Cleo Morey se marchó del depósito, junto con Darren, unos minutos antes de las cinco y media. Después de cerrar la puerta principal y bajo el sol resplandeciente y cálido, dijo:
– ¿Qué hacéis esta noche?
– Iba a llevarla al cine, pero hace demasiado calor -dijo, mirando a su jefa con los ojos entrecerrados por culpa del sol-. Iremos a la Marina, a tomar algo. Han abierto un sitio nuevo que quiero ver, el Rehab.
Cleo lo miró con recelo. A sus veinte años, con el pelo negro de punta y el rostro alegre con barba de tres días, podría haber acabado fácilmente, con un simple giro de la vida, como tantos de los jóvenes sin futuro que ocupaban las aceras y los portales de esta ciudad todas las noches, adictos a las drogas, dormidos, mendigando, robando. Pero era evidente que él había nacido con energía. Trabajaba mucho, era una compañía agradable y la vida le iba bien.
– ¿Rehab?
– Sí, es bar y restaurante. Tiene clase. Voy a darme un lujo… Es una tía especial. Te invitaría a venir, pero ya sabes, ¡dos son multitud y todo eso!
Cleo sonrió.
– ¡Qué morro! Además, ¿quién dice que esta noche yo no tengo una cita también?
Darren pareció confuso por un momento.
– ¿Ah, sí? -replicó, alegrándose por ella-. A ver, déjame adivinar con quién.
– ¡No es asunto tuyo!
– Supongo que no trabajará para el Departamento de Investigación Criminal, ¿verdad?
– ¡He dicho que no es asunto tuyo!
– Entonces no deberías pegarte el lote con él en el despacho, ¿no? -Le guiñó un ojo.
– ¿Qué? -exclamó ella.
– Olvidaste que hay una cámara, ¿verdad?
Con una sonrisa amplia, Darren se despidió alegremente y fue hacia su coche.
– ¡Mirón! -gritó ella-. ¡Voyeur! ¡Pervertido!
El chico se dio la vuelta mientras abría la puerta de su pequeño Nissan rojo.
– En realidad, si quieres saber mi opinión, ¡hacéis muy buena pareja!
Cleo le enseñó un dedo. Luego añadió por si acaso:
– Y no bebas mucho. Recuerda que esta noche estamos de guardia.
– ¡Mira quién fue a hablar!
Aún sonreía unos minutos después mientras sorteaba la rotonda y entraba en el aparcamiento cubierto de Sainsburys. Su mente estaba concentrada en lo que iba a cocinarle al agente del Departamento de investigación Criminal con el que se había «pegado el lote en el despacho», como había dicho Darren. Puesto que hacía una noche espléndida, decidió preparar una barbacoa en la terraza. A Roy Grace le gustaban el marisco y el pescado.
Delante de ella había una plaza de aparcamiento, así que estacionó. Primero iría a la pescadería y compraría gambas frescas, si había, y filetes de atún. Un par de mazorcas de maíz. Ensalada. Y unos boniatos, que quedaban riquísimos asados. Y una botella de un vino rosado bueno. De acuerdo, quizá no compraría sólo una.
Estaba deseando que llegara la noche y esperaba que Grace pudiera escaparse de la investigación a una hora razonable. Parecía que hacía mucho tiempo de la última vez que habían pasado una noche juntos de verdad y estaría bien recuperar el tiempo perdido. Se dio cuenta de que le echaba de menos, le echaba de menos siempre que no estaba con él. Pero todavía le perseguía el espectro de Sandy y su visita a Munich, quería saber todo lo que había ocurrido.
De sus anteriores relaciones había aprendido que justo cuando creías que todo era perfecto, la vida podía dar un vuelco inesperado.