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Hércules Poirot se aproximó a la mesa donde mistress Gardener luchaba con un rompecabezas. Ella levantó la mirada y se sobresaltó.

—¡Caramba, mister Poirot, qué silenciosamente se ha acercado usted! No le oí en absoluto. ¿Acaba usted de regresar de la investigación? Cada vez que me acuerdo de ese asunto me pongo nerviosa. No sé qué hacer. Por eso me he puesto a componer este rompecabezas. Sentía que no podría pasar el tiempo en la playa como de costumbre. Mister Gardener sabe muy bien que cuando se me alteran los nervios, no hay nada como uno de estos rompecabezas para calmarme. Por cierto que no sé dónde colocar esta pieza blanca. Debe de formar parte de la alfombrilla de piel, pero no me parece ver...

Poirot le quitó suavemente el trozo de madera de la mano.

—Encaja aquí, madame —dijo—; forma parte del gato.

—No puede ser. Es un gato negro —replicó la dama.

—Un gato negro, sí, pero ya sabe que la punta del rabo de los gatos negros suele ser blanca.

—¡Oh, es cierto! ¡Qué talento tiene usted! Pero yo creo que los que hacen los rompecabezas tienen que poner lo contrario de lo natural para engañarle a uno —mistress Gardener encajó otra pieza y siguió hablando—: Sabrá usted, mister Poirot, que le vengo observando desde hace un par de días. Quería verle trabajar como detective, cosa que me parecería un juego, de no haber una pobre criatura muerta. ¡Oh, Dios mío, cada vez que me acuerdo de ello me dan escalofríos! Esta mañana le dije a mister Gardener que deseaba marcharme cuanto antes de aquí, y ahora que la investigación ha terminado dice que cree que podremos salir mañana, cosa que sería una bendición. Pero volviendo al detectivismo, me gustaría conocer sus métodos... y me sentiría muy honrada si usted me los explicase.

—Es algo parecido a su rompecabezas, madame —dijo Poirot—. No se trata de otra cosa que de ensamblar las piezas Es como un mosaico; muchos colores y diseños, y cada piececita de forma extraña tiene que encajar perfectamente en su debido sitio.

—¡Oh!, ¿no es interesante? ¡Y qué bellamente lo ex plica usted!

—Y a veces —prosiguió Poirot— es como la pieza de que acabamos de hablar. Uno coloca metódicamente las piezas del rompecabezas, eligiendo los colores, pero no puede impedir que una pieza de un color que debiera al parecer encajar en una alfombrilla, encaje en su lugar en la cola de un gato negro.

—¡Oh, es fascinador! ¿Y hay muchas piezas, mister Poirot?

—Sí, madame. Casi todos los de este hotel me han dado una pieza para mi rompecabezas. Usted entre ellos.

—¿Yo?

—Sí; una observación suya, madame, me fue utilísima. Debiera decir que iluminadora.

—¡Oh!, ¿no es encantador? ¿No puede usted decirme algo más, mister Poirot?

—¡Ah, madame!, me reservo las explicaciones para el último capítulo.

—¿No es un fastidio? —murmuró mistress Gardener.

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