Capítulo 88

Fuera, ya era casi de noche. Como un loco, Roy Grace repasó con la mirada las páginas y páginas del registro de incidencias de hoy en el ordenador, buscando algo que pudiera ser relevante para los dos casos. No encontró nada. Echó un vistazo a la bandeja de entrada de su correo electrónico, borró varios mensajes que le habían mandado con copia y escribió algunas contestaciones rápidas. Luego miró su reloj. Hacía quince minutos que Cleo le había dicho que volvería a telefonearle.

De repente, notó un nudo de angustia en el estómago y pensó en lo mucho que la quería, en lo insoportable que le resultaba la idea de que le ocurriera algo malo. Igual que le había pasado con Sandy durante muchos años, comenzaba a sentir que Cleo era la roca a la que estaba amarrada su vida. Una roca buena, sólida, preciosa, divertida, encantadora, cariñosa e inteligente. Pero que a veces estaba a la sombra, no al sol.

Roy, ésta no es la mujer que Lesley y yo vimos la semana pasada. La verdad es que estamos convencidos de que vimos a Sandy. Saludos, Dick.

Dios santo, pensó, todo sería mucho más sencillo si Dick hubiera contestado que sí, que ésa era la mujer que habían visto. No habría puesto un punto final al caso, pero al menos Munich quedaría atrás. Ahora sentía la llamada otra vez, pero en estos momentos era incapaz de pensar en ello. Recordaba demasiado bien que ayer algún capullo había rajado la capota del MG de Cleo, a plena luz del día, delante del depósito de cadáveres.

El lugar atraía a todo tipo imaginable de bichos raros y enfermos, que en Brighton abundaban. Aún le costaba comprender que Cleo pudiera disfrutar trabajando allí tanto como decía. Uno podía acostumbrarse a casi todo, claro. Pero eso no significaba que te gustara.

Quienes rajaban las capotas de los coches lo hacían en calles urbanas, y bien era gente que quería robar algo, bien gamberros arrogantes que pasaban por ahí en plena noche, colocados o borrachos. La gente no entraba en el aparcamiento de un depósito de cadáveres, en especial una tarde calurosa de domingo. No habían robado nada del coche. Sólo era un acto desagradable e intencionado de vandalismo. Seguramente algún delincuente envidioso.

Pero ¿estaba esa persona fuera del depósito ahora?

«Llámame. Por favor, llámame.»

Abrió un documento adjunto e intentó leer la agenda para este año del simposio anual de la Asociación Internacional de Investigadores de Homicidios, que se celebraba en Nueva Orleans y para el que sólo quedaban unas semanas.

Le resultaba imposible concentrarse.

Entonces sonó el teléfono. Lo cogió y dijo aliviado:

– ¡Hola!

Pero era Jane Paxton, para decirle que Bishop estaba a punto de ver a su abogado y que ella se dirigía a la sala de observación en el bloque de detención. Le sugirió que estuviera allí dentro de unos diez minutos.

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