Capítulo 36

Martes 15 de diciembre, por la mañana

Por la mañana temprano, la gran sombra del Palacio de Justicia se reclina sobre la fachada de la comisaría de policía. Sólo la torre central, más alta que las demás, es bañada por la luz del sol. En las primeras horas tras el amanecer, el edificio se va despojando de su sombra y adquiere un brillo dorado. El tejado cobrizo resplandece, el bello diseño con canales incorporados y las pequeñas salientes de cobre donde el agua de lluvia se filtra en los canalones se cubren de pequeñas gotas condensadas. Durante el día la luz permanece mientras las sombras de los árboles giran lentamente como las manecillas de un reloj, y pocas horas antes del anochecer la fachada vuelve a verse gris.

Carlos Eliasson está en su despacho junto al acuario mirando por la ventana cuando Joona Linna llama a su puerta y la abre de inmediato sin aguardar respuesta.

Carlos se sobresalta y se vuelve. Como de costumbre, al ver a Joona su rostro se carga de contradicciones. Le da la bienvenida con una mezcla de timidez, simpatía e irritación, hace un gesto en dirección a la silla que está al otro lado de su escritorio y descubre que aún sostiene en la mano el frasco de comida para peces.

– He visto que ha nevado -dice vagamente mientras deja el bote junto al acuario.

Joona se sienta y echa un vistazo por la ventana. Una fina capa de nieve cubre el parque Kronoberg.

– Quizá tengamos una Navidad blanca, quién sabe. -Carlos sonríe al tiempo que se sienta en su silla, frente a Joona-. En Skåne, donde yo crecí, nunca nevaba en Navidad. El paisaje siempre se veía igual: una luz gris sobre el campo…

Carlos se interrumpe de manera abrupta.

– Pero no has venido a charlar sobre el tiempo, ¿no? -dice con aspereza.

– No exactamente.

Joona le dirige una mirada serena y se apoya en el respaldo del asiento.

– Quiero ocuparme del caso del hijo desaparecido de Erik Maria Bark.

– No -contesta Carlos con rudeza.

– Fui yo quien comenzó con…

– No, Joona. Tenías permiso para continuar mientras estuviera relacionado con Josef Ek.

– Aún lo está -replica Joona, tozudo.

Carlos se pone en pie, da un par de pasos impacientes y se vuelve hacia él.

– Nuestras directrices son muy claras, los recursos no están para…

– Creo que el secuestro del chico tiene relación con la sesión de hipnotismo a la que se sometió a Josef Ek.

– ¿A qué te refieres ahora? -pregunta Carlos, irritado.

– A que no puede ser una coincidencia que el hijo de Erik Maria Bark desapareciera pocos días después del hipnotismo.

Carlos vuelve a sentarse y de repente parece menos seguro cuando intenta argumentar:

– La fuga de un adolescente no es un caso para la policía judicial.

– No se ha fugado -dice Joona secamente.

Carlos echa un rápido vistazo a sus peces, se inclina hacia adelante y prosigue en voz baja:

– Joona, sólo porque tengas remordimientos no puedo permitirte…

– Entonces solicito el traslado -declara Joona poniéndose en pie.

– ¿Adonde?

– Al departamento que se ocupa del caso.

– Otra vez actúas con terquedad -replica Carlos rascándose indignado la coronilla.

– Pero estoy en mi derecho. -Joona sonríe.

– Dios mío -suspira Carlos, mira sus peces y sacude preocupado la cabeza.

Joona echa a andar en dirección a la puerta.

– Espera -lo llama su superior.

Él se detiene, se vuelve y enarca las cejas interrogativamente mirando a Carlos.

– Te diré lo que haremos: no te harás cargo del caso, no será tuyo, pero dispondrás de una semana para investigar la desaparición del muchacho.

– Bien.

– Y ahórrate esa frase tuya de «¿Qué te había dicho?».

– De acuerdo.

Joona baja luego en el ascensor hasta su planta, saluda a Anja, que agita la mano en su dirección sin desviar la vista de la pantalla de su ordenador, y pasa frente al despacho de Petter Näslund. En el interior, la radio está encendida y un periodista deportivo comenta la actuación del equipo femenino de esquí con afectada energía en la voz. Joona retrocede sobre sus pasos y regresa junto a Anja.

– No tengo tiempo -dice ella sin mirarlo.

– Sí lo tienes -replica él con calma.

