Capítulo XIII

1



Poirot se expresó de este modo:

—Una mañana, sentados en este mismo sitio, hablábamos de los cuerpos tostados por el sol, tendidos como reses sobre una losa, y fue entonces cuando se me ocurrió cuan poco diferencia hay entre un cuerpo humano y otro. La mirada atenta y valuadora distingue esta pequeña diferencia, pero no la mirada superficial y errante. Una joven moderadamente bien hecha es parecidísima a otra. Dos piernas morenas, dos brazos morenos y, entre unas y otros, un pequeño traje de baño: tal es un cuerpo tendido al sol sobre la arena. Cuando una mujer anda, cuando ríe, cuando habla, cuando vuelve la cabeza, hay en ella personalidad, individualidad. Pero en el ritual del sol, no.

»Fue aquel día cuando hablamos del Mal, de la maldad bajo el sol, como dijo mister Lane. Nuestro amigo es una (persona muy sensible; le afecta el Mal, percibe su presencia; pero aunque es un buen instrumento registrador, no supo exactamente dónde se encontraba el Mal. Para él, el Mal estaba concentrado en la persona de Arlena Marshall y casi todos los presentes se mostraron de acuerdo con esta opinión.

»Pero para mi imaginación, aunque la Maldad estaba presente, no estaba en modo alguno centralizada en Arlena Marshall. Estaba relacionada con ella, sí, pero de un modo totalmente diferente. Yo la vi en todo momento como una víctima eterna y predestinada. Porque era bella, porque tenía hechizo, porque los hombres volvían la cabeza para mirarla, suponía la gente que era ese tipo de mujer que destroza vidas y destruye almas. Pero yo la vi de un modo diferente. No era ella quien fatalmente atraía a los hombres... eran los hombres los que fatalmente la atraían a ella. Era el tipo de mujer de quien los hombres se enamoran fácilmente y de quien se cansan con la misma rapidez. Y todo lo que me contaron o pude averiguar no hizo más que afirmar mi convicción en este punto. Lo primero que se contaba de Arlena era que el hombre de cuyo divorcio fue causa rehusó casarse con ella. Fue entonces cuando el capitán Marshall, uno de esos hombres incurablemente caballeros, apareció en escena y la solicitó en matrimonio. Para un hombre tímido y reservado como el capitán Marshall, una humillación pública de cualquier clase es la peor de las torturas... De ahí su amor y compasión por su primera mujer, a quien se acusó y juzgó públicamente por un asesinato que no había cometido. Se casó con ella y encontró su mayor recompensa en la comprobación de la bondad de su carácter. Después de su muerte, otra bella mujer, quizá del mismo tipo, puesto que Linda, tiene cabellos rojos (que probablemente heredó de su madre), fue sacada a la pública ignominia. Y otra vez Marshall realiza un acto de redención. Pero esta vez no suficientemente recompensado. Arlena es estúpida, indigna de simpatía y de desinteresada protección... Pero aunque cesó de amarla y le atormentaba su presencia, continuó complaciéndola. Ella era para él como una chiquilla que no podía pasar de cierta página en el libro de la vida.

»Yo vi en Arlena Marshall, con su pasión por los hombres, una presa predestinada para un ser sin escrúpulos» En Patrick Redfern, con su buen tipo, su apostura, su innegable encanto para las mujeres, reconocí en seguida ese tipo de hombre. El aventurero que, de un modo u otro, vive a costa de las mujeres. Observando desde mi asiento en la playa, adquirí la certeza de que Arlena era la víctima de Patrick. Y asocié aquel foco de Maldad de que hablábamos con Patrick Redfern y no con Arlena Marshall.

»Arlena había entrado recientemente en posesión de una gran suma de dinero heredada de un viejo admirador que no tuvo tiempo de cansarse de ella. Arlena era de esas mujeres defraudadas invariablemente en su dinero por un hombre u otro. Miss Brewster mencionó un joven que se había «arruinado» por Arlena, pero una carta suya, encontrada en la habitación de la señora Marshall, aunque expresaba el deseo (cosa que no cuesta nada) de cubrirla de joyas, le acusaba recibo de un cheque por medio del cual aperaba escapar a determinada persecución, ¡Claro caso de un joven disipador que vive de una mujer! No tengo duda de que Patrick Redfern encontró sencillísimo inducir a Arlena a que de vez en cuando le entregase considerables sumas «para inversión». Probablemente la deslumbró con historias de grandes oportunidades que harían la fortuna de los dos. Las mujeres que viven solas y sin protección son fácil presa de esta clase de criminales... que generalmente escapan con el botín. No obstante, si hay un marido, un padre o un hermano, las cosas pueden tomar un giro desagradable para el embaucador. Cuando el capitán Marshall hubiese descubierto lo que había sido de la fortuna de su esposa, podía esperar poca clemencia por su parte.

