Capítulo 43

Jueves 17 de diciembre, por la noche

Las escasas horas de luz del día ya han quedado atrás, y la oscuridad de la noche ha descendido nuevamente sobre la ciudad. En casi todas las ventanas al otro lado de la calle se ven estrellas de adviento. Un fuerte aroma a uvas asciende de la copa de grapa italiana que está sobre la mesita baja del salón. Simone está sentada sobre el suelo de parquet mirando algunos bocetos. Después de bajarse del coche de su padre en el cruce de las calles Sveavägen y Odengatan, se dirigió a su casa y se quitó la ropa mojada. Luego se envolvió en una manta y se acostó. Se quedó dormida en el sofá y no se despertó hasta que Kennet llamó. Más tarde llegó Sim Shulman.

Ahora está sentada en el suelo y sólo lleva puesta la ropa interior. Bebe el licor, que le hace arder el estómago. Coloca los bocetos en fila; son cuatro hojas de papel rayado que presentan una exposición que él planea para el centro de arte de Tensta.

Shulman habla por teléfono con el conservador del centro mientras camina en círculos por el salón. De repente, el suelo de parquet, que cruje bajo sus pisadas, deja de hacer ruido. Simone nota que él se ha movido para poder ver entre sus muslos. Lo nota claramente. Junta los bocetos, coge la copa y bebe un sorbo sin mirar a Shulman. Separa un poco los muslos y se imagina cómo la mirada de él intenta penetrar con ardor. Ahora él habla más lentamente, resulta obvio que quiere terminar la conversación. Simone se echa sobre su espalda y cierra los ojos, nota el calor cosquilleante en los senos mientras lo espera, la afluencia de sangre, la entrepierna húmeda. Shulman ha dejado de hablar y se acerca. Ella permanece con los ojos cerrados, separa un poco las piernas. Oye que él baja la cremallera de su pantalón. De repente nota su mano en la cadera. Él la hace rodar sobre su vientre e hincar las rodillas en el suelo, le baja las bragas y la penetra desde atrás. Simone no está preparada todavía. Ve sus propias manos delante de sí, con los dedos inmóviles sobre el parquet de roble. Las uñas, las venas del dorso de la mano. Tiene que sujetarse para no caer hacia adelante cuando él empuja dentro de ella, severo y solitario. El fuerte aroma de la grapa hace que se sienta mal. Querría pedirle a Shulman que se detuviera, que lo hicieran de otro modo. Querría empezar de nuevo en el dormitorio, estando próximos de verdad el uno del otro. Él jadea con pesadez y eyacula en su interior. Se retira y camina hacia el cuarto de baño. Simone se sube las bragas y se queda tendida en el suelo. Una extraña impotencia parece estar a punto de apoderarse de ella, de apagar sus pensamientos, sus esperanzas, su alegría. Ya no le importa nada que no esté relacionado con Benjamín.

Cuando se incorpora, ve que Shulman ya ha terminado de ducharse y sale del baño con una toalla alrededor de las caderas. Ella siente lo doloridas que están sus rodillas. Intenta sonreír al cruzarse con él y cierra la puerta del baño con el pestillo. Nota un intenso escozor en la vagina cuando se mete bajo la ducha. Una terrible sensación de soledad la baña al mismo tiempo que el agua caliente moja su pelo, corre por su cuello, sus hombros y su espalda. Se enjabona y se lava minuciosamente. Se aclara el jabón durante largo rato y alza el rostro hacia el suave flujo de agua.

A través del estruendo en sus oídos, oye un ruido sordo y entiende que están llamando a la puerta del baño.

– Simone -exclama Shulman-. Está sonando tu teléfono.

– ¿Qué?

– Tu teléfono.

– Contesta -dice ella cerrando el grifo.

– Ahora también llaman a la puerta -exclama él.

– Ya voy.

Coge una toalla limpia del armario y se seca. El baño está lleno de un vapor tibio, y su ropa interior, tirada en el suelo de baldosas húmedo. La superficie del espejo está cubierta de vaho y Simone se adivina a sí misma como un fantasma gris exento de rasgos faciales, una figura de barro. Hay un susurro extraño al otro lado de la rejilla de ventilación en el techo. Simone no sabe por qué todos sus sentidos están alertas como si se encontrara ante un grave peligro, por qué abre con sumo cuidado y en silencio la puerta del baño y espía hacia afuera. Un silencio aterrador irradia hacia ella desde todos los rincones del apartamento. Algo no anda bien. Se pregunta si Shulman se habrá marchado, pero no se atreve a llamarlo.

De repente oye el murmullo de una conversación; piensa que quizá provenga de la cocina. Pero ¿con quién está hablando? Intenta ahuyentar la sensación de terror pero no lo logra. El suelo cruje y, por el resquicio de la puerta del baño, ve pasar a alguien rápidamente por el pasillo. No es Shulman, sino una persona mucho más pequeña: una joven con ropa deportiva holgada. La chica regresa de la sala y a Simone no le da tiempo a ocultarse. Sus miradas se cruzan a través de la puerta entornada. La chica se pone rígida y Simone ve que sus ojos se dilatan de miedo. Luego niega rápidamente con la cabeza en su dirección y recorre el pasillo hacia la cocina. Su calzado deportivo deja una huella de sangre en el suelo. Una oleada de pánico se apodera de Simone, su corazón se acelera y piensa que debe salir del apartamento, marcharse lejos. Abre la puerta del baño y sale a hurtadillas al pasillo en dirección al vestíbulo. Trata de moverse sin hacer ruido pero oye su propia respiración y el suelo que cruje bajo su peso.