– Esto es muy importante.

Joona intenta mirar por encima del hombro de ella.

– ¿En qué estás trabajando? -pregunta.

– En nada.

– ¿Dime de qué se trata?

Ella suspira.

– Es una subasta. Mi oferta es la más alta en este momento, pero hay un idiota que hace subir el precio constantemente.

– ¿Una subasta?

– Colecciono figuritas de Lisa Larson -contesta ella con sequedad.

– ¿Esos pequeños niños obesos sonrientes?

– Es arte, pero tú no entiendes de esas cosas.

Anja mira la pantalla.

– Está a punto de terminar. Sólo espero que nadie más puje ahora…

– Necesito tu ayuda -insiste Joona-. Es algo relacionado con tu trabajo. En realidad se trata de algo muy importante.

– Espera, espera, espera.

Ella levanta una mano hacia él para pedirle que guarde silencio.

– ¡Sí, ya son mías! -exclama a continuación-. Tengo a Amalia y a Emma.

Y rápidamente cierra la página.

– Bien, Joona, mi viejo amigo finlandés, ¿qué clase de ayuda necesitas?

– Tienes que hablar con la compañía de telefonía móvil y encargarte de conseguir la procedencia de la llamada que Benjamin Bark realizó el domingo pasado. Quiero datos precisos del lugar desde donde llamó. Dentro de cinco minutos.

– Dios mío, pues sí que estás de buen humor -suspira Anja.

– Tres minutos -se corrige Joona-. Tus incursiones en Internet te costarán dos minutos.

– Vete al infierno -murmura Anja cuando él abandona la habitación.

Joona se dirige a su despacho, cierra la puerta tras de sí, revisa el correo y lee una tarjeta postal de Disa. Ha viajado a Londres y dice que lo extraña. Disa sabe que detesta las fotografías de chimpancés jugando al golf o envolviéndose en papel higiénico y por eso mismo siempre busca postales con esos motivos. Joona duda si darle la vuelta a la tarjeta o tirarla simplemente, pero siente curiosidad, la voltea y se estremece con desagrado. Un bulldog con barba, gorro de marinero y una pipa en la boca. Sonríe ante el esfuerzo de Disa y cuelga la tarjeta en su tablón de anuncios justo cuando suena el teléfono.

– ¿Sí? -contesta.

– Ya tengo una respuesta -dice Anja.

– Ha sido rápido -dice Joona.

– Me han dicho que habían tenido problemas técnicos pero que hace ya una hora habían llamado al comisario Kennet Sträng para informarle de que la estación base quedaba en Gavie.

– En Gavie -repite él.

– También han dicho que aún no habían terminado con el trabajo, que dentro de uno o dos días, en todo caso esta semana, podrán decirnos con exactitud dónde se encontraba Benjamín cuando llamó.

– Podrías haber venido aquí a decírmelo personalmente; estás a cuatro metros de…

– No soy tu esclava, ¿comprendes?

– Sí.

Joona escribe «Gavie» en la página en blanco del bloc de notas que está frente a él y luego levanta nuevamente el auricular.

– Erik Maria Bark -responde Erik de inmediato.

– Soy Joona Linna.

– ¿Cómo va todo? ¿Ha averiguado algo?

– Acaban de informarme de la procedencia aproximada de la llamada.

– ¿Dónde está?

– Lo único que tenemos por ahora es que la estación base queda en Gavie.

– ¿Gavie?

– Un poco más al norte de Dalälven…

– Sé dónde está Gavie, es sólo que no lo entiendo, es decir…

Joona oye a Erik moverse por la habitación.

– Tendremos datos más concretos esta misma semana -dice Joona.

– ¿Cuándo?

– Creen que mañana o pasado.

Oye que Erik se sienta.

– Entonces se hará usted cargo del caso, ¿no es así? -pregunta con voz tensa.

– Así es, Erik -dice Joona con aspereza-. Encontraré a Benjamín, se lo prometo.

Erik carraspea y cuando su voz vuelve a serenarse, explica rápidamente:

– He pensado mucho en quién pudo haber hecho esto y tengo a alguien que quiero que investigue. Fue paciente mía, su nombre es Eva Blau.

– ¿Blau? ¿Como «azul» en alemán?

– Sí.

– ¿Lo amenazó?

– Es difícil de explicar.

– La investigaré de inmediato.

