrulla que se dirigió a la cabaña? -pregunta.

– No desde las siete de la mañana -contesta uno de los hombres.

– ¿Cuánto tiempo se tarda en llegar allí?

– Bueno, se tarda entre una y dos horas en llegar hasta Sutme, así que…

– Dos y media -agrega el otro-. Teniendo en cuenta la época del año en que estamos.

– ¿Qué coche cogemos? -pregunta Joona impaciente mientras se acerca ya a uno de los vehículos.

– No sé… -contesta uno de los hombres.

– Cogeremos el que disponga de más gasolina -dice Joona.

– ¿Compruebo el indicador de combustible? -pregunta Erik.

– En el mío hay cuarenta y siete litros -se apresura a responder uno de los hombres.

– Entonces llevas diez más que yo.

– Bien -dice Joona abriendo la puerta.

Suben al vehículo, dotado de calefacción. Uno de los hombres le entrega las llaves a Joona y éste le pide luego a Erik que introduzca la dirección en el aparato de GPS.

– ¡Esperen! -grita Joona en dirección a los hombres que están a punto de subir al otro coche.

Se detienen.

– Los hombres que han enviado esta mañana temprano a la cabaña, ¿también eran socorristas de montaña?

– Sí, todos ellos.

Conducen hacia el nordeste bordeando el lago Volgsjon para llegar a la zona de Brännbäck. Luego, tras sólo un par de kilómetros, tomarán la carretera estatal 45, y seguirán en línea recta hacia el este durante diez más hasta encontrarse con el serpenteante camino de al menos ochenta kilómetros de longitud en el trayecto al sur de Klimpfjäll en dirección a Daimadalen.

Viajan en silencio. Cuando Vilhelmina ya ha quedado atrás y están en el camino hacia Sutme, notan que el cielo da la impresión de querer aclararse. Una luz suave y extraña parece mejorar la visibilidad, y adivinan el contorno de las montañas y de los lagos a su alrededor.

– Miren -dice Erik-. Parece que está aclarando.

– No aclarará hasta dentro de varias semanas -repone Simone.

– La nieve refleja la luz que atraviesa las nubes -dice Joona.

Simone apoya la frente en la ventanilla. Atraviesan bosques cubiertos de nieve a los que les suceden amplias zonas de monte bajo, oscuros pantanos y lagos que se extienden como grandes planicies. Pasan junto a paneles informativos en los que se leen nombres como Jetneme, Trollklinten y el extenso arroyo de Långseleån. En la penumbra, adivinan un hermoso lago de orillas escarpadas, frías y heladas que resplandecen confusamente sobre todo por la gran luminosidad de la nieve y que según el cartel lleva por nombre Mevattnet.

Después de casi una hora y media conduciendo ya hacia el norte, ya hacia el este, el camino empieza a estrecharse y casi a inclinarse sobre el enorme lago Borgasjon. Ahora se encuentran en el municipio de Dorotea. Se acercan a la frontera con Noruega y el paisaje se cierra en altas y escarpadas montañas. De repente, un coche que circula en sentido contrario les hace luces y los deslumbra. Conducen el vehículo hacia el borde del camino y se detienen. Ven que el otro coche frena y se acerca a ellos dando marcha atrás.

– Los socorristas de montaña -dice Joona secamente cuando ve que el otro vehículo es igual que el suyo.

Joona baja la ventanilla y el viento helado se lleva todo el calor del habitáculo.

– ¿Vienen ustedes de Estocolmo? -exclama uno de los hombres desde el otro coche con un fuerte acento finlandés.

– Así es -contesta Joona en finlandés-. Los malditos capitalinos.

Ríen un momento y luego Joona prosigue hablando en sueco:

– ¿Han ido a la casa? No podían establecer contacto con ustedes.

– No llegan las ondas de radio -explica el hombre-. De todos modos, ha sido un derroche de combustible. Allí no hay nada.

– ¿Nada? ¿Ninguna huella alrededor de la casa?

