Insólitamente, no había sitio para aparcar en la calle de delante de la verja de su casa, así que Cleo tuvo que dar vueltas para encontrar uno. Guardando una distancia de seguridad detrás de ella, el Multimillonario de Tiempo observó que la parte trasera del MG azul desaparecía al doblar una esquina, el intermitente derecho parpadeando. Entonces sonrió.
Mandó un mensaje breve y rápido a Dios para darle las gracias.
¡Esta calle era mucho mejor! Paredes altas sin ventanas a la derecha. La pared escarpada de un acantilado de ladrillo rojo. A la izquierda, a lo largo de toda la calle, había una valla azul de una obra, con verjas cerradas con candado. Encima había un dibujo de tres metros de la urbanización terminada -un complejo de pisos y tiendas elegantes- con el siguiente letrero:
LAINE WEST.
MÁS QUE UNA VIVIENDA:
¡UN ESTILO DE VIDA ECOLÓGICO Y URBANO!
Cleo había encontrado un sitio y estaba estacionando marcha atrás. ¡Fantástico!
Fijó la atención en las luces de freno. Cuanto más tiempo las miraba, más brillantes le parecían. ¡Rojo para el peligro, rojo para la suerte, rojo para el sexo! Le gustaban las luces de freno; las contemplaba igual que muchas personas se quedaban mirando una hoguera. Y lo sabía todo sobre las del coche de Cleo Morey. El tamaño de la bombilla; la potencia; cómo se cambiaban; cómo estaban conectadas a la instalación eléctrica del vehículo; cómo se activaban. Lo sabía todo sobre su coche. Había estado toda la noche leyendo el manual de taller y también navegando por la red. Eso era lo bueno de internet. No importaba qué hora del día o de la noche fuera, siempre encontrabas a algún chalado triste que podía contarte más cosas sobre el mecanismo de apertura de las puertas de un MG TF 160 del 2005 que el propio fabricante.
¡Cleo había bajado del coche! Llevaba unos vaqueros que acababan en las pantorrillas. Zapatillas rosas. Una camiseta blanca. Sacó tres bolsas de Sainsbury's del maletero y se colgó la tira de su bolso grande de lona en el hombro.
El Multimillonario de Tiempo pasó por delante de ella y giró a la derecha. Luego otra vez a la derecha. Se acercó a la parte delantera de su edificio. La vio delante de la verja, intentando torpemente un acto de equilibrio para sujetar las bolsas de supermercado e introducir el número en el panel. Entonces entró y la verja se cerró tras ella con un ruido metálico.
Esperaba que no volviera a salir esta noche. Tendría que arriesgarse. Pero, naturalmente, contaba con la ayuda de Dios.
Realizó una vuelta completa más, para asegurarse de que Cleo no había olvidado algo en el coche y corría a buscarlo. Las mujeres hacían esas cosas, lo sabía.
Al cabo de diez minutos, decidió que era seguro. Bloqueando la calle momentáneamente, aunque no venía nadie, aparcó el Prius en doble fila junto a un Volvo lleno de polvo y cubierto de excrementos de pájaro que parecía no haberse movido en mucho tiempo. Entonces abrió el MG, lo sacó de su sitio, también lo aparcó en doble fila un instante, se subió al Prius y lo deslizó en el espacio ahora vacío, entre el Volvo y un Renault pequeño.
Trabajo hecho.
La primera parte.
Era una pena que el MG tuviera puesta la cubierta dura, pensó mientras se dirigía hacia su garaje. Habría sido agradable conducir esta noche con el coche descapotado.