Capítulo 39

Miércoles 16 de diciembre, por la tarde

Antes de salir a la calle Norrtäljevägen, Joona detiene un momento el coche en el arcén, al tiempo que por su lado pasa un polvoriento camión volquete cargado de piedra molida. El comisario saca un papel del bolsillo de su chaqueta y lee:

– Aún quedan cinco personas que se apellidan Blau en el área de Estocolmo, tres en Västeräs, dos en Eskilstuna y una en Umeä.

Vuelve a doblar el papel y sonríe de manera alentadora en dirección a Erik.

– Charlotte -dice él en voz baja.

– No había ninguna Charlotte -repone Joona, quitando una mancha del espejo retrovisor.

– Charlotte Cederskiöld -contesta Erik-. Era amable con Eva. Creo recordar que le cedió una habitación de su casa a Eva en aquel tiempo.

– ¿Dónde cree que podríamos encontrarla?

– Vivía en Stocksund hace diez años, pero…

Joona ya ha marcado el número de la policía.

– Hola, Anja. Sí, lo mismo digo. Oye, necesito el teléfono y la dirección de Charlotte Cederskiöld. Vive en Stocksund o, en todo caso, vivía allí. Sí, gracias. Bien, esperaré -dice, coge un bolígrafo v, al cabo de unos segundos, escribe en la parte de atrás de un recibo. Muchas gracias.

Pone el intermitente izquierdo y se incorpora nuevamente al carril.

– ¿Sigue viviendo allí? -pregunta Erik.

– No, pero hemos tenido suerte. Ahora vive cerca de Rimbo.

Erik siente que la inquietud le carcome el estómago. No sabe por qué le atemoriza que Charlotte se haya marchado de Stocksund; quizá debería interpretarlo del modo contrario.

– Una casa solariega en Husby -dice Joona introduciendo un disco compacto en el reproductor.

Murmura que es la canción favorita de su madre y sube un poco el volumen.

– Sarja Varjus -exclama.

Se sacude la tristeza de la cabeza y canta siguiendo la música:

– Dam-dam-da-da-di-dum…

El eco de la música triste llena el vehículo. Cuando termina la canción, ambos guardan silencio unos instantes. Luego Joona dice en un tono que casi parece de sorpresa:

– La música finlandesa ha dejado de gustarme.

Carraspea un par de veces.

– A mí me ha parecido una bonita canción -dice Erik.

Joona sonríe y le echa un rápido vistazo de soslayo.

– Mamá estaba allí cuando fue elegida reina del tango en Seinäjoki…

Cuando abandonan la amplia y transitada vía de Norrtäljevägen para tomar la calle 77 cerca de Sätuna, una fuerte lluvia mezclada con nieve empieza a caer sobre el coche. Está oscureciendo hacia el este y los jardines por los que pasan van sumiéndose poco a poco en la penumbra.

Joona tamborilea con los dedos sobre el salpicadero. El aire tibio de la calefacción silba al salir del radiador. Erik nota los pies mojados a causa del calor húmedo que flota en el interior del vehículo.

– A ver ahora -dice Joona para sí mientras continúa atravesando el pequeño pueblo y toma una estrecha calle tras dejar atrás los campos de cultivo helados.

A lo lejos distingue una gran casa blanca detrás de una alta cerca. Aparcan frente a la verja abierta y caminan el último trecho hasta la casa. Una mujer joven con una chaqueta de tela vaquera está rastrillando el sendero de gravilla. Parece asustarse cuando ellos se acercan. Un golden retriever corretea alrededor de sus piernas.

– ¡Charlotte! -llama ella-. ¡Charlotte!

Una mujer rodea la enorme casa arrastrando una gran bolsa de basura negra. Lleva puesto un chaleco rosa y un grueso suéter gris, unos vaqueros gastados y unas botas de agua.

Charlotte, piensa Erik. Realmente es ella.