»Sin embargo, aquello no le importaba, porque contaba con hacer desaparecer a Arlena cuando lo juzgase necesario, con la misma facilidad que había hecho desaparecer a una joven con quien se casó con el nombre de Corrigan y a quien persuadió de que hiciese un seguro de vida por una gran cantidad a su favor.

»Le ayudó en sus planes una joven que pasaba aquí por su esposa y a quien profesaba verdadero afecto. Era una joven lo más diferente del tipo de sus víctimas que puede imaginarse: fría, tranquila, desapasionada, pero resueltamente leal a su amante y actriz consumada. Desde su llegada aquí, Cristina Redfern desempeñó un papel; el papel de «la pobre mujercita», débil, ingenua, más bien intelectual que atlética. Recuerden las cualidades que fue mostrando sucesivamente. Su repugnancia a tostarse al sol, y su consiguiente piel blanca. Sus ataques de vértigo en las alturas, aquella historia de su repentina paralización en la catedral de Milán, etcétera. Tanto hizo notar su fragilidad y su delicadeza, que casi todo el mundo hablaba de ella como de una «mujercita». En realidad, era tan alta como Arlena Marshall, pero con manos y pies pequeños. Hablaba de sí misma como de una antigua maestra de escuela, procurando dar la impresión de mujer instruida y falta de cualidades atléticas. Era realmente cierto que había trabajado en un colegio... pero con el empleo de profesora de gimnasia, pues era una joven extremadamente activa que podía trepar como un gato y correr como una atleta.

»El crimen mismo, fue perfectamente planeado y calculado. Fue, como dije antes, un crimen a base de astucia y cálculo. Su adaptación al tiempo es la obra de un genio.

»En primer lugar, hubo ciertas escenas preliminares: una representada en el acantilado, conocedores ellos de que yo ocupaba el nicho inmediato, escena que consistió en un diálogo convencional entre una esposa celosa y su marido. Más tarde la mujer representó el mismo papel en una escena conmigo. En aquel momento tuve la vaga sensación de haber leído todo aquello en algún libro. No parecía real. Y es que, naturalmente, no lo era. Luego llegó el día del crimen. Era un hermoso día... detalle esencial. El primer acto de Redfern fue deslizarse muy temprano por la puerta del balcón, que abrió desde dentro. (De encontrarse abierta se habría pensado únicamente que alguien había salido por allí a tomar un baño). Bajo su albornoz ocultaba un sombrero chino de color verde, réplica del que Arlena tenía la costumbre de usar. Redfern cruzó luego la isla, descendió por la escalerilla y escondió el sombrero en un determinado lugar detrás de unas rocas. Primera parte.

»La noche anterior había quedado citado con Arlena. Tenían que tomar muchas precauciones para sus entrevistas, pues Arlena empezaba a tener miedo de su marido. Convinieron, pues, en dirigirse a la Ensenada del Duende muy temprano. Nadie acostumbraba a ir allí por la mañana. Redfern se reuniría con ella en aquel sitio, procurando no ser visto. Si Arlena Oía que alguien bajaba por la escalerilla o se presentaba algún bote a la vista, debía esconderse en la Cueva del Duende, cuyo secreto le había él comunicado, y esperar allí hasta que quedase libre la costa. Segunda parte.

»Entretanto, Cristina fue a la habitación de Linda a una hora en que suponía que la joven habría salido para tomar su baño matinal. Alteró entonces el reloj de Linda adelantándolo veinte minutos. Existía, naturalmente, el peligro de que Linda se diese cuenta de que su reloj marchaba mal, pero la contingencia no tenía gran importancia. La verdadera coartada de Cristina estaba en el tamaño de sus manos que la imposibilitaba físicamente para cometer el crimen. No obstante, era conveniente otra coartada adicional. Una vez en la habitación de Linda, advirtió el libro sobre magia y sortilegios, lo abrió por determinada página y lo leyó, y cuando Linda regresó y dejó caer un paquete de velas, se dio cuenta de lo que Linda llevaba en la imaginación. Aquello le inspiró nuevas ideas. El proyecto primitivo de la pareja culpable fue hacer recaer las sospechas sobre Kenneth Marshall: de aquí la sustracción de la pipa, un fragmento de la cual tenía que ser colocado al pie de la escalerilla de la ensenada.

