Capítulo 9

Martes 8 de diciembre, hora del almuerzo

Simone está sentada en el vagón del metro mirando por la ventana. Aún está sudorosa por haberse marchado corriendo del piso vacío para ir a la estación.

El tren está ahora parado en Huvudsta.

Piensa que debería haber cogido un taxi, pero intenta convencerse de que no ha pasado nada, se repite que siempre se preocupa innecesariamente.

Mira su teléfono de nuevo y se pregunta si la mujer rara con la que ha hablado antes será la madre de Aida, y si habrá acertado al decir que la chica está en el estudio de tatuajes de Tensta Centrum.

Las puertas del vagón se cierran, pero vuelven a abrirse inmediatamente. Se oyen gritos más adelante, las puertas se cierran una vez más y el tren se pone por fin en movimiento.

Un hombre sacude ruidosamente un periódico enfrente de ella. Lo extiende en el asiento de al lado, parece comparar algo y vuelve a doblarlo. En el cristal de la ventana, ella ve su reflejo y comprueba que él la mira de reojo de vez en cuando. Sopesa cambiar de sitio pero desiste cuando un pitido de su móvil le comunica que ha recibido un mensaje. Es de Ylva, de la galería. Simone no tiene fuerzas para abrirlo. Esperaba que fuera de Erik. No sabe cuántos intentos ha hecho ya pero, aun así, vuelve a llamar a su móvil. Escucha los tonos sordos y el repentino desvío al buzón de voz.

– Eh, tú -le dice entonces el hombre de enfrente en un tono irritantemente exigente.

Ella intenta aparentar que no lo oye, mira por la ventana y finge escuchar por teléfono.

– ¿Hooo-la? -dice el hombre.

Ella se da cuenta de que no piensa rendirse hasta conseguir su atención. Como muchos hombres, parece no entender que las mujeres tienen vida propia, ideas propias, que no viven permanentemente dispuestas a escucharlos.

– Eh, ¿no oyes que te estoy hablando? -repite el hombre.

Simone se vuelve hacia él.

– Te oigo perfectamente -dice ella, tranquila.

– ¿Y por qué no contestas? -pregunta.

– Estoy contestando ahora.

El guiña el ojo un par de veces y luego lo suelta:

– Eres una mujer, ¿verdad?

Simone traga y piensa que es el tipo de hombre que piensa obligarla a decirle su nombre, revelarle su estado civil y al final provocarla para que se comporte de un modo desagradable.

– ¿Eres una mujer?

– ¿Eso es todo cuanto quieres saber? -pregunta ella con brevedad y luego se vuelve nuevamente hacia la ventana.

Él se levanta y se sienta a su lado.

– Verás… -dice-. Yo estaba con una mujer, y mi mujer, mi mujer… -Simone nota que le caen unas gotas de saliva en la mejilla-. Era como Elizabeth Taylor -continúa él-. ¿Sabes quién es?

La sacude por el brazo.

– ¿Sabes quién es Elizabeth Taylor?

– Sí -dice Simone, impaciente-. Claro que lo sé.

Él se reclina complacido hacia atrás.

– Cambiaba de amante constantemente -se queja-. Siempre tenía que ser todo cada vez mejor: anillos de diamantes, regalos, collares…

El tren aminora la marcha y Simone se da cuenta de que tiene que bajarse, ya están en Tensta. Se levanta pero él le corta el paso.

– Dame un abrazo pequeño, sólo quiero un abrazo.

Ella se excusa con serenidad, le aparta el brazo y nota una mano en el trasero. En ese mismo momento el tren se detiene, el hombre pierde el equilibrio y vuelve a sentarse pesadamente en el asiento.

– Puta -dice con toda tranquilidad tras ella.

Simone baja del tren, sale a la carrera de la estación de metro, cruza la pasarela con cubierta de plexiglás y baja la escalera. Sentados en un banco en el exterior del centro comercial hay tres hombres ebrios que hablan con voces ásperas. Simone cruza a toda prisa la entrada principal e intenta localizar de nuevo a Erik en el móvil. De la tienda de Systembolaget [4] sale un fuerte olor a vino rancio por una botella rota. Con la respiración acelerada, pasa apresuradamente por delante de los ventanales de un restaurante. Ve un bufet con maíz de lata, trozos de pepino y hojas de lechuga resecas. En medio de la plaza techada hay un gran panel que informa de los establecimientos que alberga el centro comercial. Lee hasta que encuentra lo que busca: Tensta Tatoo. Según el dibujo del plano, la tienda debe de estar en lo alto del todo. Corre en dirección a la escalera mecánica, entre madres que están de baja por maternidad, jubilados cogidos del brazo y adolescentes que hacen pellas.

En su cabeza visualiza cómo los jóvenes se agrupan alrededor de un chico que está tumbado en el suelo, cómo ella se abre paso hasta llegar allí y se da cuenta de que es Benjamín, de que la sangre no deja de manar del tatuaje ya iniciado.

