Jueves 9 de diciembre, por la tarde
Joona mira el pasillo vacío y oscuro. Pronto darán las ocho de la tarde y ya sólo queda él en todo el departamento. En las ventanas brillan estrellas de adviento y los candelabros eléctricos crean un resplandor suave y redondeado al reflejarse en los cristales oscuros. Anja le ha dejado un cuenco con dulces navideños sobre el escritorio, y él come demasiados mientras redacta el informe del interrogatorio con Evelyn.
Después de que resultaron evidentes las primeras mentiras de la chica, el fiscal tomó la decisión de ponerla a disposición judicial. Le informó de sus sospechas de implicación en los asesinatos y del derecho a recibir la asistencia de un abogado. Al permanecer arrestada, tenía un plazo de tres días para decidir si se solicitaba su encarcelamiento. Para entonces, o bien tendrían indicios suficientemente sólidos de que era sospechosa como para que el tribunal considerara al menos posible su culpabilidad, o bien habría que dejarla en libertad.
Joona sabe muy bien que las mentiras de Evelyn no significan en absoluto que sea culpable de delito alguno, pero eso le da tres días para averiguar lo que oculta y por qué.
Imprime el informe, lo pone en la bandeja de salida para el fiscal, comprueba que su pistola está bajo llave en el armero, luego baja en el ascensor, sale de la comisaría y sube al coche.
A la altura de Fridhemsplan, Joona oye que suena su teléfono, pero no consigue sacarlo del abrigo. Al parecer, se ha colado al forro por un agujero en el bolsillo. El semáforo se pone en verde y los coches detrás de él empiezan a hacer sonar el claxon. Acto seguido, el comisario se mete en la parada de autobús que hay delante del restaurante de los Haré Krishna, saca el móvil y devuelve la llamada.
– Soy Joona Linna. Me acabas de llamar.
– Ah, genial -dice el asistente de policía Ronny Alfredsson-. No sabemos muy bien qué hacer.
– ¿Habéis hablado con Sorab Ramadani, el novio de Evelyn?
– No ha ido muy bien.
– ¿Habéis mirado en su trabajo?
– No es eso -dice Ronny-. Está aquí, en su piso, es sólo que no quiere abrir la puerta, no quiere hablar con nosotros. Dice a gritos que nos larguemos, que molestamos a los vecinos, que lo estamos acosando porque es musulmán.
– ¿Qué le habéis dicho?
– Nada, sólo que necesitábamos que nos ayudara en un asunto; hemos hecho exactamente lo que usted nos dijo.
– Entiendo -dice Joona.
– ¿Podemos forzar la puerta?
– Voy para allá. Dejadlo de momento.
– ¿Esperamos en el coche delante del portal?
– Sí, gracias.
Joona pone el intermitente, da media vuelta, pasa por delante del rascacielos del periódico Dagens Nyheter y se dirige hacia el puente Västerbron. En la oscuridad brillan las luces y las ventanas de la ciudad, y el cielo parece una campana gris, brumosa, por encima de ellas.
Vuelve a pensar en las escenas de los crímenes, en que hay algo peculiar en el patrón que se hace patente. Algunas circunstancias resultan sencillamente incongruentes. En el semáforo en rojo de la calle Heleneborgsgatan, aprovecha para abrir la carpeta que está sobre el asiento del acompañante. Ojea rápidamente las fotografías del polideportivo. Tres duchas sin tabiques de separación. El reflejo del flash de la cámara brilla en el alicatado blanco. En una de las imágenes se ve un utensilio para secar el agua del piso con el mango de madera. Está apoyado contra la pared. Las láminas de goma de la base están rodeadas de un charco de sangre, agua y suciedad, pelos, tiritas y una botella de gel de ducha.
Junto al desagüe del suelo hay un brazo entero. La articulación está a la vista, rodeada de cartílago y tejido muscular seccionado. El cuchillo de caza con la punta rota está en la ducha.
Nålen encontró la punta con la ayuda de la tomografía por ordenador: estaba alojada en el hueso pélvico de Anders Ek.