Lejos ha quedado la mujer delgada y distante con ropas elegantes y el cuidado corte de pelo estilo paje. La persona que se acerca a recibirlos tiene un aspecto totalmente distinto. Lleva el cabello largo y gris recogido en una gruesa trenza, su rostro está surcado de arrugas alrededor de los ojos y no lleva ni una pizca de maquillaje. Está más hermosa que nunca, piensa Erik. Cuando ella lo ve, es como si una ráfaga de calor recorriera su rostro. En un primer momento parece sólo asombrada, pero luego dibuja una amplia sonrisa.

– Erik -dice en un tono de voz que no ha cambiado: profundo, articulado y cálido.

Suelta la bolsa de la basura y estrecha su mano.

– ¿Eres tú? Me alegro de volver a verte.

Saluda a Joona y luego permanece inmóvil un breve instante, observándoles. En ese momento, una mujer robusta abre la puerta de entrada de la casa y los mira. Lleva un tatuaje en el cuello y un holgado suéter con capucha.

– ¿Necesitas ayuda? -grita.

– Son amigos míos -dice Charlotte haciéndole señas con la mano para que se retire.

Charlotte observa con una sonrisa a la fornida mujer mientras vuelve a cerrar la puerta.

– Yo… Construí un hogar para mujeres en la finca. Hay mucho espacio, así que acojo a mujeres que necesitan… alejarse del mundo durante un tiempo. Dejo que vivan aquí, preparamos juntas la comida, cuidamos el lugar…, hasta que sienten que pueden volver a valerse por sí mismas.

– Suena bien -dice Erik.

Ella asiente y hace un gesto en dirección a la puerta invitándolos a entrar.

– Charlotte, estamos buscando a Eva Blau -dice Erik-. ¿La recuerdas?

– Por supuesto que la recuerdo. Fue mi primera huésped aquí. Tenía las habitaciones del ala…

De pronto interrumpe su discurso.

– Es curioso que la menciones -comienza-. Eva me llamó hace tan sólo una semana.

– ¿Qué quería?

– Estaba furiosa -dice Charlotte.

– Sí -suspira Erik.

– ¿Por qué estaba furiosa? -pregunta Joona.

Charlotte respira profundamente. Erik oye cómo el viento sopla entre las ramas desnudas de los árboles mientras observa que alguien ha intentado hacer un muñeco con la poca nieve que ha caído.

– Estaba enfadada con Erik.

Él siente un escalofrío al recordar el rostro afilado de Eva Blau, la agresividad en su voz, su mirada aguda y la punta de la nariz cortada.

– Prometiste no volver a practicar el hipnotismo -dice Charlotte-, pero de repente, hace algunos días, volviste a hacerlo. Apareció en todos los periódicos, hablaron de ello en la televisión. Naturalmente, hubo mucha gente que se sintió indignada.

– Me vi obligado a hacerlo -dice Erik-. Pero fue una excepción.

Ella toma su mano entre las suyas.

– Tú me ayudaste -suspira-. Aquella vez que vi…, ¿lo recuerdas?

– Lo recuerdo -asiente Erik en voz baja.

Charlotte le sonríe.

– Fue suficiente. Entré en el caserón, alcé la mirada y vi a quienes me habían hecho daño.

– Lo se.

– Eso nunca habría sido posible sin tu ayuda, Erik.

– Yo…

– Algo encajó en su lugar aquí dentro -dice haciendo un gesto en dirección a su corazón.

– ¿Dónde está Eva ahora? -pregunta Joona.

Charlotte arruga un poco la frente.

– Cuando fue dada de alta se mudó a un apartamento en el centro de Akersberga y se hizo testigo de Jehová. Al principio mantuvimos el contacto, yo le prestaba dinero, pero luego nos distanciamos. Ella creía que la perseguían, a menudo hablaba sobre buscar protección, decía que el mal la estaba acechando.