»Al regreso de Linda, Cristina consiguió fácilmente que la joven la acompañase a la Ensenada de las Gaviotas. A continuación, Cristina regresó a su habitación, sacó de un maletín un frasco de tintura, se la aplicó cuidadosamente y arrojó por la ventana el frasco vacío, estando a punto de herir a Emily Brewster, que se bañaba en la playa. Tercera parte, realizada felizmente.

»Cristina se puso luego un traje de baño blanco y sobre él un par de pantalones de playa, una larga chaqueta que le cubría por completo los brazos y piernas recientemente bronceados.

»A las diez y cuarto Arlena partió para su cita, y uno o dos minutos después Patrick apareció en la playa dando vivas muestras de sorpresa y ansiedad. La misión de Cristina no podía ser más fácil. Fingiendo que había olvidado su reloj, preguntó a Linda, a las once y veinticinco, qué hora era. Linda consultó su reloj y contestó que las doce menos cuarto. La joven se metió entonces en el mar y Cristina recogió sus bártulos de dibujo. Tan pronto como Linda volvió la espalda, Cristina cogió el reloj de la joven, que había tenido que abandonar forzosamente para meterse en el agua, y lo retrasó hasta que marcó la hora verdadera. Luego subió apresuradamente por el sendero del acantilado, cruzó corriendo la estrecha faja de tierra hasta lo alto de la escalerilla, ocultó su pijama y su caja de dibujo detrás de una roca y descendió rápidamente por la escalerilla como una perfecta gimnasta.

»Arlena se encuentra en la playa preguntándose por qué Patrick tarda tanto. Ve u oye que alguien baja por la escalerilla, observa disimuladamente y descubre con sobresalto que se trata... ¡de la esposa! Abandona entonces apresuradamente la playa y se esconde en la Cueva del Duende.

»Cristina saca el sombrero de su escondite; un falso bucle de pelo cuelga por detrás, y Cristina se tiende en la playa en la apropiada actitud, con el sombrero y el bucle cubriéndole el rostro y el cuello. El ajuste del tiempo es perfecto. Uno o dos minutos después aparece a la vista el bote que lleva a Patrick y Emily Brewster. Recuerden que es Patrick quien se inclina y examina el cuerpo, ¡Patrick quien se muestra destrozado, anonadado por la muerte de su amada! Su testigo había sido cuidadosamente elegido. Miss Brewster perdería— la serenidad, no intentaría subir por la escalerilla, regresaría en bote y dejaría, naturalmente, que Patrick se quedase con el cadáver, «no fuese que el asesino anduviera todavía por allí». Miss Brewster se aleja a fuerza de remos para ir a avisa a la policía. Cristina, tan pronto como desaparece el bote, se pone en pie, corta el sombrero en trozos con las tijeras que Patrick ha llevado, los oculta en su traje de baño, sube por las escalerillas, vuelve a ponerse su pijama de playa y corre al hotel. Tiempo justo para tomar un baño ligero, quitarse la aplicación de tintura y ponerse su traje de tenis. Cristina quema después los trozos del sombrero de cartón verde y el bucle de pelo en la chimenea de Linda, añadiendo la hoja de un calendario para que se la asocie con el cartón. De este modo no es un sombrero lo que se ha quemado, sino un calendario. El monigote de cera y el alfiler, abandonados en la chimenea, demuestran que Linda ha estado ensayando también sus procedimientos mágicos...

»Luego baja a la pista de tenis y llega la última, pero sin dar muestras de agitación o apresuramiento.

»Y entretanto, Patrick va a la cueva. Arlena no ha visto nada y ha oído muy poco —un bote y voces— y ha permanecido prudentemente escondida. Pero ahora es Patrick quien la llama.

»—Estamos solos, querida —y ella sale y las manos de él le agarrotan el cuello... y aquél es el fin de la infeliz y bella Arlena Marshall...»

Se extinguió la voz de Poirot.

Reinó por un momento el silencio, que interrumpió Rosamund Darnley.

—Nos ha hecho usted verlo todo —dijo con un ligero estremecimiento—. Pero esa es la historia de lo ocurrido. Nunca nos ha dicho usted cómo llegó al conocimiento de la verdad.

Hércules Poirot reanudó su explicación.

