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Mister y mistress Gardener comparecieron juntos ante la autoridad.

Mistress Gardener inició su explicación inmediatamente:

—Espero que comprenderá usted lo que voy a decirle, coronel Weston, ¿es así como se llama usted? —Segura sobre este punto, prosiguió—: Lo sucedido ha sido un golpe terrible para mí y para mister Gardener, siempre cuidadoso de mi salud...

—Mi señora es una mujer muy sensible —intercaló mister Gardener.

—Cuando me llamó usted, me dijo: «Pues claro que te acompañaré, Carrie». Los dos sentimos la mayor admiración por los métodos de la policía británica. A mí siempre me han dicho que los procedimientos de la policía ingle»a son los más refinados y delicados, cosa que nunca he puesto en duda, y recuerdo que una vez que perdí una pulsera en el Hotel Savoy no he conocido a nadie más amable y simpático que el joven que vino a hablarme del asunto. Realmente yo no había perdido la pulsera, sino que había olvidado dónde la había puesto, y este es el inconveniente de andar siempre de prisa, que olvida una dónde pone las cosas... —Mistress Gardener hizo una pausa, respiró profundamente y prosiguió su discurso—: Vengo, pues, a decirles, y mister Gardener está de acuerdo conmigo, que no deseamos otra cosa que ayudar en lo posible a la policía británica. Así que puede usted preguntarme todo lo que desee, que yo...

El coronel Weston abrió la boca para aprovechar aquella invitación, pero tuvo que aplazarlo momentáneamente en espera de que mistress Gardener terminase.

—¿No es cierto que te lo dije así, Odell?

—Así fue, querida —contestó mister Gardener.

—Tengo entendido, mistress Gardener, que usted y su marido estuvieron toda la mañana en la playa —se apresuró a intercalar el coronel Weston.

Por una vez, mister Gardener fue quien contestó primero.

—Así es —dijo.

—Claro que estuvimos —confirmó mistress Gardener—. Hizo una deliciosa mañana y no teníamos la menor idea de lo que estaba ocurriendo en un rincón de aquella solitaria playa.

—¿No vieron ustedes a mistress Marshall en todo el día?

—No, señor. Por cierto que dije a Odell: ¿adónde habrá ido mistress Marshall esta mañana? Luego vimos que su marido la buscaba y que el joven mister Redfern estaba tan impaciente que no paraba en ningún sitio y no hacía más que volver la cabeza para mirar a todo el mundo. Yo me dije: «parece mentira que teniendo una mujercita tan mona ande detrás de esa temible mujer». Porque eso es lo que siempre me ha parecido mistress Marshall, ¿verdad, Odell que te lo dije?

—Sí, querida.

—No puedo explicarme cómo un hombre tan simpático como ese capitán Marshall ha llegado a casarse con ella, y más teniendo una hija tan crecida y sabiendo lo importante que es para las jóvenes educarse bajo una buena influencia. Mistress Marshall no era la persona adecuada, ni por su educación ni por sus principios. Si el capitán Marshall hubiese tenido algún sentido se habría casado con miss Darnley, que es una mujer encantadora y distinguidísima. Debo decir que admiro la manera que ha tenido de abrirse camino montando un negocio de primera clase. Se necesita talento para hacer una cosa como ésa y no tienen ustedes más que mirar a Rosamund Darnley para comprender lo inteligente que es. Puede planear y realizar todo cuanto se proponga por importante que sea. Pueden creer que admiro a esa mujer más de lo que sé expresar. El otro día le dije a mister Gardener que cualquiera podía ver que estaba enamoradísima del capitán Marshall, ¿Verdad, Odell?

—Sí, querida.

—Parece ser que se conocen desde chiquillos, y quién sabe si ahora se les arreglará todo, desaparecido el estorbo de aquella mujer. No tengo un criterio estrecho, coronel Weston, y no es que desapruebe ciertas cosas... muchas de mis mejores amigas son actrices..., pero siempre dije a mister Gardener que esa mujer era muy peligrosa. Y ya ven ustedes que he acertado.

Guardó silencio, triunfante. Los labios de Poirot dibujaron una leve sonrisa. Sus ojos sostuvieron por un minuto la penetrante mirada de mister Gardener.

—Bien, muchas gracias, mister Gardener —dijo el coronel Weston con acento de desesperación—. Supongo que ninguno de ustedes habrá observado durante su estancia en el hotel nada que tenga relación con el caso que nos ocupa.

—Ciertamente que no —contestó mister Gardener—. La señora Marshall se dejó acompañar por el joven Redfern la mayor parte del tiempo... pero es cosa que vio todo el mundo.

—¿Y su marido? ¿Cree usted que se sentía ofendido?

—El capitán Marshall es hombre muy reservado —contestó cautamente mister Gardener.

—¡Oh, sí! —contestó mistress Gardener—, ¡es un verdadero británico!

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