El hombre niega con la cabeza.

– Verificamos las distintas capas de nieve.

– ¿Qué? -exclama Erik.

– Ha nevado cinco veces desde el día 12, así que hemos buscado huellas en cinco capas de nieve.

– Buen trabajo -dice Joona.

– Por eso hemos tardado tanto.

– Pero ¿nadie ha estado allí? -pregunta Simone.

El hombre niega con la cabeza.

– No desde el 12, como ya he dicho.

– Maldita sea -dice Joona en voz baja.

– ¿Regresarán con nosotros? -pregunta el hombre.

– Venimos de Estocolmo -dice Joona negando con la cabeza-, no vamos a volver ahora.

El hombre se encoge de hombros.

– Bien, como quieran.

Se despiden y se pierden en dirección al oeste.

– ¿Que no llega la señal de radio?… -murmura Simone-. Pero Jussi llamó desde la casa.

Siguen viajando en silencio. Simone piensa lo mismo que los demás: que ese viaje puede ser un error fatal, que quizá los engañaron para que acudieran al sitio equivocado, en dirección a un mundo de cristal hecho de nieve y hielo rodeado de pantanos y oscuridad, mientras Benjamín está en cualquier otra parte, sin protección, sin su medicación, quizá hasta sin vida.

Es mediodía. Pero tan al norte, en lo profundo de los bosques de Västerbotten, el día y la noche se parecen en esa época del año. Es una noche compacta que no deja pasar la luz, una noche tan formidable y poderosa que logra eclipsar el alba desde diciembre hasta enero.

Llegan a la casa de Jussi en medio de una oscuridad densa y pesada. El aire está helado y quieto mientras caminan el último trecho sobre la dura capa de nieve. Joona saca su arma. Piensa que ha pasado mucho tiempo desde que vio nieve de verdad y sintió la sensación de sequedad en la nariz producida por el frío intenso.

Hay tres casas dispuestas en forma de U. La nieve ha formado una envoltura curva sobre el tejado y se ha apilado contra las paredes hasta alcanzar las pequeñas ventanas. Erik mira a su alrededor. Los haces de luz paralelos del vehículo de los socorristas de montaña se distinguen claramente, como así también la gran cantidad de huellas en torno a las construcciones.

– Dios mío -suspira Simone apresurándose.

– Espere -dice Joona.

– No hay nadie aquí, la casa está vacía. Hemos…

– Parece vacía… -la interrumpe Joona-. Eso es lo único que sabemos.

Simone espera tiritando mientras Joona camina sobre la capa de nieve en dirección a la casa. Se detiene junto a una de las pequeñas ventanas, se inclina hacia adelante y ve una caja de madera y algunas alfombras hechas de retazos en el suelo. Las sillas están colocadas boca abajo sobre la mesa y el frigorífico tiene la puerta abierta y está limpio y desconectado.

Simone mira a Erik, que de repente comienza a comportarse en forma extraña. Camina en círculos por la nieve con movimientos irregulares, se pasa la mano por la boca, se detiene en medio del jardín y mira en derredor varias veces. Ella está a punto de preguntarle qué ocurre cuando él explica en voz alta y clara:

– No es aquí.

– No hay nadie -exclama Joona, cansado.

– Me refiero… -dice Erik con un tono extraño, casi un chillido-. Me refiero a que éste no es el caserón.

– ¿Qué dice?

– No es la cabaña correcta. El caserón de Jussi es de color verde claro, le he oído describirlo. Hay una despensa a la entrada, el tejado está hecho de chapa y clavos oxidados, hay una antena parabólica cerca del caballete y el jardín está repleto de coches, autobuses y tractores viejos…

Joona hace un movimiento con la mano:

– Es su dirección, está registrado aquí.

– Pero el lugar no es el correcto.

Erik da varios pasos frente a la casa. Luego mira seriamente a Simone y a Joona y dice, empecinado:

– Éste no es el caserón.