Se hace un silencio al otro lado del auricular.

– Quiero encontrarme con usted y con Simone cuanto antes -dice Joona al cabo.

– ¿Sí?

– En ningún momento se ha realizado una reconstrucción de los hechos, ¿verdad?

– ¿Una reconstrucción?

– Investigaremos quién podría haber visto al secuestrador de Benjamín. ¿Estarán en casa dentro de media hora?

– Llamaré a Simone -dice Erik-. Lo esperaremos allí.

– Bien.

– Joona -dice Erik.

– ¿Sí?

– Sé que apresar al autor de un delito suele ser cuestión de horas, que es el primer día el que cuenta -dice Erik lentamente-. Y ya han pasado…

– ¿Cree que no lo encontraremos?

– Es que… No lo sé -suspira Erik.

– No acostumbro a equivocarme -replica Joona en voz baja-, y creo sinceramente que encontraremos a su hijo.

Joona cuelga el teléfono, coge el papel con el nombre de Eva Blau y vuelve al despacho de Anja. En el aire flota un intenso aroma a naranjas. Junto al teclado de color rosa del ordenador hay un frutero con varios cítricos, y en una pared cuelga una gran lámina brillante que muestra a la musculosa Anja practicando el estilo mariposa en los Juegos Olímpicos.

Joona sonríe.

– Fui guardacostas en el servicio militar, podía nadar a lo largo de diez kilómetros con boyas de señalización, pero nunca supe nadar en estilo mariposa.

– Un gasto inútil de energía, eso es lo que es.

– Yo creo que es muy hermoso, pareces una sirena -dice Joona.

La voz de Anja revela cierto orgullo cuando intenta explicar:

– La técnica de coordinación es bastante exigente, se trata de un ritmo cruzado y… Pero ¿qué más da?

Anja estira la espalda satisfecha y su amplio busto casi roza a Joona, que está de pie junto al escritorio.

– Sí -dice él sacando el papel-. Ahora quiero que busques a una persona.

La sonrisa de Anja se congela en su rostro.

– Imaginaba que querías algo de mí, Joona. Sabía que era demasiado bonito para ser cierto, demasiado agradable. Te he ayudado con la estación de telefonía y luego has aparecido de nuevo con una hermosa sonrisa. Incluso he creído que me invitarías a cenar o algo parecido…

– Lo haré, Anja. A su debido tiempo.

Ella sacude la cabeza y coge el papel de la mano de Joona.

– Que busque a una persona, dices… ¿Hay prisa?

– Hay mucha prisa, Anja.

– Entonces, ¿por qué estás aquí burlándote de mí?

– Creí que querías…

– Eva Blau -dice Anja pensativamente.

– No es seguro que sea su nombre real.

Anja se muerde los labios preocupada.

– Un nombre inventado -dice-. No es mucho. ¿No tienes nada más? ¿Alguna dirección o algo parecido?

– No, ninguna dirección. Lo único que sé es que hace diez años fue paciente de Erik Maria Bark en el hospital universitario Karolinska, probablemente sólo por unos meses. Pero verifícalo con los registros, no sólo con los comunes, sino también con todos los demás. Comprueba si hay alguna Eva Blau inscrita en la universidad. Si compró un coche, estará en el registro de transporte. O si alguna vez solicitó una Visa, o la tarjeta de préstamo de alguna biblioteca…, asociaciones, Alcohólicos Anónimos… También quiero que busques entre personas de identidad protegida, víctimas de delitos…

– Sí, pero ahora vete para que pueda trabajar de una vez -lo interrumpe Anja, despachándolo.


Joona apaga el audiolibro en el que Per Myrberg, con su singular mezcla de tranquilidad e intensidad, lee Crimen y castigo, de Fiódor Dostoievski. A continuación aparca su coche junto a Lao Wai, el restaurante asiático donde sirven comida vegetariana al que Disa tiene tanto empeño por ir a cenar. Echa un vistazo a través de la ventana y lo sorprende la ascética y sencilla belleza de los muebles de madera, la ausencia de lo superfluo, la falta de objetos decorativos en el local.

Cuando llega a casa de Simone, Erik ya está allí. Se saludan y Joona le resume brevemente lo que piensa hacer.

– Reconstruiremos el secuestro con detalle. La única que estaba presente cuando ocurrió fue usted, Simone.

Ella asiente con decisión.

