Capítulo VII

1



Cristina se quedó mirando, sin comprender lo que quiso decir. Luego contestó mecánicamente:

—Supongo que porque estaba siendo victima de un chantaje. Era una de esas personas cuya vida se prestaba a ello.

—¿Pero sabe usted que estaba siendo víctima de un chantaje? —insistió el coronel con ansiedad.

Las mejillas de la joven señora se colorearon ligeramente.

—Lo sé por casualidad —dijo con cierta sencillez—. He tenido ocasión de oír algo.

—¿Quiere usted explicarse, mistress Redfern?

La joven enrojeció todavía más.

—No he querido decir que sorprendiera ninguna conversación. Fue una casualidad. Ocurrió hace dos... no, tres noches. Estábamos jugando al bridge —se volvió hacia Poirot. —¿Recuerda usted? Jugábamos mi marido y yo, usted y miss Darnley. Hacía mucho calor en la habitación, y yo me deslicé por la galería en busca de un poco de aire fresco. Bajaba hacia la playa cuando, de pronto, oí voces. Una era de Arlena Marshall; la conocí en seguida. «Es inútil atosigarme —decía—. Ahora no pudo conseguir más dinero. Mi marido sospecharía algo.» Y contestó la voz de un hombre: «No admito excusas. Necesito el dinero inmediatamente.» Y a esto Arlena Marshall exclamó; «¡Es usted un miserable chantajista!» Y el hambre respondió; «¡Chantajista o no, usted pagará, milady

Cristina hizo una pausa.

—Volví hacia atrás y un minuto después Arlena Marshall pasó precipitadamente por mi lado. Parecía espantosamente trastornada.

—¿Y el hombre? —preguntó Weston—. ¿Sabe usted acaso quién era?

—Hablaba en voz baja —contestó Cristina—. Apenas oí lo que decía.

—¿No le sugirió a usted la voz alguna persona conocida?

—No. Era demasiado baja, como he dicho.

—Muchas gracias, mistress Redfern.

Загрузка...