Capítulo 52

20 de diciembre, por la mañana, cuarto domingo de adviento

Benjamín está acurrucado contra la pared detrás del televisor. Siente un horrible mareo, tiene dificultades para fijar la vista en un punto, pero lo peor es la sed. Está más sediento de lo que nunca lo había estado en toda su vida. El hambre se ha aplacado. No se ha ido, aún siente un vago y persistente dolor que sube desde los intestinos, pero ha sido ensombrecida por la sed y el dolor en las articulaciones. La sed parece asfixiarlo, como si su garganta estuviera cubierta de heridas. Ahora apenas puede tragar, ya no tiene saliva en la boca. Piensa en los días que ha pasado tendido en el suelo de la casa. Cómo Lydia, Marek, Annbritt y él están todo el tiempo en la única habitación amueblada sin hacer nada.

Benjamín oye la nieve caer sobre el tejado. Piensa en el modo en que Lydia entró en su vida, en cómo se acercó corriendo a él un día cuando regresaba a casa desde la escuela.

– Has olvidado esto -le dijo tendiéndole la gorra.

Él se detuvo y le dio las gracias. Entonces ella lo miró de un modo extraño y luego dijo:

– Eres Benjamin, ¿verdad?

El le preguntó cómo sabía su nombre. Lydia le acarició el pelo y declaró que ella era su madre biológica.

– Pero te bauticé como Kasper -dijo-. Me gustaría llamarte así.

Luego le dio una pequeña prenda de ganchillo azul celeste.

– Lo hice para ti cuando aún estabas en mi vientre -suspiró.

Él le explicó que se llamaba Benjamín Peter Bark y que no podía ser su hijo. Le pareció que la situación debía de ser muy dolorosa para ella, así que intentó hablarle con calma y amabilidad. Lydia lo escuchó con una sonrisa y luego sólo negó melancólicamente con la cabeza.

– Pregúntaselo a tus padres -dijo-. Pregúntales si eres su hijo. Puedes hacerlo, pero no te responderán la verdad. Ellos no podían engendrar. Notarás que mienten; lo hacen porque tienen miedo de perderte. Tú no eres hijo suyo. Yo puedo hablarte sobre tu verdadero origen. Eres mi hijo, ésa es la verdad. ¿No ves que nos parecemos mucho? Me obligaron a darte en adopción…

– Pero yo no soy adoptado -repuso él.

– Lo sabía… Sabía que no te contarían la verdad -dijo Lydia.

Él reflexionó un instante y de repente consideró que lo que la mujer decía en realidad podía ser cierto. Durante mucho tiempo se había sentido distinto.

Lydia lo miró con una sonrisa.

– No puedo demostrártelo -dijo nuevamente-. Debes confiar en tus propios sentimientos. Tú mismo debes percibirlo; entonces sentirás que es verdad.

Se separaron, pero Benjamín volvió a encontrarse con ella al día siguiente. Fueron juntos a una confitería y estuvieron charlando allí durante un largo rato. Ella le contó cómo la habían obligado a darlo en adopción, pero aseguró que jamás lo había olvidado. Había pensado en él todos los días desde que nació y lo separaron de ella. Lo había echado de menos cada minuto de su vida.

Benjamín se lo contó todo a Aida y ambos acordaron que ni Erik ni Simone debían saber nada de eso antes de que él hubiera podido pensar un poco;i! respecto. Primero quería conocer a Lydia, quería sopesar si podía ser cierto lo que sostenía. Ella se puso en contacto con él a través del correo electrónico de Aida. Benjamin le había dado su dirección y ella envió la fotografía de la tumba familiar para él.

– Quiero que sepas quién eres -le dijo-. Aquí yacen tus familiares, Kasper. Algún día iremos juntos allí, solos tú y yo.

