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El inspector Colgate cambió su puesto en la mesa.

—Es una mujer decidida —dijo pensativo—. Ha clavado su cuchillo con toda delicadeza en el cuerpo de la muerta. —Se detuvo un minuto y continuó—: Es una lástima, en cierto modo, que se haya forjado una coartada de hierro para toda la mañana. ¿Se fijaron ustedes en sus manos? ¡Grandes como las de un hombre! Es una mujer maciza, fuerte, más fuerte que muchos hombres...

Hizo otra pausa. La mirada que dirigió a Poirot fue casi suplicante.

—¿Y dice usted, mister Poirot, que ella no abandonó ni un momento la playa esta mañana?

—Nada de eso, mi querido inspector. Bajó— a la playa antes de que mistress Marshall pudiera haber llegado a la Ensenada del Duende y la tuve a la vista hasta que marchó con mister Redfern en el bote.

—Entonces hay que excluirla también —dijo Colgate con sombrío acento.

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