Charlotte mira fijamente a Erik.

– Pareces afligido -le dice.

– Mi hijo ha desaparecido; Eva es nuestra única pista.

Charlotte lo observa, preocupada.

– Espero que se solucione pronto.

– ¿Cómo se llama? ¿Lo sabes? -pregunta Erik entonces.

– ¿Te refieres a su nombre verdadero? Nadie lo sabe; tal vez ni siquiera ella misma lo sepa.

– Ya.

– Pero se anunció como Verónica la última vez que llamó.

– ¿Verónica?

– Por el velo de la Verónica, de ahí lo sacó.

Se abrazan un momento y luego Erik y Joona se apresuran a regresar al coche. Cuando avanzan hacia el sur en dirección a Estocolmo, el comisario llama de nuevo por teléfono. Solicita ayuda para hallar a una tal Verónica en el centro de Akersberga y la dirección de la congregación o del salón del reino de los testigos de Jehová.

Erik oye hablar a Joona mientras un pesado cansancio se apodera de su cabeza. Piensa en cómo los recuerdos han corrido frente a él y nota que sus ojos se cierran lentamente.

– Sí, Anja. Lo estoy anotando -oye decir a Joona-. Calle Västra Banvägen… Espera, Stationsvägen, 5. Bien, gracias.

Como si el tiempo se hubiera anudado en torno a sí mismo y atrapado su curso, Erik se despierta cuando enfilan una larga cuesta descendente a lo largo de un campo de golf.

– En seguida llegaremos -informa Joona.

– Me he quedado dormido -dice Erik casi para sí.

– Eva Blau llamó a Charlotte el mismo día en que usted apareció en los periódicos de todo el país -reflexiona Joona.

– Y dos días después secuestraron a Benjamín -dice Erik.

– Porque alguien lo vio.

– O porque falté a mi promesa de no volver a practicar el hipnotismo nunca más.

– En ese caso, fue culpa mía -advierte Joona.

– No, fue…

Erik se interrumpe, no sabe muy bien qué decir.

– Lo siento -dice Joona con la mirada fija en el camino.

Pasan frente a una tienda con los cristales rotos. Joona mira por el espejo retrovisor y ve que una mujer con un pañuelo en la cabeza se dispone a barrer los trozos de vidrio del suelo.

– No sé qué ocurrió con Eva cuando era paciente mía -explica Erik-. Se automutiló y se volvió paranoica. Me echó la culpa de todo a mí y al hipnotismo. Nunca debería haberla aceptado en el grupo, no debería haber hipnotizado a nadie.

– Pero ayudó usted a Charlotte -objeta Joona.

– Eso parece -dice Erik en voz baja.

Después de dejar atrás la rotonda pasan sobre las vías de un tranvía, giran a la izquierda en el polideportivo, cruzan un arroyo y finalmente se detienen junto a un gran bloque de apartamentos de color gris.

Joona señala la guantera.

– ¿Puede darme la pistola otra vez?

Erik abre el compartimento y le alcanza la pesada arma. Joona comprueba la recámara y cuida que la pistola tenga el seguro puesto antes de guardarla en su bolsillo.

Cruzan el aparcamiento a toda prisa y pasan junto a un parque con columpios, un cajón de arena y una jaula para trepar.

Erik señala el portal, alza la mirada y ve centelleantes guirnaldas de luces y antenas parabólicas en casi todos los balcones del edificio.

Al otro lado de la puerta cerrada ven a una anciana con un andador. Joona llama en el cristal con los nudillos y le hace señas alegremente. La mujer los mira y niega con la cabeza. El comisario decide mostrarle sus credenciales, pero ella vuelve a sacudir la cabeza. Erik rebusca en sus bolsillos y encuentra un sobre con unas facturas que debía dejar en la oficina de sueldos. Se acerca al cristal, golpea y le muestra el sobre a la mujer. Ella camina entonces de inmediato hacia la puerta y pulsa un botón para abrirla.