Benjamin casi había empezado a creerla. Quería creer en ella, lo que decía era interesante. Le resultaba extraño descubrir que alguien lo amaba tanto. Lydia le dio algunos objetos, pequeños recuerdos de su propia infancia y también dinero. Le regaló varios libros y una cámara. Él, a su vez, le dio unos dibujos y otras cosas que guardaba desde pequeño. Ella se ocupó incluso de que el tal Wailord dejara de acosarlo. Un día le mostró un escrito firmado por Wailord en el que daba su palabra de que nunca más se acercaría a Benjamin ni a sus amigos. Sus padres nunca habrían logrado nada parecido. El chico estaba cada vez más convencido de que sus padres, aquellas personas en las que había creído toda la vida, se comportaban como unos verdaderos mentirosos. Se sentía irritado porque nunca hablaban con él, nunca le demostraban lo que significaba para ellos.

Había sido increíblemente necio.

Lydia empezó a hablar de ir a visitarlo a su casa y pasar algunos ratos con él. Quería que le diera las llaves. Benjamin no entendía muy bien por qué debería tenerlas, y le dijo que él le abriría si llamaba a la puerta. Entonces Lydia se enojó con él. Dijo que se vería obligada a castigarlo si no obedecía. El chico se quedó totalmente atónito. Ella explicó que, cuando él era pequeño, les había entregado a sus padres adoptivos una palmeta como signo de que esperaba que le dieran una educación correcta. Luego simplemente cogió las llaves de su mochila y dijo que ella decidiría por sí misma cuándo iba a visitar a su hijo.

Fue en ese momento cuando Benjamin comprendió que ella no estaba totalmente en sus cabales.

Al día siguiente, al ver que Lydia lo estaba esperando, él se le acercó y le dijo con calma que quería que le devolviera las llaves y que no deseaba volver a encontrarse con ella.

– Pero Kasper -dijo ella-, por supuesto que te daré tus llaves.

Y así lo hizo. Benjamín echó a andar y ella lo siguió. Él se detuvo y le preguntó si no había entendido que no quería volver a verla.

Benjamín mira ahora su cuerpo. Ve que tiene un gran hematoma en la rodilla. Piensa que si lo viera su madre se pondría histérica.

Como de costumbre, Marek está de pie mirando por la ventana. Se sorbe la nariz y escupe contra el cristal, a través del cual se ve el cuerpo de Jussi tendido afuera, sobre la nieve. Annbritt está encogida, sentada a la mesa. Intenta dejar de llorar. Traga, se aclara la garganta y luego hipa. Cuando salió de la casa y vio a Lydia asesinar a Jussi, gritó hasta que Marek alzó el fusil hacia ella y aseguró que la mataría si dejaba escapar un solo sollozo más.

A Lydia no se la ve por ninguna parte. Benjamín se incorpora a trompicones y luego dice con voz ronca:

– Marek, hay algo que debes saber…

Él mira a Benjamín con los ojos negros como dos granos de pimienta. Luego se tumba en el suelo para hacer flexiones.

– ¿Qué quieres, joder? -pregunta con un quejido.

Benjamín traga con la garganta dolorida.

– Jussi me contó que Lydia pretendía matarte -miente-. Primero pensaba acabar con él, luego con Annbritt y después contigo.

Marek continúa un poco más con las flexiones y luego se levanta jadeando del suelo.

– Eres un idiota muy gracioso.

– De verdad me lo dijo -dice Benjamín-. Ella sólo me quiere a mí. Quiere quedarse sola conmigo. Es cierto.

– Sí, ¿eh? -dice él.

– Sí, Jussi me dijo que ella le había contado lo que iba a hacer. Dijo que iba a asesinarlo a él primero, y ahora él está…

– Cierra la boca-lo interrumpe Marek.

– ¿Piensas quedarte ahí sentado esperando tu turno?

– inquiere Benjamín-. A ella no le importas, cree que su familia será más feliz si sólo somos ella y yo.

– ¿De verdad Jussi dijo que ella iba a matarme? -pregunta entonces Marek.

– Te lo juro, ella va a…

Marek suelta una carcajada y Benjamín se interrumpe.