Joona maldice y saca su teléfono móvil, pero maldice aún más cuando recuerda que allí no hay cobertura.

– Es muy poco probable que hallemos alguien a quien preguntar, así que tendremos que conducir hasta volver a tener señal -dice mientras suben al coche.

Retroceden en dirección a la entrada y están a punto de salir a la carretera cuando Simone ve una figura oscura entre los árboles. Está de pie y los mira, totalmente rígida y con los brazos colgando a los lados.

– ¡Allí! -exclama-. He visto a alguien allí.

El lindero del bosque se ve oscuro y frondoso. Hay nieve amontonada entre los troncos. Los árboles tienen un aspecto pesado y recargado. Simone baja del coche y oye a Joona gritarle que espere. Los faros se reflejan en las ventanas de la casa. Simone intenta atisbar entre los árboles. Erik la alcanza.

– He visto a una persona -gime ella.

Joona baja a su vez del coche, desenfunda precipitadamente el arma y los sigue. Simone camina con rapidez hacia el lindero del bosque. Vuelve a ver al hombre entre los árboles, un poco más allá.

– ¡Hola! ¡Espere! -exclama.

Corre algunos pasos pero se detiene cuando sus miradas se cruzan. Es un anciano de rostro calmo y surcado de arrugas. Es de muy baja estatura, apenas le llega al pecho, y lleva puesto un grueso anorak y un par de pantalones que parecen hechos de piel de reno. Lleva al hombro varias perdices muertas atadas a una cuerda.

– Disculpe las molestias -dice Simone.

Él responde algo que ella no entiende, luego baja la mirada y murmura. Erik y Joona se aproximan con cautela. Joona ha vuelto a guardar el arma en su chaqueta.

– Parece que habla finlandés -dice Simone.

– Espere -dice Joona dirigiéndose al hombre.

Erik oye que el comisario se presenta, señala el coche y luego pronuncia el nombre de Jussi; habla finlandés en un tono tranquilo y pausado. El anciano asiente lentamente y enciende su estrecha pipa. Luego se queda con el rostro vuelto hacia arriba, como si quisiera divisar algo. Da un par de caladas a su pipa, pregunta algo con una voz melodiosa y escucha la respuesta de Joona. De inmediato niega con la cabeza, excusándose, y luego mira a Erik y a Simone con expresión compasiva. A continuación le ofrece la pipa a Erik, que tiene la suficiente presencia de ánimo para cogerla, fumar y devolvérsela. El tabaco es fuerte y amargo, y se obliga a no toser ni aclararse la garganta.

El lapón vuelve a abrir la boca. Simone ve un brillo dorado entre los dientes negros y lo oye explicarle algo detenidamente a Joona. Corta una pequeña rama de un árbol y dibuja algunos trazos en la nieve. Joona se inclina hacia el croquis, señala y hace preguntas. Saca un bloc de su bolsillo interior y dibuja. Simone susurra «gracias» cuando regresan al coche. El pequeño hombre se vuelve, se dirige hacia el bosque y se pierde en un sendero entre los árboles.

Regresan apresuradamente al vehículo. Las puertas han quedado abiertas y los asientos están tan fríos que les queman la espalda y los muslos.

Joona le tiende a Erik el papel donde ha apuntado las indicaciones del anciano.

– Hablaba en dialecto sami ume, así que no lo he entendido todo. Ha hecho referencia a los terrenos de la familia Kroik.

– Pero ¿conocía a Jussi?

– Sí. Si he entendido bien, Jussi tiene también otra casa, una cabaña de caza que está en el interior del bosque. Veremos un lago a la izquierda. Debemos conducir hasta un sitio donde se han alzado tres grandes piedras en memoria del viejo campamento estival de los lapones. A continuación, la tierra ya no está aplanada. Desde allí debemos seguir a pie hacia el norte sobre la capa de nieve hasta divisar una vieja caravana.