Alguien habla solo y revuelve los cubiertos en los cajones de la cocina. Hay un cortante ruido metálico.

A través de la oscuridad, Simone ve un bulto en el suelo del vestíbulo. Le lleva algunos segundos entender qué es lo que tiene frente a ella: Shulman yace de espaldas frente a la puerta de la calle. La sangre brota de una herida en su garganta en lentos borbotones. El oscuro charco rojo cubre casi todo el suelo. Shulman mira fijamente al techo y le tiemblan los párpados. Su boca está abierta y flácida. Junto a su mano, entre los zapatos que descansan sobre la alfombra, está su teléfono. Simone se dice que debe cogerlo, salir corriendo del apartamento y llamar a la policía y a una ambulancia. Está sorprendida por no haber tenido el impulso de gritar cuando ha visto a Shulman. Piensa que quizá debería decirle algo y de repente oye unos pasos en el pasillo. La joven regresa. A Simone le tiembla todo el cuerpo; se muerde los labios todo el tiempo e intenta mantener la calma.

– No podemos salir, la puerta está cerrada con llave -susurra la chica.

– ¿Quién ha…?

– Mi hermano menor -la interrumpe ella.

– Pero ¿por qué?…

– Pensaba que se trataba de Erik. No lo ha visto, creía…

Un cajón de la cocina cae al suelo con estrépito.

– ¿Evelyn? ¿Qué estás haciendo? -grita Josef Ek-. ¿Vienes o no?

– Escóndete -susurra la joven.

– ¿Dónde están las llaves? -pregunta Simone.

– Las tiene él, en la cocina -dice la chica, y se apresura a regresar allí.

Simone camina en silencio a través del largo pasillo y entra en el cuarto de Benjamin. Respira agitada, intenta cerrar la boca pero nota que le falta el aire. El suelo cruje debajo de ella pero Josef Ek habla todo el tiempo en voz alta en la cocina y parece no percatarse. Simone se acerca entonces al ordenador de su hijo y lo pone en marcha. Mientras se apresura a regresar, oye que el ventilador empieza a girar con un chirrido. Justo cuando entra sigilosamente en el baño oye la melodía de bienvenida del sistema operativo.

Aguarda unos segundos con el corazón galopando en el pecho, sale del baño, mira el pasillo vacío y se apresura a ir a la cocina. No hay nadie allí. El suelo está repleto de cubiertos y huellas de sangre.

Oye a los hermanos moverse en el cuarto de Benjamín. Josef maldice para sí y arroja algunos libros al suelo.

– Mira debajo de la cama -exclama Evelyn con voz asustada.

Algo cae al suelo, Simone oye arrastrar la caja de los cómics y Josef resopla que no hay nadie allí.

– Ayúdame -dice.

– En el armario -propone ella rápidamente.

– ¿Qué diablos es esto? -grita Josef.

Las llaves están sobre la mesa de roble de la cocina. Simone las coge y se apresura en silencio en dirección al vestíbulo.

– ¡Espera, Josef! -oye gritar a Evelyn.

Quizá esté revisando el segundo armario. Se oye un cristal que se hace añicos y unos fuertes pasos a lo largo del pasillo.

Simone da una zancada para sortear el cuerpo de Shulman y ve que él mueve débilmente los dedos. Entonces introduce la larga llave en la cerradura; la mano le tiembla nerviosamente.

– ¡Josef! -exclama Evelyn, desesperada-. ¡Mira en el dormitorio! ¡Creo que está en el dormitorio!

Simone gira la llave y oye un clic en la cerradura justo en el instante en que Josef Ek irrumpe en el vestíbulo y la mira fijamente. Sus pulmones dejan escapar un ronco jadeo. Simone busca a tientas la manija con el rostro vuelto hacia él. Josef empuña un cuchillo de trinchar, duda un momento pero luego echa a andar hacia ella con rápidos pasos. Las manos de Simone se sacuden tanto que no logra bajar la manija. Evelyn corre entonces hacia el vestíbulo, se lanza a las piernas de su hemano e intenta detenerlo mientras le grita que espere. Con un rápido movimiento y sin mirar, él le hace un corte en la cabeza a Evelyn con el cuchillo. Ella se lamenta, pero él sigue avanzando y Evelyn no puede seguir asiendo sus piernas. Simone logra abrir la puerta y sale dando un traspié al rellano de la escalera. La toalla resbala. Josef se aproxima a ella pero se detiene de pronto y observa su cuerpo desnudo. Detrás de él, Simone ve que Evelyn se embadurna rápidamente la mano con la sangre de Shulman que se ha derramado en el suelo. Se la pasa por el rostro y el cuello y luego se dejar caer.

– Josef, estoy sangrando -exclama-. Cariño…

Tose y queda en silencio, yace de espaldas como si estuviera muerta. Josef se vuelve hacia ella y ve su cuerpo ensangrentado.

– ¿Evelyn? -dice con la voz asustada.

Regresa al interior del vestíbulo y, cuando se inclina sobre su hermana, Simone distingue de repente el cuchillo en la mano de Evelyn, la forma en que se lo clava con una fuerza primitiva. La hoja se hunde en el torso de Josef, entre dos costillas, luego el chico queda inmóvil, ladea la cabeza y cae inerte al suelo.

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