—Le dije a usted en cierta ocasión que yo tenía una imaginación muy simple. Siempre, desde un principio, me pareció que la persona más probable, era la que había matado a Arlena Marshall. Y «la persona más probable» era Patrick Redfern. Era el tipo par excellence... el tipo de hombre que explota a las mujeres como Arlena, y el tipo de homicida, del criminal que se lleva los ahorros de la mujer y le corta el cuello en recompensa. ¿Con quién tenía Arlena que encontrarse aquella mañana? Por la expresión de su rostro, por su sonrisa, por las palabras que me dirigió... ¡con Patrick Redfern! Y, por tanto, siguiendo la lógica de las cosas, tenía que ser Patrick Redfern quien la mató.

»Pero en seguida tropecé, como le dije a usted, con la imposibilidad. Patrick Redfern no pudo matarla, puesto que estuvo en la playa, y en compañía de miss Brewster hasta el descubrimiento del cadáver. Me dediqué, pues, a reflexionar en busca de otras soluciones... y encontré varias. Arlena pudo ser muerta por su marido... con miss Darnley como cómplice. (Los dos habían mentido también en un punto que parecía sospechoso.) Arlena pudo ser muerta como consecuencia de haber sorprendido el secreto de contrabando de drogas. Pudo ser muerta, como he dicho, por un maniático religioso, y pudo ser muerta por su hijastra. En aquel momento ésta me pareció la verdadera solución. La actitud de Linda en su primera entrevista con la policía fue significativa. Una conversación que yo sostuve con ella después me convenció plenamente de una cosa: Linda se consideraba culpable.

—¿Quiere usted decir que Linda se imaginaba que había matado realmente a Arlena? —preguntó Rosamund en tono de incredulidad.

—Sí —contestó Poirot—. Recuerde que es poco más que una chiquilla. Leyó aquel libro de hechicería y medio se lo creyó. Aborrecía a Arlena. Modeló deliberadamente el muñeco de cera, le comunicó el hechizo, le clavó el alfiler en el corazón, lo fundió... Y aquel mismo día murió Arlena. Gente más vieja y más culta que Linda ha creído fervientemente en la magia. Linda creyó, naturalmente, que todo era verdad... que utilizando el sortilegio había conseguido matar a su madrastra.

—¡Oh, pobre criatura, pobre criatura! —exclamó Rosamund—. Yo creí... me imaginé algo completamente diferente... que ella sabía algo que...

Rosamund se detuvo.

—Sé lo que pensaba usted —dijo Poirot—. Realmente la actitud de usted asustó a Linda todavía más. Ella creía que su acción había ocasionado en realidad la muerte de Arlena y que usted lo sabía. Cristina Redfern contribuyó también a atemorizarla y acabó por imbuirle la idea de que las tabletas para dormir eran el medio más rápido e indoloro de expiar su crimen. Y es que, una vez que el capitán Marshall probó su coartada, era de importancia vital que apareciese un nuevo sospechoso. Y como ni Cristina ni su marido conocían lo del contrabando de drogas, se fijaron en Linda como víctima propiciatoria.

—¡Qué maldad! —exclamó Rosamund.

—Sí, tiene usted razón —asintió Poirot—. Cristina es una mujer de una crueldad y una sangre fría extraordinarias. En cuanto a mí, me encontré con una gran dificultad. ¿Era Linda culpable solamente del infantil ensayo de un sortilegio, o la había llevado su odio todavía más lejos? Traté de hacérselo confesar. Pero fue inútil. En aquel momento me encontré en grave incertidumbre. El jefe de policía se sentía inclinado a aceptar la explicación del contrabando de estupefacientes, cosa que a mí no me satisfacía. Volví a repasar los hechos: cuidadosamente. Tenía en mi poder una colección de piezas de un rompecabezas, detalles aislados, hechos concretos. El conjunto debía acoplarse hasta formar un mosaico armonioso y completo. Existían unas tijeras encontradas en la playa, un frasco arrojado por una ventana, un baño que nadie quería confesar haber tomado... detalles todos perfectamente inofensivos en sí mismos, pero transformados en significativos por el hecho de que nadie se prestaba a reconocerlos. Sin embargo debían tener un significado. Ninguno de ellos encajaba en la hipótesis de la responsabilidad del capitán Marshall, o de Linda, o de la banda de contrabandistas. Y, sin embargo, tenían que tener un significado. Volví entonces a mi primera solución, a la de que Patrick Redfern había cometido el asesinato. ¿Existía algo que lo apoyase? Si, el hecho de que faltaba una gran suma de dinero de la cuenta corriente de Arlena. ¿Quién se había llevado aquel dinero? Patrick Redfern, naturalmente. Arlena era el tipo de mujer fácilmente explotable por un hombre joven y apuesto... pero en modo alguno el tipo de mujer que se presta al chantaje. Su conducta era demasiado transparente para que ella pretendiera guardar su secreto. La hipótesis del chantaje nunca entró en mi imaginación. Y, sin embargo, alguien había sorprendido aquella conversación. ¿Pero quién? La mujer de Patrick Redfern. Fue una historia inventada por ella, sin el apoyo de su prueba exterior. ¿Por qué la inventó? La respuesta vino a mí como un rayo. ¡Para justificar la ausencia del dinero de Arlena!