El cuerpo lacerado se encuentra tirado en el suelo, entre el banco de madera y las taquillas de plástico abolladas. De un gancho cuelga una cazadora deportiva de color rojo. Hay sangre por todos los lados: en el suelo, las puertas y los bancos.
Joona tamborilea con los dedos sobre el volante mientras espera a que el semáforo se ponga en verde y piensa que los técnicos extrajeron numerosas muestras de pisadas, huellas digitales, fibras y cabellos. Se trata de enormes cantidades de ADN, de cientos de personas, pero aún no hay nada que pueda relacionarse con Josef Ek. Gran parte del ADN que se ha obtenido estaba contaminado, y las mezclas eran tan complejas que los análisis del Laboratorio de la Policía Científica se han complicado.
El comisario explicó a los técnicos que debían concentrarse en buscar muestras de ADN del padre sobre Josef Ek, que la gran cantidad de sangre que cubría su cuerpo de la segunda escena del crimen no tenía ninguna relevancia. Todos los miembros de la familia que se hallaban en la casa estaban embadurnados con sangre de los otros. Que Josef estuviera manchado con la sangre de su hermana pequeña no era más extraño que el hecho de que ella lo estuviera con la sangre de él. Pero si encontraban sangre del padre sobre Josef o huellas del chico en el vestuario, entonces se lo podría relacionar con ambas escenas del crimen. Bastaba con establecer una conexión entre él y el vestuario para dictar un auto de procesamiento.
En el hospital de Huddingeå, una doctora llamada Sigrid Krans había recibido instrucciones del Laboratorio de la Policía Científica de Linköping, el organismo encargado de realizar las pruebas de ADN en Suecia, para tomarle muestras biológicas a Josef Ek.
A la altura del parque Högalid, Joona llama a Erixon, el corpulento técnico criminalístico responsable de la investigación en la escena del crimen de Tumba.
– Para ya -contesta una voz densa.
– ¿Erixon? -dice Joona-. ¿Erixon? ¿Puedes aportar alguna prueba de vida? -bromea.
– Estoy durmiendo -responde con cansancio.
– Lo siento.
– No, en realidad voy camino de casa.
– ¿Habéis encontrado muestras de Josef en el vestuario? -pregunta Joona.
– No.
– Seguro que sí.
– No -repite Erixon.
– Me parece que estás haciendo una chapuza.
– Te equivocas -replica Erixon tranquilamente.
– ¿Has metido presión a nuestros amigos de Linköping? -pregunta Joona.
– Con todo mi peso -contesta él.
– ¿Y?
– No han encontrado ADN del padre en Josef.
– No me lo creo -dice Joona-. Joder, si estaba embadurnado de…
– Ni una gota -lo interrumpe Erixon.
– No cuadra.
– Parecían la leche de contentos cuando lo dijeron.
– ¿LCN? [7]
– Ni una microgota, nada.
– Joder…, no es posible que tengamos tan mala suerte.
– Sí que lo es.
– No.
– Vas a tener que rendirte -dice Erixon.
– Claro.
Finalizan la llamada y Joona piensa que lo que a veces puede parecer un enigma depende solamente de determinadas coincidencias. El modus operandi del agresor parece idéntico en ambas escenas: las cuchilladas feroces y los intentos de descuartizamiento. Por eso resulta extraño que no hayan encontrado sangre sobre Josef si él es el autor de los crímenes. Debería estar completamente embadurnado de sangre de los distintos cuerpos, piensa Joona, y vuelve a llamar a Erixon.
– ¿Sí?
– He caído en una cosa.
– ¿En veinte segundos?
– ¿Tomasteis muestras en el vestuario de mujeres?
– Nadie miró allí. La puerta estaba cerrada con llave.
– La víctima probablemente tenía llaves.
– Pero…
– Mirad en los desagües de las duchas de mujeres -indica Joona.