Joona mira con gesto irónico a Simone y a Erik y agrega:

– El anciano ha dicho también que si el hielo del lago Djuptjärn se resquebraja a causa de nuestras pisadas es que nos hemos pasado de largo.

Después de cuarenta minutos, disminuyen la velocidad y se detienen frente a las tres piedras que el municipio de Dorotea mandó tallar y colocar allí. Los faros hacen que todo se vea gris y rodeado de sombras. Las piedras brillan durante unos segundos y luego vuelven a desaparecer en la oscuridad.

Joona deja el coche en el lindero del bosque. Dice que quizá debería cortar algunas ramas y camuflarlo, pero no hay tiempo. Echa un breve vistazo al cielo estrellado y luego echa a andar de prisa. Los demás lo siguen. La dura capa de nieve reposa como una placa pesada y rígida sobre el cúmulo de nieve porosa más abajo. Avanzan con todo el sigilo del que son capaces. Las indicaciones del anciano coinciden: tras medio kilómetro ven una caravana oxidada bajo la nieve. Se apartan del sendero y ven que hay pisadas en el nuevo camino. Más abajo divisan una casa rodeada de nieve. Sale humo de la chimenea. Por la luz que irradian las ventanas, las paredes exteriores parecen ser de un color verde menta.

Erik piensa que ésa es la casa de Jussi. Ése es el caserón.

En el amplio jardín se vislumbran grandes formas oscuras. La zona de aparcamiento cubierta de nieve parece un extraño laberinto.

Se aproximan lentamente a la casa con la nieve crujiendo bajo sus pies. Caminan por los estrechos pasos entre los coches destartalados, autobuses, cosechadoras, arados y motos cubiertas de nieve.

Ven una figura que pasa de repente tras la ventana de la cabaña. Algo ocurre allí dentro, los movimientos son rápidos. Erik no puede esperar más y echa a correr en dirección a la casa. No le importan las consecuencias, debe encontrar a Benjamin, todo lo demás no tiene importancia. Simone lo sigue jadeando. Caminan sobre la gruesa capa de nieve y se detienen al borde de un sendero del que han retirado la nieve suelta.

Frente a la casa hay una pala y un pequeño trineo de aluminio. Se oye un grito sofocado, ruidos sordos que se agitan rápidamente. Alguien se asoma a la ventana. Se parte una rama en el lindero del bosque. La puerta de la leñera golpea. Simone respira agitada mientras siguen acercándose a la casa. La persona que estaba en la ventana se ha ido. El viento ulula en las copas de los árboles y la nieve suelta se arremolina sobre la dura capa de hielo. De repente se abre la puerta y un haz de luz los deslumbra; alguien los está enfocando con una potente linterna. Entornan los ojos y se hacen sombra con las manos para poder ver.

– ¿Benjamin? -grita Erik.

Cuando el haz de luz se dirige al suelo, ve que es Lydia quien está frente a ellos. En una mano sujeta unas grandes tijeras. La luz de la linterna descansa sobre una figura en la nieve: es Jussi. Su rostro tiene un color azulado como el hielo, los ojos están cerrados y tiene un hacha clavada en el pecho. Está cubierto de sangre helada. Simone está de pie en silencio junto a Erik y él nota por sus inhalaciones cortas y asustadas que también ella ha visto el cadáver. En ese mismo momento se percata de que Joona no está con ellos. Erik piensa que debe de haber tomado otro camino. Se acercará a Lydia furtivamente desde atrás si él logra retenerla el tiempo suficiente.

– Lydia -dice Erik-. Me alegro mucho de volver a verte.

Ella está inmóvil, observándolos sin decir nada. Las tijeras centellean en su mano y se mecen, sueltas. La luz de la linterna brilla en el fondo gris del sendero.

– Hemos venido a recoger a Benjamin -explica Erik con calma.

– ¿Benjamin? -pregunta ella-. ¿Quién es?

– Es mi hijo-dice Simone, sofocada.