– ¿Es el correo? -pregunta con voz chillona.

– Carta urgente -contesta Erik.

– Ocurren tantas desgracias en el mundo… -suspira la mujer en dirección a la pared.

– ¿Qué le ha dicho? -pregunta Joona.

Erik mira el tablero con los nombres de los inquilinos y encuentra a Verónica Andersson en el primer piso. En las paredes de la estrecha escalera se ven grandes autógrafos pintados con aerosol rojo. El conducto de la basura despide mal olor. Se detienen frente a la puerta en cuya placa se lee el apellido Andersson y llaman. El suelo del rellano está manchado con huellas embarradas de pies de pequeño tamaño.

– Vuelva a llamar -dice Erik.

Joona abre la portezuela del buzón y grita a través de ella que trae un nuevo número de la Atalaya. De pronto Erik ve que la cabeza del comisario retrocede súbitamente como si le hubieran propinado un golpe.

– ¿Qué ocurre?

– No lo sé, pero quiero que espere usted fuera -dice Joona, tenso.

– No -contesta Erik.

– Entraré solo.

Un vaso cae al suelo tras la puerta de algún apartamento del primer piso. Joona se saca un estuche del bolsillo con dos objetos metálicos. Uno de ellos está arqueado en la punta y el otro se asemeja a una llave muy pequeña.

Como si Joona hubiera leído los pensamientos de Erik, murmura que no es ilegal entrar en un apartamento sin una orden judicial.

– Según la nueva ley, es suficiente si hay un buen motivo -explica.

Acaba de introducir el primer instrumento en la cerradura cuando Erik alarga la mano y comprueba la manija. Al parecer, no está cerrada con llave. Un intenso hedor sale a su encuentro cuando abren la puerta. Joona saca su arma y le dirige un cortante gesto para que espere fuera.

Erik oye su corazón latir en el pecho, la sangre silbar en sus oídos. El silencio le transmite una sensación aciaga: Benjamín no está allí. La luz de la escalera se apaga y la penumbra se aproxima rodando hacia él. No está completamente oscuro, pero sus ojos tienen dificultades para distinguir a su alrededor.

Joona sale de nuevo al rellano.

– Creo que debe entrar conmigo, Erik -dice.

Entran en el apartamento y el comisario enciende la lámpara del techo. La puerta del baño está abierta. El olor a podredumbre es insoportable. En el interior de la bañera vacía yace Eva Blau. Tiene el rostro hinchado, las moscas se amontonan en su boca y silban en el aire. La blusa arremangada deja al descubierto la piel del vientre abultado, de una tonalidad verde azulada. Unos profundos cortes negros recorren ambos brazos. En la tela de la blusa y el pelo rubio hay pegotes de sangre coagulada. La piel de la mujer se ve de un color gris pálido, y una red de capilares marrones se extiende por todo su cuerpo. La sangre detenida se ha podrido en el sistema circulatorio. Hay acumulaciones de pequeñas larvas de mosca en los lagrimales y también alrededor de los orificios nasales y la boca. La sangre ha rebasado el borde de la bañera y ha corrido por la pequeña alfombra del baño. Los flecos y los extremos se ven ahora oscuros. En el interior de la bañera, junto al cuerpo, hay un cuchillo de cocina ensangrentado.

– ¿Es ella? -pregunta Joona.

– Sí, es Eva.

– Lleva muerta al menos una semana. El vientre ha tenido tiempo de hincharse por completo.

– Entiendo -asiente Erik.

– Así que tampoco fue ella quien se llevó a Benjamín -constata Joona.

– Debo reflexionar al respecto -dice Erik-. Pensaba…

Mira por la ventana y ve el edificio bajo de ladrillos al otro lado de las vías del tranvía. Eva podía ver el salón del reino desde su ventana. Erik piensa que probablemente eso la hiciera sentirse más segura.

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