Tras rodear Tantolunden, conduce por un sendero y aparca delante de los edificios altos que dan al parque. Se pregunta dónde está el coche de policía que debería estar esperándolo, comprueba la dirección y piensa que quizá Ronny y su compañero se hayan equivocado de puerta. Frunce los labios. Eso explicaría la negativa de Sorab a dejarlos pasar, ya que, si así fuese, el tipo en cuestión ni siquiera se llamaría Sorab.
Hace frío esa noche. Camina rápidamente en dirección al portal mientras piensa cómo Josef describió bajo hipnosis los sucesos ocurridos en la casa. A juzgar por la versión del chico, no hizo nada por ocultar el crimen, no se protegió. No pensó que hubiera consecuencias, sino que permitió que la sangre lo empapara por completo.
Joona Linna piensa entonces que quizá durante la hipnosis Josef Ek únicamente describió lo que él sentía en el momento de cometer los crímenes, un arrebato furioso y confuso, mientras que, en realidad, actuó metódicamente, se puso ropa impermeable de la cabeza a los pies y se duchó en el vestuario de mujeres antes de ir a casa.
Tiene que hablar con Daniella Richards, saber si ella cree que Josef Ek está en condiciones de soportar un interrogatorio.
Joona entra en el portal del edificio, saca su teléfono y ve su cara reflejada en las baldosas negras de la pared, alicatada a modo de tablero de ajedrez. La tez pálida, fría, la mirada seria y el pelo rubio revuelto. Vuelve a llamar a Ronny cuando ya se encuentra frente al ascensor, pero no recibe respuesta. Quizá hayan hecho un último intento y Sorab los haya dejado pasar. Sube hasta el sexto piso, espera a que una madre con un cochecito de bebé baje en el ascensor, y luego va hasta la puerta de Sorab y llama al timbre.
Aguarda un momento, llama con los nudillos, espera unos segundos más, empuja la portezuela del correo con la mano y dice:
– ¿Sorab? Me llamo Joona Linna. Soy comisario de la policía judicial.
Se oye un ruido tras la puerta, como si alguien se hubiera apoyado pesadamente contra ella pero luego se hubiera apartado rápidamente.
– Tú eras el único que sabía dónde estaba Evelyn -continúa.
– Yo no he hecho nada -dice una profunda voz de hombre desde el interior del piso.
– Pero…
– ¡Yo no sé nada! -grita.
– Está bien -dice Joona-. De todos modos, quiero que abras la puerta, me mires y me digas que no sabes nada.
– Márchese.
– Abre la puerta.
– Joder… ¿es que no pueden dejarme en paz? Yo no tengo nada que ver con eso, no quiero verme involucrado.
Su tono de voz es de angustia. Guarda silencio, respira profundamente y golpea algo con la mano.
– Evelyn está bien -dice Joona.
Hay un leve crujido en la portezuela del correo.
– Yo pensaba…
Se calla.
– Necesitamos hablar contigo.
– ¿De verdad no le ha pasado nada a Evelyn?
– Abre la puerta.
– Ya le he dicho que no.
– Estaría bien que pudieras acompañarnos.
Se hace el silencio por un instante.
– ¿Ha estado aquí más veces? -pregunta Joona entonces.
– ¿Quién?
– Josef.
– ¿Quién es?
– El hermano de Evelyn.
– Aquí no ha estado -dice Sorab.
– Entonces, ¿quién ha venido?
– ¿No entiende que no pienso hablar con usted?
– ¿Quién ha venido?
– ¿Acaso he dicho yo que haya venido nadie? Está intentando liarme.
– No, por supuesto que no.
De nuevo se hace el silencio. Luego se oye un sollozo repentino tras la puerta.
– ¿Está muerta? -pregunta Sorab-. ¿Evelyn ha muerto?
– ¿Por qué lo preguntas?
– No quiero hablar con usted.
Joona oye el sonido de unos pasos que se alejan y después una puerta que se cierra. En el interior del piso comienza a retumbar una música a todo volumen. Cuando el policía baja por la escalera, piensa que alguien debió de amenazar a Sorab para que le dijera dónde se escondía Evelyn.
