Capítulo 90

Mientras Grace cruzaba el asfalto que separaba la entrada trasera de Sussex House del centro de detención, pasando por delante de una hilera de cubos de basura, una sombra nublaba su mente. Llevaba el móvil pegado a la oreja y el nudo de angustia en la garganta se tensaba cada vez más. La preocupación le secaba la boca. Ya habían pasado veinte minutos. ¿Por qué no llamaba? Se quedó escuchando mientras el móvil de Cleo saltaba otra vez directamente al buzón de voz; luego marcó el número del depósito. Como antes, la llamada pasó al contestador al cuarto tono. Pensó en subirse a un coche y plantarse allí, pero sería una irresponsabilidad. Tenía que estar aquí, supervisando el interrogatorio.

Así que telefoneó al centro de recursos y explicó al controlador quién era y qué preocupación tenía. Para su alivio, el hombre le contestó que en estos momentos había una unidad por esa zona, así que podían mandarla al depósito enseguida. Grace le preguntó si podía volver a llamarle o que lo hiciera alguno de los agentes del coche patrulla cuando llegaran al lugar, para informarle de la situación.

Tenía un mal presentimiento. Muy malo. Aunque sabía que Cleo siempre cerraba con llave las puertas del depósito, y que había cámaras de seguridad, no le gustaba que estuviera sola allí de noche. En particular después de lo que había ocurrido ayer.

Entonces, tras acercar la tarjeta de seguridad al ojo gris interflex junto a la puerta, entró en el centro de detención, pasó por delante del poste central, donde, como siempre, estaban fichando a algún delincuente triste -éste un joven rasta delgaducho con una camiseta sucia, pantalones de camuflaje y sandalias- que era conducido por la puerta interna de seguridad y las escaleras hasta el primer piso.

Jane Paxton ya estaba sentada en la pequeña sala de observación, delante de un monitor, que estaba encendido pero sin imagen. Tanto el vídeo como el audio estarían apagados, para que Brian Bishop pudiera hablar en privado con su abogado, hasta que comenzara formalmente el interrogatorio. Había tenido la amabilidad de llevar dos botellines de agua. Grace dejó su libreta en la mesa delante de la silla vacía, luego fue a la pequeña cocina al final del pasillo y se preparó una taza de café bien cargado. Era una lata grande de una marca barata que parecía llevar allí un buen tiempo y olía a rancio. Algún imbécil había dejado la leche fuera y se había echado a perder, así que se tomaría el café solo.

Al entrar en la sala dijo:

– No querías té o café, ¿verdad?

– No tomo nunca -dijo ella remilgadamente, con una débil reprimenda en la voz, como si acabara de ofrecerle alguna droga de primera clase.

Mientras dejaba la taza en la mesa, el altavoz crujió y el monitor cobró vida. Ahora podía ver a los cuatro hombres en la sala de interrogatorios: Branson, Nicholl, Bishop y Lloyd. Tres de ellos se habían quitado la chaqueta. Los dos inspectores llevaban corbata, pero se habían remangado la camisa.

En la sala de observación, podían elegir entre dos cámaras, y Grace encendió la que le ofrecía la mejor imagen de la cara de Bishop.

Dirigiéndose al hombre, mirando de vez en cuando a su abogado, Glenn Branson comenzó con la fórmula estándar para todas las sesiones de interrogatorio con los sospechosos:

– Este interrogatorio está siendo grabado en vídeo y audio y puede ser monitorizado a distancia.

Grace vio que miraba breve y atrevidamente hacia arriba.

Branson volvió a leer sus derechos a Bishop, que asintió con la cabeza.

– Son las 22.15 de la noche del lunes 7 de agosto -continuó-. Soy el sargento Branson. ¿Puede cada uno de ustedes identificarse para que conste en la grabación?

Brian Bishop, Leighton Lloyd y el inspector Nicholl se presentaron. Cuando acabaron, Branson prosiguió:

– Señor Bishop, ¿puede relatarnos, con el máximo detalle posible, sus movimientos durante las veinticuatro horas previas al momento en que el inspector Nicholl y yo fuimos a verle al club de golf North Brighton el viernes por la mañana?