Sube a grandes zancadas por la escalera mecánica. En el mismo momento en que alcanza el último piso, su mirada detecta un movimiento extraño al fondo del todo, en una zona desierta de la planta. Parece que haya alguien colgando por encima de la barandilla. Echa a andar hacia allí y, según se acerca, ve con más claridad lo que sucede: dos chicos sujetan a un tercero por encima de la barandilla. Una figura grande camina tras ellos de acá para allá mientras abre y cierra los brazos como si intentara entrar en calor.

Los rostros de los chicos están totalmente serenos mientras sujetan a una chica aterrorizada por encima del borde.

– ¿Qué hacéis? -grita Simone mientras camina hacia ellos.

No se atreve a correr, tiene miedo de que se asusten y la suelten. Es una caída de al menos diez metros hasta la plaza de la planta baja.

Ellos la han visto y fingen soltar a la chica. Simone grita, pero ellos tienen a la muchacha sujeta y luego tiran lentamente de ella hacia arriba. Uno de ellos le dirige a Simone una sonrisa extraña antes de salir corriendo. El único que se queda es el chico grandullón. La chica se sienta en cuclillas, agazapada tras la barandilla. Simone se detiene con el corazón desbocado y se inclina junto a ella.

– ¿Estás bien?

Ella niega en silencio con la cabeza.

– Tenemos que hablar con los guardias de seguridad -dice Simone.

La chica niega de nuevo con la cabeza. Le tiembla todo el cuerpo y se hace un ovillo junto a la barandilla. Simone mira al chico grandullón, rollizo, que está de pie totalmente inmóvil, observándolas. Lleva un anorak de plumas oscuro y unas gafas de sol negras.

– ¿Quién eres? -le pregunta Simone.

En lugar de contestar, él saca un mazo de cartas del bolsillo de su chaqueta y empieza a barajar, cortar y mezclar.

– ¿Quién eres? -repite Simone con voz más fuerte-. ¿Eres amigo de esos chicos?

Él ni siquiera hace un gesto.

– ¿Por qué no has hecho nada? ¡Podrían haberla matado! -Simone nota la adrenalina en el cuerpo, el pulso acelerado en las sienes-. Te he preguntado una cosa: ¿por qué no has hecho nada?

Ella lo mira fijamente. Él sigue sin contestar.

– ¡Idiota! -grita ella.

El chico empieza a alejarse lentamente. Cuando sale tras él para que no se escabulla, él tropieza y se le cae la baraja al suelo. Murmura algo para sí y huye escaleras abajo.

Simone se vuelve entonces para ocuparse de la niña, pero ve que ha desaparecido. Echa de nuevo a correr por el pasillo flanqueado de locales vacíos, con las luces apagadas, pero no ve ni a la pequeña ni a ninguno de los chicos. Continúa un poco más y, de repente, se da cuenta de que está delante del estudio de tatuajes. El escaparate está cubierto de un revestimiento negro, abollado, y hay una imagen grande del lobo Fenris. Abre la puerta y entra. La tienda parece vacía. Las paredes están cubiertas con fotografías de tatuajes. Mira a su alrededor y está a punto de volver a salir cuando oye una voz clara, sobresaltada.

– ¿Nicke? ¿Dónde estás?… Di algo.

Se abre una cortina negra y sale una chica con un teléfono móvil a la oreja. Lleva el torso desnudo. Por su cuello resbalan unas pequeñas gotas de sangre. Su rostro muestra concentración y preocupación.

– Nicke -dice la chica, serena, al teléfono-. ¿Qué ha pasado?

Tiene los pezones erectos pero no parece pensar en que está medio desnuda.

– ¿Puedo preguntarte algo? -dice Simone.

La chica sale entonces de la tienda y echa a correr. Simone la sigue hacia la puerta cuando oye a alguien tras ella.

– ¿Aida? -grita un chico con voz ansiosa.

Ella se vuelve y ve que es Benjamín.

– ¿Dónde está Nicke? -pregunta él.

– ¿Quién?

– El hermano pequeño de Aida, es retrasado mental. ¿No lo has visto ahí fuera?

– No, yo…

– Es muy grande y lleva unas gafas de sol negras.

Simone vuelve a entrar lentamente en la tienda y se sienta en una silla.

Aida regresa con su hermano. Él se queda frente a la puerta, asiente con ojos ansiosos a todo lo que ella dice y luego se limpia la nariz. La chica entra, se cubre los senos con una mano, pasa por delante de Simone y Benjamin sin mirarlos y luego desaparece tras la cortina. Simone alcanza a ver que tiene el cuello enrojecido porque se ha tatuado una rosa de color oscuro junto a una pequeña estrella de David.

– ¿Qué ocurre? -pregunta Benjamin.

– He visto a unos chicos…, estaban locos, tenían a una chica agarrada por encima de la barandilla. El hermano de Aida estaba ahí mirando sin más y…

– ¿Les has dicho algo?

– Pararon cuando me acerqué, pero era como si tan sólo pensaran que era divertido.

Benjamin parece molesto, se ruboriza, aparta la mirada y busca a su alrededor como si quisiera salir corriendo.