»Patrick y Cristina Redfern. Los dos obraron de perfecto acuerdo. Cristina no tenía la fuerza física para estrangular a Arlena. Tuvo que hacerlo Patrick. ¡Pero aquello era imposible! Cada minuto de su tiempo hasta el hallazgo del cuerpo estaba justificado.

»Cuerpo... la palabra cuerpo removió algo en mi imaginación: cuerpos tendidos en la playa... Todos semejantes. Patrick Redfern y Emily Brewster fueron a la ensenada y vieron un cuerpo tendido allí. Un cuerpo... ¿y si no fue el de Arlena, sino el de otra persona? El rostro estaba oculto por el gran sombrero chino.

»Pero había solamente un cuerpo muerto: el de Arlena. ¿Sería entonces un cuerpo vivo?... ¿El de alguien que fingiese estar muerto? ¿Sería el de la misma Arlena, inducida por Patrick a realizar aquella especie de broma? Mi razón me contestó que no. Era demasiado arriesgado. Un cuerpo vivo... ¿de quién? ¿Existía alguna mujer capaz de ayudar a Redfern? Claro que sí... ¡su esposa! Pero ella era una criatura delicada, de piel blanca... ¡Ah, sí!, pero se venden tinturas que sirven para teñirse, frascos de tintura... frascos, frascos... Uno de ellos figuraba entre las piezas de mi rompecabezas. Sí, y después, naturalmente, un baño para quitarse la tintura y poder bajar a jugar al tenis. ¿Y las tijeras? ¡Pues para cortar aquella reproducción del sombrero era preciso que desapareciesen!, y en el apresuramiento por destruirlo quedaron olvidadas las tijeras... única cosa que la pareja de asesinos olvidó.

»¿Pero dónde estuvo Arlena durante todo aquel tiempo? Aquello estaba perfectamente claro. O Rosamund Darnley o Arlena Marshall habían estado en la Cueva del Duende, ya que el perfume que ambas usaban me lo había revelado así. Era seguro que Rosamund no había estado. Luego fue Arlena la que se ocultó allí, hasta que la costa quedó libre de enemigos.

»Cuando Emily Brewster se alejó en el bote, Patrick quedó dueño de la playa y en plena oportunidad para cometer el crimen. Arlena Marshall fue muerta a las doce menos cuarto, pero el testimonio del forense nos habla solamente de la hora más temprana posible en que pudo cometerse el crimen. Que Arlena fue muerta a las doce menos cuarto fue lo que le dijeron al doctor, no lo que él dijo a la policía.

»Quedan dos puntos más por aclarar. La declaración de Linda Marshall proporcionó a Cristina Redfern una coartada. Pero aquella declaración se fundaba a su vez en el testimonio del reloj de pulsera de Linda Marshall. Todo lo que se necesitaba probar para desmentirlo era que Cristina había tenido dos oportunidades de manipular en el reloj. Yo las encontré fácilmente. Cristina había estado sola en la habitación de Linda aquella mañana... y eso era una prueba indirecta. A Linda le oímos decir que «tenía miedo de llegar tarde», pero que cuando bajó al vestíbulo vio en el reloj colgado allí que no eran más que las diez y veinticinco. La segunda oportunidad de manipular en el reloj la tuvo Cristina tan pronto como Linda volvió la espalda para meterse en el mar.

»Queda también la cuestión de la escalerilla. Cristina había declarado siempre que no tenía cabeza para las alturas. Otra mentira cuidadosamente preparada.

»Yo tenía ya mi mosaico con cada pieza bellamente colocada en su sitio. Pero desgraciadamente no tenía pruebas concretas. Todo estaba en mi imaginación.