Erik le dirige un gesto disimulado para pedirle que guarde silencio. Quizá ella lo haya visto, pues da un paso atrás e intenta calmar su respiración.

– No he visto al hijo de nadie, sólo al mío -dice Lydia lentamente.

– Lydia, escúchame -dice Erik-. Si nos entregas a Benjamín, nos iremos de aquí y olvidaremos esto. Te prometo que nunca más volveré a hipnotizar a nadie…

– No lo he visto -repite Lydia, y mira las tijeras-. Aquí sólo estamos Kasper y yo.

– Permite que al menos le demos su medicina -pide Erik, y nota que ha empezado a temblarle la voz.

Piensa febrilmente que Lydia se encuentra en una posición perfecta. Está de espaldas a la casa. Joona sólo debe rodearla, aproximarse en silencio desde la parte trasera y saltar sobre ella.

– Quiero que os vayáis de aquí -dice ella secamente.

Erik cree ver a alguien moviéndose a lo largo de la hilera de vehículos que hay en diagonal a la cabaña y lo embarga un repentino alivio. De repente, la mirada de Lydia se torna afilada, alza la linterna e ilumina la leñera y la nieve.

– Kasper necesita su medicina -dice Erik.

Lydia vuelve a bajar la linterna.

– Soy su madre, sé perfectamente qué es lo que necesita -dice en un tono rígido y frío.

– Tienes razón, así es -se apresura a responder Erik-. Pero si permites que le demos la medicina…, luego podrás castigarlo, reprenderlo. Hoy es domingo y…

Erik se interrumpe cuando ve que una figura se aproxima por detrás de la casa.

– Los domingos -continúa-, sueles…

Dos personas se acercan rodeando la cabaña. Joona se mueve renuente y rígido hacia ellos. Detrás de él está Marek, que lo apunta con un fusil por la espalda.

Lydia frunce los labios y camina por la capa de hielo del sendero.

– Dispárales -dice con sequedad, y señala a Simone-. Ocúpate primero de ella.

– Hay sólo dos cartuchos en el fusil -contesta Marek.

– Hazlo como quieras, pero hazlo -replica ella.

– Marek -dice Erik-. Me suspendieron, habría querido ayudarte a…

– Cierra la boca -lo interrumpe él.

– Habías empezado a hablar sobre lo que te ocurrió en la casa del poblado rural de Zenica-Doboj.

– Si quieres, puedo mostrarte lo que ocurrió -dice Marek mirando a Simone con los ojos brillantes.

– Hazlo de una vez -susurra Lydia, impaciente.

– Túmbate -le dice Marek a Simone-. Y quítate los pantalones.

Ella no se mueve. Marek vuelve el fusil hacia Simone y ella retrocede. Erik da un paso hacia ellos y Marek le apunta rápidamente.

– A él le dispararé en el estómago -dice-. Así podrá mirar mientras nosotros nos divertimos.

– Hazlo de una vez -ordena Lydia.

– Espera -dice Simone, y empieza a desabrocharse los pantalones.

Marek escupe en la nieve y da un paso en su dirección. No parece saber muy bien qué es lo que va a hacer. Mira a Erik y agita el arma hacia él. Simone no lo mira. Él le apunta, dirige la boca del fusil primero hacia su cabeza y luego hacia su estómago.

– No hagas eso -dice Erik.

Marek baja la escopeta y se acerca a Simone. Lydia se mueve hacia atrás. Simone comienza a quitarse los pantalones y los leotardos.

– Sostén el arma -le dice Marek a Lydia en voz baja.

Ella se aproxima lentamente cuando se oye un crujido que proviene de los vehículos cubiertos de hielo. Hay un golpeteo metálico que se repite. Joona tose. El golpeteo continúa y de repente se oye un estampido. Es un motor que se pone en marcha, el ruido cortante de los pistones en funcionamiento. Un potente haz de luz se enciende bajo la capa de hielo y el suelo se torna de un color blanco brillante. El motor emite fuertes bramidos, la caja de cambios chilla y el hielo se resquebraja. Un viejo autobús con una gran lona impermeable sobre el techo se desprende de la pared de nieve, rompe la capa de hielo y avanza hacia ellos.