– Hará de sí misma. Yo seré el secuestrador y usted, Erik, será Benjamín.

– Bien -dice él.

Joona mira el reloj.

– Simone, ¿a qué hora cree que el secuestrador entró en la casa?

Ella carraspea.

– No estoy segura…, pero el periódico aún no había llegado…, por lo que debió de ser antes de las cinco. Me levanté a beber agua a las dos…, luego estuve un rato despierta… Calculo que debió de ser entre las tres y las cinco.

– Bien, haremos un promedio y pondré el reloj a las tres y media -dice Joona-. Cerraré la puerta con llave e iré de puntillas hasta la cama de Simone, simularé ponerle una inyección y luego me acercaré a Benjamin, o sea, a usted, Brik. En su cuarto le pondré una inyección y luego lo sacaré de allí. Lo arrastraré a lo largo del vestíbulo y a través de la puerta de entrada. Usted es más pesado que su hijo, así que compensaremos el tiempo restando algún minuto. Simone, intente moverse exactamente del mismo modo que lo hizo entonces. Colóquese en la misma posición en que estaba en todo momento. Quiero saber lo que vio, exactamente lo que pudo ver o sólo intuir.

Simone asiente con el rostro pálido.

– Gracias -suspira-. Gracias por hacer esto.

Joona la mira con sus ojos grises.

– Encontraremos a Benjamin -asegura.

Simone se pasa la mano rápidamente por la frente.

– Iré al dormitorio -dice con voz ronca, y ve a Joona salir del apartamento con las llaves en la mano.

Ella está acostada bajo las mantas cuando Joona entra. Él camina rápidamente hacia ella. No corre, pero se mueve con determinación. Nota un cosquilleo cuando él le agarra el brazo y finge ponerle una inyección. Al tiempo que encuentra los ojos del comisario inclinado sobre ella, recuerda cómo se despertó al sentir un pinchazo en el brazo y cómo vio deslizarse una sombra sigilosamente en dirección al pasillo. El solo recuerdo le hace sentir un molesto cosquilleo en el lugar donde la pincharon. Cuando deja de ver la espalda de Joona, se incorpora, se frota el pliegue del brazo y se pone lentamente de pie. Sale al pasillo, entorna los ojos para mirar en el cuarto de Benjamin y ve a Joona inclinarse sobre la cama. De repente, pronuncia las palabras exactas como si hubieran resonado en su memoria:

– ¿Qué estáis haciendo? ¿Puedo pasar?

Continúa vacilante en dirección al aparador. Entonces recuerda que se quedó sin fuerzas y cayó al suelo. Las piernas se le doblan a la vez que recuerda cómo se hundió más y más profundamente en una mudez negra tan solo entrecortada por destellos de luz cada vez más breves. Se recuesta contra la pared y ve a Joona arrastrar a Erik por los pies. El recuerdo reproduce lo inconcebible: cómo Benjamin intentó aferrarse al marco de la puerta, cómo su cabeza golpeó contra él y cómo trató de asirse a ella con movimientos cada vez más débiles.

Cuando Erik es arrastrado frente a Simone y sus miradas se cruzan, es como si por un corto instante una figura de niebla o vapor se dibujara en el pasillo. Ve el rostro de Joona desde abajo. Éste cambia de pronto y un breve destello del secuestrador se abre paso en su conciencia. El rostro en sombras y la mano amarilla sobre el tobillo de Benjamin. El corazón de Simone late con fuerza cuando oye a Joona arrastrar a Erik hasta la escalera y luego cerrar la puerta tras de sí.

Un malestar flota en el apartamento. Simone no puede evitar la sensación de haber sido anestesiada nuevamente, está enmudecida y siente los miembros pesados cuando se incorpora y espera a que regresen.