»Fue entonces cuando se me ocurrió una idea. El crimen había resultado tan bien, tan perfecto, que no me cabía dudar de que Patrick Redfern lo repetiría en lo futuro. ¿Pero qué decir del pasado? Era remotamente posible que éste no fuese su primer asesinato. El método empleado, estrangulación, estaba en armonía con la manera de ser de Patrick, criminal por placer, tanto como por provecho. Si había sido ya asesino, era seguro que habría utilizado los mismos me—, dios. Pedí al inspector Colgate una lista de las mujeres víctimas de estrangulación. El resultado me llenó de esperanza. La muerte de Nellie Parsons, encontrada estrangulada en unos matorrales solitarios, pudo ser o no ser obra de Patrick Redfern, pero la de Alice Corrigan respondía exactamente a lo que yo estaba buscando. El mismo método en esencia. Escamoteo del tiempo; un asesinato cometido no a la hora que indican las apariencias, sino después; un cuerpo que se supone descubierto a las cuatro y cuarto; un marido que prueba su coartada hasta las cuatro y veinticinco.

»¿Qué sucedió realmente? Se dijo que Edward Corrigan llegó a Pine Ridge, se encontró con que su esposa no estaba allí y salió y se puso a pasear arriba y abajo. Pero en realidad echó a correr a toda velocidad hacia el lugar de la cita, el bosque Caesar (que recordarán ustedes está muy cerca), la mató y regresó al café. La muchacha excursionista que informó del crimen era Una joven respetabilísima, profesora de gimnasia en un acreditado colegio de señoritas. Aparentemente no tenía relación alguna con Edward Corrigan. Tuvo que recorrer alguna distancia para dar cuenta de la muerte. El médico de la policía no examinó el cadáver hasta las seis menos cuarto. Como en nuestro caso, la hora de la muerte fue aceptada sin discusión.

»Hice una prueba final. Yo tenía que saber definitivamente si mistress Redfern era una embustera. Organicé una pequeña excursión a Dartmoor. Quien no puede resistir las alturas nunca se siente muy seguro al cruzar un estrecho puente sobre el agua. Miss Brewster, verdadera enferma en este aspecto, dio señales de vértigo. Pero Cristina Redfern, descuidada, atravesó el puente corriendo, sin un titubeo. Era un pequeño detalle, pero constituía una prueba definitiva. Y si había dicho una mentira innecesaria... todas las otras mentiras eran posibles. Entretanto Colgate había recibido la fotografía identificada por la policía de Surrey. Yo jugué entonces mi baza de la única manera que ofrecía algunas probabilidades de éxito. Una vez conseguido que Patrick Redfern se creyese seguro, me revolví contra él e hice todo lo posible para hacerle perder el dominio de sí mismo. El conocimiento de que había sido identificado como Corrigan le hizo perder la cabeza por completo.

Hércules Poirot se tocó la garganta.

—Lo que hice —añadió con aires de importancia— fue extremadamente peligroso, pero no lo lamento. ¡Triunfé! No padecí en vano.

Hubo un momento de silencio. mistress Gardener dejó escapar un profundo suspiro.

—Le felicito, mister Poirot —dijo—. Ha sido maravilloso escucharle cómo llegó a tan magníficos resultados. Su explicación ha sido tan fascinadora como una conferencia sobre criminología. ¡Y pensar que mi ovillo color púrpura y aquella conversación sobre los rayos del sol iban a influir en el descubrimiento de un crimen! No encuentro palabras con que expresar mi admiración, y estoy segara de que a mister Gardener le sucede lo mismo, ¿verdad, Odell?

—Sí, querida —contestó mister Gardener.

Mister Gardener me ayudó también mucho —dijo Poirot—. Yo necesitaba la opinión de un hombre inteligente sobre mistress Marshall, y se la pedí a mister Gardener.

—¿De veras? —dijo la señora Gardener—. ¿Y qué dijiste de la pobre mujer, Odell?

Mister Gardener tosió antes de contestar.

—Verás, querida, ya sabes que nunca me preocupé gran cosa de ella.

—Eso es lo que dicen siempre los hombres a sus esposas —comentó mistress Gardener—. Hasta mister Poirot se inclina a la indulgencia con la belleza, y la llama víctima natural, y todo lo demás Pero la verdad es que era una mujer sin cultura, y como el capitán Marshall no está ahora aquí, no me importa decir que siempre me pareció una estúpida. Así se lo dije siempre a mister Gardener, ¿no es verdad, Odell?

—Sí, querida —confirmó mister Gardener.

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