Cuando Marek vuelve la mirada hacia el autobús, Joona se adelanta con rapidez y alcanza a agarrar el cañón del fusil. Marek no lo suelta, pero se ve obligado a dar un paso adelante. Joona le propina un fuerte golpe en el pecho e intenta darle una patada en las piernas, pero el otro no cae. Trata de girar la escopeta, la culata golpea a Joona en lo alto de la cabeza y se desliza hacia la coronilla. Marek tiene los dedos tan fríos que el arma se le resbala, sale disparada por el aire y cae delante de Lydia. Simone se abalanza hacia ella, pero Marek la agarra del pelo y tira de ella hacia atrás.

El autobús se ha empotrado contra un abeto, el motor truena. Los gases de escape y la nieve revuelta forman nubes de vapor alrededor del vehículo. La puerta delantera del autobús se abre y se cierra una y otra vez con un silbido.

Las revoluciones del motor aumentan y el árbol se agita mientras la nieve cae de las ramas oscuras. El autobús choca empecinadamente contra el tronco y arranca la corteza, con un sonido apagado y metálico. Las ruedas con las cadenas para la nieve giran y giran.

– ¡Benjamin! -grita Simone-. ¡Benjamín!

El rostro confundido del chico puede verse detrás del parabrisas del humeante autobús. Le sangra la nariz. Lydia corre hacia el vehículo empuñando el fusil de Marek. Erik la sigue. Lydia cruza la puerta, sube y le grita algo a Benjamin. Lo golpea con la culata y lo hace levantarse a empujones del asiento del conductor. Erik no los alcanza. El autobús da marcha atrás, gira abruptamente hacia un lado y empieza a bajar por la pendiente en dirección al lago. Erik le grita a Lydia que se detenga mientras corre detrás de ellos siguiendo los surcos dejados por las ruedas en la nieve.

Marek no suelta el pelo de Simone. Ella grita e intenta deshacerse de él. Joona se desliza rápidamente hacia un lado, baja un hombro, gira el cuerpo y golpea con el puño desde abajo. El puñetazo hace impacto en la axila de Marek y su brazo se agita como si se hubiera desprendido. Ya no puede seguir sujetando el pelo de Simone y ella se libera al tiempo que ve las grandes tijeras tendidas en la nieve. Marek manotea pero Joona lo domina y dirige con todas sus fuerzas el codo derecho en diagonal hacia el cuello de Marek, de manera que su clavícula se quiebra con un ruido sordo. Marek cae al suelo profiriendo un alarido. Simone se abalanza entonces hacia las tijeras, pero Marek le da una patada en el estómago, consigue cogerlas y las mueve desde atrás describiendo un arco con el brazo. Ella grita y ve que el rostro de Joona se pone rígido cuando las tijeras se clavan en su muslo derecho. La sangre salpica la nieve. No obstante, el comisario sigue de pie, ha sacado sus esposas y las usa para golpear con fuerza a Marek en la oreja izquierda. Éste se queda totalmente quieto, sólo mira confundido hacia adelante mientras trata de decir algo. Las orejas y la nariz le sangran. Joona se inclina jadeando sobre él y ajusta las esposas en sus muñecas inertes.

Jadeando, Erik corre en la oscuridad detrás del autobús. Los pilotos traseros de color rojo brillan frente a él, y más adelante se agita el débil destello de los faros delanteros sobre los árboles. Se oye un estallido cuando uno de los retrovisores se rompe al golpear contra un árbol.

Erik piensa que el frío está protegiendo a su hijo, que la temperatura bajo cero disminuye la corporal en una décima parte, suficiente para que la sangre de Benjamín corra con más lentitud. Quizá pueda salvarse a pesar de haber sido herido.