– Te aseguro que a lo largo de mi vida ya he oído todo lo que la gente es capaz de decir para evitar el dolor -dice Marek con una sonrisa-. Todas las promesas y todos los ardides, todos los pactos y todos los trucos.

Luego se vuelve hacia la ventana con indiferencia. Benjamín suspira e intenta pensar en algo más que decir cuando entra Lydia. Sus labios están tensos. Tiene el rostro muy pálido y lleva algo a sus espaldas.

– Ha pasado una semana y ya es domingo de nuevo -explica solemnemente cerrando los ojos.

– El cuarto domingo de adviento -murmura Annbritt.

– Quiero que nos relajemos y meditemos acerca de la semana que hemos dejado atrás -dice con lentitud-. Hace tres días que Jussi nos dejó, ya no está en este mundo. Su alma viaja en una de las siete ruedas celestiales. Será castigado por su traición a lo largo de miles de encarnaciones como insecto y res.

Guarda silencio.

– ¿Habéis reflexionado ya? -pregunta después de un momento.

Los demás asienten y ella sonríe satisfecha.

– Kasper, ven aquí -dice con voz apagada.

Benjamín intenta ponerse en pie. Se esfuerza para no hacer muecas por el dolor, pero aun así Lydia le pregunta:

– ¿Te burlas de mí?

– No -murmura él.

– Somos una familia y nos respetamos los unos a los otros.

– Sí -contesta él con un sollozo.

Lydia sonríe y saca el objeto que llevaba escondido a la espalda. Son unas tijeras, unas grandes y afiladas tijeras de sastre.

– Entonces no tendrás ningún problema en recibir tu castigo -añade con calma.

Con el rostro inexpresivo, deja las tijeras sobre la mesa.

– Sólo soy un niño -dice Benjamin tambaleándose.

– ¡Quédate quieto de una vez! -brama ella-. Nunca es suficiente. Nunca entiendes nada, nunca. Lucho y me esfuerzo, trabajo hasta el agotamiento para que esta familia funcione, para que sea pura e intachable. Sólo quiero que esto funcione.

Benjamin llora hundiendo el rostro con pesados y roncos sollozos.

– ¿Acaso no somos una familia? ¿No lo somos?

– Sí -dice él-. Sí, lo somos.

– Entonces, ¿por qué te comportas así? Andas a hurtadillas a nuestras espaldas, nos traicionas y nos engañas. Nos robas, hablas mal de nosotros y arruinas… ¿Por qué me haces esto? Metes las narices en los asuntos de los demás, chismorreas y luego te relames.

– No lo sé -suspira Benjamin-. Lo siento.

Lydia alza las tijeras. Respira pesadamente y su rostro se cubre de sudor. Tiene las mejillas y el cuello arrebatados.

– Recibirás tu castigo y así podremos dejar esto atrás -dice en un tono ligero e imparcial.

Deja vagar la mirada entre Annbritt y Marek.

– Annbritt -dice a continuación-. Ven aquí.

Ella, que hasta entonces ha permanecido sentada mirando la pared, se acerca vacilante. Su mirada tensa vaga en todas direcciones y le tiembla el mentón.

– Córtale la nariz -dice Lydia.

El rostro de Annbritt enrojece intensamente. Mira a Lydia y a Benjamin y luego niega con la cabeza.

Lydia le da un bofetón. La agarra por el brazo y la empuja en dirección a Benjamin.

– Kasper ha metido las narices en asuntos ajenos y ahora se quedará sin nariz.

Annbritt se restriega la mejilla con aire ausente y luego coge las tijeras. Marek se acerca, agarra con fuerza la cabeza de Benjamin y hace girar su rostro hacia Annbritt. Ve frente a él el brillo metálico de las tijeras y el rostro nervioso de la mujer, el tic en torno a los ojos y la boca, las manos que empiezan a sacudirse.

– ¡Corta de una vez! -ordena Lydia.

Annbritt está de pie con las tijeras levantadas en dirección a Benjamín. Ya no puede contener el llanto por más tiempo.

– Soy hemofílico -gime Benjamin-. Moriré si lo haces. ¡Soy hemofílico!

