Viernes 11 de diciembre, por la mañana
Sólo son las cinco y media de la mañana cuando se oyen unos golpes en algún lugar del piso. Simone percibe el ruido como si fuera parte de un sueño frustrante en el que tiene que levantar distintas conchas y tapas de porcelana. Intenta comprender las reglas, pero se equivoca. Un niño da golpes sobre la mesa y señala lo mal que ha elegido. Simone se da media vuelta dormida y gime, abre los ojos y de inmediato está totalmente despierta.
Algo o alguien está dando golpes dentro del piso. Intenta localizar el sonido en la oscuridad, permanece totalmente inmóvil y escucha, pero los golpeteos han cesado.
Oye roncar débilmente a Erik a su lado. Suenan las tuberías. El viento golpea contra las ventanas.
A Simone le da tiempo a pensar que debe de haber amplificado el ruido en el sueño cuando, de repente, vuelven a oírse golpes. Hay alguien en el piso. Erik se ha tomado sus pastillas y duerme pesadamente. El sonido de un coche en la calle se filtra a través de la ventana. Los ronquidos de Erik se amortiguan cuando ella le apoya la mano en el brazo. Se vuelve dormido y resopla. Tan silenciosamente como puede, Simone se levanta de la cama y se desliza por la puerta del dormitorio, que está entornada.
En la cocina hay una luz encendida. Mientras camina de puntillas por el pasillo ve un resplandor que flota en el aire, como una nube de gas azul. Es la luz de la nevera. Tanto el frigorífico como el congelador están abiertos de par en par. El compartimento del congelador gotea, el agua se ha derramado. Las gotas caen de los alimentos descongelados y aterrizan golpeando el suelo.
Simone nota que hace frío en la cocina. Huele a humo de tabaco.
Mira hacia el pasillo.
Entonces descubre que la puerta de la calle está abierta de par en par.
Se apresura hacia el dormitorio de Benjamin, pero comprueba que su hijo está en la cama, durmiendo pacíficamente. Permanece allí unos segundos mientras escucha su respiración regular.
Cuando se dispone a cerrar la puerta de entrada, el corazón le da un vuelco. Hay alguien en el umbral. Le hace un gesto con la cabeza y le alarga un objeto. A Simone le lleva unos segundos darse cuenta de que es el repartidor de prensa, que quiere darle el periódico matutino. Ella le da las gracias, lo coge y cuando por fin cierra la puerta con llave se percata de que está temblando de pies a cabeza.
Enciende todas las lámparas y revisa el apartamento. No parece faltar nada.
Simone está arrodillada en la cocina, secando el agua, cuando entra Erik. Él coge una toalla, la tira al suelo y empieza a secar con el pie.
– Seguro que ha sido culpa mía: me habré levantado sonámbulo -dice.
– No -replica ella, cansada.
– Lo del frigorífico es típico; seguro que tenía hambre.
– No tiene gracia. Yo tengo el sueño muy ligero…, me despierto cada vez que te das la vuelta en la cama o si dejas de roncar; me despierto si Benjamin va al baño, oigo si…
– Entonces habrás sido tú la que se ha levantado sonámbula.
– Pues explícame por qué estaba abierta la puerta de la calle, explícame por qué… -Se interrumpe, no sabe si contárselo o no-. Noté claramente que olía a humo de tabaco aquí, en la cocina -dice finalmente.
Erik se ríe y Simone se ruboriza, enfadada.
– ¿Por qué no crees que ha entrado alguien en casa? -inquiere, irritada-. Después de toda la mierda que ha salido en los periódicos…, joder, no es tan raro que algún loco haya entrado y…
– Venga ya -la interrumpe él-. Eso no es lógico, Sixan. ¿Quién? ¿Quién iba a querer entrar en nuestro piso, abrir el frigorífico y el congelador y marcharse?
Simone tira la toalla al suelo:
– ¡No lo sé, Erik! ¡No lo sé, pero estoy segura de que alguien ha entrado!
– Tranquilízate -dice Erik, irascible.
– ¿Cómo quieres que me tranquilice?