Hay una pronunciada pendiente en el terreno detrás de la casa. Erik tropieza y vuelve a ponerse de pie. Las arboledas y las colinas están cubiertas de nieve. El autobús es una sombra a lo lejos, una silueta rodeada por una luz borrosa.

Se pregunta si Lydia intentará conducir rodeando la pequeña laguna hasta el viejo camino de troncos. En cambio, ve que el autobús se detiene de pronto y gira en dirección al hielo. Erik le grita que se detenga.

Una cuerda suelta se enrolla en el muelle y arranca la lona del techo del autobús.

Erik se aproxima a la orilla, percibe el olor a diesel. El autobús ya ha avanzado veinte metros sobre el lago. Resbala en la pendiente, está sin aliento, pero sigue corriendo.

De repente, el autobús se detiene. Presa del pánico, Erik ve que los pilotos rojos de la parte trasera se dirigen hacia arriba, como si alzaran la vista lentamente.

El hielo cruje con un formidable ruido sordo. Él se detiene a la orilla del lago e intenta ver algo, pero entiende que el hielo ha cedido, que el autobús lo ha atravesado. Las ruedas giran hacia atrás, aunque sólo consiguen agrandar más el agujero en el hielo.

Erik coge entonces un salvavidas del muelle y echa a correr por el hielo con el corazón galopando en el pecho. La luz en el interior del autobús que aún flota lo hace brillar como un fanal helado. Se oye un ruido, grandes pedazos de hielo se desprenden y giran en las negras aguas.

Erik cree distinguir un pálido rostro en el agua que se agita detrás del autobús.

– ¡Benjamin! -grita.

El fuerte oleaje hace que el hielo se torne resbaladizo. Se apresura a agarrar la cuerda sujeta al salvavidas, la ata en torno a su cintura y la anuda firmemente para no perderlo. Arroja el salvavidas pero ya no ve a nadie. El motor montado al frente sigue tronando. La luz roja de los faros posteriores se extiende sobre el hielo fangoso.

La parte delantera del autobús se hunde aún más profundamente, de modo que ya sólo se ve el techo. Los faros quedan bajo el agua, el motor ya no se oye. Todo queda prácticamente en silencio. El hielo cruje y el agua burbujea. De repente, Erik ve que tanto Benjamin como Lydia se encuentran en el interior del autobús. El suelo se inclina y ellos se mueven hacia atrás. Benjamin se aferra a una barra de sujeción. A la altura del asiento del conductor, el techo está casi al nivel del hielo. Erik se acerca apresuradamente y salta sobre el autobús. El gran vehículo se mece debajo de él. En la distancia oye que Simone grita algo, ha llegado a la orilla. Erik se arrastra hasta la ventana del techo, se yergue y la rompe de una patada. Esquirlas de vidrio caen sobre los asientos y el suelo. En lo único que puede pensar es en sacar a Benjamin del autobús que se hunde. Entra en el vehículo colgándose del techo, logra apoyar los pies en el respaldo de un asiento y desciende. Benjamin parece aterrorizado. Sólo lleva puesto un pijama, le sale sangre de la nariz y de una pequeña herida en la mejilla.

– Papá -susurra.

Erik busca a Lydia con la mirada. Está de pie al final del pasillo, con una expresión taciturna. Sostiene la escopeta y tiene sangre en la boca. El asiento del conductor está ya bajo el agua. El autobús sigue hundiéndose y el suelo se inclina cada vez más. Entra agua a través de las puertas centrales.

– ¡Debemos salir de aquí! -exclama Erik.

Lydia sólo niega lentamente con la cabeza.

– Benjamin -dice Erik sin apartar la mirada de ella-. Súbete encima de mí y sal por la ventana del techo.