A Annbritt le tiemblan las manos cuando cierra las hojas de las tijeras en el aire frente a él y luego las deja caer al suelo.

– No puedo -solloza-. No puedo… Me duelen las manos, no puedo sostenerlas.

– Esto es una familia -dice Lydia, cansada, mientras se inclina con esfuerzo para recoger las tijeras del suelo-. Debes obedecerme y respetarme. ¿Me oyes?

– ¡Ya te he dicho que me duelen las manos! Esas tijeras son demasiado grandes para…

– Cállate -la interrumpe Lydia propinándole un fuerte golpe en la boca con el mango.

Annbritt gime y da un paso a un lado. Se apoya insegura contra la pared y se lleva una mano a los labios, que le sangran.

– Los domingos están para cuidar la disciplina -dice Lydia jadeando.

– No quiero -suplica ella-. Por favor, no quiero hacerlo.

– Ven -ordena Lydia, impaciente.

Annbritt niega con la cabeza y murmura algo.

– ¿Qué has dicho? ¿Has dicho «cono»?

– No, no -llora ella extendiendo una mano hacia adelante-. Lo haré -solloza-. Le cortaré la nariz, te ayudaré. El dolor pasará pronto.

Lydia le tiende las tijeras con satisfacción. Annbritt se acerca de nuevo a Benjamin, le palmea la cabeza y murmura rápidamente:

– No tengas miedo. Tú sólo corre lo más de prisa que puedas.

Benjamin la mira sin entender mientras intenta descifrar su mirada asustada, su boca temblorosa. Annbritt levanta las tijeras, pero se vuelve hacia Lydia y le corta en la cara sin mucha fuerza. Benjamin ve a Lydia defenderse de su ataque. Ve a Marek agarrar su fuerte muñeca, extender el brazo y dislocarle el hombro. Annbritt grita a causa del dolor. Benjamin ya ha salido de la habitación cuando Lydia coge las tijeras del suelo, se acerca a ella y se sienta a horcajadas sobre su pecho. Annbritt sacude la cabeza para eludirla.

Cuando Benjamin pasa por el frío vestíbulo, baja la escalera y se enfrenta al helado exterior, oye que Annbritt grita y tose.

Lydia se limpia la sangre de la mejilla y busca al muchacho a su alrededor.

Benjamin camina rápidamente por el sendero nevado.

Marek coge la escopeta que cuelga de la pared, pero Lydia lo detiene.

– Es una buena lección -dice-. Kasper no lleva zapatos y va vestido tan sólo con un pijama. Regresará con mamá cuando tenga frío.

– De lo contrario, morirá -agrega él.

Benjamin se lleva un poco de nieve a la boca y hace caso omiso del dolor mientras corre entre las hileras de vehículos. Resbala y cae pero vuelve a levantarse. Después de correr un trecho ya no siente los pies. Marek le grita algo desde la casa, a su espalda. Benjamín sabe que no puede escapar de él, es demasiado pequeño y está débil. Lo mejor es esconderse en la oscuridad y luego bajar hasta el lago cuando todo se haya calmado. Quizá allí encuentre a algún pescador con su taladro y su banco. Jussi había dicho que el hielo se había formado hacía sólo una semana en el Djuptjärn, que el inicio del invierno había sido benévolo.

Benjamin se detiene. Escucha para oír si hay pasos que se acercan y descansa la mano en una camioneta oxidada. Luego alza la vista hacia el negro lindero del bosque y sigue caminando. No resistirá mucho más. Su cuerpo arde por el dolor y el frío. Tropieza, cae y se arrastra bajo la lona rígida que protege un tractor. Sigue arrastrándose sobre la hierba cubierta de escarcha hasta el siguiente vehículo y luego se pone en pie. Se da cuenta de que está entre dos autobuses. Tantea hasta encontrar una ventanilla abierta en uno de ellos, logra trepar y deslizarse por la abertura. Se abre paso en la oscuridad y sobre un asiento encuentra unas viejas alfombras que emplea para cubrirse.

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