– ¿Puedo decir lo que creo? En mi opinión, que aquí oliera a tabaco no es tan extraño. Probablemente algún vecino se haya fumado un cigarrillo junto a la campana de la cocina. En esta finca el tiro de la chimenea es compartido. O quizá algún capullo se haya fumado un cigarrillo en la escalera…
– No hace falta que seas despectivo -replica ella, cortante.
– Por Dios, Sixan, deja el orgullo a un lado, por favor. Estoy convencido de que debe de haber una explicación lógica para todo esto, y que en cualquier momento daremos con ella.
– Percibí que había alguien en casa cuando me desperté -dice ella en voz baja.
Él suspira y sale de la cocina. Simone mira la toalla sucia con la que ha secado el suelo alrededor del frigorífico.
Entonces llega Benjamín y se sienta en su sitio habitual.
– Buenos días -dice ella.
Él suspira y deja caer la cabeza entre las manos.
– ¿Por qué papá y tú mentís constantemente?
– Eso no es cierto -contesta ella.
– No…
– ¿Tú crees?
Él no dice nada.
– Si estás pensando en lo que te dije en el taxi al volver de…
– ¡Pienso en muchas cosas! -la interrumpe el chico en voz alta.
– No hace falta que me grites.
– Olvida que haya dicho nada -suspira él.
– No sé lo que va a pasar con papá y conmigo. No es tan fácil -dice ella-. Seguro que tienes razón y sólo nos estamos engañando a nosotros mismos, pero eso no es igual que mentir.
– Tú lo has dicho -replica él en voz baja.
– ¿Hay algo más en lo que estés pensando?
– No hay fotos mías de cuando era pequeño.
– Claro que sí -contesta ella sonriente.
– Me refiero de cuando era un recién nacido -dice él.
– Ya sabes que padecí algunos abortos antes…, quiero decir que estábamos tan contentos cuando naciste tú que nos olvidamos de hacer fotos. Sé exactamente cómo eras de bebé, tus orejitas arrugadas y…
– ¡Para ya! -grita Benjamín, y se va a su cuarto.
Erik entra en la cocina y echa un comprimido de Treo Comp en un vaso de agua.
– ¿Qué le pasa a Benjamín? -pregunta.
– No lo sé -murmura ella.
Erik se bebe el medicamento junto al fregadero.
– Piensa que mentimos acerca de todo -dice ella.
– Eso les sucede a todos los adolescentes.
Erik eructa en silencio.
– Llegué a decirle que nos íbamos a separar -cuenta ella.
– ¿Cómo puedes haber hecho semejante estupidez? -dice él con dureza.
– Sólo dije lo que sentía en ese momento.
– Joder, no puedes pensar sólo en ti misma.
– No soy yo la que se comporta de un modo inadecuado, no soy yo la que se acuesta con becadas, no soy…
– ¡Cállate! -grita él.
– No soy yo la que toma un montón de pastillas para…
– ¡Tú no sabes nada!
– Sé que tomas analgésicos fuertes.
– ¿Y qué tiene eso que ver contigo?
– ¿Te duele algo, Erik? Dime si…
– Soy médico y creo que puedo evaluar esto un poco mejor que…
– No puedes engañarme -lo interrumpe ella.
– ¿Qué quieres decir? -se ríe él.
– Tienes una adicción, Erik, ya no nos acostamos porque tomas un montón de medicamentos fuertes que…
– Quizá lo que ocurre es que no quiero acostarme contigo -replica él-. ¿Por qué iba a querer hacerlo si estás tan insatisfecha conmigo todo el tiempo?
– Entonces, separémonos -dice ella.
– Bien -contesta él.
Simone no es capaz de mirarlo. Tan sólo sale lentamente de la cocina, nota cómo el cuello se le tensa y le duele, como las lágrimas brotan de sus ojos.
Benjamin ha cerrado la puerta de su cuarto y tiene la música tan alta que tiemblan paredes y puertas. Simone se encierra en el baño, apaga la luz y llora.
– ¡Mierda! -oye gritar a Erik en la entrada antes de que la puerta se abra y se cierre de un golpe.