El chico no contesta, pero hace lo que Erik le dice. Se acerca inseguro, trepa a un asiento y sube sobre los hombros de su padre. Cuando alcanza la abertura del techo, Lydia alza el fusil y dispara. Erik no siente nada, sólo un golpe tan fuerte en el hombro que lo hace caer. Nada más incorporarse de nuevo, nota el dolor y la sangre caliente que mana. Benjamin está colgado de la abertura. Erik se acerca a él y lo ayuda a trepar con el brazo que no ha resultado herido, a pesar de que ve a Lydia apuntarle de nuevo con el arma. Benjamin ya se encuentra sobre el techo cuando oye el segundo disparo. Lydia falla. La bala pasa junto a la cadera de Erik e impacta en el gran cristal de una ventanilla que está junto a él. El agua helada entra con furia en el habitáculo y a continuación todo sucede muy de prisa. Erik intenta alcanzar la ventana del techo, pero el autobús gira hacia un lado y él cae bajo el agua.

El violento impacto del frío hace que pierda la conciencia durante unos segundos. Sacude las piernas presa del pánico, sale a la superficie y se llena los pulmones de aire mientras el autobús empieza a hundirse lentamente en las negras aguas con un ruido metálico. El vehículo da un bandazo, Erik se golpea la cabeza y se encuentra nuevamente bajo el agua. Ésta truena en sus oídos y un frío indescriptible lo rodea mientras a través del parabrisas ve la luz de los faros sumergirse en el lago. El corazón galopa en su pecho, siente una fuerte presión en el rostro y en la cabeza. El agua fría lo anestesia de una forma tan poderosa que ya no consigue moverse. Ve a Lydia bajo el agua, aferrada a una barra con la espalda vuelta hacia los asientos traseros. Mira la abertura del techo y la ventana rota y sabe que el autobús va a hundirse por completo. Sabe que debe salir a nado, que debe luchar y darse prisa, pero sus brazos no reaccionan. Casi no siente la gravedad, no tiene sensibilidad en las piernas, intenta moverse y le resulta difícil sincronizar los movimientos.

Erik se ve ahora rodeado por una nube de sangre que mana de la herida en su hombro. De repente su mirada se cruza con la de Lydia. Ella lo mira tranquilamente a los ojos y luego ambos se quedan quietos en el agua helada observándose el uno al otro.

El cabello de ella ondea en el agua y pequeñas burbujas de aire forman una sarta de perlas que sale de su nariz.

Erik necesita respirar, nota una fuerte tirantez en la garganta, pero se resiste a la lucha de sus pulmones por inhalar en busca de oxígeno. Las sienes parecen latir y titilar con una luz blanca en su cabeza. Su temperatura corporal es tan baja que está a punto de perder la conciencia. Nota un zumbido en los oídos, fuerte y oscilante.

Piensa en Simone, en que Benjamín va a salvarse. Parece un sueño poder liberarse en el agua helada. Con una extraña claridad, advierte que ha llegado su hora y nota una punzada de angustia en el estómago.

Ha perdido la orientación y la noción de su propio cuerpo, de la luz y de la oscuridad. De pronto siente que el agua está tibia, casi caliente. Piensa que muy pronto tendrá que abrir la boca y rendirse, simplemente dejar que el final se acerque y los pulmones se llenen de agua. Nuevos y extraños pensamientos lo persiguen cuando de repente ocurre algo. Nota un tirón en la cuerda que tiene atada a la cintura. Había olvidado que llevaba la larga cuerda del salvavidas sujeta alrededor de su cuerpo. Ahora se ha atascado en algún lugar. Erik es arrastrado hacia un lado, no puede evitarlo, ya no le quedan fuerzas. Inexorablemente, su cuerpo laxo es arrastrado hacia un poste y luego en diagonal hacia la ventana del techo del autobús. La parte posterior de su cabeza golpea contra algo, se le sale un zapato y luego se encuentra fuera del vehículo, en las negras aguas. Flota, ve que el autobús sigue sumergiéndose hacia las profundidades sin él, y adivina la figura de Lydia en la brillante caja que silenciosamente cae hacia el fondo del lago.

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