– No me gusta que andes por aquí -dice Simone.

– Puedo hacer lo que quiera -replica él.

– Eres demasiado joven para…

– Para ya -la interrumpe él en voz baja.

– ¿Qué? ¿También piensas hacerte un tatuaje?

– No, no pienso hacérmelo.

– Me parece espantoso llevar tatuajes en el cuello y en la cara…

– Mamá -la interrumpe él.

– Es feo.

– Aida está oyendo lo que dices.

– Pero opino…

– ¿Por qué no te marchas? -la interrumpe bruscamente.

Ella lo mira, piensa que no reconoce ese tono de voz, pero en el fondo sabe que Benjamin habla cada vez más como su padre.

– Ven a casa conmigo -dice ella con tranquilidad.

– Iré si tú te vas primero -replica él.

Simone sale de la tienda y ve que Nicke está junto al escaparate oscuro con los brazos cruzados sobre el pecho. Se aproxima a él, intenta parecer amable y señala sus cartas de Pokémon.

– A todo el mundo le gusta Pikachu -dice ella.

Él asiente.

– Pero yo prefiero a Mew -continúa ella.

– Mew aprende cosas -dice él cautelosamente.

– Perdona que te haya gritado antes.

– No se puede hacer nada contra Wailord, nadie puede con él, es el más grande -continúa él.

– ¿Es el más grande de todos?

– Sí -contesta el chico con seriedad.

Ella coge una carta que se le ha caído.

– ¿Quién es éste?

Benjamín sale entonces de la tienda con los ojos brillantes.

– Arceus -contesta Nicke, y pone la carta encima de las demás.

– Parece bueno -dice Simone.

Nicke sonríe ampliamente.

– Nos vamos -dice Benjamín en voz baja.

– Adiós -sonríe Simone.

– Adiós-que-vaya-bien -contesta Nicke mecánicamente.

Benjamín camina en silencio junto a su madre.

– Mejor vamos a coger un taxi -decide ella cuando se acercan a la entrada del metro-. Estoy harta de metros.

– Vale -dice Benjamín, y da media vuelta.

– Espera un momento -dice entonces Simone.

Acaba de ver a uno de los muchachos que amenazaban a la chica. Está junto a los torniquetes del metro y parece esperar algo. Ella nota que Benjamín intenta alejarla.

– ¿Qué pasa? -pregunta.

– Venga, vamos, íbamos a coger un taxi.

– Tengo que hablar con él un momento -dice ella.

– Mamá, pasa de ellos -ruega Benjamín.

Está pálido e inquieto, y se queda inmóvil sin más mientras ella se aproxima al chico con resolución.

Simone pone la mano sobre el hombro del chaval. Quizá tenga sólo trece años, pero en lugar de asustarse o sorprenderse, le sonríe burlonamente como si él le hubiera tendido una trampa a ella.

– Me vas a acompañar a ver al guardia de seguridad -dice ella con decisión.

– ¿Qué has dicho, vejestorio?

– Te he visto cuando has…

– ¡Cierra el pico! -la interrumpe el chico-. Cierra el pico si no quieres que te folie para castigarte.

Simone se queda tan estupefacta que no sabe qué contestar. El chico escupe al suelo ante ella, salta luego por encima de los torniquetes y desaparece lentamente por el pasillo del metro.

Abatida, Simone se encamina hacia el lugar donde la espera Benjamin.

– ¿Qué ha dicho? -pregunta él.

– Nada -contesta ella cansada.

Caminan hasta la parada de taxis y suben al asiento trasero del primer coche. Cuando se alejan de Tensta Centrum, Simone le explica a su hijo que hoy la han llamado del colegio.

– Aida quería que la acompañara para modificarse un tatuaje -dice Benjamin en voz baja.

– Es muy amable por tu parte.

Viajan en silencio por la carretera de Hjulsta en paralelo a una vía muerta oxidada en un terraplén de gravilla marrón.

– ¿Le has dicho a Nicke que era idiota? -pregunta Benjamin.

– Me he equivocado, la idiota soy yo.

– Pero ¿cómo has podido?

– A veces me equivoco, Benjamin -dice ella en voz baja.

Desde el puente de Traneberg, Simone mira hacia Stora Essingen. El agua aún no se ha congelado, pero tiene un aspecto denso y pálido.

– Creo que papá y yo nos vamos a separar -dice ella entonces.

– Ah… ¿Porqué?

– No tiene absolutamente nada que ver contigo.

– Te he preguntado por qué.

– No hay ninguna respuesta correcta -empieza ella-. Tu padre… ¿Cómo te lo explico? Es el amor de mi vida, pero eso…, eso puede acabarse de todas formas. No lo piensas cuando te conoces, cuando tienes hijos, y… Perdona, no debería hablar de esto contigo. Sólo quería que entendieras por qué estoy tan descentrada. Quiero decir que aún no es seguro que nos separemos…

– No quiero que me mezcléis en esto.

– Perdona, yo…

– Que lo dejes ya -la reprende él.

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