Joona arrastra a Erik por el rayado suelo de mármol de la escalera y al mismo tiempo recorre el espacio con la mirada, examinando los ángulos y las alturas para buscar lugares donde podría haber habido testigos. Intenta comprender cuánto más puede ver y piensa que en realidad alguien podría estar cinco peldaños más abajo junto a la columna central, observándolo, en ese momento. Continúa su camino hacia el ascensor. Ya se ha preparado y ha abierto la puerta. Se inclina un poco hacia adelante y ve su rostro reflejado en la brillante moldura metálica del marco y luego la pared, que se desliza por detrás. Arrastra a Erik hacia el interior de la cabina. Entre el marco de la jaula ve la puerta a la derecha, el buzón y la placa de latón con el nombre, pero al otro lado sólo hay una pared. La lámpara en el techo del rellano queda oculta tras el dintel. Una vez dentro del ascensor, Joona dirige la mirada hacia el gran espejo, se inclina y se estira, pero no ve nada. La ventana de la escalera está oculta todo el tiempo. No descubre nada nuevo cuando mira por encima del hombro, pero de repente observa algo inesperado. Desde un determinado ángulo, puede ver a través del pequeño espejo oblicuo la brillante mirilla de la puerta del apartamento que ha permanecido a oscuras todo el tiempo. Cierra la puerta del ascensor y nota que por el espejo aún puede ver la puerta. Si alguien estuviera allí dentro espiando por la mirilla, piensa, esa persona podría ver claramente mi rostro en este momento. Sin embargo, la línea de visión se pierde de inmediato si mueve la cabeza unos cinco centímetros en cualquier dirección.

Cuando abandonan el ascensor, Erik se pone de pie y Joona mira su reloj.

– Ocho minutos -dice.

Regresan al apartamento. Simone está de pie en el pasillo; es obvio que ha estado llorando.

– Llevaba manoplas de cocina en las manos -dice-. Manoplas amarillas.

– ¿Estás segura? -pregunta Erik.

– Sí.

– No tiene sentido buscar huellas digitales -señala Joona.

– ¿Qué vamos a hacer? -pregunta ella.

– La policía ya ha interrogado a los vecinos -dice Erik apesadumbrado mientras Simone le sacude el polvo de la espalda.

Joona saca un papel.

– Sí, tengo la lista de las personas con quienes hablaron. Naturalmente, se centraron en este piso y en los apartamentos inferiores. Hay cinco vecinos con los que no han hablado aún, y uno que…

Examina el papel y ve que el apartamento que queda en un ángulo oblicuo con respecto al ascensor está tachado. Ésa es la puerta que ha visto a través de ambos espejos.

– Uno de los apartamentos está tachado -dice Joona-. Es el que está en diagonal al ascensor.

– Estaban de viaje -señala Simone-. Aún lo están. Seis semanas en Tailandia.

Joona los mira con seriedad.

– Es hora de hacerles una visita-declara brevemente.

En la puerta desde la que se ve el interior de la cabina del ascensor a través de los espejos se lee «Rosenlund». Es el apartamento que los agentes que llevaron a cabo los interrogatorios a los vecinos descartaron porque estaba vacío y a oscuras.

Joona se inclina hacia adelante y echa un vistazo a través del buzón. No ve cartas ni folletos publicitarios sobre el felpudo. De repente oye un débil sonido en el interior del piso: es un gato, que se acerca silenciosamente al pasillo desde la habitación adyacente. El animal se detiene de improviso y mira expectante a Joona, que sostiene abierta la portezuela del buzón.

– Nadie deja a un gato solo durante seis semanas -dice el comisario en voz alta, como para sí.

El animal escucha con una actitud alerta.

– No pareces hambriento -dice Joona dirigiéndose a él.

El gato bosteza abriendo mucho la boca, salta a una silla del pasillo y se enrosca sobre sí mismo.

La primera persona con quien hablará Joona será con el esposo de Alice Franzén. Fue ella quien abrió cuando la policía llamó a la puerta la otra vez. Los Franzén viven en la misma planta que Simone y Erik. Su apartamento está enfrente del ascensor.

Joona llama al timbre y espera. Tiene un breve recuerdo de cuando era niño y recorría las casas con una caja con flores de mayo y una hucha de la organización luterana de ayuda. Recuerda perfectamente la sensación de extrañeza al echar un vistazo a la casa de otras personas, el desagrado en los ojos de quien abría la puerta.

Vuelve a tocar el timbre y finalmente abre la puerta una mujer de unos treinta años. Lo observa con una actitud alerta y un aire de desconfianza que le hace pensar en el gato del apartamento vacío.

– ¿Sí?

– Soy el comisario Joona Linna -le dice mostrándole su identificación-. Me gustaría hablar con su esposo.

Ella echa un rápido vistazo por encima del hombro y luego responde:

– ¿Podría saber de qué se trata? En realidad está muy ocupado.

– Se trata de la madrugada del sábado 12 de diciembre.

– Pero ya me interrogaron sobre eso -dice la mujer, irritada.