Sale al frío de la noche y ve a dos hombres con cazadoras de Pro Gym esperando de pie junto a su vehículo. Cuando lo oyen llegar se vuelven. Uno de ellos se apoya en el capó con el teléfono contra la oreja. Joona los examina rápidamente. Ambos están en la treintena. El que está sentado en el capó lleva la cabeza afeitada, mientras que el otro va peinado como un niño. Joona calcula que este último debe de pesar más de cien kilos. Quizá practica aikido, kárate o kickboxing. Probablemente toma hormonas del crecimiento, piensa. El otro quizá lleve un cuchillo, pero posiblemente ninguna arma de fuego.
Los parterres de césped están cubiertos por una fina capa de nieve.
Joona da media vuelta como si no hubiera visto a los dos hombres y echa a andar hacia el camino iluminado.
– ¡Eh, tío! -grita uno de ellos.
Joona hace caso omiso y continúa hacia la escalera, junto a la que hay una farola y una papelera de color verde.
– ¿No quieres tu coche?
Joona se detiene y dirige una rápida mirada a la fachada del edificio. Entonces cae en la cuenta de que el hombre que está sentado en el capó está hablando por teléfono con Sorab, y que éste lo está observando desde la ventana.
El más grande de los dos se le acerca lentamente y Joona se vuelve, dispuesto a enfrentarse a él.
– Soy policía -dice.
– Y yo soy un capullo -repone el tipo.
Joona saca rápidamente su móvil y llama de nuevo a Ronny. En el bolsillo del hombre que está de pie empieza a sonar de pronto la melodía de Sweet home Alabama. El tipo sonríe ampliamente, coge el teléfono de Ronny y contesta.
– ¿Sí? Aquí la pasma.
– ¿De qué va esto? -dice Joona.
– Deja en paz a Sorab. No quiere hablar.
– ¿Creéis que podéis ayudarlo si…?
– Esto es una advertencia -lo interrumpe él-. Me importa un carajo quién seas; sólo mantente alejado de Sorab.
Joona comprende que la situación puede ponerse peligrosa, se da cuenta de que ha dejado su pistola bajo llave en el armero de la comisaría y mira a su alrededor en busca de algo que pueda servirle de arma.
– ¿Dónde están mis compañeros? -pregunta con voz tranquila.
– ¿Me has oído? Que dejes a Sorab tranquilo.
El hombre que está enfrente de él se pasa rápidamente la mano por el pelo, peinado como lo llevaría un niño, su respiración se acelera, se aproxima un poco a Joona y levanta unos centímetros del suelo el talón del pie que tiene más atrás.
– Cuando era más joven me entrené -dice Joona-, y te advierto que si me atacas me defenderé y os detendré a los dos.
– Mira cómo temblamos -replica el tipo que está apoyado en el capó del coche.
Joona no retira la mirada del hombre con el peinado infantil.
– Habías pensado darme una patada en las piernas, ¿no? -dice-. Sabes que eres demasiado torpe para dar patadas altas.
– Idiota -farfulla el otro.
Joona se mueve entonces hacia la derecha para abrir el ángulo.
– Si decides darme una patada -prosigue-, no voy a echarme hacia atrás, que es a lo que tú estás acostumbrado, sino que te golpearé en la parte trasera de la rodilla, y cuando caigas hacia atrás, te propinaré un codazo en el cuello con este brazo.
– Joder, sí que dice chorradas -dice el del coche.
– Sí -ríe el otro.
– Si tienes la lengua fuera, te la morderás y te la cortarás en dos -dice Joona.
El hombre del peinado infantil balancea un poco el cuerpo y, cuando llega la patada, es más lenta de lo esperado. Joona ya ha dado un paso adelante cuando el otro empieza el giro de cadera. Y antes de que la pierna se estire y golpee su objetivo, Joona le da una patada con todas sus fuerzas en la corva de la pierna sobre la que el hombre del peinado infantil apoya todo su peso. Ya está desequilibrado y cae hacia atrás al tiempo que Joona se vuelve y le golpea en el cuello con el codo.