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—Hay algo que necesito saber, madame.

Cristina Redfern miró a Poirot de un modo ligeramente abstraído.

—¿Sí? —dijo.

Poirot no tomó en cuenta su abstracción. Había observado que su mirada seguía la figura de su marido, que se paseaba por la terraza exterior del bar, pero por el momento no sentía el menor interés por problemas puramente conyugales. Buscaba detalles de otra especie.

—Sí, madame —insistió—. El otro día dijo usted una frase... una frase casual que llamó mi atención.

La mirada de Cristina seguía fija en Patrick.

—¿Sí? —repitió—. ¿Qué dije?

—Fue en contestación a una pregunta del jefe de Policía. Describió usted cómo entró en la habitación de miss Linda Marshall la mañana del crimen, que encontró a la muchacha ausente y que al poco tiempo regresó, y entonces fue cuando el jefe de Policía preguntó a usted dónde había estado la joven.

—Y yo contesté que bañándose, ¿no es eso? —dijo Cristina con cierta impaciencia.

—No es eso precisamente —replicó Poirot—. Usted no contestó que «se había estado bañando». Sus palabras fueron que «ella dijo que se había estado bañando».

—Me parece que es la misma cosa —repuso Cristina.

—¡No es la misma cosa! La forma de su respuesta indica una cierta actitud de imaginación por su parte. Linda Marshall entró en la habitación, llevaba una capa de baño y, sin embargo, por cierta razón, usted no explicó inmediatamente que había estado bañándose. Lo demuestran las palabras que usted empleó: «Dijo que había estado bañándose». ¿Qué hubo en su aspecto, en sus modales, en algo que llevaba o en algo que dijo que influyó en su ánimo para sentirse sorprendida cuando manifestó que había estado bañándose?

La atención de Cristina abandonó a Patrick para concentrarse enteramente en Poirot.

Se sentía interesada.

—Es usted muy perspicaz —dijo—. Es cierto, ahora recuerdo que... me sentí ligeramente sorprendida cuando Linda dijo que había estado bañándose.

—Pero, ¿por qué, madame, por qué?

—¿Que por qué? Eso es precisamente lo que trato de recordar. ¡Oh, sí!, creo que era el paquete que llevaba en la mano.

—¿Llevaba un paquete?

—Sí.

—¿No sabe usted lo que contenía?

—¡Oh, sí! El cordel se rompió. Lo habían atado muy flojo. Eran velas... y se desparramaron por el suelo. Yo la ayudé a recogerlas.

—¡Ah! —dijo Poirot—. Velas.

Cristina le miró con curiosidad.

—Parece usted emocionado, mister Poirot.

—¿Dijo Linda por qué había comprado las velas? —preguntó el detective.

Cristina reflexionó.

—No, no creo que lo dijera. Supongo que serían para leer por la noche... quizá la luz eléctrica no era buena.

—Por el contrario, madame; junto a su lecho hay una lámpara eléctrica en perfecto estado.

—Entonces no sé para qué las quería —confesó Cristina.

—¿Cómo reaccionó cuando se rompió el cordel y cayeron las velas?

—Pareció un poco confusa... azorada... sí, azorada —contestó Cristina.

—¿Advirtió usted si había algún calendario en su habitación?

—¿Un calendario? ¿Qué clase de calendario?

—Posiblemente un calendario verde... con hojas, para arrancar.

Cristina cerró los ojos en un esfuerzo de memoria.

—Un calendario verde... de un verde algo chillón... Sí, yo he visto un calendario como ése... pero no puedo recordar dónde. Pudo ser en la habitación de Linda, pero no estoy segura.

—Pero usted ha visto definitivamente tal cosa.

—Sí. ¿Pero qué pretende usted, mister Poirot? ¿A qué viene todo esto?

Por toda contestación Poirot sacó un pequeño volumen encuadernado en cuero color castaño.

—¿Ha visto usted esto alguna vez? —preguntó.

—Pues... no estoy segura... ¡Ah, sí! Linda lo estaba examinando el otro día en la librería del pueblo. Pero lo cerró y lo volvió rápidamente al estante cuando me aproximé. Ello me hizo preguntarme de qué se trataba.

Poirot mostró silenciosamente el título:

«Historia de brujerías y sortilegios y breve tratado de preparación de venenos que no dejan rastro.»

—No comprendo —dijo Cristina—. ¿Qué significa este título tan extraño?

—Puede significar muchísimo, madame —contestó gravemente Poirot.

Ella le miró interrogadora, pero él no dio más explicación. En su lugar dijo:

—Una pregunta más, madame. ¿Tomó usted aquella mañana un baño antes de salir a jugar al tenis?

—¿Un baño? —repitió Cristina, extrañada—. No. No habría tenido tiempo y, de todos modos, no habría tomado un baño antes de jugar al tenis... lo habría tomado después.

—¿Utilizó usted su cuarto de baño cuando volvió?

—Me pasé una esponja por la cara y las manos; eso fue lo que hice.

—¿No abrió usted los grifos del baño?

—No; estoy segura de que no los abrí.

—Muy bien. Carece de importancia el detalle —terminó diciendo Poirot.

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