Joona echa un rápido vistazo al papel que sostiene en la mano.

– Aquí dice que la policía habló con usted, pero no con su esposo.

Ella suspira con acritud.

– No sé si tiene tiempo -replica.

– Sólo nos llevará un minuto -insiste Joona, sonriendo-, se lo prometo.

La mujer se encoge de hombros y luego llama en dirección al interior del apartamento:

– ¡Tobías! ¡Es la policía!

Un momento después, un hombre se acerca con una toalla enrollada en torno a la cadera. Su piel parece arder, está intensamente bronceado.

– Hola -saluda a Joona-. Estaba tomando el sol…

– Qué agradable -responde el comisario.

– De hecho, no -responde Tobías Franzén-. Me falta una enzima en el hígado. Estoy condenado a tomar el sol dos horas al día.

– Ah, eso es muy diferente -dice Joona con sequedad.

– ¿Quería preguntarme algo?

– Quiero saber si vio u oyó algo extraño la madrugada del sábado 12 de diciembre.

Tobías se rasca el tórax. Sus dedos dejan marcas blancas en la piel bronceada.

– Ya veo, se trata de eso. Lo siento, pero no recuerdo nada en particular. En verdad no recuerdo nada en absoluto.

– Bien, muchas gracias -dice Joona asintiendo con la cabeza.

Tobías alarga un brazo para coger la manija y cerrar la puerta.

– Una cosa más…

Joona hace un gesto con la cabeza en dirección al apartamento vacío.

– Esa familia, los Rosenlund… -comienza.

– Son muy agradables. -Sonríe Tobias tiritando de frío-. Hace algún tiempo que no los veo.

– Están de viaje. ¿Sabe si alguien los ayuda con la limpieza o algo parecido?

Tobias niega con la cabeza. Bajo su bronceado, resulta obvio que ahora está pálido y tiene frío.

– Lo siento pero no tengo ni idea.

– Gracias -dice Joona, y observa cómo Tobias Franzén cierra la puerta.

Continúa con el siguiente nombre de la lista: Jarl Hammar, que vive en la planta inferior a la de Erik y Simone, un jubilado que no estaba en casa cuando acudió la policía.

Jarl Hammar es un hombre delgado que evidentemente padece la enfermedad de Parkinson. Lleva un sobrio suéter y un pañuelo en torno al cuello.

– ¿La policía judicial? -repite Hammar con un hilo de voz mientras recorre a Joona con su mirada borrosa por las cataratas-. ¿Qué quiere la policía de mí?

– Sólo quiero hacerle una pregunta -dice Joona-. ¿Es posible que viera algo fuera de lo común en el edificio o en la calle la madrugada del 12 de diciembre?

Jarl Hammar cierra los ojos y tras un breve instante vuelve a abrirlos y niega con la cabeza en dirección a Joona.

– Tomo una medicina -dice-. Hace que duerma muy profundamente.

Joona vislumbra una mujer detrás de Hammar.

– ¿Y su esposa? -pregunta-. ¿Podría hablar con ella?

El jubilado sonríe de medio lado.

– Mi esposa Solveig era una mujer maravillosa, pero por desgracia se encuentra bajo tierra: murió hace casi treinta años.

El hombre delgado se vuelve y dirige un brazo tembloroso hacia una figura oscura en el interior del apartamento.

– Ella es Anabella -dice-. Me ayuda con la limpieza y otras cosas. Lamentablemente no habla sueco, pero por lo demás es perfecta.

La figura oscura se mueve hacia la luz al oír su nombre. Anabella parece ser peruana, tiene unos veinte años, las mejillas picadas de viruela, lleva el cabello recogido de manera descuidada y es muy baja de estatura.

– Anabella -dice Joona suavemente en español-. Soy comisario de policía, mi nombre es Joona Linna.

– Buenos días -responde ella ceceando, y lo mira con sus ojos negros.

– ¿Limpias más apartamentos aquí, en este edificio?

Ella asiente dándole la razón.

– ¿Cuáles? -pregunta Joona.

– Espere un momento -dice Anabella, y piensa un instante antes de empezar a contar con los dedos-. Los pisos de Lagerberg, Franzén, Gerdman, Rosenlund y también el piso de Johansson.

– Rosenlund -dice Joona-. Es la familia que tiene un gato, ¿no es verdad?

La chica sonríe y asiente.

– Y muchas flores -agrega.

