Capítulo X

1



La pequeña multitud desalojó el edificio del Tribunal. La breve indagatoria había sido aplazada por quince días.

Rosamund Darnley se reunió con el capitán Marshall.

—Parece que no ha ido del todo mal, ¿eh, Kenn? —preguntó en voz baja.

El no contestó de momento. Quizá se daba cuenta de las miradas de los aldeanos fijas en él, de los dedos que casi le apuntaban como diciendo: «Ese, ése es». «¡El marido!» «Mira, allá va».

Los murmullos no eran lo suficientemente altos para llegar a su oído, pero no por eso dejaba de adivinar su significado. Aquélla era la comidilla del día. Los periodistas estaban presentes a escribir aquel «No tengo nada que decir» que se había repetido tantas veces durante la vista. Aun los cortos monosílabos pronunciados con la esperanza de que no pudieran interpretarse mal, habían reaparecido en los periódicos de la mañana en una forma completamente diferente. «Preguntado si estaba de acuerdo con que el misterio de la muerte de su esposa podía solamente explicarse en el supuesto de que un maniático homicida hubiese penetrado en la isla, el capitán Marshall declaró que...» y así por el estilo.

Las cámaras fotográficas habían funcionado incesantemente. Aun le pareció oír uno de sus chasquidos. Se volvió rápidamente, un joven fotógrafo le sonrió jovial, cumplido ya su propósito.

—El capitán Marshall y una amiga abandonando el edificio de la Audiencia después de la indagatoria —murmuró Rosamund.

Marshall hizo un gesto de mal humor.

—¡No te enfades, Kenn! —dijo ella—. Tienes que sufrirlo. ¡Y mucho más! Miradas curiosas, lenguas murmuradoras, fatuas entrevistas en los periódicos ¡Lo mejor es echarlo todo a broma! Fija una sardónica sonrisa en tus labios y procura salir así en todos esos imbéciles clisés.

—¿Lo harías tú así? —preguntó él.

—Sí —contestó ella—. Ya sé que tú no. A ti te gustaría perderte, esfumarte en el fondo del cuadro. Pero aquí no puedes hacer eso. Aquí no hay fondo donde esfumarse. Aquí destacarás como un tigre descuartizado sobre un paño blanco. ¡Eres el marido de la mujer asesinada!

—¡Por amor de Dios, Rosamund!

—¡Querido, sólo trato de animarte!

Dieron unos pasos en silencio. Luego Marshall dijo con voz acariciadora:

—Eres muy bondadosa para mí. No soy realmente ingrato, Rosamund.

Habían traspuesto los limites del pueblo. Les seguían unos ojos, pero no había nadie a la lista. La voz de Rosamund Darnley descendió de tono para repetir como una variante de su primera observación:

—La cosa no marchó del todo mal, ¿verdad?

—No lo sé —contestó él tías un momento de embarazoso silencio.

—¿Qué piensa la policía?

Por ahora se muestra muy poco comunicativa.

—Ese hombrecillo Poirot ¿se toma realmente un interés activo?

—El otro día me pareció que tenía en el bolsillo al jefe de policía —contestó Marshall.

—Lo sé... ¿Pero está haciendo algo?

—¿Cómo quieres que yo lo sepa, Rosamund?

Llegaron a la calzada. Frente a ellos, serena bajo el sol, se levantaba la isla.

—A veces todo me parece irreal —dijo de pronto Rosamund—. En este momento no puedo creer que haya sucedido...

—Creo comprenderte —dijo lentamente Marshall—. Nuestros sentidos nos engañan a veces. Imagínatelo así y no te preocupes más.

—Sí —murmuró Rosamund—, será mejor tomarlo de ese modo.

Él lanzó una rápida mirada. Luego repitió en voz baja:

—No te preocupes, querida. Todo marcha bien. Todo marcha bien.

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