Capítulo VI

El coronel Weston leyó en voz alta las páginas del registro del hotel.

Mayor Cowan y señora...............

Leatherhead. Regimiento de Caballería.

- Miss

Pamela Cowan.


- Master

Robert Cowan


Señores Masterman:.................

5 Marlborough Avenue, Londres N. W.

- Mister

Edward Masterman.


- Miss

Jennifer Masterman.


- Mister

Roy Masterman.


-

Master

Frederick Masterman.


Señores Gardener...................

Nueva York.

Señores Redfern....................

Crossgates, Seldon, Princess Risborough.

Mayor Barry........................

18 Cardon Street, St. James, Londres, S. W. 1.

Mister

Horace Blatt................

5 Pickergill Street, Londres, E. C. 2.

Mister

Hércules Poirot.............

Whitehaven Mansion’s, Londres, W. 1.

Miss

Rosamund Darnley..............

8 Cardigan Court, W. 1.

Miss

Emily Brewster................

Southgates, Sunburi-on-Thames.

Rev. Stephen Lane..................

Londres.

Capitán Marshall y señora..........

73 Upcott Mansion’s, Londres. S. W. 7.

-

Miss

Linda Marshall.


Se detuvo.

—Creo, señor —dijo el inspector Colgate—, que podemos borrar las dos primeras familias. La señora Castle me dijo que los Masterman y los Cowan vienen aquí regularmente todos los veranos con sus hijos. Esta mañana salieron a pasar el día en el mar y se llevaron la comida. Marcharon poco después de las nueve. Un individuo llamado Andrew Baston los llevó. Lo comprobaremos con él, pero creo que ya desde ahora podemos excluir a esa gente.

Weston asintió.

—De acuerdo. Eliminaremos todos los que podamos. ¿Puede usted hacernos alguna indicación sobre cada uno de los restantes, Poirot?

—Superficialmente, es fácil —dijo Poirot—. Los Gardener son un matrimonio de mediana edad, pacíficos y andariegos. En la conversación todo el gasto lo hace la mujer. El se limita a asentir. Juega al tenis y al golf, y tiene una especie de laconismo que resulta atractivo cuando se acostumbra uno a él.

—No parecen sospechosos —sentenció Weston.

—Luego vienen los Redfern. Mister Redfern es joven, atractivo para las mujeres, magnífico nadador, buen jugador de tenis y consumado bailarín. De su esposa ya les he hablado. Es mujer sencilla, bonita dentro de su sencillez y muy enamorada de su marido. Tiene algo de que carecía Arlena Marshall.

—¿Qué es ello?

—Talento.

—El talento no sirve para nada cuando le ciega a uno la pasión —suspiró el inspector Colgate.

—Quizá, no. Y, sin embargo, estoy convencido de que, a pesar de su apasionamiento por mistress Marshall, Patrick Redfern quiere realmente a su esposa.

—Bien pudiera ser, señor. No sería la primera vez que eso sucede.

—¡Eso es lo lastimoso del caso! —murmuró Poirot—. El cariño en esas condiciones es lo que más trabajo cuesta hacer creer a las mujeres.

«El mayor Barry, siguió diciendo Poirot, es un retirado del Ejército de la India. Gran admirador de las mujeres. Recitador de largas y aburridas historias.

—No necesita usted decir más —suspiró el inspector Colgate—. He tenido que aguantar algunas por desgracia.

Mister Horace Blatt —siguió Poirot— es, al parecer, hombre rico. Habla mucho siempre acerca de mister Blatt. Quiere ser amigo de todo el mundo. El detalle es triste, porque nadie le aprecia mucho. Y hay algo más. Mister Blatt me hizo anoche muchas preguntas. Mister Blatt estaba tranquilo. Hay algo no del todo claro en ese mister Blatt.

Hizo una pausa y prosiguió con un cambio de voz:

—Viene a continuación miss Rosamund Darnley. Su nombre profesional es Rose Mond, Ltda. Es una afamada modista. ¿Qué diré de ella? Tiene talento, chic y simpatía. No es mal parecida —Hizo una pausa y añadió—: Y es una antigua amiga del capitán Marshall.

—¡Oh, no lo sabia! —exclamó Weston, incorporándose en su asiento.

—No se habían visto desde hace años.

—¿Sabía ella que él iba a venir aquí? —preguntó Weston.

—Dice que no.

Poirot reflexionó unos instantes y prosiguió:

—¿Quién viene ahora? Miss Brewster. Yo la encuentro un poco alarmante. Tiene voz de hombre, está siempre malhumorada y es muy vigorosa. Rema y juega magníficamente al golf... Creo, no obstante, que tiene un inmejorable corazón.

—Nos queda solamente el reverendo Stephen Lane —dijo Weston—. ¿Quién es el reverendo Stephen Lane?

—Sólo puedo decir a usted una cosa. Es un individuo que está siempre en un estado de gran excitación nerviosa. A mí me parece un fanático.

Poirot guardó silencio unos minutos y quedó como abstraído.

—¿Qué le pasa? —te preguntó Weston—. Se ha quedado usted pensativo.

—Sí —dijo Poirot—, estoy pensando en que cuando mistress Marshall me pidió esta mañana que no dijese a nadie que la había visto, cruzó inmediatamente por mí imaginación una cierta conclusión. Pensé que su amistad con Patrick Redfern había originado alguna disensión en el matrimonio Marshall. Pensé que ella iba a reunirse con Patrick Redfern en algún sitio y que no quería que su marido se enterase.

»Pero ya ven ustedes que en eso —me equivoqué. El marido apareció casi inmediatamente en la playa y me preguntó si la había visto, y al poco rato llegó también Patrick Redfern y a nadie le pasó inadvertido que la andaba buscando. Y ahora, amigos, me pregunto yo: ¿Con quién fue a reunirse Arlena Marshall?

—Eso coincide con mi idea —dijo el inspector Colgate—. Sigo opinando que se trataría de algún individuo de Londres o de otra parte.

—Pero, amigo mío —replicó Poirot—, según su hipótesis, Arlena Marshall había roto con ese hombre mítico. ¿Por qué, pues, tomarse la molestia y correr el riesgo de ir a reunirse con él?.

—¿Pues quién cree usted que era? —preguntó el inspector.

—Eso es precisamente lo que no puedo imaginarme. Acabamos de leer la lista de los huéspedes del hotel; todos son hombres de mediana edad, vulgares, sin relieve... ¿Cuál de ellos preferiría Arlena Marshall sobre Patrick Redfern? No, eso es imposible. Y, sin embargo, ella fue a reunirse allá con alguien que no era Patrick Redfern.

—¿No cree usted que quisiera pasar a solas algunas horas? —preguntó Weston.

—¡Cómo se conoce que no trató usted a la muerta! —contestó Poirot—. Alguien escribió en tiempos un luminoso tratado sobre la influencia que la soledad habría ejercido sobre el bello Brummell o sobre un hombre como Newton. Arlena Marshall, amigo mío, no habría existido prácticamente en la soledad. Ella era sólo capaz de vivir a la luz de la admiración de un hombre. No, Arlena Marshall fue a reunirse con alguien esta mañana. ¿Quién era?

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