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Hércules Poirot estaba sentado sobre la hierba en la parte más alta de la isla.

Un poco a su izquierda arrancaba la escalerilla de acero por la que se descendía a la ensenada del Duende. Había varios peñascos cerca de la cabeza de la escalerilla que formaban un fácil escondite para quien se propusiera descender a la playa situada debajo. Esta playa era casi invisible desde aquel sitio, debido al saliente de las rocas.

Hércules Poirot hizo un gesto de comprensión. Las piezas de su mosaico iban acoplándose magníficamente.

Poirot examinó mentalmente cada una de aquellas piezas, considerándolas como un elemento aislado.

Unos días antes, Arlena Marshall había aparecido muerta una mañana en la playa de baños. La víspera se había celebrado una partida de bridge. Él, Patrick y Rosamund Darnley se habían sentado a la mesa. Cristina había salido a la terraza y había sorprendido cierta conversación. ¿Quiénes se encontraban en el salón? ¿Quiénes habían estado ausentes?

Poirot siguió recordando y clasificando sus piezas.

Noche víspera del crimen. Poirot había sostenido una conversación con. Cristina en el acantilado, y al regreso al hotel había sorprendido cierta escena.

«Gabrielle número ocho». Un par de tijeras. Una pipa rota. Un frasco arrojado desde una ventana. Un calendario verde. Un paquete de velas. Un espejo y una máquina de escribir. Un ovillo de lana color púrpura. Un reloj de pulsera de muchacha. El agua de un baño que corre por una cañería.

Cada uno de estos hechos dispares tenía que encajar en su debido sitio. No podían quedar cabos sueltos.

Y luego, acoplada cada una de ellas en su debida posición, quedaba por colocar una última pieza: la presencia del espíritu del mal en la isla.

La Maldad...

Poirot contempló una vez más la lista que tenía en la mano:


«NELLIE PARSONS, ENCONTRADA ASESINADA EN UN MATORRAL SOLITARIO CERCA DE COBHAM. NO SE TIENE LA MENOR PISTA DEL ASESINO.»


¿Nellie Parsons?

ALICE CORRIGAN.

Leyó cuidadosamente los detalles de la muerte de Alice Corrigan.

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