Grace observó atentamente mientras Brian Bishop daba su versión. A modo de introducción, declaró que, por lo general, iba en tren a Londres los lunes por la mañana temprano, pasaba la semana solo en su piso de Notting Hill, trabajando hasta tarde, a menudo con reuniones hasta ultima hora, y regresaba a Brighton los viernes por la tarde para pasar el fin de semana. La semana pasada, dijo, como tenía un torneo de golf que comenzaba a primera hora del viernes, como parte de las celebraciones del centenario del club, había ido en coche a Londres el domingo por la noche para tenerlo allí y poder ir directamente al club de golf el viernes por la mañana.

Grace anotó en su libreta esta excepción en la rutina de Bishop.

Bishop relató su día en el trabajo, en las oficinas de su empresa, International Rostenng Solutions PLC, en Hanover Square, donde estuvo hasta la noche, cuando fue caminando hasta Piccadilly para cenar con su asesor financiero, Phil Taylor, en un restaurante llamado Wolseley.

Phil Taylor, explicó, se encargaba de su declaración anual de impuestos. Después de la cena, se marchó del restaurante y fue a su piso, un poco más tarde de lo que había programado y tras beber más de la cuenta. Durmió mal, contó, en parte por culpa de los dos expresos largos y el brandy que había tomado y, en parte, porque le preocupaba quedarse dormido y llegar tarde al club de golf a la mañana siguiente.

Ciñéndose rígidamente a su guión, Branson repasó el relato, preguntando por detalles específicos aquí y allí, en particular sobre los relativos a la gente con la que había hablado durante el día. Le preguntó si recordaba haber hablado con su mujer y Bishop contestó que sí, sobre las dos de la tarde, cuando Katie lo llamó para comentar la compra de unas plantas para el jardín, ya que Bishop planeaba dar una recepción en el jardín para su comité ejecutivo un domingo a principios de septiembre.

Bishop añadió que cuando llegó a casa después de cenar con Phil Taylor telefoneó a British Telecom para solicitar una llamada despertador a las cinco y media de la mañana.

Mientras Grace anotaba aquel dato, le sonó el móvil. Era un policía de voz joven que se presentó como el agente David Curtis; le comentó que se encontraba delante del depósito de cadáveres de Brighton y Hove, que las luces de las instalaciones estaban apagadas y que todo parecía tranquilo y en orden.

Grace salió de la sala y le preguntó si veía un MG deportivo azul aparcado fuera. El agente Curtis le dijo que el área de estacionamiento estaba vacía.

Grace le dio las gracias y colgó. Al instante marcó el número de casa de Cleo, que contestó al segundo tono.

– ¡Hola! -dijo con alegría-. ¿Cómo va?

– ¿Estás bien? -le preguntó él, increíblemente aliviado de escuchar su voz.

– ¿Yo? ¡Genial! ¡Tengo una copa de vino en la mano y estoy a punto de meterme en la bañera! -dijo adormilada-. ¿Tú cómo estás?

– He estado preocupadísimo.

– ¿Por qué?

– ¿Por qué? ¡Dios mío! ¡Me has dicho que había alguien por fuera del depósito! ¡Ibas a llamarme enseguida! Yo… Creía…

– Sólo eran un par de borrachos -dijo-. Buscaban el cementerio de Woodvale… Decían que iban a presentarle sus respetos a su madre.

– ¡No me hagas esto! -dijo Grace.

– ¿El qué? -preguntó ella, todo inocencia.

Él sacudió la cabeza, aliviado y sonriendo.

– Tengo que volver a entrar.

– Claro que sí. Eres el inspector principal de un caso importante.

– Qué graciosa, me meo.

– Como yo, al llegar a casa. Voy a darme un baño. ¡Buenas noches!

Grace volvió a entrar en la sala de observación, sonriendo, exasperado y aliviado.

– ¿Me he perdido algo? -le preguntó a Jane Paxton.

Ella negó con la cabeza.

– El sargento Branson es bueno -dijo.

– Díselo después. Necesita que lo animen. Tiene el ego por los suelos.

– ¿Qué os pasa a los hombres con el ego? -le preguntó ella.

Grace le miró la cabeza, que asomaba por la tienda de campaña de su blusa, la papada y el pelo lacio, y luego la alianza y el solitario que lucía en el dedo rechoncho.

– ¿Tu marido no tiene ego?

– Pobre de él.

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