– Muchas flores -repite Joona, y ve que ella asiente de nuevo.

El comisario le pregunta entonces si notó algo raro hace cuatro noches, cuando Benjamín desapareció.

El rostro de Anabella se pone rígido.

– No -dice rápidamente e intenta escabullirse de nuevo hacia el interior del apartamento de Jarl Hammar.

– Espero que estés diciendo la verdad, Anabella -se apresura a decir Joona, y a continuación repite que se trata de algo muy importante, que un muchacho ha desaparecido.

Jarl Hammar, que ha seguido la conversación, dice con su voz ronca y temblorosa mientras extiende las manos, que se sacuden con violencia:

– Por favor, sea bondadoso con Anabella, la chica vale un imperio.

– Debe contarme lo que vio -explica Joona, resuelto, y se vuelve nuevamente hacia ella-:por favor, dime la verdad.

Jarl Hammar se ve indefenso cuando unas grandes lágrimas caen de los ojos oscuros y brillantes de Anabella.

– Disculpe -murmura ella-. Discúlpeme, señor.

– No te pongas triste, Anabella -dice el hombre, y le hace una seña a Joona-. Pase, no puedo dejarla llorando en la escalera.

Entran en el piso y toman asiento en la reluciente sala de estar. Hammar saca un tarro con galletas de jengibre mientras Anabella cuenta en voz baja que no tiene casa, que pasó tres meses sin un lugar donde vivir, escondiéndose por la noche en el hueco de la escalera y en el trastero de las casas donde limpia. Cuando le dieron las llaves del apartamento de los Rosenlund para que se ocupara del gato y de las plantas, al fin pudo asearse y dormir segura. La chica repite una y otra vez que no se ha llevado nada del piso, que no es una ladrona, que no ha cogido comida ni ha tocado nada, ni siquiera se acuesta en las camas de los Rosenlund, sino que lo hace sobre la alfombra de la cocina.

Luego mira con rostro serio a Joona y explica que tiene el sueño muy ligero, es así desde que era pequeña y debía cuidar de sus hermanos menores. El viernes por la noche oyó un ruido en la escalera y se asustó, recogió sus cosas, caminó sigilosamente hasta la puerta y espió por la mirilla.

– La puerta del ascensor estaba abierta -dice-. De repente se oyó un ruido, suspiros y pasos lentos, como si una persona anciana y pesada se acercara.

– Pero ¿ninguna voz?

Ella niega con la cabeza.

– Sólo sombras.

Joona asiente y pregunta:

– ¿Qué viste en el espejo?

– ¿En el espejo?

– Desde la puerta del piso de los Rosenlund puede verse el interior del ascensor -dice Joona.

Ella piensa un momento y luego responde que vio una mano amarilla.

– Y después de un momento -añade-, vi el rostro de ella.

– ¿Era una mujer?

– Sí, una mujer.

Anabella explica que llevaba una capucha que le hacía sombra en el rostro, pero por un breve instante pudo ver una mejilla y la boca.

– Sin duda era una mujer -repite.

– ¿De qué edad?

Ella niega con la cabeza.

– ¿Joven como tú?

– Tal vez.

– ¿Algo mayor? -pregunta Joona.

Ella asiente, pero luego dice que no está segura, que sólo vio a la mujer un segundo y que en realidad su rostro estaba oculto.

– ¿Y la boca? -inquiere Joona-. ¿Cómo era la boca de la mujer?

– Alegre.

– ¿Se la veía alegre?

– Sí, parecía contenta.

Joona no logra que Anabella le proporcione una descripción minuciosa, pide detalles, formula una y otra vez las mismas preguntas de manera distinta, hace algunas sugerencias, pero es evidente que la chica le ha contado todo lo que vio. Él le da las gracias a ella y a Jarl Hammar por su ayuda y se despide.

Mientras sube por la escalera, llama por teléfono a Anja. Hila contesta en seguida.

– Anja Larsson, policía judicial.

– Anja, ¿tienes algo ya sobre Eva Blau?

– Estoy en ello, pero resulta difícil conseguir algo si me incordias todo el tiempo con tus llamadas.

– Perdona, pero es urgente.

– Lo sé, lo sé. Pero aún no tengo nada para ti.

– De acuerdo. Llama en cuanto…

– Deja de molestarme, ¿vale? -lo interrumpe ella, y corta la comunicación.

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